Echopraxia

«Visión ciega» (Peter Watts, 2006) es en mi opinión una de las mejores novelas de ciencia ficción publicadas en lo que llevamos de siglo XXI. Resulta un poco dura, sí, pero lleva la especulación científica y filosófica a cotas raramente alcanzadas. No es de extrañar, por tanto que tuviera grandes esperanzas depositadas en «Echopraxia», su paracuela, que nos tenía que contar lo que estaba ocurriendo en la Tierra mientras la tripulación de la Teseo desarrolla su misión de primer contacto en los límites del Sistema Solar. Una vez leída, he de decir que la impresión global es… ambivalente.

«Echopraxia» es una novela anclada en la percepción e intelecto de Daniel Brück, un biólogo autoexiliado que estudia las variaciones genéticas artificiales inducidas en la fauna de un desierto, un hombre normal, una cucaracha, en una era (año 2096) en que la humanidad está al borde de una singularidad biológica que podría dejarla obsoleta. Sin comerlo ni beberlo, Daniel se ve atrapado en un conflicto entre una vampiresa (para quienes no conozcan «Visión ciega», los científicos recuperaron la especie hermana extinta de los vampiros) y su comando de zombis (soldados con el sistema nervioso intervenido para convertirlos en máquinas de guerra) contra la Orden Bicameral, una comunidad monástica de transhumanos que abogan por una forma extrema de mente colmena.

Sin que llegue a saber muy bien cómo, se encuentra embarcado en una expedición que parte en dirección contraria a la de la Teseo, hacia el Sistema Solar Interior, en una nave, la Corona de Espinas, donde se ha establecido una inestable tregua entre monjes, vampiresa y un militar de alto rango, obsesionado por conocer el destino de su hijo, embarcado en la fatídica expedición original. El objetivo de esta segunda misión (privada) parece ser… ¿encontrar a Dios?

Superficialmente, la trama es muy simple. Viaje de ida y vuelta al lugar donde ha aparecido el objeto extraño (en este caso no un Big Dumb Object, sino (y me apropio descaradamente de la definición de Carlos Winkhorst en C), una «Small Smart Thing». La trama, sin embargo, no lo es todo, porque la auténtica fiesta se está celebrando bajo su superficie. Peter Watts utiliza esta historia para profundizar en el antiantropocentrismo ultramaterialista que ya constituía la esencia de «Visión ciega», solo que en esta ocasión pone el punto de mira no en la autoconsciencia, sino en el libre albedrío (o, más apropiadamente, en la inexistencia del mismo).

Iba más o menos por la mitad del libro cuando lo entendí. «Echopraxia» no es tanto (o no solo) una novela de ciencia ficción como una historia de terror. De ahí esa reformulación de elementos propios de la literatura gótica, como vampiros, muertos vivientes o monjes siniestros. Solo que más allá del gótico, nos encontramos ante una de las más extremas muestras de horror cósmico que se han escrito, porque el objetivo de toda la novela es hacernos sentir como Daniel Brück, obsoletos e insignificantes, inermes para alterar un solo paso en un destino que otras fuerzas han dispuesto para nosotros.

La base especulativa del alegato prodeterminismo de Peter Watts es interesante, aunque tal vez se centra en exceso en hallazgos controvertidos (sobre neurofisiología), sin apuntalarse en la física fundamental. Bordea así cuestiones un tanto difíciles de admitir, como una versión remozada de la vieja idea de la programación neurolingüística, exagerándolo todo hasta extremos que ponen a prueba la plausibilidad del conjunto. Digamos, pues, que su disección de la «supuesta» trampa de la autoconciencia en «Visión ciega» resultó mucho más convincente que la refutación del libre albedrío de «Echopraxia». Tal vez sea algo inevitable dado nuestro actual nivel de conocimientos. Tal vez por eso situó a su protagonista (nos situó) del lado incorrecto de la Singularidad, lo cual justifica con creces nuestro desconcierto y nuestra incapacidad para aprehender las implicaciones cosmológicas (o incluso teológicas) de la misión de la Corona de Espinas.

