All systems red (Sistemas críticos)

Martha Wells es una autora que en los años noventa cosechó cierta relevancia gracias a la publicación de sus tres primeras novelas de fantasía, entre las que destacan las dos iniciales del ciclo de Ile-Rien, que le valieron una nominación al premio Compton Crook («The element of fire», 1993) y otra al Nebula («The death of the necromancer», 1998). Desde entonces, sin embargo, su estrella se había ido apagando, y aunque siguió conservando cierta presencia en el género gracias a su trilogía de la Caída de Ile-Iren y la serie de los Libros de la Raksura, parecía que sus mayores éxitos críticos habían quedado atrás.

En 2017, sin embargo, decidió incursionar en un género que solo había tocado a través de encargos para las franquicias de Stars Wars y Stargate, la ciencia ficción, con una novela corta escrita para Tor.com (con la intención específica de transformarla en audiolibro). Eso imprimió un giro drástico a su carrera, porque «Sistemas críticos» («All systems red») se convirtió de la noche a la mañana en un enorme éxito, que lanzó la serie de Los Diarios de Matabot que le ha reportado hasta la fecha cuatro premios Hugo, cuatro Locus y dos Nebula.

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Las razones de este éxito están rodeadas de cierta polémica, porque si bien casi todo el mundo coincide en señalar lo entretenida que es la serie, también suele mencionarse lo ramplona que es la historia y su absoluta carencia de elementos innovadores. Tras haber leído este primer volumen, creo que puedo conciliar ambas posturas y explicar dónde reside el núcleo de la discrepancia. Antes, sin embargo, repasaré por encima el argumento.

La historia arranca en medio de un ataque por parte de fauna local a un equipo de prospección en un planeta indeterminado. El protagonismo recae en Matabot (Murderbot en el original), una unidad de seguridad (SecUnit) construida con partes biológicas y partes mecánicas que actúa como guardaespaldas de la expedición bajo contrato con la empresa aseguradora. Pronto descubrimos que ha hackeado su propio sistema de control, por lo que ahora es un androide libre, pese a lo cual sigue cumpliendo a rajatabla su misión, en parte por el sentimiento de culpa que arrastra después de que sus sistemas fallaran en una misión anterior y en un arrebato incontrolable matara a todos  sus clientes.

A partir de ahí, la misión va cuesta abajo, pues descubren primero que sus informes de campo preliminares no son fiables, abriendo la posibilidad de un sabotaje, quizás por parte de la propia compañía organizadora; y más tarde se enteran de un ataque al equipo de prospección competidor, que está realizando su actividad al otro lado del planeta. En medio de todas esas tensiones, Matabot y los expedicionarios tendrán que aprender a confiar entre sí y tendrán que superar barreras y prejuicios para lograr siquiera sobrevivir.

Murderbot

En otras palabras, «Sistemas críticos» es algo muy similar a un episodio genérico de cualquier serie de space opera. Incluso la tecnología que describe es genérica. No hay ni un ápice de especulación e incluso el contexto más amplio se describe a base de brochazos gruesos. Si nos ponemos ya con los personajes, todos son de una superficialidad abrumadora, una panda de amiguetes de buen rollo (algo que es increíblemente habitual en la ciencia ficción más reciente), con los villanos tan genéricos que en su caracterización no pasa del color de su uniforme (y solo uno de ellos llega siquiera a hablar). La única excepción es Matabot. Al fin y al cabo, la historia se cuenta desde su punto de vista.

Matabot es una entidad retraída, que evita al máximo cualquier interacción con sus «humanos» (hasta el contacto visual). Prefiere estar en su presencia con el casco opacado y aprovecha cualquier oportunidad para encerrarse en su cubículo (o simplemente aislarse) y dedicarse a ver teleseries, de las que tiene almacenadas miles de horas. A lo largo de la historia se verá en la obligación de tener que interactuar más de lo que le resulta cómodo, especialmente con humanos que (en su mayoría) se muestran amigables y cercanos. He visto en muchas críticas describir esta actitud como perezosa e indolente, pero nada más lejos de la realidad. Matabot es (actúa como) neurodivergente (no hasta el extremo del autismo, pero sí dentro de ese espectro).

Ahí radica, posiblemente, el secreto del éxito de la serie. Hay que contemplar los Diarios de Matabot como una reedición de las antiguas aventuras de space opera que no eran sino fantasías autorrealizadoras dirigidas a chicos jóvenes y socialmente retraídos. Los héroes, en aquellas historias de los años treinta y cuarenta, eran superhombres ultracapaces, tan inteligentes como atléticos (y también bastante capullos, pero eso se les perdonaba). Es un modelo que entró en crisis en los años cincuenta y sobre todo sesenta (cuando empezó a ser incluso parodiado), pero que siguió bien vivo en los márgenes de la ciencia ficción y todavía resurge de tanto en tanto.

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La ciencia ficción de Martha Wells (y otras autoras) es la versión 2.0 de aquella space opera añeja, solo que ahora el público objetivo es femenino. Por lo demás, sigue siendo una proyección de temores y anhelos adolescentes (o de joven adulto, como si dice ahora), que hace uso de un campo conceptual, el de la ciencia ficción, que otorga libertad de acción. Matabot es una versión idealizada de alguien (principalmente una chica joven) con fobia social, que se oculta detrás, literalmente de una armadura, y que a través del ejercicio de su voluntad está abriéndose a otro mundo aterrador… el de las relaciones interpersonales (completa y absolutamente asexuadas por ahora).

La trama en sí es irrelevante (aunque hubiera sido de agradecer un poquito más de esfuerzo, porque el asunto del supuesto sabotaje queda en nada y el conflicto se resuelve de un modo harto simplista y anticlimático). Lo que importa son los procesos mentales de Matabot, la identificación con sus problemas (quizás un tanto exagerados) y el triunfo de, pese a ellos, salvar el día y recibir el reconocimiento por ello (pero de lejos, sin tocar, que corra el aire). La empatía, la identificación emocional con el protagonista, es lo que más se valora de un tiempo a esta parte y, desde luego, es lo que más se premia (sobre todo a raíz de la revolución en el censo de votantes que supuso la reacción contra el torpe intento de manipulación de los Sad/Rabid Puppies en 2013-2017).

«Sistemas críticos» ganó en 2018 los premios Hugo, Nebula y Locus (sustituyendo a la muy similar en el fondo, aunque desde un género diferente, «Cada corazón un umbral«, de Seanan McGuire). Martha Wells y Matabot repitieron Hugo y Locus al año siguiente con «Condición artificial», habiendo publicado también aquel año las novelas cortas «Rogue protocol» y «Exit strategy». En la edición de 2021 se alzó finalmente con los premios Hugo, Nebula y Locus por la primera novela larga de Matabot: «Network effect». Su siguiente novela corta, «Fugitive telemetry» (2021), ganó el premio Locus, pero la propia autora retiró su candidatura al premio Nebula, considerando que tras haber ganado ya dos galardones era preferible que otros autores tuvieran la oportunidad de ganar un Nebula. A todo ello se suma un premio Hugo a mejor serie, concedido a los Diarios de Matabot en 2021.

Otras opiniones:

~ por Sergio en agosto 10, 2023.

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