Doorways in the sand

En 1975 Roger Zelazny estaba disfrutando de cierto éxito gracias a su serie de (mayormente) fantasía de Las Crónicas de Ambar, iniciada en 1970 con «Los nueve príncipes de Ámbar«. Simultáneamente, seguía produciendo novelas de ciencia ficción, a menudo con un estilo experimental que no siempre encontraba el favor del público o de la crítica. Podría ser el caso de «Doorways in the sand», serializada originalmente en las páginas de Analog.

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Aunque ya era conocido por el humor que solía introducir en sus historias, «Doorways in the sand» es la primera de sus novelas que podría clasificarse como cómica, y era considerada por eso mismo por el propio autor como una de sus cinco favoritas. Os prevengo ya, sin embargo, de que el tipo de humor al que recurre es fundamentalmente absurdo (siendo deudor confeso y evidente de Lewis Carroll), adelantándose con ello al éxito que tan solo cuatro años después obtendría Douglas Adams con «La guía del autoestopista galáctico«… aunque «Doorways in the sand» no es ni mucho menos tan buena.

El protagonista (y narrador) de la historia es Fred Cassidy, un estudiante universitario acrófilo (le encanta escalar edificios) y perpetuo (lleva trece años evitando graduarse al ir saltando de carrera en carrera), y por consiguiente polímata (porque los cursos los casi completa) y diletante, gracias a una asignación que recibirá cada mes de forma invariable… hasta que consiga (o le consigan) graduarse. Su bien planificada vida, ajena a las presiones y responsabilidades de un trabajador, se ve alterada cierto día en que al volver a su habitación se la encuentra revuelta y, lo que es peor, ocupada por un antiguo profesor suyo (de geología) que le exige a punta de pistola la devolución de una réplica de la piedra-estelar que ni sabía que estaba en su poder.

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A partir de ese punto, Fred se verá enredado a su pesar en una trama de intriga, con numerosos subgrupos que se encuentran a la búsqueda de la susodicha piedra-estelar (casi, casi un McGuffin de libro) y que están dispuestos a todo con tal de hacerse con el que es uno de los dos regalos que la gran civilización panalienígena ha intercambiado por la Mona Lisa y las joyas de la corona británica como requisito de acceso al club galáctico. Su mayor preocupación, sin embargo, es perder su cómoda posición académica… al menos hasta el momento en que suben las apuestas y el peligro se hace mortalmente personal (y aun así, el asunto del aplazamiento sine die de su graduación sigue siéndole de crucial importancia).

Como decía, el propio Zelazny tenía en alta consideración esta novela, y se mostraba especialmente orgulloso de su humor… característica que me temo que no puedo compartir. El humor es la más difícil de las emociones que suscitar y constituye un fenómeno tremendamente dependiente de la idiosincrasia cultural. Quizás eso explique lo poco que conecto con su mixtura de absurdo (con numerosos juegos de palabras) y pedante (incluyendo múltiples referencias a obras de Carroll, en concreto «Alicia en el País de la Maravillas«, «Alicia a través del espejo», «La caza del Snark» y «Jabberwocky»).

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Esto es así porque considero que el absurdo y la pedantería se anulan entre sí. Puedes optar por una u otra (y sí, se puede hacer humor pedante, ahí estaba Umberto Eco para demostrarlo), pero es muy difícil encontrar las proporciones exactas para que funcionen en conjunto, y precisamente por eso las novelas de Alicia son tan especiales y han logrado mantener su relevancia durante más de siglo y medio.

El otro aspecto singular de «Doorways in the sand», sin embargo, sí que me resulta cuando menos intrigante, y es que la estructura del libro es bastante experimental, con prácticamente todos los capítulos iniciándose con un flashforward hacia la que será la escena más tensa (que a veces ocuparía cronológicamente una posición central y otras forma parte de la conclusión), pero careciendo de antecedentes (que se explicarán a continuación) y de resolución (para saberla, hay que llegar al final de la sección, que suele concluir además con un cliffhanger).

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Hoy en día tal vez estamos más acostumbrados a ese tipo de estructura, pues es bastante utilizada en el medio audiovisual. En su momento, sin embargo, la recepción fue bastante tibia, por decirlo de algún modo. Algo que tal vez también se debió a la casi completa ausencia tanto de especulación (hasta justo los dos capítulos finales, donde se vislumbra un contexto de orden superior mucho más interesante que el limitado escenario por el que se ha estado arrastrando Fred) como de sátira (género en el que descollaba Harry Harrison), así como a la pasividad reactiva del protagonista, que básicamente se limita a dejarse empujar de un lado a otro, mostrando su «independencia» solo a través de la elección de la influencia por la que va a dejarse arrastrar.

En otras palabras, para mí «Doorways in the sand» constituye un experimento fallido, porque no logra hacerme reír, ni tampoco me abruma a base de sinsentidos. Simplemente, se arrastra con una prosa bastante confusa (a veces cuesta determinar en los diálogos quién está diciendo qué) de escena más o menos chocante en escena más o menos chocante, dejándonos por el camino muy pocos personajes memorables (entre los que Fred no termina de acomodarse… salvo cuando está escalando algún edificio por el mero placer de subir hasta lo más alto).

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Pese a esta valoración mía, lo cierto es que en su momento Zelazny obtuvo sendas nominaciones a Hugo y Nebula, perdiendo ambos galardones ante Joe Haldeman y «La guerra interminable«. El resto de nominados al Hugo fueron Alfred Bester por «Computer connection» (que, en mi opinión, acierta mucho más a la hora de aplicar el humor absurdo a la ciencia ficción), Larry Niven y Jerry Pournelle por «Inferno» y Robert Silverberg por «El hombre estocástico«. Aquel año hubo, por algún motivo, dieciocho finalistas del Nebula, así que no voy a detallarlos todos.

Pese a la (justa) derrota ante Haldeman, Roger Zelazny no se fue de vacío en ninguna de las dos ocasiones, al hacerse ese año con los premios Hugo y Nebula de novela corta por «El regreso del verdugo» (que acabó formando parte en 1976 del fix-up «Mi nombre es Legión«).

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en octubre 5, 2023.

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