Ahí es donde empieza a fallar la novela, porque para sostener ese desconcierto, ese vacío que constituye el núcleo de la historia, hacía falta un andamiaje sólido, y aunque cada vez que se arranca en un enunciado especulativo «Echopraxia» es brillante (deslumbrante, incluso), cuando tiene que bajar a los cimientos y realizar trabajo rutinario de sostén (es decir, cuando tiene que mantenernos atrapados con lo que está sucediendo, sin necesidad de pensar en lo que todo ello implica), se derrumba en un tedio difícilmente superable.

La mayor parte de los personajes son, por diseño, incomprensibles para la mente humana. La agencia de Daniel Brück es prácticamente inexistente (aunque hacia el final Peter Watts nos ofrece, como ya ocurrió con su trilogía de los Rifters, una chispa de esperanza). Los acontecimientos se suceden, por tanto, de un modo que no es tanto aleatorio como neutro. Podría estar ocurriendo cualquier otra cosa y nos parecería igual de bien (o de mal). Existe una desconexión emocional total… y el estilo plano y funcional del autor (por no hablar de su negativa férrea a ofrecer cualquier tipo de ayuda interpretativa, aunque eso, por mi propia formación biológica, me afecta menos) no ayuda precisamente a subsanar estas carencias.

Leer «Echopraxia», para mí, fue como estar oscilando continuamente entre la maravilla y la desesperación. Tan pronto me emocionaba con una línea especulativa particularmente sugestiva como me veía obligado a arrastrarme por la enésima escena de acción narrada con el entusiasmo y dinamismo de la retransmisión de una partida de ajedrez. Eso, unido al hecho ya expuesto de que la argumentación no resulta tan redonda como en «Visión ciega», me obligan a calificar la experiencia como decepcionante.

De todas formas, ya quisieran muchos producir decepciones de la calidad de «Echopraxia».

«Echopraxia» no cosechó los mismos parabienes que su predecesora (con la que se publicó en una edición omnibús bajo el título conjunto de «Firefall»). Tan solo obtuvo nominaciones al premio John W. Campbell Memorial (pero en un año en que se nombraron catorce finalistas, resultando triunfadora Claire North con «Las primeras quince vidas de Harry August») y al Aurora (específico para autores canadienses).

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en octubre 1, 2020.

4 respuestas to “Echopraxia”

  1. magnífica reseña, Sergio. Ojalá que algún día veamos más obras de este genio publicadas. Un abrazo

    • Gracias. Por desgracia, no veo el mercado listo para eso. Si Alamut tuviera intención de publicar «Echopraxia», ya lo habría hecho, y la trilogía de los Rifters es económicamente demasiado arriesgada (aunque «Starfish» podría funcionar más o menos como título independiente). Tal vez The Sunflower Cycle, recopilado en un único volumen, siempre y cuando se supiera seguro que no hay previstas más historias… También sería divertido que una editorial como Timun Mas publicara la novelización de «Crysis 2». No sé a quién le explotaría más la cabeza, si a los lectores timunmaseros o a los lectores de Watts.

  2. Como siempre has escrito una reseña magnifica. Blindsight es sin duda uno de mis libros favoritos del genero. Le perdono hasta los vampiros que personalmente me tomo o me quiero tomar como una especie de licencia narrativa que no me empaña la enorme abundancia de fragmentos brillantes. Ademas tiene el mejor primer contacto y los mejores alienigenas que he leído nunca.

    Han sacado un corto muy bien ambientado, esta en vimeo (Blindsight Sci-fi Short Film)

    Ecopraxia y The Freeze-Frame Revolution los tengo en la mesilla para leer hace ya demasiado tiempo, a ver si me pongo a ello de una vez.

    • Posiblemente, lo de los vampiros en Blindsight vaya también un poco por lo de evocar el horror gótico, aunque de hecho son mucho más plausibles que las criaturas posthumanas de Echopraxia, donde creo que se le va un poco la mano (no puedo imaginarme una especie así siendo aniquilada por humanos primitivos, problema con los ángulos rectos o no). Algún día me pondré también con The Freeze-Frame Revolution. El fan-trailer es genial. Muchas gracias por desvelarme su existencia.

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