Historia del futuro I
La entrada de Robert A. Heinlein en el campo de la ciencia ficción fue tan súbita como resonante. Su primera venta y primera publicación fue «Línea de vida», en el número de agosto de 1939 de Astounding, y desde ese mismo instante se convirtió en uno de los protegidos de John W. Campbell (aunque a los treinta y pico años era algo mayor que la media). Fue precisamente Campbell quien en febrero de 1941 hizo público que sus historias de ciencia ficción se ambientaban a lo largo de una línea temporal única, conformando una suerte de Historia del Futuro (Future History), que se extendía desde prácticamente aquella misma época hasta unos tres siglos en el futuro.
La de Heinlein no fue la primera historia del futuro. La idea se remonta unos años antes, al inicio de las historias del profesor Jameson de Neil R. Jones (1931) o al «Esquema de los tiempos futuros» de H. G. Wells (1933), pero con el impulso de Campbell, que siempre estaba buscando formas de incrementar las ventas de su revista, la Historia del Futuro de Heinlein (quien posiblemente no tenía originalmente más que una idea vaga al respecto y a quien nunca le terminó de gustar la etiqueta) se convirtió en el arquetipo que sirvió de modelo a muchas de las que llegaron detrás. Para mayo de ese mismo año, en el mismo número en el que se publicaba la novela corta «Universo», Campbell incluyó el esquema cronológico que había prometido dos meses antes, quedando así ya definitivamente consolidado el concepto.
El grueso de las historias que componen la Historia del Futuro se publicaron originalmente entre 1939 y 1950, con un hiato de cinco años, entre 1942 y 1946, en los que Heinlein estuvo ocupado contribuyendo como ingeniero al esfuerzo bélico de su país durante la Segunda Guerra Mundial. Fueron en total veinte cuentos y novelas cortas, que se vieron ampliadas con dos cuentos breves en 1957 y 1962, antes de ser recopiladas en 1967 en un volumen titulado «The past through tomorrow» (título que sin duda Heinlein encontró más evocativo que el de «Future history», aunque evidentemente no cuajó). Las ediciones en tapa blanda de esta antología prescinden de dos novelas cortas: «Universo» y «Sentido común», que ya había unido en 1963 para conformar la novela «Huérfanos del espacio», y las ediciones en español de «Historia del futuro» (ya sea en dos o cuatro tomos) hacen lo propio.
Con posterioridad, Heinlein publicaría cuatro novelas con protagonismo completo o parcial del personaje más emblemático de la Historia del Futuro, Lazarus Long (tras ampliar la novela corta de 1941 «Los hijos de Matusalén» como novela en 1958, bajo el título de «Las cien vidas de Lazarus Long«). Son «Tiempo para amar» (1973), «El número de la bestia» (1980), «El gato que atraviesa las paredes» (1985) y «Viaje más allá del crepúsculo» (1987). Aun pertenecientes a una misma continuidad (más o menos, con el correr de los años Heinlein introdujo y justificó diversas discrepancias), estas aportaciones tardías no suelen considerarse parte integral de la serie (como tampoco otras que comparten de forma general el mismo marco, como «La Luna es una cruel amante» o varios de los juveniles).
Volvamos, sin embargo, a 1940, porque caracterizar al aficionado promedio a la ciencia ficción de esa era es importante para explicar el éxito instantáneo cosechado por Heinlein en general y su Historia del Futuro en particular. En su mayoría, el público consumidor de revistas de ciencia ficción durante la Edad de Oro eran hombres jóvenes, no ya adolescentes, como en la década previa (ese mercado empezaba a ser dominado por el cómic), sino estudiantes universitarios o incluso recién licenciados en carreras técnicas. Precisamente a ese segmento apunta la ficción de Heinlein, con un optimismo tecnológico parejo tan solo a la arrogancia sin límites de sus protagonistas, en quienes los lectores podían ver cumplidas sus más locas fantasías de respetabilidad y competencia.
