Neuromante

Hay novelas representativas de un género, algunas que pueden distinguirse como pioneras y hay otras, muy pocas, que se erigen en el pináculo del mismo. Más raro es que la primera obra (importante) se convierta a un tiempo en prototipo y culmen artístico. Tal es el caso de uno de los títulos más influyentes de la historia de la ciencia ficción, «Neuromante», publicada por William Gibson en 1984, un virus cultural que infectó el panorama literario de mediados de los ochenta con el meme del cyberpunk, se propagó a mayor velocidad que la Gripe Porcina y acabó consumiéndose en apenas un lustro de excesos, dejando tras de sí una progenie evolucionada hacia formas menos virulentas (el post-cyberpunk, que ya tendrá su momento en la Hugolatría) y una serie de temas y conceptos legados (como una propuesta que no se puede rechazar) al corpus general de la ciencia ficción.

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Pero no sólo ha influido en la ciencia ficción. Aunque Gibson no tenía ni idea de informática y, por tanto, sus descripciones se acercan más a lo esotérico que a lo técnico, lo cierto es que su visión ha inspirado el desarrollo de la red, liberando la imaginación de los programadores de la tiranía de lo tecnológicamente plausible, algo muy necesario en un campo que, sobre todo en aquella época, evolucionaba casi más rápido de lo que nadie era capaz de prever. «Neuromante» no describía el mundo de los hackers tal y como era, ni siquiera tal y como podría llegar a ser de acuerdo con cualquier proyección razonable, sino que lo mostraba tal y como debería ser. En el proceso se inventó varios conceptos que hoy son lugar común. El término «Ciberespacio» por ejemplo, aunque ideado para el cuento de 1982 «Quemando cromo» (editado en la antología de igual nombre, junto con otros precursores como «Johnny Mneominic»), se popularizó gracias a esta novela.

Presentar la trama resulta complicado. De hecho, la primera vez que la leí no pillé absolutamente nada (me fascinó el estilo, pero las piezas no encajaron hasta la segunda lectura). Case es un vaquero del ciberespacio cuya conexión ha sido inutilizada y que a raíz de ello ha ido degenerando hasta convertirse en una piltrafa humana multiadicta (el típico «héroe» cyberpunk). En estas, es contactado por Armitage, un misterioso patrón que le propone un trabajo casi imposible a cambio de restaurar su capacidad para conectarse al ciberespacio. Así pues, con la ayuda de Molly, una mercenaria que, entre otros implantes, posee uñas de acero retráctiles, y Peter Riviera, un sociópata que crea ilusiones holográficas gracias a implantes muy particulares, se embarca en la misión de liberar a Neuromante, una IA superavanzada, que es propiedad de una de las familias más ricas (y desequilibradas) del mundo.

En «Neuromante» podemos degustar la receta del cyberpunk en su forma más pura. Por un lado, existe una fascinación por la tecnología de la información. Los protagonistas principales no son luchadores, sino hackers que habitan una realidad fuera del alcance de los seres humanos normales. Explora temas sobre Inteligencia Artificial, hibridación hombre-máquina (dentro de la corriente transhumanista), la información como fuente de poder y riqueza y el predominio de megacorporaciones cuyo éxito se basa en el hermetismo y la aplicación de una disciplina férrea (inspiradas en los métodos de la yakuza japonesa). A esto se le añade el ingrediente punk, que se expresa en un futuro distópico, con antihéroes nihilistas o, cuando menos, individualistas, uso generalizado de drogas (tanto químicas como cibernéticas), degradación social y económica, ultracapitalismo (en el que las fuerzas de mercado predominan sobre las políticas) y negación del valor del individuo.

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El protagonista de una novela ciberpunk es siempre un superviviente nato cuya filosofía es «yo contra el mundo», que se ve atrapado en luchas de poder entre fuerzas muy superiores. En esencia, la historia no es sino una reafirmación de la individualidad frente a una sociedad explotadora y a la deshumanización; una visión romántica de una frontera nueva por entonces, pero rápidamente asimilada por esas mismas fuerzas que imaginaban combatir como piratas del siglo XX.

El movimiento, por supuesto, no nace de la nada. Se pueden detectar temas y características propias del ciberpunk en novelas anteriores como «Nova» de Samuel R. Delany (1968), «El jinete de la onda del shock» de John Brunner (1975) o muchas de las obras de Phillip K. Dick. Respecto al ambiente típico del ciberpunk, ya había cristalizado dos años antes en «Blade runner» (basada en una obra de Dick, por cierto), aunque según Gibson no supuso una fuente de inspiración importante pues cuando se estrenó ya había imaginado algo parecido (según propia confesión, se salió del cine a los 10 minutos pensando que su gran idea acababa de quedarse obsoleta). El referente cinematográfico más directo para Gibson fue la película de John Carpenter «1997: Rescate en Nueva York» (1981).

