La casa de cristal

Charles Stross es uno de los escritores de ciencia ficción actuales más reconocidos. Su obra se organiza en torno al concepto de la singularidad tecnológica (acaecida entre 1950 y 2040). Con este libro, candidato al Hugo en el 2007 (ganó otra obra postsingularista, “Al final del arco iris” de Vinge), se estrenó en la CF la editorial ViaMagna.

En el siglo XXVII, asistimos al desconcierto de Robin, un ortohumano masculino (es decir, un hombre corriente y moliente) tras una radical operación voluntaria que ha borrado casi todos sus recuerdos, incluida la razón que le llevó a tal extremo. Resulta que en este universo del futuro, donde la inmortalidad está poco menos que asegurada, las purgas memorísticas en mayor o menor grado son moneda corriente e incluso necesidad imperiosa. Sin embargo, algo huele a podrido en todo aquel asunto, y pronto se convence de que aquello de lo que estuviera huyendo (quizás su participación en las Guerras de Censura) lo ha localizado y pretende acabar con su vida, así que no se le ocurre mejor solución que apuntarse a un experimento sociológico que promete tres años de absoluto aislamiento. El experimento intenta recrear una sociedad de los años oscuros (precisamente entre 1940 y 2050), con los voluntarios actuando en una especie de juego de rol que premia las actitudes sincrónicas y penaliza las anacrónicas.

Todo, por supuesto, se vuelve mucho más turbio cuando el experimento degenera hacia una pesadilla de control externo (por parte de los investigadores) e interno (por parte de los compañeros directos que comparten las recompensas y castigos). De aquí viene el título, que hace referencia de forma general a las prisiones militares británicas (en “honor” de una, construida en Aldershot en 1844, que tenía el techo de cristal para vigilar a los presos), y de forma más particular a la idea del panóptico, concebida por el filósofo Jeremy Bentham en 1796 como una cárcel en la que los presos nunca pueden estar seguros de si están siendo vigilados o no, consiguiendo que unos pocos guardias puedan crear una sensación de omnipresencia y haciendo que la propia conducta de los prisioneros se ajuste a esta realidad opresiva.

Súbitos flashes de memoria nos van revelando los verdaderos motivos de Robin (al que dentro de la casa de cristal han cambiado de sexo, pasando a llamarse Reeve) para presentarse voluntario. Así, se nos ofrece una panorámica del mundo futuro, caracterizado por el uso generalizado de las puertas-T (transporte instantáneo entre dos puntos muy lejanos) y puertas-A (replicadores, capaces de crear cualquier cosa, incluso cuerpos de repuesto, no necesariamente con las características físicas originales) y marcado por las Guerras de Censura, desatadas cuando el sistema de puertas-T fue infectado por diversos gusanos (sobre todo el Curious Yellow) que borraban sistemática y selectivamente la memoria de quienes empleaban la puerta y les impulsaban a convertirse en vectores de propagación. En este punto se nota la formación como programador de Stross, que trata el universo como una inmensa red en la que los seres humanos constituyen paquetes de datos susceptibles de ser corrompidos por un código malicioso.

Vamos, por lo expuesto se ve que mimbres no faltan para construir una gran historia. Por desgracia, el resultado final queda muy, muy corto. Para empezar, no hay nada particularmente original. ¿Puertas-T y puertas-A? Hacia la década de 1950 un español, Pascual Enguídanos (firmando como George H. White) ya había imaginado un sistema prácticamente idéntico (aunque él llamo a sus máquinas Karendones). ¿Cambios de sexo generalizados? Me quedo con el universo de los Ocho Mundos de John Varley. ¿Duplicados especializados? “Gente de barro” de David Brin es mucho más desquiciada y la trama es más ambiciosa. Y casi no quiero ni hablar del experimento sociológico… se supone que recrea un ambiente de entre 1990-2010 y las reglas y actitudes sociales son más propias de 1930-1940. ¿Qué sentido tiene? No estoy muy seguro de qué pretendía Stross, porque como crítica a la sociedad actual se queda en mera anécdota caricaturizada. Casi todo lo que ocurre dentro de la Casa de Cristal es aburrido y previsible (quitando de una pequeña excursión entre bastidores) y carece de cualquier relevancia sociológica (aparte de unos pocos lugares comunes). Da la impresión de que quienes estamos encerrados en la prisión somos nosotros, los lectores. Se nos escamotea, salvo por brevísimos destellos, el fascinante mundo que apenas vemos esbozado en los primeros capítulos y en los recuerdos de Robin/Reeve. Demasiada paja para tan poco contenido.

Encima, la resolución del conflicto es burda y anticlimática.