Todo ello es ya central en «La línea de la vida» («Line of life», agosto de 1939), el primer cuento tanto de la Historia del Futuro como de Heinlein. Se trata de un relato de ambientación casi contemporánea en el que un científico inventa un procedimiento para poder calcular, científicamente y con absoluta exactitud, el lapso de vida que le resta a cualquier sujeto de prueba. De forma harto notable, plasma ya uno de sus característicos protagonistas, el profesor Hugo Pinero, que armado con la fuerza de la razón, se enfrenta al anquilosado establishment científico y desafía con éxito a los grandes poderes económicos (encarnados en esa época en las empresas de seguros). También es característica la perspectiva del ingeniero, que se preocupa más por la aplicación práctica de la ciencia que por los detalles finos, logrando así una especulación que en muchos casos aguanta sorprendentemente bien el tipo, tantas décadas después. Centrándonos en el relato en sí, la idea es buena, pero el desarrollo resulta un tanto pobre. Se percibe apresurado en exceso, lo cual es de esperar en una obra primeriza.
Mejor estructurada está «Las carreteras deben rodar» («The roads must roll», agosto de 1940, siendo ya historia de portada de Astounding). El planteamiento, en este caso, resulta en persectiva poco creíble, pues nos describe unos EE.UU. en los que las carreteras han sido sustituidas por gigantescas cintas transportadoras que en su zona central se mueven a ciento cincuenta kilómetros por hora (una extensión gargantuesca de los pasillos rodantes que eran un elemento habitual en la ciencia ficción de la época), gracias a la energía soalr. El protagonista es en este caso Larry Gaines, ingeniero jefe la carretera Diego-Reno (y ex-militar), quien tiene que enfrentarse a una crisis cuando un grupo de trabajadores se declara en huelga y sabotea la línea rápida, provocando potencialmente pérdidas millonarias (y alguna que otra muerte).
La historia, con cierto tufillo antisindicalista, pronto deviene en una aventura de acción, cuando Gaines organiza un contraataque para retomar el control de la infraestructura afectada. La resolución, sin embargo, apela más a la psicología que a las capacidades físicas, decantándose de nuevo por los protagonistas cerebrales. Otro elemento que se repetiría en obras subsiguientes es el concepto de deber y la elevada exigencia moral que implica la responsabilidad y como anécdota añadiría que, aunque la idea de las carreterras rodantes es grotesca, Heinlein describe un vehículo de transporte unipersonal que bien podría ser la primera descripción de un segway… sesenta y un años antes de que se pusieran a la venta.
La primera novela corta (según la cronología interna) de la Historia del Futuro es «Ocurren explosiones» («Blowups happen», septiembre de 1940, aunque la versión que se sigue reimprimiendo es la revisada de 1946). En ella Heinlein realizó un extraordinario ejercicio especulativo que hoy, con la perspectiva de los años, tal vez nos puede parecer poco destacable, aunque no lo fue en modo alguno, porque la historia trata sobre la gestión de una pila nuclear para la obtención de energía… escrita dos años antes de que se produjera la primera reacción nuclear artificial autosostenida en la Chicago Pile-1, en el seno del ultrasecreto proyecto Manhattan para más inri.
Heinlein posiblemente se basó en información filtrada desde la universidad de Berkeley, donde ese mismo 1940 se aislaron los primeros elementos transuránicos (neptunio y plutonio), la misma información que dos años después emplearía Lester del Rey para su novela corta «Nervios«. Como es lógico suponer, la especulación yerra muchos de los detalles técnicos (sobre todo cuando empieza a sugerir propiedades casi mágicas a los nuevos isótopos radioactivos), pero en otros se muestra sorprendentemente acertada.
Ya en esta temprana etapa de su desarrollo, la posibilidad de un accidente nuclear constituye el conflicto en torno al cual gira la historia, prestando especial atención a la posibilidad, enunciada por algunos científicos contemporáneos, de que la reacción en cadena, bajo ciertas condiciones, no pudiera atenuarse y provocara la destrucción del mundo. Los responsables de la planta se encuentran ante un dilema, pues la energía que aporta el reactor es imprescindible para el desarrollo de la civilización, pero esa amenaza constante de explosión, que ya está provocando estragos entre los técnicos, es demasiado grave como para ser ignorada y, por fortuna, la ciencia acude (como siempre ocurre con el optimista de Heinlein) al rescate en el último minuto (aunque sigue siendo necesaria cierta presión astuta por parte de los protagonistas para forzar la mano de los accionistas y obligarlos a adoptar la decisión correcta).
