Regreso a Belzagor

La década que media aproximadamente entre 1967 y 1972 constituye la época dorada de Robert Silverberg. Durante este lapso hace gala de una producción inigualable por volumen y calidad, con múltiples nominaciones a los principales premios y cuatro premios Nebula en distintas categorías. En medio de este período nos encontramos con “Regreso a Belzagor” (“Donward to the earth», 1970), una novela que quizás no haya mantenido la fama de otros títulos de su autor, pero que resulta una muestra magnífica de sus inquietudes, influencias y estilo.

El protagonista de la historia es Edmund Gundersen, un ex administrador imperial que, tras ocho años de alejamiento, regresa al Planeta de Holman, que estuvo bajo su gobierno, para expiar viejas culpas. En el ínterin, el planeta ha sido devuelto a los nildores, la principal especie inteligente autóctona (con enormes semejanzas a los elefantes terrestres) y rebautizado con su nombre tradicional, Belzagor. Esta acción se enmarcó en la “retirada”, un proceso de concienciación que llevó a los humanos a renunciar a la administración y explotación de todos aquellos planetas que contaran con población nativa inteligente (aunque no necesariamente tecnológica, como ocurre con los nildores).

Su interés se dirige en particular a explorar una misteriosa tradición local, el renacimiento, que en intervalos indefinidos lleva a todos los nildores al país de las brumas, un terreno montañoso donde habita la otra especie inteligente, los sulidores (unos bípedos carnívoros de un tamaño doble al humano), para someterse a un rito que constituye el núcleo central de la vida (y lo que podría considerarse religión) nildora.

Abrumado por el sentimiento de culpa derivado de sus pecados como administrador (se ve a sí mismo como un oficial kiplingiano, incapaz de alcanzar el respeto merecido por la cultura indígena por un sentimiento de superioridad), Gundersen inicia el peregrinaje en compañía de un grupo de nildores.

A lo largo de este viaje casi iniciático, llegará a comprender el planeta como nunca se había permitido hacerlo, al tiempo que confronta las racionalizaciones que le permitían explotar a los nildores (que se dejaban explotar) mientras se autoconvencía de estar ayudándoles a desarrollar una cultura valiosa a imagen de la terráquea. Purga sus faltas a través del arrepentimiento sincero y se prepara internamente, aun mintiéndose a sí mismo sobre su propósito último, para afrontar el misterio del renacimiento.

“Regreso a Belzagor” entra de lleno en la temática New Wave, aunque en este caso en concreto el viaje interior y el exterior cobran casi igual importancia, pues Silverberg se preocupa por dibujar un Belzagor de fascinante atractivo alienígena. La compleja relación entre nildores y sulidores, y los esfuerzos (en su mayor parte infructuosos) por parte de Gundersen de quebrar la barrera de sus preconcepciones para entenderlos, ejemplifican el cambio de actitud del protagonista, en una historia con evidentes raíces antirracistas (y un poco hippies, con la inclusión de una droga alucinógena fundamental en la experiencia religiosa y vital de Belzagor).

La inspiración principal cabe encontrarla en la novela corta “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad, con quien comparte no sólo su visión anticolonialista, sino el artificio del viaje y un personaje, Kurtz, que en Belzagor se encarna en un antiguo empleado de la compañía arrendataria que ejemplifica toda la perversidad del posicionamiento moral colonial (un desprecio tal por la cultura local que le lleva incluso a pervertir a conciencia sus más sagrados fundamentos).

“Regreso a Belzagor” es, sin embargo, más que una simple transposición de la historia de Conrad a un mundo extraterrestre. No se limita a ahondar en la culpa, sino que guarda un papel importante a la expiación y al arrepentimiento (sin el cual, la primera no tiene sentido). Por último, las profundas sublecturas religiosas llegan a su clímax en la culminación de la novela (o sea, del viaje), alcanzando Gundersen la categoría de figura mesiánica (en un desarrollo sincrético, que toma elementos del cristianismo, del budismo y, cómo no, de la cultura new age, con una renovación que es tanto espiritual como física).

Destacaría igualmente, desde una perspectiva más particular, su interés por mostrar una ciencia que se antoja antecesora directa de la ingeniería genética (a cuyos practicantes denomina “técnicos de hélice”), en una época en que apenas empezaba a manipularse el ADN, con perspicaces apuntes sobre desdiferenciación celular, lo cual es una muestra más del amplio rango de inquietudes del autor.

«Downward to the earth» fue serializada originalmente en las páginas de Galaxy, comenzando con el número de noviembre de 1969. Como dato curioso, la novela recibió una nominación a los premios Nebula que fue declinada, quizás para no reducir las posibilidades de “La torre de cristal”, que además de a los Nebula había conseguido entrar en la lista de los Hugo (si así fue, la estrategia no tuvo éxito). Al final, Robert Silverberg se alzó con el triunfo al año siguiente por “Tiempo de cambios” tras cinco candidaturas consecutivas (y en 1972 la dupla “El libro de los cráneos” yMuero por dentro» se fue de vacío). En la votación de los Locus de 1971 quedó en quinta posición (por detrás de la segunda de “La torre de cristal”; para su desgracia se enfrentaba al juggernaut de “Mundo Anillo”, que arrasó con todo aquel año).

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en agosto 29, 2011.

4 respuestas to “Regreso a Belzagor”

  1. Al leer el libro uno advierte (yo advertí, al menos) bastante rápidamente de qué va, poco lugar queda para las sorpresas. Quizás lo sorprendente en sí mismo sea que aun así Silverberg me haya hecho querer seguir volteando páginas. Tal vez se parezca a algo que decías acerca de super 8; la apuesta por el homenaje es tan decidida que queda poco margen a la novedad, pero la calidad de la ejecución se impone por sobre esa posible pega, y logra emocionar. Fantástica la escena en que Gundersen encuentra a otro personaje en algo así como una estación de investigación abandonada, en unas condiciones, bueno, más que peculiares, aunque sé que a algunos esta parte les ha resultado demasiado explícita. Y quizás, como leí en algún lado, los nildores sí que son un poquito excesivos en eso de restregarle al humano su superioridad moral.

  2. Si tuviera que especular, diría que Silverberg abordó la escritura de forma un tanto forzada. Apenas había transcurrido un año desde que perdió casi todo en un incendio y las necesidades económicas debían de acuciarle. El planteamiento seguro que fue muy simple: adaptar a otro planeta «El corazón de las tinieblas» y a la marcha. Claro que por entonces se encontraba en estado de gracia, así que el resultado supera con mucho las expectativas.

    Leyendo el libro me pareció detectar otra similitud, no sé si casual. El viaje de descubrimiento de Edmund Gundersen en Belzagor guarda grandes parecidos con el de Jake Sully en Pandora. Ignoro si habrá conexión directa o se trata sólo de que tanto «Regreso a Belzagor» como «Avatar» exploran conceptos similares y transmiten la misma sensación de asombro, pero no deja de parecerme curioso.

  3. […] Silverberg, y a la sazón una de las piezas más recordadas de la ciencia ficción postcolonial: Regreso a Belzagor. Supongo porque ésta, a su vez, tenía una evidente deuda con El corazón de las tinieblas; la […]

  4. notable

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.