Little brother (Pequeño hermano)
Uno de los subgéneros más pujantes del fantástico en lo que llevamos de siglo es sin duda el de la distopía juvenil… la falsa distopía juvenil. Series como “Los juegos del hambre”, “Divergente” o “La quinta ola” adoptan la apariencia de la literatura distópica, pero en el fondo son todo lo contrario: fantasías revanchistas que subliman el espíritu de rebeldía juvenil para conformar un discurso reaccionario, que viene a sugerir que ya vivimos en la mejor sociedad posible.
Una auténtica distopía ha de hacerte mirar alrededor y ansiar el cambio; tiene que decirte algo que no quieres oír, aunque debas oírlo; algo que sea actual y pertinente (y no importa que la distopía se escribiera hace cien años si su mensaje sigue siendo, por desgracia, actual y pertinente). La imitación ciega, copiando la superficie sin interiorizar la esencia, suele provocar la pérdida de esas cualidades. Aunque claro, es peor cuando la imitación lo que busca es camuflar la verdadera naturaleza del mensaje que se quiere, consciente o inconscientemente, transmitir.
Ni qué decir tiene que las distopías auténticas son raras, y si ya hablamos de distopías juveniles (es decir, dirigidas específica y primordialmente a los jóvenes), nos estamos adentrando en un páramo desolado (y aprovecho ahora para hacer mención de uno de sus pobladores, “La polilla en la casa de humo”, de Guillem López; a ver si encuentro ocasión para reseñarla antes de que los detalles se difuminen en mi mente).
Un largo preámbulo para presentar “Pequeño hermano” (“Little brother”, 2008), de Cory Doctorow, un llamamiento a la rebelión, en defensa de una libertad que a cada año que pasa se ve más comprometida. Un amargo despertar del ingenuo sueño de que la bautizada como Era de la Información traería por sí sola la trasparencia, y una constatación de que una herramienta es simplemente eso, algo que puedes utilizar tanto con un propósito como con el opuesto… y sobre todo un toque de atención a los jóvenes sobre la verdad irrefutable de que si no la usas tú, algún otro lo hará para sus propios fines.
El protagonista de “Pequeño hermano” es Marcus, un chaval de diecisiete años que está en su último año de instituto en San Francisco, en un futuro cercano que es casi presente (y ya algo de pasado, porque las condiciones de partida han ido a peor durante estos últimos nueve años). La paranoia pro “seguridad” sigue por todo lo alto, con una enorme profusión de medidas de vigilancia. Sólo que Marcus es un hacker. No uno de esos personajes casi mitológicos que nos vende Hollywood, sino alguien que cuando se ve frente a un sistema de seguridad siente la necesidad de descubrir sus vulnerabilidades y explotarlas… por ejemplo para hacer novillos durante las horas lectivas y participar con sus mejores amigos en un juego internacional de realidad ampliada.
En medio de su inocente aventura, sin embargo, sucede lo impensable, y su ciudad es golpeada por el terrorismo. Durante los primeros momentos todo es confusión y pánico. Uno de sus amigos es apuñalado y, en su búsqueda desesperada de ayuda, acaban siendo apresados por un destacamento del Departamento de Seguridad Nacional (Department of Homeland Security, la agencia federal de inteligencia interna de los EE.UU.). Es ahí donde comienza su calvario, pues son conducidos a una prisión clandestina, donde el carácter rebelde de Marcus no tarda en ponerlo en el punto de mira de un sistema kafkiano, que lo prejuzga como terrorista y lo obliga a tratar de demostrar su inocencia rindiendo por completo su privacidad ante sus interrogadores.
Seis días después, lo liberan, bajo la explícita amenaza de hacerlo desaparecer definitivamente si se va de la lengua. El caso es que no todos sus amigos han tenido la misma suerte. De Darryl, el apuñalado, no vuelve a saberse nada, y ello es sólo el inicio, porque el DSN, alentado por unos aterrorizados ciudadanos, va instaurando poco a poco un régimen de vigilancia intensiva, pisoteando con su aquiescencia todos su derechos, empezando por la presunción de inocencia, y poniendo en práctica el sueño húmedo de todo obseso por el control (y, en general, de todo aquel que ostente una pizca de poder).
Marcus, vapuleado, asustado, humillado y resentido, declara la guerra al propio DNS, y lo hace defendiendo su libertad en el único terreno de juego en que puede: el electrónico, donde como M1k3y organiza una suerte de movimiento de resistencia clandestino. Las soluciones, por desgracia, nunca son sencillas, y a cada acción le sigue su reacción, de modo que la ciudad de San Francisco entra en una espiral en la que las posturas se radicalizan, toda voz disidente se convierte en cómplice del terrorismo y más y más derechos van siendo sacrificados en el altar de la seguridad ciudadana.