Me asombra leer ciertas críticas (en inglés), que comparan esta obra con la revolución que supuso en los 80 novelas como “Neuromante” de William Gibson o “Cismatrix” de Bruce Sterling. Aquéllas tenían en apenas 20 páginas tantas ideas como “La casa de cristal” en sus cuatrocientas y pico. Sin ir tan lejos, en “Accelerando«, la precursora de “Glasshouse”, que narra precisamente el período en que sobreviene una singularidad, desarrolla multitud de temas que aquí apenas esboza, y sin llegar a tales extremos, en “Cielo de singularidad” muestra de forma muchísimo más convincente su visión de una space opera postsingularista.

En la valoración de la obra no ayuda, por supuesto, la edición, que no es precisamente estelar. La traducción, por ejemplo, parece realizada por alguien no familiarizado con el género, y eso se nota mucho, sobre todo cuando aborda ciertos conceptos que son lugares comunes de forma poco ortodoxa (también hay un lío tremendo en la asignación de género a adjetivos relacionados con el/la protagonista; es un tema peliagudo porque el original no aportará muchos indicios de por dónde tirar, pero lo menos que sería de esperar es cierta coherencia interna). Sin embargo, lo que más me revienta son las seis páginas en blanco al final. Vale que completen un pliego y salgan gratis, pero una edición seria debería ajustar el número de páginas para evitar esta circunstancia, que extender (o disminuir, que el tamaño de letra no es moco de pavo) el texto una decena de páginas es un problema trivial con los actuales programas de maquetación.

No debieron ir demasiado bien las cosas, pues VíaMagna dejó en un solo número su colección Sci Fi, pasando el género a la más disimulada colección Quantum (con una elección de títulos y autores cuando menos curiosa). Por la estantería tengo algún volumen pendiente. Ya contaré.

Esta crítica fue publicada originalmente en Scifiworld, dedicando una entrada en Rescepto a comparar temáticamente «La casa de cristal» y «Un anillo alrededor del Sol» de Brian Aldiss, que puede leerse como complemento a la misma.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en junio 25, 2010.

9 respuestas to “La casa de cristal”

  1. Te confirmo que _Accelerando_ es el _Cismatrix_ de Stross. El resto de lo que le he leído va de lo simpático a lo inane, pero _Accelerando_ es pura potencia imaginativa, ciencia-ficción de alto calibre.

  2. Pues nada, habrá que comprobarlo. ¿Tendremos ocasión en breve?

  3. Pues esto es lo que reseñé hace unos meses de este libro.

    http://ociozero.com/3214/la-casa-de-cristal

    Fer

  4. Añadida.

  5. Hay una cosa que no me «convence» de la reseña y es la originalidad o no de los gagdets. Me da lo mismo si esto ya lo había pensado alguien antes (y marginalmente menos si es científicamente plausible), lo que me interesa es cómo usa el recurso. Muchos problemas de la CF (especialmente la hard) derivan de querer dar triples tirabuzones para explicar algo nuevo en lugar de examinar las implicaciones de algo que ya existe bajo una nueva luz.
    Que luego el libro fracase por otros motivos estrictamente literarios como personajes, estructura o léxico, como mencionas, me parece perfecto como crítica. Que el cachivache que sale no es algo completamente original en cambio, es puramente anecdótico. Todo esto en mi humilde opinión, claro.

  6. Pero es que esta novela se inscribe (o aspira a ello) precisamente en una corriente, el postsingularismo, que aboga por la ruptura conceptual. Los artificios técnicos se supone que deben resultar deslumbrantes y pintarnos una era transhumana que, idealmente, debería sernos incomprensible (sí, aquí el planteamiento teórico del subgénero se da de bruces con los condicionantes prácticos… es una de las razones por las que no ha fructificado demasiado).

    Por tanto, estimo que en este caso en concreto la originalidad de los planteamientos debiera ser un requisito. Vendría a ser como exigir que en un musical las canciones fueran pegadizas. Del mismo modo, la plausibilidad científica, que no es un requisito universal, se convierte en absolutamente imprescindible a poco que se tengan pretensiones de «dureza».

    Es el propio texto el que marca los parámetros por los que debe ser juzgado, y en mi opinión «La casa de cristal» pretende hacer gala de una originalidad de la que mayormente carece (además, como indico en la reseña, renuncia muy pronto a desarrollar estas ideas y se embarca en una trama sociológica bastante anodina).

  7. El otro día me llegó Glasshouse a casa, pronto me lo leeré. Antes tengo que terminar Marooned in Real Time, de Vinge. Stross es de los mejores que hay hoy día.

  8. Yo estoy por ahora al 50% con Stross (bien «Cielo de singularidad», mal «La casa de cristal»). A ver si un día de estos rompo el empate, en un sentido u otro, con «El amanecer de hierro». Eso sí, representa muy bien la fusión de space opera y hard típica de parte de la actual ciencia ficción británica.

  9. Ya te comentaré qué me pareció. El último que leí de Stross fue The Fuller Memorandum, de la serie sobre The Laundry. La verdad es que está entretenida, pero no es lo mejor que ha escrito, en mi opinión. Eso sí, al menos es una lectura entretenida y que no se hace nada pesada.

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