Inferno

La primera colaboración entre Larry Niven y Jerry Pournelle fue la exitosa «La Paja en el Ojo de Dios» (1974), ambientada en el universo del CoDominio de Pournelle. Ambos autores prolongaron su fructífera relación con «Inferno» (1976), que básicamente es su versión del primer libro (o cántica) de la Divina Comedia de Dante Alighieri (escrito entre 1304 y 1308).

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El protagonista y narrador de la historia es Allen Carpentier, un escritor californiano de ciencia ficción de segunda división que cierta noche, tratando de camelarse a los fans para ganar popularidad y poder optar a un premio Hugo, se precipita ventana abajo de un hotel y se mata. Tras un período indeterminado de confusión, durante el que su consciencia se siente atrapada en una especie de encierro adimensional, despierta en una inmensa llanura cubierta de botellas abandonadas, donde es recibido por un guía que se nombra a sí mismo Benito, le revela que está en el infierno y le propone escapar de él siguiendo el mismo camino de Dante. Es decir: atravesar los nueve círculos concéntricos y descender por el centro hacia el Purgatorio.

Allen es un incrédulo. Tanto, de hecho, que se pasa buena parte del libro elucubrando con posibles explicaciones para lo que experimenta, desde la posibilidad de haber sido criogenizado y despertado en una especie de parque temático de inspiración dantesca (Infiernolandia), hasta la teoría de que todo cuanto contempla sea obra de alienígenas que, por alguna razón, lo han transportado a un mundo repleto de robots que incluso simulan ser personas que conoció. A la postre, es seguramente esa postura filosófica, un agnosticismo nacido en la incredulidad más irredenta, lo que posiblemente la haya deparado su condena al Infierno.

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Acompañado de Benito, Allen va profundizando de círculo en círculo, siguiendo a grandes rasgos el modelo de la Divina Comedia, si bien actualizado al contexto histórico contemporáneo (con pecados que se han convertido en más o menos populares y torturas que a menudo reflejan los adelantos tecnológicos producidos desde el siglo XIV). En otras palabras, «Inferno» es para el original de la Divina Comedia lo que hoy en día se conoce en el medio audiovisual como un soft reboot, o una secuela que se estructura más bien como remake actualizado.

Por el camino, por supuesto, los autores se permiten jugar un poco con el escenario y aprovecharlo para componer una sátira no demasiado aguda y excesivamente dependiente del contexto (lo cual es un problema a nueve mil y pico kilómetros y cuarenta y seis años de distancia). De hecho, incluso su empleo de figuras históricas más incuestionables, desde Vlad Tepes a Napoleón Bonaparte, pasando por Enrique VIII o L. Ron Hubbard (que estaba vivo todavía en 1976, aunque Allen pasa un período indeterminado de tiempo encerrado antes de adquirir libertad de movimientos) o el propio Benito, queda un tanto descafeinado, sin pasar casi nunca de lo anecdótico (por lo que resulta imposible definir «Inferno» como una auténtica fantasía bangsiana (al estilo, por ejemplo, de la Saga del Mundo del Río).

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El otro gran obstáculo para disfrutar de la novela es lo absolutamente insufrible que es el narrador. Ignoro si los autores pretendían hacerlo simpático o, cuando menos, fácilmente identificable con los lectores (a ese respecto, hay una broma sobre el castigo a un coleccionista acaparador que, por pura avaricia, ha preferido que se eche a perder su biblioteca antes que desprenderse de un solo ejemplar, que seguro que concita las simpatías de cualquier aficionado). Lo que logra, sin embargo, es hacérsenos terriblemente cargante (por no hablar de exhibir una moralidad… dudosa), lo cual no ayuda a soportar descripción tras descripción de torturas creativas para pecadillos la mayor parte de las veces veniales.

El mayor obstáculo que encuentro, sin embargo, para el disfrute de «Inferno» es su total falta de ambición filosófica. «La divina comedia» no es una obra maestra de la literatura italiana y universal solo por motivos estilísticos o estéticos, su importancia radica también en su profundidad filosófica y humanística, en su capacidad de conjurar toda una cosmovisión tardomedieval de la que somos herederos. «Inferno», por su parte, aspira quizás a ofrecer un atisbo de justificación para la existencia del Infierno (y para ello emplea, al parecer, argumentos extraídos de «El gran divorcio», de C. S. Lewis, publicado en 1945), pero este intento llega demasiado tarde y resulta excesivamente somero (a grandes rasgos, sugiere que la condena es autoimpuesta y que a través de un ejercicio de autoconocimiento y autoperdón es posible «escapar»).

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Por supuesto, esto que he definido como una deficiencia otros pueden considerarlo una virtud. Lo que es más, quizás incluso pueda argumentarse que la novela sí que ejemplifica una cosmovisión y que el problema no está en el medio de expresión (la novela) sino en el mensaje (una teología de influencia New Age… parecida a la que poco después emplearía Richard Matheson con la mucho más ambiciosa, aunque no necesariamente mejor, «Más allá de los sueños«). Sea como sea, he encontrado pocos elementos que me animaran a proseguir con la lectura (entre otras cosas, porque cometí el error de ojear algún comentario antes y eso me reveló el único aliciente de la novela, que es adivinar la polémica identidad de Benito) e incluso en su brevedad me ha resultado pesada.

Pese a ello, «Inferno» se probó bastante exitosa, cosechando sendas nominaciones a los premios Hugo y Nebula, dándose además de la circunstancia de que fue en años diferentes (el Hugo en 1976, por su serialización original en Galaxy durante 1975; el Nebula en 1977). En ambos casos, sin embargo, fue derrotada, bien sea por Joe Haldeman y «La guerra interminable» (ganadora del Hugo de 1976), bien por Frederik Pohl y «Homo Plus» (ganadora del Nebula de 1977). Niven y Pournelle cosecharían dos nominaciones conjuntas más al Hugo, por «El martillo de Lucifer» (1977) y «Ruido de pasos» (1985).

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Al parecer, tras su publicación se detectó ciertos interés renovado en la obra original de Dante e incluso fomentó la reimpresión de la traducción al inglés que los propios autores habían empleado como fuente de inspiración. Pese a que cierra con un obvio guiño hacia posibles continuaciones, no fue sino hasta 2009 que Niven y Pournelle publicaron su secuela directa: «Escape from hell».

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~ por Sergio en octubre 9, 2022.

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