Immortality, Inc.

En 1992 se estrenó la película «Freejack (Sin identidad)», con Emilio Estevez en el papel de un piloto de carreras que cuando está a punto de morir en un accidente es transportado a un futuro distópico cercano, con el propósito de utilizar su cuerpo para transferir a él la mente de un ricachón viejo. Se trataba de una película claramente influenciada por el movimiento cyberpunk (en su estética), con un par de ideas interesantes, pero una ejecución… mejorable. No fue, desde luego, la peor película de ciencia ficción del año (entre las de cierto presupuesto, yo votaría por «El cortador de cesped» para ese dudoso honor), pero dudo que mucha gente la recuerde hoy en día.

El caso es que al final de la misma se indicaba que estaba basada en una novela de un tal Robert Sheckley, «Immortality, Inc.», y por alguna razón eso llamó mi atención, y desde entonces he sentido cierta curiosidad por conocer el original literario, máxime cuando me enteré de que había sido finalista del premio Hugo. El caso es que no estaba traducida (y sigue sin estarlo), y entre unas cosas y otras, han tenido que pasar casi treinta años para que haya podido satisfacer aquella curiosidad juvenil. Así, de entrada, tengo dos cosas que decir: la película no tiene prácticamente nada que ver con el libro; y el libro es genial.

Robert Sheckley había irrumpido en la ciencia ficción en 1951, y pronto se había forjado un nombre gracias a sus relatos, que a menudo tenían una inclinación humorística. De hecho, hoy en día es conocido sobre todo por los centenares de relatos que escribió, siendo su (relativamente parca) producción novelística bastante menos celebrada. En 1958, tras tener en su haber ya tres antologías, apareció la primera de sus novelas, serializada en las páginas de Galaxy bajo el título de «Time killer». Aquel mismo año, su primera edición como libro independiente fue bautizada como «Immortality delivered», pero todas las siguientes (más de cincuenta) han contado ya con el título de «Immortality, Inc.».

De inicio, la novela no es muy diferente de la película. Thomas Blaine, un diseñador de yates (que trabaja más como publicista que como ingeniero), sufre un accidente de coche en 1958… y se despierta en el año 2110, aunque no en su propio cuerpo, sino en el de un donante, gracias a un proceso de transferencia mental. Las divergencias no dejan de acumularse. Resulta que todo obedece a una campaña publicitaria de una empresa que se dedica a transferir mentes de ricachones moribundos a cuerpos jóvenes y vigorosos (siempre de voluntarios), cuyos usuarios originales han de ser asesinados. 

El truco consiste en que en esa época ha logrado probarse científicamente la existencia de la vida después de la muerte, aunque acceder a esa posibilidad requiere de una suerte extraordinaria, de un trabajo de preparación mental de años… o bien de un procedimiento tecnológico totalmente prosaico aunque, por supuesto, extremadamente caro. A los donantes de cuerpos se les garantiza por medio de este proceso el paso al más allá, dejando a sus familiares, por añadidura, una generosa asignación. Blaine pronto tiene ocasión de ser testigo de todo esto, cuando es invitado al «rejuvenecimiento» del director de la compañía. Sin embargo, algo sale mal y quien acaba ocupando el cuerpo es otra mente descarnada, que además, por haber tardado demasiado en ocupar un sustrato biológico que ya ha empezado a decaer, lo ha convertido en un «zombi». Aparte de la degradación física, todo lo que sabe el zombi es que guarda algún tipo de relación con Blaine, y mientras averigua cuál es, se bautiza a sí mismo como Smith.

A partir de ahí, la historia sigue las andanzas de Blaine mientras intenta adaptarse no solo a ese a menudo incomprensible mundo futuro, sino también a su nuevo cuerpo y a las exigencias que tal vez podría estar planteándole a su mente. La dicotomía (o enfrentamiento) entre mente y cuerpo, espíritu y materia, es así uno de los temas vertebrales de la historia, aunque el motivo central es aún más profundo, porque la gran singularidad del futuro de «Immortality, Inc.» es que se sabe positiva y científicamente que existe vida después de la muerte, y esto es un conocimiento independiente de cualquier posible creencia religiosa que acaba influyendo en todo.

Enfrentados a la certeza de la vida tras la muerte, las actitudes ante la misma son muy diferentes de las nuestras. Así, no es infrecuente que los muy ricos acaben estallando en arrebatos de furia berserker hasta ser abatidos, o que decidan contratar a cazadores para que intenten acabar con su vida cuando se han cansado de esta (empleo que llega a desempeñar Blaine). Eso por no hablar de las cabinas de suicidio (un elemento que toma prestado el primer capítulo de «Futurama», en claro homenaje a «Immortality, Inc.»), o de las leyes que contemplan de un modo permisivo el asesinato de personas que ya tienen asegurado el paso a una nueva existencia.

En definitiva, Sheckley acaba construyendo una gran sátira sobre la inevitabilidad de la muerte, abordando la cuestión metafísica desde el más estricto materialismo, lo cual supone un enfoque totalmente original, que convierte una novela que en manos menos hábiles hubiera podido quedar en una simple broma (aparte de zombis, «Immortality, Inc.» racionaliza también los fantasmas, que son mentes humanas que se han quedado un tiempo en el Umbral, antes de pasar a lo que quiera que sea la auténtica vida ultraterrena) en una sorprendentemente reflexión en torno al sentido de la existencia y la esencia misma del ser humano. En ese sentido, lidia también brevemente con el intercambio mental, que más adelante sería la base de su novela «Truque mental» (1965).

Tras una superficie jocosa, que invita a tomarla como un divertimento ligero, «Immortality, Inc.» oculta capa sobre capa de sublecturas, y si bien es verdad que hay algunas subtramas que hubieran agradecido un poco más de desarrollo (por ejemplo, la romántica, que queda apenas esbozada, como si hubiera sido incluida por obligación), en su conjunto es una novela tan divertida (con un humor a menudo negro…) como incisiva (…e irónico), que pese al tiempo transcurrido (algo que se percibe claramente en algunas actitudes de Blaine) sigue siendo igual de interesante que cuando se escribió.

Como adelantaba, «Immortality, Inc.» fue finalista del premio Hugo de 1959, una edición que incomprensiblemente ganó James Blish con «Un caso de conciencia» (probando tal vez que un exceso de humor constituye un serio obstáculo para que te tomen en serio, porque la disparidad en la calidad de ambos títulos es más que notable). El quinteto de finalistas se completó con «We have fed our sea…«, de Poul Anderson; «¿Quién?«, de Algis Budrys; y «Consigue un traje espacial, viajarás«, de Robert A. Heinlein.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en abril 21, 2021.

Una respuesta to “Immortality, Inc.”

  1. Aquí uno que recuerda ambas películas (aunque no que «El cortador de césped» fuera tan mala XD), pero no conocía la novela. Me la apunto porque pinta francamente bien.

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