Forastero en tierra extraña

Después de dedicar sendas entradas a Asimov y a Clarke, era de justicia completar el triunvirato de Grandes Maestros de la Edad de Oro trayendo a primera plana a Heinlein. Como además tenía pendientes dos de sus novelas para la Hugolatría (que la tengo a la pobre un poco abandonada), mato a dos pájaros de un tiro comentando «Forastero en tierra extraña» («Stranger in a strange land», 1961), ganadora del premio Hugo en 1962 y uno de los títulos más vendidos de la historia de la ciencia ficción.

Heinlein se encontraba en el pináculo de su carrera. «Forastero en tierra extraña» supuso su tercer Hugo en siete años (sólo seis ediciones). Tras dejar definitivamente atrás sus novelas juveniles, iniciaba una etapa muy productiva, con novelas que exploraban sin tapujos su ideas libertarias (libertad personal, ultraindividualismo, libre competencia, rechazo a injerencias estatales…). Esta fase se truncaría a principios de los setenta por problemas graves de salud, que forzarían un parón en la publicación de novelas hasta una etapa postrera en los años 80. Al contrario que Asimov, no interrumpió su carrera por culpa de vaivenes de la moda. Como se podrá comprobar, aunque jamás tuvo nada que ver con la New Wave, los temas y planteamientos que le interesaban encajaban a la perfección en las sensibilidades de la nueva generación de escritores, hasta el punto que se adelantó a todos ellos en la exploración de temas tabú en la cifi clásica como el sexo o la religión (formalmente, eso sí, mantuvo siempre el clasicismo).

La novela sigue las andanzas en la Tierra de Valentine Michael Smith, el (bastardo) vástago único de la primera misión tripulada a Marte, encontrado 18 años después por la segunda tras haber sido criado como un marciano más por los extrañísimos (y poderosos) seres oriundos del planeta. Educado como un alienígena, Michael se enfrenta a una realidad que no comprende, unos políticos que tan sólo quieren manipularlo pues es, en virtud de los acuerdos bajo los que se lanzó la expedición original, el heredero universal de Marte y a la postre a las contradicciones e hipocresías de la sociedad terrestre (estadounidense).

La empresa, desde luego, no le viene grande. Por un lado, gracias a su conocimiento del idioma marciano ostenta poderes casi milagrosos. Por otro, no tarda en trabar contacto y conseguir la ayuda de Jill (la chica-Heinlein), la enfermera asignada a su cuidado, Ben (el joven-Heilein), un periodista amigo de ella, y Jubal Harshaw (el alter ego de Heinlein en toda su gloria), escritor semirretirado, médico y abogado (y por tanto doblemente peligroso), desinhibido, cínico, narcisista, de vuelta de casi todo, armado con tres supersecretarias (Uno, Dos y Tres; o Anne, Miriam y Dorcas) y desbordando ego por todos sus poros. Jubal no sugiere, ordena, y tampoco discute, sino que sentencia. Un personaje de esos sobre los que nos encanta leer pero que no aguantaríamos ni dos minutos, y que sólo en la ficción tienen siempre la razón, que para eso prestan su voz al autor.

Tras un arranque trepidante y un clímax glorioso (cuando Michael, asesorado por Jubal, hace valer sus derechos sobre Marte frente a los capitostes de la Tierra), la novela empieza a entrar en una dinámica más irregular, mezclando la crítica inmisericorde contra convencionalismos de todo tipo (como la moral sexual, las religiones organizadas, las fuerzas del orden público) con el desarrollo de una seudoutopía de amor libre, rechazo al dinero y búsqueda de la realización personal (con truco, pues nada de todo eso es sostenible sin gozar de los superpoderes marcianos). Al final, Heinlein se ríe incluso de sus propias críticas, dando un par de vueltas más a las roscas (y, según opiniones, pasándose de ídem).

La intencionalidad del libro es principalmente polemizadora. Según propia confesión, Heinlein lo concibió por completo una década antes de ponerlo por escrito. Si no se apresuró fue porque consideraba inútil enfrentar a la sociedad con unas ideas que no estaba dispuesta a reconocer. Para 1960, los indicios de que algo estaba cambiando ya podían percibirse, así que publicó «Forastero en tierra extraña» justo a tiempo de que se convirtiera en uno de los libros de cabecera del movimiento hippy (lo cual no deja de ser paradójico, dadas algunas de las ideas, como la defensa de la pena de muerte y la defensa de cierto tipo de darwinismo social, que se meten de refilón entre medias del amor libre y las críticas antisistema).

Muchas décadas después el mensaje ya no resulta tan chocante, y sí bastante contradictorio. «Forastero en tierra extraña» no propone alternativas (viables), tan sólo denuncia hipocresias (algunas de ellas tan locales que poseen poca relevancia extirpadas de su contexto social y temporal, otras, por supuesto, de plena actualidad medio siglo después). Aunque si de verdad mantiene su vigencia es a base de puro carisma de sus personajes (en especial de Jubal, la novela sufre cuando su peso recae en exclusiva en Michael Smith). Otra de las características ambivalentes es la existencia de una excesiva discrepancia entre la seriedad pontificial del adoctrinamiento libertario (según lo entendía Heinlein) y la parodia exacerbada de ciertas situaciones (como los templos fosteritas, auténticos casinos en los que jugar a las máquinas de premio constituye un sacramento).


