Una princesa de Marte

En 1911 el mercado de las revistas pulp, que había comenzado en octubre de 1896 con la remodelación de la revista The Argosy como publicación sólo de ficción para un público adulto (los niños, su mercado inicial, no mantenían la suscripción), estaba en plena explosión. Aquella revista, que había empezado con unos pocos miles de ejemplares por número, para 1902 ya tenía una tirada superior al medio millón. El mercado pronto se diversificó, y empezaron a surgir títulos que pelearon por ese nicho comercial recién descubierto. En 1903, Street&Smith lanzó The Popular Magazine, la revista que introdujo las portadas a todo color, y en 1905 los editores de Argosy duplicaron las apuestas con All-Story. Pronto, toda un pléyade de títulos (Blue Book, Adventure, Short Stories) estuvo disponible.

En las páginas de los pulps, unas publicaciones claramente orientadas hacia la aventura y el escapismo, los lectores americanos descubrieron mayoritariamente, por ejemplo, a Henry Rider Haggard y sus imperios perdidos (a partir de una serialización muy popular de «Ayesha» en The Popular Magazine), y empezaron a disfrutar de las primeras muestras de fantasía y ciencia ficción autóctona, inspirada sobre todo en la novela de aventuras victoriana. Entre estos lectores se contaba un comercial (de sacapuntas) medio arruinado tras haber desempeñado un ingente multitud de oficios con poco beneficio y crecientes cargas familiares.

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Dada la voracidad del nuevo mercado, descontando de la ocasional reimpresión de clásicos, la calidad no era precisamente la cualidad más destacable de los textos que nutrían las páginas amarillentas de los pulps. Así que este comercial pensó que podía escribir tan bien o mejor que cualquiera de ellos y en el número de febrero de 1912 de All-Story empezó a serializarse su primera novela, bajo el título de «Under the moons of Mars» y bajo el seudónimo de Norman Bean. Aquella aventura, surgida casi de la nada, llegaría a ser la más influyente de la historia de la literatura fantástica estadounidense.

Cinco años después, en 1917, se recopiló en forma de libro, recuperando el título de «Una princesa de Marte» («A princess of Mars»), algún capítulo eliminado en la serialización y el nombre real de su autor, Edgar Rice Burroughs, que en el interín había alcanzado fama y fortuna, sobre todo gracias a su segundo personaje, Tarzán, del que por entonces ya había escrito seis de las veinticinco novelas que comprenderían su más extenso ciclo. Las historias de Marte (Barsoom) tampoco se quedarían en un único volumen, sino que llegarían a los diez títulos antes de la muerte del autor en 1950, más un recopilatorio adicional, en colaboración con uno de sus hijos, que apareció en 1965.

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Retrocedamos, sin embargo, a sus antecedentes. Las raíces de la literatura pulp americana cabría encontrarlas en la literatura popular europea: el folletín francés e inglés decimonónico para personajes y situaciones y la novela victoriana de aventuras para los escenarios. El primer gran autor estadounidense del género fue quizás Fenimore Cooper, seguido por Mark Twain, siendo el primero que se forjó como escritor profesional en el naciente mercado de las revistas Jack London, quien tras coquetear con la literatura fantástica en sus inicios acabó decantándose por aventuras más realistas.

En gran medida, el principal motor de la aventura es el descubrimiento de nuevos territorios y maravillas, en un mundo que se estaba quedando a pasos agigantados sin territorios vírgenes que explorar. Haggard imaginó civilizaciones ignotas en el corazón inexplorado de África (escenario que explotaría Burroughs con Tarzán) y el mapa todavía mostraba territorios en blanco (el interior de los desiertos y grandes selvas tropicales), pero ello impone límites a la imaginación (pues un imperio demasiado grande no hubiera podido dejar de ser percibido). Así pues, en su búsqueda de la maravilla los escritores de aventuras (antes de que se les ocurriera siquiera inventar mundos de la nada) dirigieron sus ojos a otros lugares: el pasado lejano, el futuro ignoto… o los planetas hermanos del Sistema Solar.

PrincesaMarte

«Una princesa de Marte» comienza con una presentación del propio Burroughs, que fabula con la existencia de un tío suyo, veterano de la Guerra Civil (en el bando sudista), que poco antes de «morir» le confía sus bienes y memorias. Éstas, que comprenden la mayor parte de la novela, narra sus extraordinarias aventuras en Marte, lugar al que su cuerpo (o una copia del mismo) fue trasladado tras esconderse en una misteriosa cueva huyendo de los indios.

