La otra isla del doctor Moreau

Hace poco criticaba una obra derivada por no ser fiel al espíritu de la original. Lo cierto es que un exceso de fidelidad tampoco es demasiado aconsejable, pues entonces desaparece cualquier posible excusa que avale la osadía de volver sobre los mismos temas utilizando los mismos elementos. Tal es el caso del “remake” de la novela de H.G. Wells firmado por uno de los autores más destacados de la New Wave, Brian Aldiss (justo cuando este movimiento agonizaba para dar paso a nuevas/viejas tendencias).

Tengo que confesar que no estoy familiarizado con la isla original. Todos mis referentes son indirectos, así que sin duda se me escapan muchas sublecturas, pero se trata de una de las obras más famosas del padre de la ciencia ficción y a grandes rasgos es ampliamente conocida. En base a este conocimiento me atrevo a afirmar que en lo esencial hay muy poco de novedoso en “La otra isla del doctor Moreau”; y lo que es peor, en lo accesorio los temas desarrollados parecen trasnochados, no ya desde una perspectiva actual, sino incluso para la época en que fue publicada (1980).

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La novela narra las desventuras de Calvert Roberts, subsecretario de estado de unos Estados Unidos involucrados en la Tercera Guerra Mundial (aliados con China y Japón en contra de un bloque liderado por los soviéticos). Su transporte es derribado sobre el Pacífico de vuelta de una conferencia de vital importancia en la Luna y como único superviviente llega a una isla donde el pueblo bestial (que posteriormente se revela como los descendientes de los experimentos del doctor Moreau original) se encuentra bajo el dominio del Amo, un científico loco en toda regla, víctima a su vez de los efectos perniciosos de la talidomida. Con apenas unos dedos que le nacen en los muñones de los brazos como extremidades, Mortimer Dart, que así se llama el científico, ejerce su despótico reinado sobre la isla, con la colaboración de unos pocos ayudantes humanos y un exoesqueleto protésico que suple sus graves carencias físicas.

Desde el principio, resulta harto increíble la torpeza e incapacidad para evaluar correctamente la situación de Calvert, quien supuestamente destaca por sus grandes dotes diplomáticas. Una y otra vez se enfrenta con chulería a quienes a todos los efectos son sus carceleros, exigiéndoles ponerse en contacto con las autoridades, al tiempo que planea (¡y lo proclama!) poner fin a los experimentos. Dart, por supuesto, no le hace ni puñetero caso, pues se encuentra muy cómodo compensando una vida de supuestos ultrajes derivados de su minusvalía ejerciendo como el Amo que empuña el Látigo e impone castigos (el control de las bestias-hombres incluye también una especie de religión basada en la sumisión y el miedo).

Como no resulta difícil imaginar, la cosa pronto degenera en una rebelión del pueblo bestial en contra del Amo, con Calvert por en medio, sin perder un ápice de convicción en la profunda justicia de sus ideas que tampoco van mucho más allá de pensar que Dart es perverso, las bestias unos pobres animales semi-racionales explotados y que todo se podría solucionar con una llamada telefónica (bueno, una comunicación por radio). En el proceso descubre (y quizás aquí a los interesados en reservarse alguna sorpresilla les convenga saltar directamente al siguiente párrafo) que los experimentos de Mortimer Dart están financiados por su propio departamento como parte del esfuerzo bélico, y que éstos han culminado en la creación de una especie de sub-humanos capaces de sobrevivir a un invierno nuclear (la “otra” isla a que hace referencia el título no es física, sino que se trata de su imagen distorsionada que Calvert imagina que retratan los informes oficiales).

Lo antedicho podría haber proporcionado suficiente material para complementar la idea original y permitir que la aportación de esta secuela fuera significativa, pero lo cierto es que los disparos de Aldiss carecen de pólvora (retórica) y son muy poco certeros, quizás porque son temas más propios de la Guerra Fría, que la ciencia ficción había explorado a conciencia durante las décadas de los 50 y los 60.

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A nivel de estilo la novela tampoco tiene nada que ofrecer. Parece mentira que el autor de obras tan rompedoras como “Estudio de probabilidad A” o “A cabeza descalza” se hubiera dejado domar hasta la aburrida corrección formal y estructural de “La otra isla del doctor Moreau (posiblemente, influyó el escaso éxito comercial de sus experimentos durante los años 70). En un determinado momento se acuerda de su deber trasgresor, e incluye un capítulo totalmente descontextualizado en el que parece que el protagonista se intercambia con un gemelo lascivo y nos sirve en bandeja sexo seudointerespecífico y pedófilo. Vale, uno de los cambios de la New Wave fue la introducción del sexo en la ciencia ficción, pero eso fue casi dos décadas antes. Aquí aparece como un pegote de última hora, sin mayor aspiración que provocar por provocar… algo que por la misma época muchos otros estaban haciendo más y mejor. Los ochenta, además, empezaban a exigir una mayor agilidad narrativa y un tratamiento más dinámico de la acción. Así pues, entre su pobreza conceptual y su escaso valor como entretenimiento puro, se ve abocada a la mediocridad (muy profesional, eso sí).

A nivel personal, encuentro un motivo adicional de rechazo. En su época, Wells recurrió a la cirugía para dotar de existencia a sus bestias-hombre (y en verdad hubo científicos probando burradas como implantar alas de pájaros a perros y cosas así). Aldiss trata de modernizarlo hablando de alteraciones genéticas, pero como no tiene mucha idea las confunde con malformaciones teratogénicas provocadas por drogas (como la talidomida), algo que podría afectar al desarrollo embrionario, pero nunca a la línea germinal. Ya resulta bastante triste encontrarse con un científico loco prototípico, como para que encima resulte que su ciencia está totalmente desfasada (respecto a la época de escritura, no digamos ya para el 1997 alternativo que nos muestra). Otra oportunidad perdida de renovar las ideas de Wells y justificar así el remake.

No le debió salir mal la jugada, pues poco después Aldiss canibalizaría el clásico de Mary Shelley con su “Frankenstein desencadenado”, completando muchos años después el tríptico con “Drácula desencadenado” (aunque esta última novela se aleja del camino de la recreación fiel… lamentablemente no para bien). En resumidas cuentas, “La otra isla del doctor Moreau” representaría para el legado de H.G. Wells lo que la adaptación de “La guerra de los mundos” de Spielberg: una tímida puesta al día, con serios problemas derivados de la no modernización de los motivos originales y muy poco acierto en la introducción de otros nuevos (sin contar con la ventaja de los efectos especiales). Espero que Stephen Baxter haya tenido mejor mano con su continuación de “La máquina del tiempo”, por muy innecesarios que me sigan pareciendo este tipo de “homenajes” en un contexto profesional.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en agosto 17, 2009.

Una respuesta to “La otra isla del doctor Moreau”

  1. En general, suelo mirar con suspicacia todo intento de «tributo» a un artista famoso, sea en literatura o en otras artes. Siempre me ha parecido que el que brinda el tributo es incapaz de pensar algo original, tal vez porque atraviese una crisis o porque ya de por sí es así. Y me salto los «tributos» con pértiga. :)

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