Génesis

«Génesis» (2000) fue la última novela publicada en vida por Poul Anderson (le siguieron dos póstumas), y posiblemente como homenaje a su extensa e influyente carrera recibió en 2001 el premio John W. Campbell Memorial, que debió de fallarse poco antes de su muerte, a finales de julio de ese mismo año.

El caso es que «Génesis» no puede considerarse en modo alguno una buena novela, o quizás sea que no puede considerarse en propiedad una novela, consistiendo más bien en una serie de viñetas plasmadas con más o menos pertinencia en torno a una vaga idea central. En otras palabras, el libro se lee más como exploración filosófica que como obra de ficción, aunque por desgracia la tesis queda cualquier cosa menos clara.

A grandes rasgos, «Génesis» pretende en parte plasmar un gran fresco de la historia futura del hombre, o mejor dicho de las inteligencias artificiales que descienden y contienen al hombre. A ese respecto, tenemos dos personajes principales, Christian Brannock, un astronauta de los inicios de la exploración espacial, cuya mente fue una de las primeras en integrarse en un sistema informático, alcanzando así una suerte de inmortalidad, y Laurinda Ashcroft, una mujer quizás un par de siglos posterior, que vivió en una época en que la inteligencia artificial central de la Tierra empezaba a hacerse con el control absoluto del destino del planeta.

Miles de millones de años después, la inteligencia central de Alfa de Centauro envía a la Tierra a un Emisario para indagar por qué la inteligencia planetaria, Gaia, se opone al proyecto nostálgico de salvar la Tierra de la fase de gigante roja del Sol, y para favorecer la comunicación ambos recrean avatares propios, Christian por parte del Emisario y Laurinda por parte de Gaia, quienes se sumergen en el proyecto de investigación recreativo de la inteligencia planetaria, mientras avatares de orden superior departen por su cuenta.

Ambicioso, muy ambicioso, pero a la postre fallido. Tampoco es que Anderson fuera el primero en tropezar con su ambición en una empresa de tales características, más apropiada quizás para las distancias cortas, al estilo del cuento clásico «La última pregunta», de Isaac Asimov. Me viene al pensamiento, por ejemplo, «La odisea del mañana«, de Charles Sheffield, en la que el autor, como Anderson, naufraga ante la tarea colosal de abarcar periodos de tiempo tan brutalmente  desproporcionados con respecto a la vida y experiencia humanas.

No se puede decir, sin embargo, que Poul Anderson no fuera consciente de esta dificultad, y él mismo se encarga de matizar una y otra vez que su descripción de los hechos, y sobre todo de los pensamientos, no es literal, sino una especie de mito hecho comprensible para nuestro entendimiento (lo cual lleva aparejados problemas de identificación del narrador, pero mejor no entrar ahí). Ello explica en parte lo limitado del enfoque, aunque no deja de ser decepcionante, porque incluso en comparación con otros escenarios de ciencia ficción (o ucrónicos), su escasa definición los priva de relevancia.

Por añadidura, parte de las historias dentro de la historia se antojan introducidas a la fuerza, sin verdadera conexión temática, salvo quizás por un pesimismo existencial que lo impregna todo, como si en esa etapa postrera de su vida el autor estuviera desengañado con la humanidad y con sus posibilidades de trascendencia (hay que tener en cuenta que Anderson siempre asoció el progreso con la salida al espacio, y nada parecía más lejano por aquellos tiempos que la aventura espacial, sin el motor de la Guerra Fría que la había impulsado en sus inicios).

A grandes rasgos, «Génesis» presenta un primer tercio desestructurado, que pinta a base de retazos (muchos de ellos provinientes a buen seguro de su producción corta anterior) el proceso de transhumanización del hombre y su división entre las mentes que permanecieron en la Tierra y las que salieron a las estrellas (otro tema recurrente). Todo lo cual se centra un poco a partir del momento en que entra en escena el Emisario y las personalidades recreadas de Christian y Laurinda, que sirven por fin de hilo conductor a las digresiones a las que se sigue entregando la novela (explorando uno más, y van… de los intereses de Anderson, las ucronías).

Por desgracia, cuando tocaba cerrarlo todo en el tercer segmento, donde se nos revela el proyecto en que está inmersa Gaia y que es tan importante como prevenir la propia salvación del planeta… la sensación es de, ¿y para esto hacia falta dar tantas vueltas?

Anderson, según he creído entender, aboga por una suerte de reinicio, que permita a la humanidad evitar los errores del pasado (nuestros errores). El caso es que resulta difícil transmitir una sensación de urgencia frente a fenómenos que se desarrollan a escala cósmica, y ni siquiera queda claro si deberíamos sentir simpatía o antipatía por el proyecto de Gaia, que con sus buenas intenciones y todo transforma a los humanos en peleles bajo los designios de un dios caprichoso. Es muy posible que esa ambigüedad refleje la propia insatisfacción del autor, pero sea como sea, el resultado es un final truncado e insípido.

Supongo que es erróneo juzgar «Génesis» como novela. Más que una concatenación de hechos, o incluso que una tesis estructurada, constituye una fuente de sensaciones, una ficción escatológica que juega con la idea del escatón (en un estadio muy embrionario), buscando infructuosamente sentido a la vida y redención para la raza humana.

Se agradece, sin embargo, la ambición. Más vale fracasar a lo grande que conformarse con lo anodino, y sin duda Anderson fue un autor que hasta el fin de sus días buscó ser fiel a sí mismo y a su arte.

También estuvieron nominados al John W. Campbell, como candidatos además para otros grandes premios, «El cálculo de Dios«, de Robert J. Sawyer, «Ash: La historia secreta», de Mary Gentle, e «Infinity beach», de Jack McDevitt, ignorando por completo el jurado las que con toda probabilidad fueron las dos mejores novelas del año, «Una campaña civil«, de Lois McMaster Bujold, y «La estación de la calle Perdido«, de China Miéville (aunque sería entendible que no reconocieran su new weird como suficientemente de ciencia ficción).

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en septiembre 20, 2018.

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