Este personaje, John Carter, es un buen mozo, de casi metro noventa de altura y unos treinta años de edad aparente (aunque en la práctica parece ser inmortal, como muchos de los personajes de Burroughs). En Marte descubre que su musculatura terrestre le proporciona una fuerza y agilidad desproporcionadas con respecto a su tamaño (hasta el extremo exagerado de permitirle dar saltos de treinta metros), también descubre un planeta moribundo, con sus antiguos océanos evaporados siglos ha y una atmósfera que tiene que ser activamente enriquecida en oxígeno para permitir la vida.

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Los habitantes de Marte (o Barsoom, como lo llaman ellos) forman culturas endurecidas por siglos de penurias. En el pasado lejanísimo hubo una raza blanca, que supuso la cima de la civilización. Extinguida, sus descendientes son los marcianos rojos (como los terrestres, aunque ovíparos y con una pigmentación rojiza en la piel, producto de la hibridación entre la raza blanca ancestral y otras dos, negra y amarilla respectivamente, también presuntamente extintas), que han desarrollado una cultura guerrera pero no carente de sus propios logros, en la que se funden tecnologías avanzadas (como la que les permite volar por repulsión) con actitudes y armas más propias de la antigüedad terrestre. La otra raza predominante de Marte es la verde, monstruosos seres de casi cinco metros de altura y seis extremidades, organizados como una sociedad guerrera que no conoce el amor y tan sólo respeta las aptitudes marciales.

Por una concatenación de acontecimientos, John Carter acaba como prisionero/caudillo de una tribu de marcianos verdes, donde conoce a (casi se podría decir que es adoptado como protegido por) Tars Tarkas, cuyo papel bien podría describirse como el del prototípico noble salvaje. La historia se complica cuando la princesa roja de la ciudad estado de Helium, Dejah Thoris, es igualmente apresada, despertando la caballerosidad (y el amor) de John Carter, que se propone liberarla y devolverla a su abuelo.

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Sigue una concatenación de aventuras, a cual más fantástica (la intención de Burroughs fue firmar la historia como Normal Bean, para indicar que en el fondo era un tipo bastante corriente, aunque se inventara todas esas locuras, mas acabaron «corrigiéndole» la tipografía como «Norman»), mientras Carter pelea su camino entre marcianos verdes (de varias tribus) y rojos (incluyendo los habitantes de la ciudad de Zodanga, enemiga de Helium), involucrado en un conflicto a múltiples bandas, sin permitirse abandonar su caballerosidad sureña (aunque también sin permitirle desprecio a nadie) y demostrando excepcionales aptitudes, tanto en la guerra como en la diplomacia.

Desde una perspectiva moderna muchas de sus aventuras nos suenan de algo, con giros no tan inesperados y escenas poco menos que tópicas. Lo que debe resaltarse es que si esto es así es porque «Una princesa de Marte», así como el resto de la serie de Barsoom, se convirtió en fuente de inspiración para varias generaciones de estadounidenses, dedicados a la literatura (Arthur C. Clarke, Jack Vance, Leigh Brackett, Ray Bradbury, Philip José Farmer, Robert E. Howard… y docenas más), el cine (Steven Spielberg, James Cameron o George Lucas se han confesado admiradores) e incluso la ciencia (siendo una serie popular entre los pioneros de la exploración espacial, como el propio Carl Sagan).

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Es posible que a nivel literario la historia resulte bastante plana, con malos diálogos (un defecto de Burroughs), personajes unidimensionales, ideas anticuadas (en cuestión de colonialismo y roles sexuales…  hay que tener en cuenta que se escribió antes de la Primera Guerra Mundial) y algún que otro giro forzado, pero no se le puede negar una inventiva desbocada, que va construyendo sobre la marcha todo un mundo nuevo, repleto de maravillas. Pese a lo antedicho, lo cierto es que conserva una vigencia que para sí quisieran muchas obras de su época, y aún es perfectamente disfrutable. Nunca pretendió ser más que escapismo puro, y quizás por eso, por estar tan bien adaptada a su función, ha perdurado.