Otro aspecto a tener en cuenta es que no hubiera habido movimiento sin seguidores. Lo cierto es que los fundamentos del ciberpunk se habían establecido al menos dos años antes, en diversas convenciones de género que habían puesto en contacto a autores como Gibson, Bruce Sterling, Lewis Shiner y John Shirley, permitiéndoles departir sobre los temas que les atraían, como la inteligencia artificial, lo japonés, las drogas, la política y, en general, todo lo que acabó formando el núcleo del subgénero. En 1986, el «ideólogo» del grupo, Sterling, impulsó la antología que acabó consolidando sus características, «Mirrorshades» (y editó el fanzine Cheap Truth, en el que varios autores bajo seudónimo se dedicaban a criticar el inmovilismo de los editores y consolidaban la ideología cyberpunk).

Mirrorshades

De nuevo la historia se repetía. Tras un período de optimismo campbelliano, llegaba una reacción. Si a finales de los 60 había nacido el New Wave (que contó con su propia antología, «New Worlds», y su propio autor-editor, Michael Moorcock), en los 80 se contestaba a una situación parecida con otro movimiento rupturista que, por supuesto, no fue visto con buenos ojos ni por las principales voces del momento (que, de hecho, lo sobrevivieron), ni por los viejos rockeros (es decir, los autores de la New Wave), que denunciaron el movimiento como tan vacío de contenido como sus protagonistas, al tiempo que dudaban de la originalidad de una propuesta que encontraba fuertes similitudes temáticas y estilísticas con la novela negra de Raymond Chandler).

Parte de razón no les faltaba. El ciberpunk fue un berrinche, una carrera autodestructiva hacia ningún sitio, pero hacía falta. Le pegó un buen meneo a la literatura de ciencia ficción e impidió que se durmiera en los laureles. Además, algunas de sus inquietudes siguen siendo válidas hoy en día. El subgénero implosionó tan rápido que no hubo ocasión de procurarle un entierro digno, así que de tanto en tanto regresa cual fantasma para hechizar las obras posteriores. Ya no sólo en su forma más festiva del post-ciberpunk, sino también como importante precursor de la literatura transhumanista actual. Eso por no mencionar que, simplemente, conserva toda su fascinación de chico malo de la ciencia ficción y, quien más, quien menos, todos nos hemos sentido atraídos en algún momento por su parafernalia.

En lo que se equivocaban era en que carecía de méritos literarios. El problema de que algo se imite hasta la saciedad (y, en general, por artesanos no demasiado competentes) radica en que pueden perderse de vista los valores del original. «Neuromante», por ejemplo, era una novela demasiado compleja e innovadora para atraer al público al que se suponía dirigida (el movimiento punk). No solo juega a la descontextualización (para forzar al lector a rellenar los huecos), sino que se recrea en neologismos y en la consolidación de un campo léxico propio y característico. Esto queda de manifiesto en la primera frase, que nos marca el tono del resto de la obra:

El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizada en un canal muerto.

Neuromancer_(Book)

Es un comienzo muy meditado. Gibson reescribió los primeros capítulos docenas de veces. Era su primera novela. Vino propiciada por una iniciativa editorial de Terry Carr, que coordinó la colección Ace Science Fiction Specials durante dos etapas, la segunda de las cuales (tercera en el cómputo global) quiso dedicar a primeras novelas de autores prometedores (además de Gibson, disfrutaron de esta oportunidad de publicar en un sello importante escritores del renombre actual de Kim Stanley Robinson, Lucius Shepard, Michael Swanwick o Jack McDevitt; ojalá por estos lares se estilaran más este tipo de iniciativas).

Lo único que es de lamentar es que nadie, ni siquiera el propio autor, haya llegado a alcanzar el mismo nivel con posterioridad. Sus dos novelas siguientes fueron una continuación directa (aunque con otros personajes), configurando la trilogía del Sprawl («Conde Cero» en 1986 y «Mona Lisa acelerada» en 1988; sucesivamente menos interesantes). Una segunda trilogía, que recibe el nombre genérico de Trilogía del Puente, la constituyen las novelas «Luz virtual«, «Idoru» y «Todas la fiestas del mañana», siendo muestras de un un postcyberpunk más contenido, que explora el escenario de futuro cercano del capitalismo tardío.

La novela conquistó los premios Hugo, Nebula y Phillip K. Dick (en los Locus se fue hasta la 9ª posición). Su principal competidora, la obra que se llevó el Locus de ciencia ficción, fue precisamente una novela hard de la vieja escuela: «Los árboles integrales» de Larry Niven.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en julio 21, 2009.