El último texto que trataré ahora es la novela corta «El hombre que vendió la Luna» («The man who sold the moon», 1950). Al contrario que el resto, esta historia no se publicó originalmente en las páginas de Astounding, sino en un volumen propio (auspiciado también por Campbell) bajo el título «The man who sold the moon: Harriman and the escape from Earth to the Moon!». Posiblemente, la intención fue rubricar con este título toda la Historia del Futuro, pues tras él no volvió a publicar ninguna otra historia perteneciente al ciclo hasta 1957 (y solo sumaría otro breve añadido en 1962). Aquel volumen era muy similar al publicado aquí por Orbis como «Historia del Futuro I», salvo que también incluía «Hágase la luz» («Let there be light», 1940), un cuento que cronológicamente sería anterior a «Las carreteras deben rodar», pero que no fue incluido en «The past through tomorrow» (posiblemente por no ajustarse ya a las ideas políticas de Heinlein) y que por tanto solo se ha editado aquí por Nebulae en el volumen «El hombre que vendió la Luna»… que sin embargo omite «Réquiem» (1940), la historia del último gran empeño de Harriman, a su vejez.
Sí, la Historia del Futuro ha tenido una historia editorial complicada. Lo que nos importa ahora es analizar «El hombre que vendió la Luna», la novela corta, que mereció, por cierto, el premio retroHugo en 2001 (por delante de «Los cristales soñadores» de Theodore Sturgeon; «La búsqueda de la Fundación», que formaría parte de «Segunda Fundación», de Isaac Asimov; «Retorno al mañana» de L. Ron Hubbard; y «Last enemy», de H. Beam Piper, perteneciente a su serie de la policia paratemporal). El protagonista de la historia es D. D. Harriman un hombre de negocios visionario cuyo último empeño es llegar a la Luna y hacerlo al margen de los gobiernos, convencido de que es la empresa privada la que tiene que llevar a cabo el esfuerzo para evitar que las naciones extiendan sus luchas al espacio.
Supongo que el disfrute que puedas sacar de la novela corta dependerá de lo bien o mal que te caiga Harriman y, por tanto, de lo mucho o poco que puedas empatizar con sus esfuerzos por lograr su objetivo… a cualquier precio y recurriendo a cualquier treta imaginable, incluyendo el chantaje, la estafa, la explotación descarada de las ilusiones de los niños para despojarlos de su dinero céntimo a céntimo, el espionaje industrial (bordeando el robo de secretos de estado), la creación de falsas sociedades no lucrativas como pantalla de sus operaciones… oh, por no hablar de la apropiación indebida de un bien como la Luna por la simple razón de ser el primero en pensar en registrarla a su nombre para poder ir vendiendo terrenitos (y quien piense que es muy descabellado, que sepa que hay un estadounidenses, Dennis Hope, que lleva treinta años vendiendo parcelas lunares porque se le ocurrió algo parecido… y aunque son «baratas», lleva acumulados más de nueve millones de dólares).
Harriman incluso tiene la desfachatez de autoproclamarse como el último de los barones ladrones (un término despectivo utilizado a finales del siglo XIX para referirse a los empresarios sin escrúpulos que aunaban poder económico, influencia política y control mediático para crear monopolios sustentados en prácticas explotativas. Lo curioso es que en la mente de Heinlein eso parece ser algo positivo. Autodefinido como ultralibertario, en realidad la suya es una apología del capitalismo más salvaje, con una visión idealizada sobre los altos propósitos de un vendehumos que en realidad no sirve para nada (solo tiene grandes y vagas ideas… y logra que otros paguen las facturas y unos terceros se ocupen de los farragosos detalles técnicos).