De nuevo desde una perspectiva moderna no podemos sino considerar las historias de Barsoom (así como las de Carson Napier de Venus, Pellucidar o Caspak) como fantasía (precursora directa de la espada y brujería), aunque por aquel entonces la separación entre fantasía y ciencia ficicón estaba poco definida, y en «Una princesa de Marte» se aprecia la intención de apoyarse en los descubrimientos científicos más recientes (con un rigor, eso sí, tendente a cero). Así, el Marte agonizante, surcado por canales de riego que conectan las ciudades estado, proviene de la obra de Percival Lowell (el tercero de sus libros al respecto, «Mars as the abode of life», es de 1908), la munición explosiva de los marcianos verdes contiene radio (aislado por Marie y Pierre Curie en 1910, elemento también empleado por Henry Rider Haggard en «Cuando el mundo se estremeció«, de 1919) y se aprecian ecos de las investigaciones en torno a la naturaleza de la luz (Philip Lenard, Albert Einstein…). Todo ello a un nivel de documentación casual.

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Más que ninguna otra novela, «Una princesa de Marte» marcó la evolución del género fantástico en EE.UU. A su sombra nació todo un subgénero, el Romance Planetario (que llegó a tener su propia revista pulp, Planetary Stories, aunque también era común en otras como Startling Stories), nacieron iconos del cómic, como Buck Rogers o Flash Gordon, y se exploraron con la imaginación mundos cada vez más distantes. Con posterioridad hubo otros títulos mejores, y sin duda mejores escritores, pero Burroughs abrió el camino que seguirían tantos otros por al menos cuarenta años (cincuenta en el caso de la fantasía), hasta que las corrientes americana e inglesa se refundieron, e incluso con posterioridad disfrutó de una especie de renacimiento nostálgico en los años sesenta, de la que surgieron obras como las Crónicas de Gor de John Norman o los Dragones de Pernn de Anne McAffrey.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en abril 4, 2014.

5 respuestas to “Una princesa de Marte”

  1. Hola, Sergio.
    Por obvias razones bien conocidas por ti, no podía dejar de reparar (y alabar) este comentario, tan prolijo en los detalles especialmente.
    No sé si seguirás profundizando en las andanzas del virginiano sudista en Marte (no sé hasta qué punto Twain fue una influencia para estas historias de Burroughs), pero descubrirás, en siguientes novelas, cuánto al albur, y poco cuidado, el autor tenía el escenario de Barsoom.
    Aun así, espero disfrutes estas lecturas.
    Una cuestión: ¿has leído Doc Savage? De ser así, apreciarás qué meticuloso era Lester Dent en comparación. Dent ya llegaba (más bien, pienso, lo asentaba con todas sus características bien afirmadas) al pulp en estado más maduro que Burroughs, Cierto, Burroughs era una especie de avanzado pionero, pero se aprecia la profesionalidad de uno comparado con el otro.
    Saludos.

    • Sabía que te estaba invocando, Antonio.

      No, por ahora no voy a seguir, que aún me quedan 90 años de evolución del género por delante. De todas formas, no hace falta ir muy lejos, que ya se aprecia en esta novela que los acontecimientos van llegando a golpe de inspiración, con poca o ninguna planificación previa. En realidad, la obsesión por estandarizar y estructurar aún tardaría décadas en emerger. No era coherencia lo que se le pedía al pulp (y Burroughs nunca dejó de escribir pulp).

      A Doc Savage aún lo tengo pendiente.

  2. Eres cativo, Sergio, jaja.
    Doc Savage será una gran sorpresa, ya verás, siempre que lo contrastes con Burroughs, claro.
    Y, cierto, éste nunca tuvo más aspiración que cobrar por su trabajo y hacernos pasar un agradable rato. Loable su honradez.

    • Ya veremos, ya veremos. Por ahora no me llama mucho darle un tiento al Hombre de Bronce. Respecto a Twain, me refería más a su influencia sobre la literatura popular estadounidense en su conjunto, pero me da que «Una princesa de Marte» le debe más que un poco a «Un yanki en la corte del rey Arturo».

  3. […] misma revista su primera novela, “Under the moons of Mars” (que acabaría compilándose como “Una princesa de Marte” y daría inicio a la serie de Barsoom), pero fue aquélla, su segunda obra, “Tarzán de los […]

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