Ruta de gloria

En los Hugo se ha dado algún caso de autores obteniendo nominaciones, e incluso galardones, casi por incercia. El primero de ellos y uno de los más beneficiados fue sin duda Robert A. Heinlein. Apoyado quizás en el prestigio y reconocimiento entre los aficionados que le dio su larga etapa juvenil y su exitoso salto a una producción más ambiciosa, siguió acumulando finalistas, incluso con candidatos obviamente deficientes, hasta casi el final de su carrera (cuando su decadencia resultó ya imposible de ignorar). Tal es el caso de «Ruta de gloria» («Glory road», 1963), una de sus escasas incursiones en la fantasía (aunque disfrazada de ciencia ficción, como era costumbre en la época), que se impuso también a «Hija de Marte», la otra novela de Heinlein de aquel año.

La novela sigue las aventuras de E. C. Gordon, licenciado del ejército de una guerra que podría o no ser la de Vietnam (los EE.UU. todavía no habían entrado oficialmente en guerra), quien se encuentra con año libre por delante antes de tener que regresar a su hogar y reempreder cualesquiera planes que tuviera para su futuro. Tras una serie de digresiones, acaba en una comunidad nudista francesa y allí se tropieza con una rubia escultural y atiende a un extraño anuncio en un periódico que busca un héroe bajo una descripción que se le ajusta como anillo al dedo.

Al final, resulta que la solicitante es la rubia, llamada Star, y la empresa para que se le requiere implica un viaje transdimensional, en busca del Huevo del Fénix, en poder de una fuerza maliciosa. De modo que para allá que parte Gordon (rebautizado como Oscar… en referencia a la cicatriz, «scar», que cruza su cara), Star y su viejo asistente, Rufo, embarcados en la Ruta de Gloria, que los llevará por distintos planos hasta alcanzar la torre, sita en un mundo muerto, donde los enemigos de la chica guardan bajo terribles protecciones ese premio.

En «Ruta de gloria» hay en realidad dos novelas en conflicto. Por un lado, tenemos un homenaje al género de fantasía por parte de uno de los autores de ciencia ficción más influyentes de la Edad de Oro. Sobre el modelo de las farsas de James Branch Cabell («Jurgen, una comedia de justicia«), Heinlein se las arregla para referenciar desde «Alicia en el País de las Maravillas» hasta Conan, pasando por Talbot Mundy (Jimgrim), Edgar Rice Burroughs (las aventuras de John Carter) y hasta Tolkien (por «El hobbit«, que «El Señor de los Anillos» aún no se había publicado en los EE.UU.). Del mismo modo, parece evidente que «Ruta de gloria» influyó al menos en el ciclo de Xanth de Piers Anthony, muy posiblemente en las Crónicas de Thomas Covenant el Incrédulo de Stephen R. Donaldson y quizás hasta en la Saga de la Torre Oscura de Stephen King.

Por otro lado, sin embargo… Por otro lado tenemos una vergonzante fantasía juvenil, pergueñada por un cincuentón chocho (inconsciente de su condición), con un machismo rampante y sustituyendo las incómodas diatribas políticas del primer período del autor por las incómodas diatribas (y desvaríos) sexuales de su último período (sin que falte la casi-justificación de la pedofilía… si la niña en cuestión es suficientemente madura, por supuesto).

Hacia el final de su carrera, la ficción de Heinlein fue inclinándose cada vez más hacia el revanchismo subrogado y «Ruta de gloria» podría interpretarse como un adelanto de lo que vendría después (en títulos como «El número de la bestia» o, sobre todo, «El gato que atravesaba las paredes» y «Viaje más allá del crepúsculo»). Aquí empezamos con una pataleta en contra del ejército (apenas unos años después de idealizarlo con «Tropas del espacio«) y sigue con una fantasía de autorrealización en toda regla, con un personaje central que es un gilipollas integral (lo cual no deja de ser curioso pues, como suele ser habitual en su ficción, no es sino un trasunto del propio autor), con la típica mujer fuerte e independiente que se pliega al menor de sus deseos e incluso pullas nada disimuladas contra la democracia.

Viviendo en su randianamente utópica Central (un mundo, que digo, un multiverso, que se rige por el «dejar hacer», sin que el estado intervenga más que en los casos más graves de conflicto y a golpe de autoritarismo dictatorial), el Viejo Heinlein de turno, en este caso, un disminuido Rufo, lanza sus dardos contra la estúpida idea de que la opinión de cualquiera (uno de esos mindundis descerebrados, quizás como los que frustaron la carrera política del propio Heinlein) valga lo mismo que la de cualquier otro mucho más capacitado (él, por ejemplo).

Algunos alaban de la novela que no concluya tras el triunfo de la búsqueda, sino que explore el qué pasó después y el cómo se ajusta el héroe a la vida postaventurera; y sí, algo de eso hay. Profundizando un poco, sin embargo, no me cuesta observar ahí el reflejo de una crisis de mediana edad de caballo… lo cual no estaría mal, si no fuera porque Heinlein no parece ser consciente de que es eso lo que está plasmando (para él, Oscar es demasiado macho para soportar la inactividad y una vida regalada como acomodado consorte de la emperatriz del multiverso)

En otras palabras: «Ruta de gloria» es mala. Tal vez por que al ser literalmente una fantasía, es posible que en ella, libre de la estructura intelectual más rígida de la ciencia ficción, se aprecia un atisbo de la autocomplacencia a la que se entregaría desaforadamente más adelante.

El premio Hugo de 1969 lo ganó la meritoria «Estación de tránsito«, de Clifford D. Simak, si bien hubo cierta controversia alentada por quienes apostaban por la más moderna «Cuna de gato«, de Kurt Vonnegut; ahondando en la science-fantasy, Andre Norton obtuvo su única nominación por «Mundo de Brujas«; mientras que Frank Herbert amagó con «Dune world», la primera (y parcial) versión de lo que en un par de años acabaría convirtiéndose en «Dune«.

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~ por Sergio en diciembre 26, 2021.

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