«Forastero en tierra extraña» es una novela que despierta tantas pasiones como bostezos, con opiniones que oscilan entre la genialidad hecha libro y un tostón sobrevalorado. Yo creo que me aposentaré en un terreno intermedio. Cuanto menos, representa una buena muestra de la habilidad literaria de Heinlein, uno de los escritores de ciencia ficción de técnica (sin alardes) más depurada.

Por último, tan interesante como el propio libro resulta su historial de publicaciones. En 1961 los editores se espantaron ante el tamaño del manuscrito original y le pidieron al autor que recortara de donde pudiera (sobre todo si podía eliminar un par de detalles particularmente comprometidos; no puedo asegurarlo pues no he leído ambas versiones, pero casi seguro que tenían que ver con los paralelismos dibujados entre Michael y Jesucristo). Como resultado de esto, 60.000 palabras (unas 150 páginas) de un total de 220.000 se quedaron en el suelo de la sala de edición (pese a lo cual siguió siendo un libraco de grosor inusitado para su época).

Tras la muerte del autor, su viuda recuperó el manuscrito original y decidió, a la vista de que el mercado lo permitía y que los pasajes polémicos habían perdido buena parte de su impacto, lanzar una versión restaurada. Las opiniones, una vez más, difieren entre cuál es la mejor versión. Mientras que la completa posee más matices, el ritmo de la edición original es considerado mucho mejor (los recortes no se limitan a párrafos y capítulos de aquí y de allá, sino que hay infinidad de frases podadas). Resulta sintomático que al propio Heinlein (fallecido en 1988) jamás se le ocurriera proponer la edición de la versión larga.

En España debemos añadirle a esta azarosa historia la injerencia de la censura.

La primera edición se la debemos a Ediciones Géminis en 1968. El libro fue primero expurgado por la censura, que no contenta con eso ordenó que se secuestrara y destruyera la tirada inicial, lo cual evitó la difusión de la obra y llevó a la quiebra a la editorial.  Esta traducción censurada reapararecería en 1976 en Argentina, en la colección Nueva Dimensión Extra, firmada, eso sí, por el famoso M. Blanco (un seudónimo utilizado para enmascarar traducciones fusiladas). Hasta 1981 no se contó con una edición no censurada (aunque manteniendo la traducción original), en Discolibro y Ediciones Adiax, que sirvió de base para la más famosa, la de Orbis  en 1986 (en dos volúmenes). En 1991, coincidiendo con la salida en el mercado americano de la obra completa, se publicó también en España de la mano de Ediciones Destino, con traducción de Domingo Santos, aunque como no se avisaba de esta circunstancia la obra tuvo poca difusión, y no fue hasta su edición por Plaza y Janes en 1996 que por fin triunfó (tres reimpresiones, en bolsillo, un tomo absolutamente inencontrable hoy en día). La última edición pertenece a Círculo de lectores y data de 1998-9, lo cual no deja de ser curioso pues es uno de los títulos más buscados por los aficionados. (La información de este párrafo debo agradecérsela en gran medida a HispaRAH)

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en May 14, 2010.

4 respuestas to “Forastero en tierra extraña”

  1. Dios mío, que tarados, censurar una novela de C-F…

  2. Recuerdo que leí esta novela en el verano del 85 en una edición de bolsillo portuguesa, que andaba yo de vacaciones por tierras lusitanas. Me entusiasmó en sus inicios, pero mediado el libro se me hizo cansino con tanto rollo mesiánico. Ahora me pregunto qué hacía yo en tan tiernas edades leyendo estas cosas. Y a saber lo que me habría leído antes (ah, me viene a la mente «Más que Humano»).
    Madre mía, qué viejuna soy.

  3. Dentro de la lógica de la censura (asumamos por un momento que tal despropósito pueda tener lógica), «Forastero en tierra extraña» era sin duda un libro censurable, pues socavaba muchos principios morales del régimen franquista.

    Aunque en no pocas ocasiones la ciencia ficción servía para colar ideas que en una obra «realista» no las hubieran pasado por alto, lo cierto es que se trata de un género con gran potencial subversivo, ya que contrapone su realidad ficticia a la cotidiana, con la posibilidad de resaltar sus defectos o mostrar que algo mejor es posible.

    Resulta muy interesante escuchar a autores de los años 50 y 60 relatar las triquiñuelas de que se valían para esquivar a la censura (por aquel entonces en pleno apogeo). Desde situar estratégicamente «un par de pechos túrgidos» para centrar la atención sobre ellos y desviarla de algún desarrollo comprometido, hasta presentarse ante el censor poco antes de la hora del almuerzo, para conseguir una revisión somera y una firmita rápida.

  4. Pues Susana, como leíste la versión original (no ampliada), cabe deducir que los problemas de ritmo (que decae considerablemente en cuanto Michael inicia su andadura mística) ya estaban presentes en ella y no pueden achacarse por completo a la restauración de 1991.

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