Lord of Light (El Señor de la Luz)

Roger Zelazny fue quizás el autor que más contribuyó a configurar la New Wave estadounidense con unas características particulares, no del todo coincidentes con la producción británica coetánea. Su irrupción por todo lo grande en el panorama de la ciencia ficción se había confirmado en 1965, con la serialización de su primer premio Hugo, «Tú, el inmortal«. Dos años después repitió galardón, concedido a «El Señor de la luz» («Lord of light», 1967), por delante de otros grandes nombres de la incipiente New Wave estadounidense, como Samuel R. Delany («La intersección de Einstein«) y Robert Silverberg («Espinas«).

Sin embargo la producción de Zelazny, en mi opinión, nunca llegó a profundizar más allá de una pequeña revolución formal y una ruptura de esquemas tradicionales. Más preocupado por la estética que por el trasfondo, Zelazny jugó a menudo con la mitología y el lenguaje de la fantasía, disfrazados de ciencia ficción (aunque también se podría argumentar lo contrario), dibujando un paisaje ambiguo en el que sus personajes cooptan la fuerza arquetípica de sus referentes, aunque sin terminar de aportarles nuevos significados.

En el caso de «El Señor de la Luz» esos referentes mitológicos cabe encontrarlos en parte en la mitología hindú, que constituye el molde escogido por los primeros colonizadores de un mundo extraterrestre para crear una teocracia fundamentada en el ciclo kármico de las reencarnaciones. Algunos de ellos, los Primeros y sus más directos descendientes (aunque toda la población humana del planeta proviene del pequeño contingente original), han asumido, mediante la combinación de propiedas innatas y alteración biotecnológica, Aspectos (una suerte de mezcla entre iconografía y psicología) que realzan sus Atributos (capacidades ampliadas), encarnando de forma bastante literal una réplica de los antiguos arquetipos divinos. La sostenibilidad del sistema (caracterizado en lo social por la existencia de castas), pasa necesariamente por un férreo control sobre cualquier posible avance tecnológico desestabilizador, estrategia que no convence a todos los dioses.

La novela, a grandes rasgos, narra la rebelión de uno de los Primeros, Sam, también conocido como Kalki (asumido su Aspecto), o Mahasamatman (Gran Alma Sam), o también Siddharta, el Iluminado, defensor del aceleracionismo (la doctrina que propugna la educación de los hombres) y fundador de la nueva/vieja religión (el budismo), como fuerza debilitadora del hinduismo.

Pero aún hay más. Están, por ejemplo, los habitantes originales del planeta, unos entes de pura energía conocidos como los Rakshasa o demonios, derrotados hace milenios por los dioses y encerrados en virtud del Atributo de Sam (que le permite controlar las radiaciones electromagnéticas), y también Nirriti el Negro, uno de los Primeros, descontento con la implantación del hinduismo y dispuesto a lo que haga falta con tal de reinstaurar el cristianismo.

La historia de «El Señor de la Luz» se narra a través de siete episodios, que mantienen un orden cronológico salvo por la traslación del que debería ser sexto a modo de prólogo ampliado, con la particularidad de que casi toda la tecnología se describe usando los recursos de la fantasía épica (muy de moda por aquel entonces en los EE.UU, gracias a la edición dos años antes de «El Señor de los Anillos», a cuyo título la novela de Zelazny hace obvia referencia). En teoría, la novela podría leerse indistintamente como una obra de ciencia ficción o como un título de fantasía pura. En la práctica, sin embargo, el experimento resulta un tanto forzado, saltando la narración aleatoriamente entre una explicación tecnológica y otra mágica.

El disfrute de la obra, pues, depende en gran medida de la capacidad del lector para entrar en el juego que propone Zelazny. Para algunos la ambigüedad resulta fascinante y evocadora, mientras que otros (entre los que me incluyo) no pueden evitar contemplar más allá del velo de Maya y apreciar lo forzado de las identificaciones y la caótica estructuración de la trama (algo que resulta especialmente patente en determinadas secciones).

