Tú, el inmortal

Aprovechando el aumento de visitas (¡se ha batido el récord diario!), vuelvo a mi rollo habitual (ya sabéis, todas esas tonterías sobre literatura fantástica), y lo hago con el que ya puedo bautizar como rollo recurrente del año 2009: la HUGOLATRÍA (perdón por el chiste malo, visualizadlo en un gran globo de diálogo, saliendo de la boca del Súper, y consideradlo un homenaje a Ibáñez).

En fin, que con la tontería ésa de repasar los Hugo que he leído, he descubierto que en mi biblioteca había cuatro en la lista de espera (y que había encargado uno que tal vez me llegue este viernes), así que me he convencido a mí mismo de que es un tema tan bueno como otro cualquiera para dedicarle varias entradas a lo largo del año. Tengo todas las décadas bastante bien cubiertas, salvo la presente (cuestión de precios y de atractivo intrínseco de los libros), así que supongo que iré saltando al azar de edición en edición, prestando de tanto en tanto atención a los nominados (perdedores).

tuinmortal

Hoy toca la primera novela de Roger Zelazny, «Tú, el inmortal», que triunfó en 1966 ex aequo con una obrita semidesconocida titulada «Dune» (circunstancia que sólo se ha vuelto a dar una vez). Unidas en la gloria, la trayectoria de ambas obras fue divergente. Mientras que «Dune» se convertía en la novela de ciencia ficción más lucrativa de la historia (por encima de 12 millones de ejemplares vendidos), y daba origen a una serie (de calidad decreciente) de la que vivió Frank Herbert y vive ahora su hijo Brian, «Tú, el inmortal» servía de abanderada para un movimiento que dominaría la ciencia ficción desde mediados los sesenta hasta bien entrados los setenta y que la haría evolucionar hacia un género más rico (temáticamente) y más maduro (literariamente): la New Wave.

Como no resulta difícil deducir leyendo este blog, uno de mis pasatiempos consiste en analizar la evolución de la literatura fantástica, así que no puedo dejar pasar la oportunidad de aplazar por dos o tres párrafos el momento de comentar la novela en que (se supone) se centra esta entrada.

La New Wave en la ciencia ficción, como buena parte de los movimientos culturales, surgió a modo de reacción contra lo establecido, una época que se ha conocido a posteriori como la Edad de Oro y que abarca (a grosso modo) desde finales de los 30 hasta mediados de los 50 (con zarcillos extendiéndose por otra década). En este período, escritores como Isaac Asimov, Robert Anson Heinlein, Jack Williamson o Arthur C. Clarke, tomaron la ficción anticipativa donde la había dejado la era de la ficción pulp y desarrollaron esas ideas, creando un sentimiento de comunidad con unas características bien definidas: optimismo por el futuro, confianza en la tecnología y enaltecimiento del ser humano como protagonista del futuro. Otra característica crucial es la edición en revistas como Analog, Amazing Stories o Astounding, dirigidas por editores tan influyentes como John W. Campbell o Hugo Gernsback (en cuyo honor se bautizaron los premios que nos ocupan), que forzaron una producción consistente en relatos cortos y novelas serializadas. La guerra fría y el desencanto con la ciencia, oscurecieron esta etapa de relativa ingenuidad y empujaron a los escritores a explorar nuevos territorios, dando lugar a obras como «Cántico por Leibowitz«, premio Hugo en 1961, que se distanciaban de los temas predominantes y volvían la vista hacia el ser humano como punto focal de las historias (sustituyendo el espacio exterior por el interior y renunciando a la ciencia si ésta se interponía en el mensaje que se deseaba transmitir). El árbol estaba maduro para producir nuevos frutos.

dangerousvisions

En 1967, Harlan Ellison recopiló la antología «Visiones peligrosas», que revolucionó el panorama de la ciencia ficción, abordando temas considerados hasta ese momento tabú, como la sexualidad, y sirviendo de escaparate para la mayor parte de los escritores que coparían el mercado durante los sesenta y principios de los setenta. Otro importante cambio que propició el movimiento fue la exigencia de valores literarios (trascendiendo el concepto de mera literatura de ideas) a las historias de ciencia ficción, acercando por un lado la cifi a la corriente principal de la literatura y propiciando la experimentación formal. Entre los instigadores de este proceso destaca Michael Moorcock, en su labor de editor de «New Worlds«, una revista británica que impuso como requisito para publicar en sus páginas la utilización de esquemas y recursos novedosos (hasta el punto que hacia el final de sus veinticinco años de existencia ya se había transformado en una revista de literatura generalista de vanguardia).

Antes, sin embargo, Roger Zelazny se sacó de la manga una novela distinta a todo cuanto el lector medio de ciencia ficción había leído hasta entonces, lo que le valió los más altos honores y lo situó como una de las principales voces del género (aunque su prestigio entre la crítica no llegó a traducirse por completo en éxito comercial).

