¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Blade runner)

Es la novela más famosa de Philip K. Dick, esá que conocen hasta los que no saben gran cosa de ciencia ficción (eso sí, con su nombre comercial). Por contra, existe un consenso bastante amplío en considerarla cuando menos una obra menor dentro del corpus dickiano. Lo cierto es que la impresión que me dio en 1997, cuando la leí por primera vez, no fue muy positiva. Desde entonces, sin embargo, he aprendido a apreciar a Dick, y he querido comprobar si, como me pasó con «Ubik«, era todo cuestión de reajustar expectativas.

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«¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?» («Do androids dream of electric sheep?») se publicó en 1968 y le reportó a su autor su tercera nominación a los premios Nebula (perdió frente a «Rito de iniciación» de Alexei Panshin). Su momento, sin embargo, llegó en 1982, al ser escogida por Ridley Scott como inspiración (laxa) para la considerada como una de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos: «Blade runner» (que le prestaría el título para muchas de las subsiguientes ediciones).

La novela explora uno de los temas predilectos de Dick, qué significa ser humano, y lo hace contraponiéndonos con los androides, unos seres artificiales, idénticos físicamente pero incapaces de sentir empatía. El protagonista de la historia es Rick Deckard, un cazador de bonificaciones, encargado de eliminar a los androides fugados de Marte (donde actúan como esclavos de los colonos) que llegan a la Tierra (un planeta moribundo, cubierto por nubes de polvo radioactivo, fruto de la Guerra Mundial Terminal). Coincidiendo con la introducción de un nuevo modelo más perfecto, el Nexus-6, Deckard se encuentra con el encargo de eliminar en solitario a seis prófugos, mientras trata de lidiar con el vacío emocional de su propia existencia.

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Como comentaba, es sobre todo la empatía lo que diferencia a hombres de andrillos (el término despectivo con que los policías se refieren a su presa), ese sentimiento que nos permite compartir las penas y alegrías de nuestros semejantes. A efecto de medirla, las fuerzas de seguridad han desarrollado el test de Voigt-Kampff, que hasta la fecha ningún androide ha sido capaz de superar.

Lo cierto es que la búsqueda desesperada de conexión es una constante de la novela. El desastre bélico que ha forzado la diáspora forzosa de la humanidad ha acabado también con casi toda la vida animal, hasta el punto de que cada hombre siente la necesidad (tanto por presión psicológica propia como social) de cuidar a un animal (Deckard y su mujer tienen la mala suerte de que su oveja falleció, siendo sustituida por un modelo artificial, para evitar las habladurías de los vecinos, aunque atenderla no les reporta consuelo y, de hecho, parece ahondar el abismo que los separa).

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A la obsesión por otras formas de vida se le une una especie de culto que requiere de la conexión empática entre todos los hombres a través de una experiencia religiosa compartida, el mercerismo (una religión que aúna expiación y comunión de almas, centrada en un personaje prototípico, a mitad camino entre Cristo y Sísifo). Compartir con Mercer su martirio y triunfo, en un ciclo eterno y sin objetivo ulterior, es lo que aúna a toda la humanidad, tanto los que se han quedado en la Tierra como los colonos, a los normales y los especiales (afectados por la radiación a los que se prohíbe reproducirse). Hacer uso de la caja de empatía es, de hecho, algo fuera del alcance de los androides.

Opuesto al mercerismo se presenta el Amigo Buster, un cómico que bombardea a las masas con su cháchara sin sentido, veintitrés horas al día por la tele y otras tantas en la radio, burlándose del mercerismo y de la empatía. Es, claramente, una fuerza desmitificadora, deshumanizadora, que, en boca del especial cabeza de chorlito J. R. Isidore (quien en una subtrama de la novela acoge a algunos de los androides fugados), combate con Mercer por el control del alma de la humanidad.

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Como se ve, mimbres no le faltan a la novela para constituir una gran adición al corpus dickiano. Por desgracia, hacia mitad del libro, cuando los temas deberían empezar a engranar, algo falla. Más específicamente, me atrevería a señalar cierto momento en que se introduce la típica duda sobre la realidad que es tan común en la ficción de Dick (en este caso planteando la posibilidad de que Deckard sea un androide, con recuerdos falsos implantados). La cuestión es que es una posibilidad desarrollada con desgana, casi podría decirse que por obligación, y a partir de ahí no parece recuperar la tensión narrativa, dedicándose sobre todo a solucionar el conflicto entre el cazador de bonificaciones y los androides fugitivos, justo en el punto en que en otras novelas del autor las paranoias, alucinaciones y referencias cruzadas suben dos o tres marchas y aceleran hacia su clímax.

Incluso la aparición del propio Mercer hacia el final (después de dejarlo de lado durante buena parte del último tercio) se antoja un poco de compromiso, por subir un tanto la cuota de rarezas, o quizás tratando a la desesperada de focalizar la tesis de la novela. Una pena, porque «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?» podría haber sido una gran novela existencial, con Deckard representando a todo aquel que se esfuerza denonadamente por acabar siempre en el punto de partida, al pie de la cuesta, con una nueva piedra que arrastrar hasta la cima (por entonces Dick ya estaba resignado a no escapar jamás del nicho especializado de ciencia ficción de ventas modestas), viviendo por los pequeños y efímeros triunfos cosechados en la cumbre (una metáfora que ya empleó en 1942 Albert Camus en su ensayo «El mito de Sísifo»).

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«Blade runner», la película, simplifica, recorta la mayor parte de estos temas y significados, trasladando además el foco existencialista de los hombres a los androides (replicantes), minimizando la importancia de la empatía (hasta el momento final, en que Roy Batty derriba esa última frontera y trasciende su artificialidad). Es una visión menos opuesta de lo que aparenta, basada en la consideración de los androides como inferiores o superiores a los hombres (lo podéis encontrar explicado en mayor profundidad en este artículo en C). A la postre, quizás sea la menor dispersión lo que ayuda a potenciar el mensaje en el medio fílmico y lo que perjudica un tanto a la novela en comparación (por no hablar de que en la película tenemos la primera gran muestra de estética cyberpunk).

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 7, 2015.

2 respuestas to “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Blade runner)”

  1. También es coicidencia, lo acabo de releer y creo que si fuera lo primero que leyera de Dick me costaría interesarme por el resto de su obra. ¡Menos mal que empezé con Ubik!

    • Pues es la puerta de entrada para la mayor parte de los lectores, tanto por la facilidad de acceso (con múltiples ediciones) como por la influencia de la película. Dick, incluso cuando logra un pleno, es un autor complejo. ¡Imagínate lo que debe ser empezar por ahí para alguien que ni siquiera sea lector de ciencia ficción!

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