La séptima víctima

Robert Sheckley irrumpió en la ciencia ficción en 1952. Como muchos compañeros de «promoción», pronto destacó como cuentista, logrando vender numerosas historias a las revistas de la época. Diez aparecieron en 1952 y nada menos que treinta y dos en 1953. Ante este volumen ingente, no es de extrañar que pronto publicara la primera de sus diez antologías (a las que han de añadirse varios volúmenes recopilatorios): «Untouched by human hands» (1954), que no sería traducida al español sino hasta 1977, ya con el título con el que más se conoce a nivel internacional, «La séptima víctima».

El volumen incluye trece cuentos, solo dos de ellos de 1952 y el resto publicados originalmente a lo largo de 1953. Seis de ellos habían aparecido por primera vez en las páginas de la Galaxy (la revista favorita de Sheckley por esas fechas). Durante estos primeros compases de su carrera, era todavía un autor joven a la búsqueda de un estilo propio. La cuestión es que casi lo mismo podía decirse de la propia ciencia ficción. Tras la Segunda Guerra Mundial, y en particular tras el estallido de la primera bomba atómica, se habían empezado a experimentar cambios drásticos en el panorama del género. El optimismo desbordado y la tecnofilia de los años treinta y principios de los cuarenta fue dando paso a una ficción con una orientación más social y, poco a poco, más literaria. Abanderando esta revolución estaba precisamente Horace L. Gold al frente de Galaxy.

Sheckley fue uno de los autores que buscaron explorar esos nuevos límites. Junto con otros grandes cuentistas de esta época como Theodore Sturgeon, Ray Bradbury, Philip K. Dick, Walter M. Miller o Algis Budrys configuraron poco a poco esa nueva ciencia ficción que, por diferenciarla de la precedente, se ha dado a veces en etiquetar como de la Edad de Plata (y que fue conduciendo hacia la New Wave, aunque eso es otra historia). Como en muchos otros casos, la frontera entre ciencia ficción y fantasía quedaba diluida, perdiendo importancia el cómo, el elemento tecnológico, frente a la experiencia humana, una experiencia multifacética, lindante en ocasiones con el absurdo, lo que lo fue escorando poco a poco hacia la comedia aunque, al menos en estos primeros años, era un humor más satírico que paródico, con un cierto poso oscuro.

Esto, que acabaría convirtiéndose en un sello personal, no está presente en todos los relatos (aunque sí en «El costo de la vida», «El altar», «Forma», «El hombre afectado», «Alimentos y venenos», «Los deseos del rey», «Los demonios» y quizás «Ritual»), ni es tampoco el único elemento unificador. Así, nos encontramos también a menudo con que Sheckley obliga al lector a asumir una perspectiva extraña, que contempla con curiosidad, incomprensión e incluso disgusto al ser humano (esto ocurre en «Monstruos», «Forma», «Los demonios», «El especialista», «Ritual» o «Las quietas aguas del espacio»), mientras que en otras ocasiones busca justo lo contrario, normalizar a través de la perspectiva más anodina posible una experiencia extraña («El altar», «El hombre afectado», «Los deseos del rey», «La voz», «Los demonios», «La séptima víctima»)… a veces, por supuesto, parece hacerlo todo a la vez (nótese cómo he incluido «Los demonios» en las tres listas, lo cual a priori podría parecer imposible).

Tomando un poco más de perspectiva, quizás el auténtico hilo unificador sea la originalidad. Si descartamos «El costo de la vida» (que tiene un sabor moralizante muy del agrado de la Edad de Oro), nos encontramos con una serie de cuentos cuyo planteamiento oscila entre lo ingenioso y lo absolutamente genial, hasta el punto de que en muchos casos mantienen esa capacidad de asombrar setenta años después (y si en algo quedan fechados, quizás sea en el trauma postbélico que se aprecia en muchos de ellos y que es una característica muy concreta de la ciencia ficción de aquellos años). Poco elogio mayor que ese podría hacerse de esta antología.

Si tuviera que destacar alguno, probablemente me decantaría por «La voz» («Warm»), un relato breve que empieza con un tono ligero y va poco a poco descendiendo hacia una pesadilla existencial de la que el propio Philip K. Dick se hubiera sentido orgulloso. Más característicos quizás, aunque igual de innovadores, podrían mencionarse «El hombre afectado» («The impacted man») y «El especialista» («Specialist»), que junto con «La voz» ejemplifican también esa capacidad de Robert Sheckley de cambiarte sobre la marcha el tono del cuento para pillarte por sorpresa no necesariamente con un giro final (aunque algo de eso hay a veces), sino sobre todo llegando a un destino que difícilmente podría haberse previsto al arrancar la historia.

Curiosamente, ni el cuento que daba originalmente título a la recopilación (traducido aquí como «Alimentos y venenos»), ni «La séptima víctima», con el que se distribuyó internacionalmente, son muy destacados, siendo ambos superados en su propio terreno por otros textos de la antología. «Alimentos y venenos» simplemente fue el último cuento publicado por Sheckley en 1953 y constituye una crónica vagamente humorística sobre unos astronautas desesperados buscando comida en un gran almacén alienígena.  Por su parte, el gran mérito de «La séptima víctima», con su futuro cercano en el que el asesinato es una actividad legal y estructurada, consiste en que sirvió de inspiración para la película italiana «La décima víctima», de Elio Petri, con Marcello Mastroianni y Ursula Andress.

El propio Sheckley se encargó de escribir la novelización del guion ese mismo 1965 y más de veinte años después lanzaría dos secuelas: «Victim prime» (1987) y «Hunter/victim» (1988). También cabe mencionar cómo ese mismo concepto del cazador (o cazadores) y la presa, ligeramente alterado, pasaría a formar parte en 1959 de la primera novela de Robert Sheckley, «Immortality, Inc.» (por no hablar de cómo sirvió sin duda de inspiración a Stephen King cuando escribió «Perseguido» en 1982).

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en diciembre 30, 2022.

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