«Tú, el inmortal», vio la luz como serial en dos partes, publicado en 1965 por The Magazine of Fantasy and Science Fiction, bajo el título de «…y llámame Conrad». Entre ambas partes, totalizaba unas 47.000 palabras. Para su publicación en Ace Books, un año después, Zelazny recuperó unas 11.000 palabras que había eliminado de la versión serializada (tanto para hacerla más corta, como por conformar fragmentos «inapropiados» para el público de la revista). En el proceso, el editor forzó el cambio de título (a «This immortal»), decisión que nunca gustó al autor.

Se titule como se titule, el libro sigue las andanzas de un héroe de resonancias míticas, Conrad Nomikós, Comisario para Artes, Monumentos y Archivos, un título grandilocuente y que entrañaría verdadera responsabilidad y poder, si no fuera porque la Tierra es un mundo devastado, habitado por apenas cuatro millones de personas, que tratan de curar las heridas de una terrible guerra nuclear que en tres días lo arrasó todo, llevando al ser humano al borde de la extinción. Y si se salvó no fue por méritos propios, sino por la intervención de los veganos, una raza extraterrestre muy poderosa, que acogió bajo su protección a los supervivientes y al propio planeta, tan desdeñosa con los seres humanos como curiosa por los restos de su cultura.

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Conrad es un hombre feo, cojo de una pierna y con media cara atacada por hongos. Sin embargo, su vitalidad es extraordinaria. De edad indefinida, mucho más de un siglo, apenas aparenta encontrarse en la treintena, y su fuerza es poco menos que propia de un semidios. Además, su larga existencia esconde secretos. En el pasado, bajo el nombre de Karaghiosis, se opuso con tácticas terroristas a la ocupación vegana, promoviendo el «retornismo», es decir, el regreso de los seres humanos a su planeta ancestral, desde las colonias del Sistema Solar y los planetas veganos, donde se ocupan de las tareas más serviles. En el presente de la novela, abandonados estos sueños por motivos que se explican en el texto, recibe el encargo de acompañar a Cort Shtigo, un vegano, en una visita por diversos lugares históricos del la Tierra. Resulta evidente que tras el viaje hay una agenda oculta, pero Conrad se resiste a actuar con precipitación. No así los responsables del grupo terrorista que él mismo fundó, que quieren al extraterrestre muerto, algo que no está dispuesto a permitir por una mera sospecha.

La novela sigue a la expedición (que cuenta, entre otros integrantes, con Hasán, un asesino profesional contratado como «guardaespaldas», y Phil, el mejor poeta vivo y viejo amigo de Conrad) mientras visita Egipto y Grecia, contemplando los restos de la cultura terrestre y enfrentándose a los nuevos peligros, surgidos a raíz de las mutaciones inducidas por la radiación. Hasta aquí no hay mucho de particular, y sin duda no hubiera alcanzado tanto reconocimiento de no haber optado Zelazny por fusionar con su historia de ciencia ficción los viejos mitos griegos. Así pues, buena parte de las mutaciones se manifiestan en forma de seres de resonancias mitológicas, tales como sátiros, caballos alados o unicornios. El propio Conrad Nomikós es identificado con los kallikanzari (una especie de gnomos malignos del folklore griego) y con el dios Pan por los personajes, y se presenta como una amalgama de personajes tales como Heracles, Hefaisto o Jasón. De igual modo, varios de los episodios hacen referencia a leyendas como la del gigante Anteo o alguno de los trabajos de Hércules. A propósito de esto, casi al final del libro (edición de Orbis) se nos ofrece un glorioso ejemplo de traducción creativa, al referirse a un jabalí (boar) como oso (bear), habiendo escrito previamente «rorcual» en vez (supongo) de «verraco». Adicionalmente, hay múltiples referencias a diversos escritores anglosajones, no quedándose el homenaje a Joseph Conrad en la mera utilización de su apellido.

Desde un punto de vista estilístico, destacan los diálogos (que buscan la naturalidad antes que la comprensibilidad) y el uso de numerosísimos micro flashbacks y flashforwards (frases o párrafos cortos que adelantan acontecimientos o dan cuenta de hechos pretéritos).

Acaba aquí la reseña y comienza la crítica, que me temo que será negativa. Y lo siento así porque para muchos «Tú, el inmortal» es una obra fundamental, y tengo la sospecha de que si a mí no me lo parece es por incompatibilidad personal con este tipo de ficción. Para empezar, siendo una novela tan corta y tan simple (sigue al pie de la letra el modelo de viaje iniciático), se pasa las cincuenta o sesenta primeras páginas mareando la perdiz, jugando a no proporcionar información para (en mi parcial opinión) crear misterio donde no lo hay. Después, la naturaleza episódica de la narración toma protagonismo y, una vez comenzado el viaje, ya no hay ambigüedades, presentando una sucesión de hazañas físicas por parte de Conrad (al más puro estilo de la fantasía heroica, algo que también debió de resultar muy novedoso para el lector exclusivo de ciencia ficción), entrelazadas por conversaciones que ilustran la realidad política de la Tierra y van exponiendo la red de alianzas e intereses. Es decir, la trama avanza a golpes.