“Pequeño hermano” es una llamada a la paranoia. Una invitación a preguntarnos por la información personal que estamos permitiendo que se nos arrebate (a menudo con engaños, ofreciendo bagatelas a cambio de ella, pero también coaccionados por amenazas imprecisas, ya sea el terrorismo internacional, la disidencia interna o el fraude), a cuestionarnos la relación jerárquica entre el estado y el ciudadano, pero sobre todo a vencer a la inercia, a comprender que la libertad no es algo que se ofrezca gratis, sino que hay que pelear por ella cada día.
Vale, en ocasiones la novela resulta un poquito sermoneadora, pero si de algo puede acusársela de verdad es tal vez de no resultar lo bastante paranoica. Tal vez por haber sido escrita por un estadounidense, cuyo modelo nacional al menos fue diseñado con el objetivo explícito de establecer mecanismos de control entre los distintos poderes del estado que garanticen en la medida de lo posible la libertad de los ciudadanos. Aquí estamos peor, mucho peor, y la dinámica de los últimos años no ha hecho sino convertir la privacidad en un bien todavía más escaso (y lo que se nos viene encima).
“Pequeño hermano” es una novela necesaria. Para ser precisos, una protodistopía, uno de los posibles caminos que, de no andarnos con ojo, nos pueden conducir a un futuro de férreo control ciudadano como ni siquiera Orwell, con sus pantallas monitorizadotas, fue capaz de imaginar. El gran peligro, además, es que no la senda en que nos encontramos es, de hecho, más insidiosa. Ninguna gran agencia ha entrado (todavía) como un elefante en una cacharrería, pisoteando derechos a diestro y siniestro. Lo que sí está ocurriendo es que, atentado a atentado, bocado a bocado, han ido minando nuestra libertad, y como nadie protesta (no con la suficiente insistencia, o en número suficiente), cada vez son un poco más avariciosos, y el control se extiende a nuevas áreas.
Una de las grandes frases de la novela es “No confíes en nadie por encima de 25”, bajo la premisa de que quienes superamos esa edad estamos atrapados en una estructura mental que nos impele a ceder, a dar pasos atrás en la defensa de nuestra libertad (setenta y cinco años de prosperidad y paz sin precedentes en la historia del mundo nos marcan, sin duda). El miedo al cambio es muy real, pues somos conscientes de que casi todo lo que ha existido en la historia del mundo ha sido peor. Somos rehenes de nuestro sistema socioeconómico, y lo peor es que nuestros dirigentes lo saben. Han olvidado, como nosotros, que son ellos los que nos sirven, no al revés, y sus ansias por mantener el statu quo (que les beneficia) en una dinámica de acelerado cambio tecnológico y obsolescencia de los modelos antiguos, se han convertido en el mayor peligro para nuestra libertad.
Tan sólo necesitan una excusa, y el terrorismo internacional, con sus propios fines retrógrados, está más que dispuesto a proporcionársela.
De todo eso va “Pequeño hermano”. Por eso debería estar reconocida como una de las grandes novelas juveniles de este siglo… y por eso mismo no lo está; y por eso mismo, quizás, ni te hayas enterado de que está publicada en español, desde hace ya seis años. Sí, la editorial (Puck) no es una de las especializadas en literatura fantástica, pero es que la novela fue ganadora del Prometheus y el John W. Campbell Memorial, además de ser finalista del Locus (de novela juvenil) y del premio Hugo (perdiendo en ambos casos, lo cual es una verdadera vergüenza, ante “El libro del cementerio”, de Neil Gaiman… ni siquiera ante la monumental «Anatema» en el caso del Hugo). Fue también finalista del Nebula, que perdió ante «Poderes», de Ursula K. Le Guin. En 2013 Doctorow publicó su secuela, “Homeland” (que ya estoy leyendo).
En cualquier caso, ni siquiera tenéis que fiaros de mi palabra y comprarlo (de buenas a primeras, quiero decir, que yo, después de seguir esa vía, ya he encargado mi copia). Fiel a su filosofía, Cory Doctorow lo tiene disponible (en inglés) para descarga libre y directa en su página web. Tan sólo os advierto de que, después de leerla, quizás sintáis la necesidad no ya de compraros vuestro ejemplar, sino de hacer acopio de unos cuantos para regalárselos a jóvenes cuyo futuro os importe. “Little brother” es de ese tipo de libros.
Otras opiniones:
- En El Final de la Historia
- De Ángela en Ithilien
- En Diacrítica
- De Fernando en Picando Código
- De Interloper en Nudo y Desenlace
- En El Escalpelo Literario
- De David Segura en La Crítica Literaria de David Segura
- En Paseando Entre Páginas
- En Canal Nostalgia
Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:
Me has dejado con muchas ganas de leerla… Lo haré sin duda.
Saludos.
Muchas gracias. Se lee interesante.