Lo curioso es que ese tipo de «empresario» sigue siendo aclamado en los EE.UU. (y en otras partes del mundo), cuando auspiciados por su patrón San Edison, no son más que comerciales con talento para los trapicheos, una absoluta falta de moral, una ambición desmedida, algo de suerte (sobre todo en los inicios, luego ya son demasiado grandes como para hundirlos) y una creencia a prueba de bombas respecto a su propia genialidad (véase Steve Jobs, Jeff Bezos, Elon Musk… o incluso Donald Trump). Son gente que han asumido grandes riesgos en su vida y que les ha salido bien la jugada y que por ello se creen validados. Por entrar en la mente de una de esas personas, tal vez valga la pena leer «El hombre que vendió la Luna» (aunque un título más correcto sería «El hombre que robó la Luna»… por mucho que el Tratado del Espacio, que estableció como patrimonio común de la humanidad todos los cuerpos celestes, incluido nuestro satélite, no se firmara hasta 1967).
Buscando algo positivo que decir de la novela corta, podría hablar de cómo especula con los desafíos tecnológicos de la empresa, adelantándose en unos diez años a la auténtica carrera espacial (aunque infravalorando también de forma notable las dificultades y los riesgos de poner un hombre en la Luna y cometiendo más errores que aciertos en sus predicciones). En aquellos momentos, pocos estadounidenses estaban interesados en hollar nuestro satélite, no digamos ya establecer una colonia en su superficie. En ese sentido, cabe entender «El hombre que vendió la Luna» como un sueño romántico (que se relaciona con el mito fundacional estadounidense de los pioneros y la expansión de fronteras). Lástima que todo ello se asocie al típico personaje idealizado heinlenita (que, como comento en otras reseñas bien podría ser una fantasía compensatoria, destinada a aliviar las frustraciones del propio autor).
Con «El hombre que vendió la Luna» la Historia del Futuro de Heinlein llega hasta el año 1978. Durante esta primera fase, que podría considerarse de futuro cercano, anticipándose un máximo de veintiocho años, los cambios son sobre todo tecnológicos y se relacionan con avances que ya estaban en desarrollo incipiente como la energía atómica y el vuelo espacial, e incluso en sus predicciones fallidas (como las carreteras rodantes) hay un elemento anticipativo sólido (la migración hacia los suburbios propiciada por las facilidades de transporte, gracias al desarrollo de las autopistas). Curiosamente, la Segunda Guerra Mundial no parece afectar en absoluto el desarrollo de la Historia del Futuro de Heinlein, que deviene así en una suerte de historia paralela o alternativa.
A nivel temático y formal, se percibe que Heinlein aún estaba desarrollando su estilo e incluso que a nivel ideológico todavía no había terminado de concretar sus posturas filosóficas (posiblemente también sea apreciable en mayor medida las influencias externas, en particular de parte de Campbell). Los grandes ejes de su ficción, así como sus personajes prototípicos, empiezan sin embargo a aflorar, dando como resultado unos textos con personalidad propia. Eso y la conexión emocional con el público objetivo de las revistas de ciencia ficción que ya he comentado, junto con la atractiva seguridad que transmiten sus personajes, explica el éxito del autor y su inmediata entronización como una de las principales voces del género (por otro lado, posiblemente esa misma conexión íntima con el zeitgeist de los años cuarenta en los EE.UU., junto con la obsolescencia de sus vertiente especulativa, explique también el porqué su popularidad ha ido decreciendo poco a poco).
Otras opiniones:
Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:
- Cadete del espacio (1948)
- El granjero de las estrellas (1950)
- Amos de títeres (1951)
- Los Stone (1952)
- La bestia estelar (1954)
- Estrella doble (1956)
- Las 100 vidas de Lazarus Long (1958)
- Consigue un traje espacial, viajarás (1958)
- La desagradable profesión de Jonathan Hoag (1959)
- Tropas del espacio (1959)
- Forastero en tierra extraña (1961)
- Ruta de gloria (1963)
- La Luna es una cruel amante (1966)