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Muchos de los defensores de esta obra aluden a su valor simbólico. Habiéndose visto en sus páginas un paralelismo con el conflicto árabe-israelí en Palestina (no hemos avanzado mucho desde entonces) y más a menudo una crítica al colonialismo estadounidense en la Europa ocupada tras la Segunda Guerra Mundial (extensible, en general, a cualquier tipo de colonialismo). La verdad es que yo podría añadir más. La sucesión de vidas del protagonista, marcadas por el cambio de nombre, por ejemplo, forman un ciclo de regeneración y reinvención muy interesante (resaltado por su insistencia en que, en esa etapa vital, le llamen Conrad). Sin embargo, no acabo de ver que se exploten estas ideas y se llegue a algo más que una mera exposición del punto de partida (no hay planteamiento ni resolución de la supuesta tesis). En realidad, la única conclusión que se ofrece, la explicación del porqué del viaje del vegano, resulta de una simplicidad e ingenuidad incompatible con la gravedad y complejidad de los temas que se supone que (y quizás realmente) trata.

Mi otra fuente de insatisfacción reside en el uso de temas mitológicos, que se me antoja superficial. Tal vez me afecte el contemplar un recurso novedoso en su época desde una perspectiva moderna, pero los mitos, especialmente los griegos, siempre me han interesado, no tanto por su forma exterior, sino por el significado primordial que recubren. En «Tú, el inmortal», Zelazny se limita a utilizarlos como prueba del advenimiento de un nuevo período mítico (donde tienen cabida los héroes y los semidioses), y en contadas ocasiones como espejo donde puedan mirarse (y medirse) las hazañas de Conrad.

En resumidas cuentas, que tanto desde un punto de vista aventurero (prefiero al Howard original), como simbólico (para mí, se queda a años luz de una obra maestra como «Nova«, escrita por Samuel R. Delany en 1968, que sólo fue candidata al Hugo, sin que sea demérito perder ante «Todos sobre Zanzíbar«, de Brunner), «Tú, el inmortal» no acaba de cumplir mis expectativas.

Quizás sea que presento incompatibilidad con Zelazny. Tampoco me gusta «El señor de la luz«. Pero como esa novela ganó el Hugo dos años después que «Tú, el inmortal», me temo que ésa es otra historia, que deberá ser contada en otra entrada.

Lo que opinan otros de la aventura de Conrad Nomikós:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 3, 2009.

6 respuestas to “Tú, el inmortal”

  1. Joder, mejor un homenaje a Arévalo, macho…
    BUUUUUUUUUUU!
    :-)

  2. Es que los chistes de gangosos quedan muy mal por escrito.

  3. No te garantizo que te vaya a gustar, pero te aseguro que en la traducción de Bibliópolis no se confunde «boar» con «bear». Claro que, ¿para qué leer una traducción decente, si hay disponible más barata una traducción nefasta?

  4. Precisamente hago la matización respecto a la edición para no incurrir en acusaciones injustas. Pero hombre, tanto como disponible una edición de 1977… Eso sí, mi presupuesto para novedades se decanta por otros subgéneros y, en todo caso, si me planteara adquirir otro ejemplar para reevaluar mi opinión, seguramente optaría por leerlo en su idioma original (y no es porque no me inspire confianza Joaquín Revuelta, sino porque hay matices que ni la mejor traducción es capaz de transmitir).

  5. Pues sí, sin duda lo mejor es acudir a la versión original. Y más genéricamente, habría que evitar evaluar los libros segun sus traducciones antiguas, por difundidas que estén.

    Por ejemplo, ¿sabías que _Bóvedas de acero_ de Isaac Asimov, en la traducción que ha leído la grandísima mayoría de los lectores, está recortada nada menos que en un 15-20% de su extensión?

  6. ¡Ay! El presupuesto es limitado y las tentaciones muchas. Con recursos finitos se va haciendo lo que se puede y, en este caso en concreto, se evalúa lo que se posee… o lo que se recibe.

    Respecto a «Bóvedas de acero», es posible que me incluya en esa mayoría, ya que mi ejemplar ni siquiera se titula así, sino que es la edición de Picazo que en portada figura como «El resto de los robots» (y en el interior como «Las cuevas de acero»). Eso sí, utiliza (o al menos eso sostiene) una traducción diferente de la de Martínez Roca del 79, así que a lo mejor he tenido suerte.

    En cualquier caso, mi preferida de largo siempre ha sido «Los robots del amanecer».

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