The long way to a small, angry planet (El largo viaje a un pequeño planeta iracundo)
Becky Chambers es tal vez la autora más significativa de la nueva space opera tras su irrupción en el mercado en 2015 con su novela debut, «El largo viaje a un pequeño planeta iracundo». Hasta su vía de acceso a ese mercado es representativa de las últimas tendencias, puesto que esta novela, antes de ser adquirida por un sello británico para su comercialización profesional, nació como proyecto de autoedición, financiado a través de una campaña en Kickstarter y publicado en 2014 (lo que le valió una nominación en los premios Kitschies a mejor novela debut, la primera para una obra autoeditada).
Otra característica de este título es que suele despertar reacciones muy viscerales de amor-odio (aunque tal vez sería más apropiado hablar de conexión-desconexión). Mientras que para un amplio segmento de aficionados la lectura «El largo viaje a un planeta iracundo» constituye una experiencia de lo más satisfactoria, otros lectores la encuentran inconexa y frustrante. Personalmente, he de confesar que yo me inclino más hacia la segunda perspectiva, y sé con bastante precisión por qué, pero como estudioso de la ciencia ficción no me podía quedar con esa visión parcial. Así pues, lo que voy a intentar en esta entrada no es tanto una crítica como un análisis de las fortalezas y debilidades de la obra, así como un intento por diseccionar las razones tanto de su éxito como del rechazo que produce en algunos, extrapolando a partir de ahí, en la medida de lo posible, observaciones de aplicabilidad más general a la ciencia ficción en sus manifestación actual.
Antes, sin embargo, una breve sinopsis.
La novela se abre con la llegada a la Peregrina (Wayfarer) de un nuevo miembro de la tripulación, la administrativa Rosemary Harper (joven, inexperta, pero con un pasado misterioso que ocultar). Además de adaptarse a un nuevo trabajo, ha de integrarse en lo que a todos los efectos es una familia, de caracteres, habilidades e incluso especies distintas, compuesta por el capitán Santoso, la pareja de técnicos Kizzy y Jenks, el huraño algueista Corbin, el par sianat Ohan (el navegador subespacial), la piloto aandrisk (una especie reptiliana) Sissix y el Doctor Chef (único superviviente de la especie Grum), sin olvidarnos de Lovelace (Lovey), la inteligencia artificial de a bordo.
En el momento de la contratación de Rosemary, la Peregrina acaba de recibir el encargo de abrir un túnel subespacial (a eso se dedican) para conectar un lejano planeta con el entramado de rutas de la Confederación Galáctica, un conglomerado de especies muy distintas a las que recientemente se ha unido la humana (tras echar a perder la Tierra, por lo que es un miembro de muy bajo rango de la Confederación). En dicho planeta habita una especie belicosa, que a duras penas cumple con los criterios de incorporación, aunque tampoco es que no la historia se detenga mucho en ellos. Lo importante es el viaje, salpicado de situaciones y encuentros que ahondan en las personalidades y el pasado de los distintos tripulantes de la Peregrina, pequeñas pruebas de las que salen adelante gracias a su unión mutua y que permiten una suerte de protagonismo coral (aunque el punto de vista está fijo en Rosemary).
Así, episodio a episodio, llegan por fin a su destino… y básicamente ya. No hay mucho más a nivel de historia. «El largo viaje a un pequeño planeta iracundo» es exactamente lo que su título promete: un viaje. Un viaje que nos permite explorar un microcosmos, el conformado por la tripulación de la Peregrina, que a su vez abre ventanas fugaces al macrocosmos mayor que lo contiene, el de la Confederación Galáctica.
Podría ahora hacer referencia a alguno (o a todos) de esos episodios, pero para qué. Son hasta cierto punto irrelevantes. Intercambiables. Podrían disponerse en casi cualquier orden sin alterar en gran medida el resultado final. No existe apenas una narrativa de orden superior, salvo por lo que respecta vagamente a la integración de Rosemary en la familia de la Peregrina (y más vagamente todavía, podría entenderse toda la novela como una historia de formación, un bildungsroman, para ella). Existe, eso sí, una poderosa postnarrativa… pero entrar ahí ahora supondría adelantar acontecimientos.
Antes quisiera analizar las influencias, porque provienen sobre todo del mundo audiovisual, y explican en gran medida las características narrativas de la novela. Por un lado, tenemos la televisión, con una visión optimista del espacio heredera directa de Star Trek (sobre todo la Nueva Generación), unido a una dinámica de personajes (e incluso algún que otro personaje) extraído directamente de Firefly. La influencia más patente la encuentro, sin embargo, en otro medio, y es que en muchos sentidos «El largo viaje a un pequeño planeta iracundo» podría casi considerarse un fanfic de Mass Effect (tanto a nivel de subtramas, con alguna que otra muy deudora de episodios de la saga de videojuegos, como sobre todo por lo que respecta a la plasmación de las relaciones interpersonales, algo que la propia autora ha reconocido).
Estas influencias marcan la narrativa. Ya no solo por su carácter episódico, sino por su búsqueda del impacto emocional sobre estilos narrativos más tradicionales, algo que consigue en parte a base de… no tanto referencias explícitas como evocaciones de todas esas obras (analicé en detalle lo que entiendo por postnarrativa en mi crítica a «El ascenso de Skywalker«), y se ajusta tan bien a lo que busca Chambers porque la emotividad constituye el núcleo en torno al cual ser articula todo lo demás en esta novela.
