El pasado día 24 de febrero falleció, a los 75 años, el autor británico Brian Stableford. En activo desde finales de los años sesenta, había publicado a lo largo de su vida alrededor de setenta novelas y veintidós antologías de ciencia ficción y terror, aunque tal vez llegó a ser más conocido en su faceta de divulgador, con más de una treintena de libros de ensayo publicados (como el volumen «La ciencia en la ciencia ficción», aunque analizaba sobre todo la ciencia ficción premoderna) y como traductor, principalmente del francés y con una especial inclinación hacia la literatura fantástica decimonónica o incluso anterior. Entre los autores que dio a conocer en inglés se cuentan Paul Féval, Camille Flammarion, August Villiers de l’Isle Adam, Pierre Alexis Ponson du Terrail, Albert Robida, J. H. Rosny Aîné, Luis Boussenard… y decenas y decenas más, hasta totalizar más de doscientos libros.
Precisamente, su obra más reconocida en los grandes premios, la novela corta «Les fleurs du mal» (1995), finalista del Hugo y del BSFA, trasladaba elementos y tópicos de la literatura decimonónica (no solo francesa, sino también inglesa) a un entorno biopunk.
En español ha sido poco traducido. Un par de libros de ensayo y las novelas «El vino de los sueños» (perteneciente a la franquicia Warhammer), «El imperio del miedo» (una curiosa ucronía con vampiros ambientada en la tercera cruzada que ganó el premio Lord Ruthven) y «La sombra errante», incluida por Pringle en su lista de las 100 mejores novelas de ciencia ficción.
«La sombra errante» («The walking shadow», 1979) arranca en 1992, durante un mitin multitudinario de Paul Heisenberg, una especie de predicador estrella que difunde a las masas ansiosas de respuestas una nueva metafísica (que él prefiere llamar metaciencia), no tanto basada en dogmas cerrados como en la necesidad de buscar y explorar una creencia personal más allá (y al margen por completo) de los fenómenos empíricamente verificables. De repente, ante 80.000 espectadores, Paul se transforma en una estatua, o mejor dicho, en su lugar aparece una envoltura reflectante absolutamente invulnerable con su misma forma. Un milagro.
La novela da entonces un salto de ciento veintisiete años. Nos enteramos de que en el intervalo miles de personas han seguido el ejemplo de Paul, dejando tras de sí estatuas brillantes en medio de terribles vicisitudes (como una guerra nuclear que ha arrasado más de medio planeta y numerosas plagas subsiguientes). Resulta, además, que lo que logran así es una suerte de viaje en el tiempo, porque al cabo de cierto lapso reaparecen en su sitio, un tanto desorientados pero en general en las mismas condiciones físicas y psicológicas de cuando se petrificaron.
A ese mundo al borde del colapso se reintegra Paul, convirtiéndose al instante en el objetivo de diversas facciones. Por un lado está el no muy democrático gobierno de lo que queda de los Estados Unidos, centrado en tratar de sobrevivir a toda costa, aunque a esas alturas la civilización consiste sobre todo en una sociedad carroñera que subsiste a base de explotar los recursos del pasado. Por otro, están los diversos cultos que han surgido en torno a la figura de Paul, que propugnan una huida del presente, proyectándose por medio de saltos concatenados hacia un futuro misterioso. Por si fuera poco, un tercer agente misterioso, que parece contar con información privilegiada, interfiere en la llegada del pretendido mesías, con su propia agenda misteriosa (y avisos sobre una inconcebible amenaza exterior).
No voy a avanzar más sobre la trama, porque hacerlo sería absolutamente contraproducente. Me limitaré a comentar que «La sombra errante» podría considerarse una novela de viajes en el tiempo (aunque sea en una sola dirección), que podría entroncar con las historias sobre una Tierra moribunda. De igual modo, se inspira en una larga tradición de proyecciones hacia el futuro (generalmente para mostrar sociedades utópicas o distópicas), con títulos como «El año 2000» (Edward Bellamy, 1888) o «Cuando el dormido despierte» (H. G. Wells, 1899). El interés de Stableford, sin embargo, no se encuentra en los avances (o retrocesos) sociales, sino que su enfoque, como ya apunta la ideología de Paul (de la que se nos ofrecen breves atisbos), es metafísico. La gran pregunta que impulsa a los saltadores (y a quienes buscan otras alternativas) es determinar cuál es el sentido de la vida.
Por supuesto, no hay respuesta, porque ese tampoco es el objetivo del libro. Lo que examina «La sombra errante» es la propia necesidad filosófica (aunque, aparte de eso, la novela también explora la necesidad humana de creer en algo y la aplicación práctica del libre albedrío), y es curioso que utilice la ciencia ficción, porque reconoce desde el primer momento que es una cuestión a la que la ciencia es ajena. Se inscribe por completo en el campo de la metafísica (o metaciencia) y, lo que es más, podría ser a la postre una cuestión personal, una búsqueda que cada inteligencia debe abordar en solitario, quizás en el fin de los tiempos (aunque no llega al punto de convertirse en una historia escatológica, porque no importa el destino del universo, sino que se define a sí misma como prometeica).
De nuevo sin entrar en detalles reveladores, podría mencionar también la brillante especulación biológica en la que se embarca Stableford (licenciado en biología, antes de doctorarse en sociología). A ojos de un especialista (me temo que yo lo soy), es verdad que se nota la fecha de redacción (cuarenta y cinco años no pasan en balde), pero eso no quita que la suya sea de las pocas proyecciones biológicas a gran escala rigurosas que he leído (con un concepto, el de «vida de tercera fase», con el que nunca me había tropezado y que no por improbable resulta menos sugerente).
El final, como no podía ser de otra forma, es abierto, y eso puede resultar desconcertante para algunos, pero es totalmente congruente con la filosofía metacientífica de Paul. La esencia de la novela no es el destino, sino el camino. Otra posible fuente de rechazo sería el estilo, que resulta bastante plano, sobre todo en comparación con las exploraciones filosóficas que abordó la New Wave solo unos años antes, pero yo lo encuentro muy apropiado, porque Stableford intenta en todo momento sostener con un mismo nivel de rigor la ciencia y la metaciencia, o lo que es lo mismo, la especulación y la filosofía, y eso requería evitar en lo posible «distracciones» literarias.
En resumidas cuentas, pese a la ausencia de otros avales, por una vez estoy plenamente de acuerdo con Pringle y «La sombra errante», pese a no ser probablemente un plato para todos los gustos, se me antoja una novela a reivindicar. Cuando menos, después de tantos y tantos años leyendo y analizando ciencia ficción, puedo afirmar que es un título que me ha sorprendido.
Brian Stableford (25 de julio de 1948 – 24 de febrero de 2024)
IN MEMORIAM
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