12 respuestas to “Neuromante”

  1. Es cierto que la trilogía del Sprawl no alcanza el nivel de Neuromante, pero la Trilogía del puente me parece un cyberpunk de lo más interesante, quizá menos extremo pero con otro enfoque, y que es el paso previo a las últimas novelas de Gibson que, personalmente, me encantan.

  2. Para mí, «Luz virtual» tiene detalles interesantes, pero «Idoru» me pareció un tostón (confusa y autocomplaciente), así que no pasé a «Todas las fiestas del mañana».

    «Conde Cero», sin embargo, sí que contiene ideas muy interesantes, aunque a nivel literario no está a la altura de «Neuromante» (y se le va la mano un poco con los dioses Vudú).

    Sus dos últimas novelas me llaman la atención, pero no he tenido ocasión de catarlas.

  3. Se centra más en ciertas ideas sobre la sociedad que en la tecnología, por eso me gusta más que ti :)

  4. Hombre, la gracia del ciberpunk está en la interrelación entre tecnología y sociedad (al contrario que el hard clásico, que es más directo), así que es difícil analizar el subgénero sin tener en cuenta la vertiente social. Quizás lo que echo en falta en el Gibson post-Neuromante (novelas recientes aparte) es que amaga mucho y al final no golpea.

  5. Para mí Neuromante es la medalla de plata en novelas de ciencia ficción, tal vez precisamente por su excesos. Con sólo la primera frase Gibson te da a entender que la naturaleza ha perdido la batalla con la tecnología humana, hermosa y horrible a la vez. Cierto que tiene un argumento algo endeble y que, precisamente porque fue imitado hasta la saciedad hoy nos parece manido (aunque eso me pasa con Annie Hall), pero por estilo, por rupturismo y por influencia más allá del famoso ghetto, es uno de los pináculos no del cyberpunk, sino de la ciencia ficción y si me apuras de la literatura estadounidense de finales de siglo.
    Aunque la medalla de oro se la siga dando a «Todos sobre Zanzibar».

  6. Dios!!! otro más para la lista de «pendientes»… claro que este, al parecer, no va para ponerse al final, sino cerca del principio.

    Saludos… muy inspiradora reseña :D

  7. El New York Times está de acuerdo contigo, José Ramón, ya que la incluyen en su lista de las 100 mejores novelas americanas desde 1923.

    Yo no sabría definir mi podio particular. Comparar novelas inscritas en corrientes diferentes de la ciencia ficción se me antoja casi imposible. Aun así, «Neuromante» es sin duda una de las más grandes.

    A «Todos sobre Zanzíbar» ya le llegará el turno, que se hizo con el galardón de 1969. Pedazo novelón. Aunque personalmente no sé cuál pondría por delante entre las obras de Brunner, si a ella o a «El rebaño ciego».

  8. ¡Zanzíbar! ¡Zanzíbar!

  9. Debe ser porque la leí antes, pero me gustó más Zanzíbar (sin desmerecer nada a El rebaño ciego que me encantó). Creo que es porque tanto la estructura como el estilo me parecen increíblemente rompedores, ya profundizaré cuando lo comentes.
    Lo cierto es que tanto Brunner como Neuromante (el resto del Sprawl menos y más de Gibson no he leído) juegan sin problemas en la liga de grandes obras de la literatura yanqui sin más etiquetas. Neuromante lo veo fácil al nivel de American Psycho, por ejemplo, o El club de lucha, por hablar de la contemporánea. No desentona tampoco con Auster, creo. A Philip Roth le he leído menos. Ahora mismo (que yo haya leído) pondría por encima a «La broma infinita» y tengo ganas del famoso «House of leaves» de Danielewski, pero en inglés me da más respeto.

  10. Mi preferencia se fundamenta en una mayor afinidad temática con «El rebaño ciego» y en la opinión de que si se publicara por primera vez hoy en día (ajustando un par de fechas internas) no creo que nadie la encontrara no contemporánea. Eso es un logro increíble en cualquier género, no digamos ya en ciencia ficción.

    Eso sí, como experimento formal, «Todos sobre Zanzíbar» es insuperable (puede que también afecte a mi opinión la traducción, ya que leí Zanzíbar en la vieja edición de Nova y Rebaño Ciego en la nueva de AJEC).

  11. Tanto Brunner como Gibson están en mi lista de pendientes, lastimosamente. Tengo la impresión de haberme perdido de grandes cosas por no haber leído sus obras todavía. Pero se resolverá.

  12. Ayer la terminé de leer por segunda vez (en la nueva traducción que Minotauro se dignó a hacer).

    Debo admitir que esta vez la entendí (además la leí mas tranquilo). La historia es extremadamente simple, de hecho.
    Tiene un estilo único y una cantidad de referencias, capas de sentido impresionante.
    Como alguien que es fanático de The Velvet Underground estuve fascinado por la cantidad de guiños a la banda que metió Gibson en la novela.

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