There will be time

Poul Anderson cosechó en 1973 su cuarta nominación al premio Hugo a mejor novela (que nunca ganó, pese a ser candidato seis veces) con “There will be time” (1972) un libro que ahonda en temas recurrentes para el autor como los viajes en el tiempo (y en general la historia) o la política.

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El protagonista de la historia es Jack Havig, un hombre nacido en 1933 con la capacidad innata de viajar en el tiempo a voluntad. El narrador, sin embargo, es un tío suyo (en homenaje a un tío lejano del propio Anderson), que se convierte en su único confidente y un punto fijo de referencia en medio de los continuos desplazamientos temporales de Jack. Tras dedicar el inicio de la novela a describir (con excesiva lentitud, o lastrado quizás por el distanciamiento que provoca la narración indirecta) los primeros años de descubrimiento y exploración de tan peculiar habilidad, la trama en sí arranca con la certeza de un tercer gran conflicto mundial (conocido como la Guerra del Juicio), que destruirá en medio de un apocalipsis nuclear la civilización occidental.

En sus vagabundeos, Jack entrará en contacto con una organización de viajeros temporales como él, que se han aglutinado en torno a Sachem, un americano del siglo XIX cuya obsesión es restaurar en el futuro el predominio de la única raza digna, la caucásica, para lo cual funda tiempo arriba de la guerra la nación de Eyrie y recluta para su causa cuantos crononautas puede encontrar. En un principio, Jack se sentirá atraído por su causa (con la que comparte no pocos planteamientos ideológicos), pero poco a poco va sintiéndose alienado de los métodos empleados y acaba buscando su propio camino, en la evaluación personal de la civilización que sustituirá como hegemónica a la occidental (la Maurai, organizada a partir de poblaciones de Nueva Zelanda y las islas del Pacífico, con orientación ecologista, pacifista y parcialmente tecnófoba).

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No estoy seguro de cuáles eran las intenciones de Poul Anderson al escribir “There will be time”. Por un lado, parece evidente que subyace el trauma de la Segunda Guerra Mundial, exacerbado por la debacle de Vietnam y la conflictividad social de finales de la década de los sesenta. La postura inicial de Jack (e indirectamente de Poul Anderson) parece ser bastante conservadora (rozando la ultraderecha). Aunque al final reniega del racismo implícito, no es menos cierto que la Guerra del Juicio se insinúa como un conflicto racial, propiciado por la decadencia identitaria de Occidente (propiciada por el pensamiento de izquierdas). A tal efecto, establece también paralelismos con la caída de Constantinopla ante los turcos, al ser debilitada primero por el saqueo de la cuarta cruzada, aunque todo ello de forma muy confusa, con un análisis histórico bastante superficial. A la postre, parece que intenta nadar y guardar la ropa… y no consigue ni una cosa ni la otra.

Otra debilidad de la novela la encontramos en la insuficiente definición de las reglas del viaje en el tiempo. Supongo que es su modo de evitar paradojas, pero nunca termina de quedar claro qué es posible y qué no. Por un lado, por ejemplo, los acontecimientos ya presenciados por un viajero en el tiempo se presentan como inmutables, pero al mismo tiempo se le presupone cierta indefinida libertad de acción (porque si no, no habría historia). Toda esa carencia de reglas claras e inequívocas reduce sustancialmente la tensión dramática y acaba por convertir el conflicto con la nación Eyrie en algo arbitrario, que se resuelve de forma absolutamente anticlimática y con alguna que otra trampa narrativa.

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En general, el enfoque de Anderson se me antoja erróneo. Demasiado laxo para satisfacer a quienes disfrutan con las intrincadas complejidades del viaje en el tiempo, pero al mismo tiempo excesivamente rígido para explotar todas sus posibilidades metafóricas (como tres años antes hizo Silverberg, centrándose también en el Imperio Bizantino, con “Por el tiempo”). Dentro de esta misma temática general, me parecen mucho más interesantes las historias de la Patrulla del Tiempo (1955-1995) o, aunque no es de mis preferidas (ni técnicamente trata sobre viajes en el tiempo, sino de inmortales “viajando” a ritmo normal por la historia), “La nave de un millón de años” (1989). Quizás le pese también a “There will be time”, paradójicamente, un anclaje temporal muy estricto, que viene representado precisamente por el narrador, que es contemporáneo de los lectores originales de la novela.

No quiero, sin embargo, dar a entender que “There will be time” es una novela mala. Se lee con facilidad y hay ideas interesantes esparcidas aquí y allá (aunque muchas de ellas provienen de otras historias del propio Anderson, como la civilización Maurai, que ya había desarrollado en cuatro relatos publicados entre 1954 y 1963 y que daría lugar a una novela, “Orion shall rise”, en 1983). En conjunto, sin embargo, no termina de destacar en ningún aspecto y palidece sobre todo en comparación con el resto de nominados al Hugo aquel año (una año más que notable), que incluían a la ganadora, “Los propios dioses”, de Isaac Asimov; la obra maestra de Robert Silverberg “Muero por dentro” (y también, por apabullar un poquito más, “El libro de los cráneos”); la avanzada a su tiempo “When Harlie was one”, de David Gerrold; y “A choice of gods”, del veterano Clifford D. Simak.

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Por desgracia, diría que “There will be time” es un título que ha quedado anticuado en varias facetas clave: a nivel tecnológico (es muy importante en la trama que Havig pertenezca a la generación más avanzada técnicamente antes del colapso), sociológico e incluso en cuanto a las expectativas de los lectores (actualmente, disponer de un conjunto de reglas claras y bien definidas es algo muy importante). Diría que lo que intentó Poul Anderson hubiera alcanzado un mejor resultado desde el enfoque más libre de la New Wave. Él, sin embargo, tenía que trabajar dentro de su estilo, y aquí, al menos por lo que respecta a una perspectiva actual, le falló.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en julio 28, 2023.

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