La space opera es desde sus inicios un subgénero a través del cual dar rienda suelta a los anhelos. En la época dorada, esos anhelos eran tanto tecnológicos como exploratorios. La space opera de la Edad de Oro plasmaba aventuras y dibujaba un futuro sin límites para, sobre todo, la población de una superpotencia en su infancia, que miraba con ilusión al espacio como, literalmente, la última frontera (que explorar y por la que expandir su exitoso modelo socioeconómico). Analizar la evolución del género a lo largo de las décadas se escapa al alcance de esta entrada, baste simplemente con señalar que la función de la space opera sigue siendo la de servir de vía de expresión a las esperanzas, aunque hoy por hoy esas esperanzas no se plasman en el ámbito tecnológico (donde cunde más bien el desánimo), sino en el social.
En muchos sentidos, el universo de la Confederación Galáctica es una utopía de tolerancia, donde se ve con igual desaprobación la xenofobia (especista) como la homofobia o, básicamente, cualquier tipo de discriminación basada en cualquier tipo de diferencia. Prueba de esta dinámica la encontramos en las relaciones entre los miembros de la Peregrina, cuya historia personal (e interpersonal) constituye la columna vertebral de la novela. Es una relación basada en el respeto y la igualdad, en cuyo seno Rosemary puede explorar sin trabas su propia identidad.
Entiendo que esa perspectiva es la que hace que «El largo viaje a un pequeño planeta iracundo» resulte tan atractiva para ciertos lectores. Proyecta hacia el futuro un ideal de igualdad y tolerancia, creando una ficción amable, un panorama tan ilusionante como el que en los años treinta prometía el desarrollo tecnológico. Para las nuevas generaciones de lectores, enfrentadas al incumplimiento de esas promesas y al sentimiento de obsolescencia social (por no hablar de la radicalización de las posturas, los enfrentamientos y la postverdad, esa faceta oscura de las postnarrativa), la ciencia ficción se erige en un faro que ilumina ideales y marca un rumbo, que ofrece, en resumidas cuentas, esperanza.
Personalmente, sin embargo, no puedo entregarme a esa visión. En parte porque me aferro, no sé si obstinada y erróneamente, a modelos narrativos más clásicos, que hacen que la estructura episódica y referencial de «El largo viaje a un pequeño planeta iracundo» me sepa a poco. También influye, sin embargo, una visión más crítica (cínica, incluso) del modelo utópico propuesto.
En mi opinión, peca de justo aquello que pretende denunciar. No veo tanto que celebre la diferencia como que la ignora, en aras de instaurar una igualdad frágil. Sus extraterrestres son apenas alienígenas, hasta el punto que uno de ellos puede desempeñar las funciones de cocinero y médico en una nave tripulada principalmente por humanos (todos en la Peregrina comen lo mismo). De igual modo, no termino de comprender cómo puede considerarse lésbica una relación entre una humana y un alienígena (algo extraído directamente de Mass Effect, por cierto). Para mí, eso es limitante, y esto es una crítica en un sentido amplio hacia muchos de estos movimientos integradores (sobre todo desde una perspectiva estadounidense): no me vale lo de promover la igualdad ignorando la diferencia. Aceptar e integrar las diferencias en un todo unitario supone algo mucho más complejo que simplemente fingir que no existen.
Para mí, «El largo viaje a un pequeño planeta iracundo», en su afán por limar toda arista, queda reducida a la expresión vaga de un anhelo, que puedo compartir, pero que no me estimula intelectualmente en modo alguno, y como eso es algo que busco en la ciencia ficción, la novela no me deja poso alguno.
Reconozco, sin embargo, sobre todo tras haber leído otros títulos en esa misma línea de potenciar la conexión emotivo (como «Embers of war» de Gareth Powell, «Hacia las estrellas» de Mary Robinette Kowal o, con un perspectiva mucho más oscura y retorcida, «Las estrellas son legión» de Kameron Hurley), que Becky Chambers sabe dotar a su prosa de un ritmo vivo, así como es capaz de delinear personajes atractivos (si bien un tanto arquetípicos). «El largo viaje a un pequeño planeta iracundo» es una lectura amable y esperanzadora, pero tal vez no todo conflicto sea malo, e incluso la luz más pura, sin alguna sombra que sirva de contraste, acaba por cansar.
En 2016 Chambers publicó una secuela, «Una órbita cerrada y compartida», que sigue la pista a algunos de los personajes de la anterior en una historia independiente, seguida de «Record of a spaceborn few» en 2018, que centra su atención en otra historia de este mismo universo tangencialmente unida a uno de los tripulantes de la Peregrina. Está prevista para el año que viene una cuarta entrega de la serie de los Wayfarers (que ganó el Hugo a mejor serie en 2019), «The galaxy, and the ground within».
«El largo viaje a un pequeño planeta iracundo», aparte de su nominación en el 2015 a los Kitchies, consiguió por su edición comercial ser finalista del premio Arthur C. Clarke 2016 (que ganó Adrian Tchaikovsky con «Herederos del tiempo«), así como al British Fantasy Award de aquel mismo año en la categoría de mejor debutante (el premio Sidney J. Bounds).
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