Otro detalle que me molesta es cómo el autor huye de cualquier oportunidad de profundizar en los temas que esboza, como la función controladora y fomentadora del estancamiento de las religiones organizadas, la naturaleza humana que pese a todos los intentos de los autodesignados dioses acaba siempre aflorando o la relación para nada simple y directa entre mito, embuste y realidad. Es quizás esta alergia mojarse lo que más la separa de la New Wave británica (o incluso de la producción de Silverberg, que casi siempre fue más centrada).

«El Señor de la Luz» es una obra divisiva, que suscita tanto adhesiones incondicionales como abandonos a mitad camino (y eso que no es un libro voluminoso). Desde luego, desafío el concepto que hasta entonces se tenía de lo que era una novela de ciencia ficción, aunque a título personal yo hubiera preferido una mayor definición (ya fuera en un sentido u otro). Para mí, se queda un poco a mitad camino en todo lo que intenta, y no consigo en ningún momento entrar por completo en el juego que propone.

Como curiosidad, en 1979 hubo un intento serio de llevarla al cine que acabó malográndose. Todo el material de preproducción (incluyendo bocetos de Jack Kirby), acabó siendo adquirido por la CIA y utilizado como tapadera en el Subterfugio Canadiense, que sacó de Irán a un grupo de empleados de la embajada estadounidense en Teherán que habían logrado escapar de la toma de rehenes por parte de los seguidores del ayatolá Jomeini (a tal efecto, la película fue rebautizada como «Argo», que es también el título del largometraje de 2012 ganador de tres Oscars, incluyendo el de mejor película, que narra con rigor relativo dicha operación).

Las tres obras mencionadas («El Señor de la Luz», «Espinas» y «La intersección de Einstein») fueron también finalistas al premio Nebula, que acabó recayendo en la novela de Delany (que también versaba sobre arquetipos míticos, asumidos en su caso por una especie alienígena que ha ocupado el lugar del hombre en la Tierra). Junto con ellas, «Chthon» de Piers Anthony obtuvo también la doble nominación.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en septiembre 30, 2017.

4 respuestas to “Lord of Light (El Señor de la Luz)”

  1. Me parece una crítica muy precisa, Sergio, pero, por otra parte ¿no te parece maravilloso que en doscientas y pico páginas se puedan recoger y ensamblar tantas y tan poderosas ideas e imágenes? ¿Cuántas páginas, cuántas sagas, habría requerido desarrollar todo el entramado intelectual para «no quedarse a medias», precisamente en una época como la nuestra de sagas interminables que al final, tras tanta espera, tampoco culminan lo que prometen?

    • En realidad, para su época, «El Señor de la Luz» es una novela extensa… De todas formas, y a título personal, a mí me faltan páginas, o más que páginas en sí, conexiones entre los distintos elementos. Zelazny salta de un lado para otro, deteniéndose exclusivamente en aquellas escenas que le atraen y privándonos de otras que quizás ayudarían a dar coherencia dramática a la novela. Es una elección que potencia quizás la cualidad poética de la obra, pero que actúa en detrimento de quienes, como yo, apreciamos de forma especial la estructura lógica. Supongo que se trata de dos tipos de lectores y, simplemente, Zelazny me encuentra en el campo opuesto (aunque tampoco disfruto con series interminables de tochazos del estilo de la saga de Malaz). En esta añada, mi voto va para Delany (que, de hecho, presentó una novela igual de densa y bastante más breve).

  2. El problema que le encontré en su momento a este libro es que resulta un «fix up» no del todo bien resuelto; las historias que lo componen no tienen todas las misma calidad literaria y el ensamblaje no termina de convencer. Definitivamente, Zelazny es mejor cuentista que novelista y eso sí, en los cuentos, cuando da la nota correcta es magnífico.

    Como siempre, gracias, Sergio, por seguir manteniendo Rescepto. Es un placer leer cada una de tus entradas; a veces me peleo con ellas, otras me fascino, muchas me revelan nuevos autores que probablemente me gustarán, siempre me dejan pensando. Gracias.

    • Lo curioso es que sólo dos de los siete bloques que componen la novela llegaron a publicarse de forma independiente. La estructura es la que es (con todas sus carencias de ritmo) por decisión del autor (que no se cuenta entre mis favoritos; a decir verdad, de él sólo he disfrutado el inicio de la serie de los Príncipes de Ámbar… que tengo que continuar un año de estos).

      Gracias, Vivaldo.

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