Chthon

Piers Anthony es un autor conocido sobre todo por producir a un ritmo vertiginoso novela gamberra tras novela gamberra (componiendo el grueso del lote la longeva serie de fantasía cómica de Xanth). Por eso, sorprende un poco leer su primera novela publicada, «Chthon» (1967), una obra compleja, retorcida (estructural y temáticamente), con múltiples niveles interpretativos, que entronca absolutamente en la New Wave y que le llevó siete años escribir.

La historia gira literalmente en torno  Atón Cinco, un joven condenado a ser encerrado en los oscuros túneles del planeta-prisión Chthon por, aparentemente, incurrir en el error de enamorarse de una ninfa (el motivo por el que esto constituye un crimen es… complicado). Los capítulos de su estancia en ese abismo se alternan con episodios seleccionados de su pasado y más tarde su futuro, conformando entre todos la historia de un amor-odio enfermizo, que según propia confesión se estructuran como un doble hexágono.

La narración de su encarcelamiento, adaptación, descubrimientos y finalmente huida de la terrible cárcel subterránea donde los reclusos trabajan, en el seno de un complejo sistema que implica una prisión dentro de la prisión, para extraer granates de las profundidades con los que pagar su sustento, constituye el eje vertebral de la novela y ocupa seis capítulos, cada uno de ellos acompañado por otro que muestra la vida fuera de Chthon. Los tres primeros se refieren al pasado, y comienzan cuando Atón Cinco es todavía un niño que cierto día se tropieza en el bosque con una mujer misteriosa. A mitad libro, sin embargo, empiezan a proyectarse hacia el futuro, avanzando desde el momento en que logra huir, y detallan su búsqueda de la ninfa (miñoneta) y, sobre todo, lo que acontece cuando la encuentra y se revela su auténtica naturaleza.

Con resonancias mitológicas a tutiplén (siendo las más evidentes los mitos de Edipo y Orfeo), «Chthon» escenifica en sus mejores segmentos, los de la prisión subterránea, una especie de ceremonia mistérica de muerte y resurrección. Desentrañar el significado del resto de capítulos ya es una tarea más complicada, porque se me antoja todo tan imaginativo como descontrolado, con simbolismos que no sé si son aleatorios o tan crípticos que se me escapan.

Lo que sí puede, tal vez, entresacarse es una visión… perturbadora de lo femenino. No hay nada que pueda identificarse como evidentemente misógino, pero como parecer ser la norma en su producción (al menos durante sus primeros años), su visión de la mujer es cuando menos polémica, alcanzando el sumun de lo mórbido (¿o quizás meramente provocativo?) con la descripción del peculiar sistema afectivo de las miñonetas.

Añadido a todo lo ya comentado, tenemos una misteriosa enfermedad, el Enfriamiento, que afecta a planetas enteros, diseminándose de un modo que desafía cualquier explicación natural y que tiene impacto en trama, aunque a la postre resulta difícil discernir cómo (o si) se entrelazan los distintos temas en una explicación coherente (por ejemplo, la obvia identificación del protagonista con un dios solar, escenificando el antiguo arquetipo del ciclo de muerte y resurrección, presente en mitos como el de Osiris, Perséfone o el propio Jesucristo, queda en nada; poco más que una provocación hueca).

Desde luego, no deja para nada indiferente, y cabe recalcar que en 1967 toda esta propuesta resultaba doblemente osada, aunque a la postre deje con más dudas que respuestas. No se le puede negar a Piers Anthony su empeño rupturista (con elementos que aun hoy resultan perturbadores), pero esta novela es quizás más fascinante por lo que intenta que por lo que consigue.

Pese a todo, llegó en el momento oportuno, así que le valió a su autor su primera nominación a los premios Hugo y Nebula. Repetiría dos años después en los Hugo con «Macroscope». El Nebula no volvería ni a olerlo. Unos pocos años después encontraría su nicho, escribiendo sobre todo la interminable serie de fantasía cómica de Xanth (sin olvidar otras muchas locuras, así como ocurrencias inclasificables como la serie de «Pornucopia») y cualquier promesa de respetabilidad que un debut tan sonado hubiera podido plantear se diluyó por completo.

Ocho años después, en 1975, Anthony publicó una secuela de «Chthon», «Phthor», que al parecer toma su inspiración no de la mitología griega, sino de la nórdica (y que, también al parecer, no responde a ninguno de los interrogantes planteados). A partir de ahí, y con el permiso del autor, Charles Platt publicó dos secuelas más: «Plasm» (1987) y «Soma» (1988).

La parte de la prisión conserva casi por completo el interés que pudo despertar en su día y Atón Cinco, como antihéroe, resulta un personaje intrigante (aunque también antipático, sobre todo por el modo en que autojustifica sus malas acciones, sin llegar jamás a arrepentirse por nada). Por desgracia, en el caso de «Chthon» el conjunto resulta ser menos que la suma de sus partes, así que se hace difícil recomendar el libro, salvo quizás como una experiencia diferente (lo cual tampoco es poca cosa).

Como ya había comentado «Chthon» obtuvo nominaciones tanto al Hugo como al Nebula, siendo acompañado en ambos casos por «El señor de la luz«, de Roger Zelazny (ganador del Hugo); «La intersección de Einstein«, de Samuel R. Delany (ganador del Nebula); y «Espinas«, de Robert Silverberg. El quinteto de finalistas se completó con «The butterfly kid«, de Chester Anderson, en el caso del Hugo y con «The eskimo invasion», de Hayden Howard, en el del Nebula.

Otros libros del mismo autor reseñados en Rescepto:

~ por Sergio en marzo 7, 2022.

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