La nave estelar

Brian Aldiss publicó su primera novela de ciencia ficción, “La nave estelar” (“Non-stop” o “Starship”, según sea la edición británica o estadounidense), en 1958. La configuración de la New Wave, de la que Aldiss sería quizás la figura más destacada, aún estaba muy lejos en el futuro, pero en sus páginas es posible detectar atisbos del modo en que la nueva forma de entender la ciencia ficción iba a dotar de nuevos significados a los temas clásicos. De hecho, podría considerarse “La nave estelar” como la actualización de una vieja novela de Heinlein, “Huérfanos del espacio”, serializada en 1941 en las páginas de Astounding (aunque, paradójicamente, no sería publicada en formato de libro hasta 1963).

El planteamiento en ambos casos es idéntico. El escenario de la acción es una inmensa nave generacional, que viaja por el cosmos sin control, con los descendientes de los tripulantes originales reducidos a un estado cercano al salvajismo, olvidado mucho tiempo atrás tanto el propósito del viaje como el hecho mismo de que el entorno que les rodea es una astronave artificial (y no meramente el Mundo). Por desgracia no estoy familiarizado con la obra de Heinlein, pero basta con leer la sinopsis para empezar a encontrar diferencias de gran calado. Para empezar, el protagonismo en la obra de Aldiss raramente (si acaso alguna vez) recae en una figura heroica. En el caso que nos ocupa, Roy Complain mueve más al desprecio que a la admiración. Se trata de un cazador individualista, con un desarrollo afectivo casi inexistente y carente de cualquier tipo de rasgo loable (como valentía o inteligencia). En resumidas cuentas, se trata de un ejemplar típico de una sociedad modelada por extrañas creencias y ritos (derivados de conceptos psicoanalíticos más que religiosos), pero que no por ello va a resultarnos simpático o inspirador.

La primera parte de la novela es ante todo descriptiva. Seguimos a Complain mientras se desarrolla su rutina diaria, observando a través de sus ojos el entorno artificial “naturalizado” por los pónicos, unas plantas de rapidísimo crecimiento, y siendo testigos de las curiosas relaciones establecidas entre las distintas jerarquías de su tribu (la tribu de Greene), que habita en los Cuarteles, siguiendo una especie de existencia seminómada.

Pronto, sin embargo, la existencia de Complain da un vuelco y se ve incluido (a pesar de su escepticismo) en una expedición ilícita, liderada por el sacerdote Marapper, que pretende recorrer las cubiertas de la Nave hasta encontrar la mítica sala de control. La historia entra aquí en una fase donde predomina la descripción de ambientes extraños, con una inclinación claramente aventurera. Aldiss demuestra, ya en esta etapa temprana de su carrera, su habilidad en la construcción de ambientes extraños (aunque se encuentra aún lejos de la maestría que alcanzaría, por ejemplo, en “Invernáculo”).

Las apuestas no hacen sino elevarse cuando entran en escena Adelante, la más avanzada tribu que domina las cubiertas delanteras de la Nave, los gigantes (reminiscentes de los antiguos constructores) o seres más extraños, como una especie de ratas súper evolucionadas. A partir de aquí, los acontecimientos van precipitándose, a medida que Complain, casi por azar (aunque nunca como un sujeto pasivo), se encuentra en medio de la avalancha de acontecimientos que van desvelando el pasado, presente y futuro de la Nave, así como es testigo de la escalada de enfrentamientos a múltiples bandas que van conduciendo la situación hacia un punto crítico, capaz incluso de destruir el precario status quo mantenido durante generaciones.

Cabe señalar, ante todo, un hecho muy significativo. Aunque los personajes (o al menos algunos de ellos) ignoran al principio que se encuentran en una nave espacial, su viaje de conocimiento no es compartido por el lector, que desde el mismo principio ya es consciente de este hecho. Existen detalles, eso sí, que constituyen terra ignota tanto para los protagonistas como para el lector (aunque se proporcionan suficientes pistas como para que pocas de ellas resulten sorpresivas a un avezado conocedor del género). Sin embargo, nada de todo eso se configura como el auténtico motor de la historia, sino que queda en un mero motor argumental.

Mucho más importante que el mero conocimiento es el efecto que poseerlo tiene en Complain, cuya evolución, desde el salvaje que se limita a reaccionar ante los acontecimientos hasta el revolucionario que exige justicia (ante quién me lo guardo por no desvelar desarrollos cruciales de la trama), dota a la historia de su auténtico sentido. Poco a poco, va desembarazándose de las manipulaciones de los demás (empezando por las enseñanzas enarboladas por el sacerdote… siendo a este respecto curioso el hecho de que la ciencia que ha sustituido a la religión, hasta el punto de desterrar del lenguaje palabras como “Dios” y “demonios”, acabe mostrando tantos paralelismos con aquella).

El final mismo de la novela subvierte uno de los principales “dogmas” de la sociedad artificial surgida en el interior de la astronave a la deriva, que reza: “La verdad nunca ha liberado a nadie”. El mismo final (y aquí voy a incurrir en un pequeño spoiler), simboliza la ruptura del gran autoengaño central (la identificación Nave=Mundo), y fuerza la adopción de una solución ética por parte de… No, esto me lo callo.

Como puede apreciarse, “La nave estelar” presenta un trasfondo mucho más ambicioso de lo que fue habitual durante la Edad de Oro (lo que podríamos denominar el “viejo” modelo de ciencia ficción). Utiliza todavía sus mismos elementos y sigue las mismas estructuras, pero el enfoque va desplazándose desde la aventura de conocimiento exterior, hacia el periplo de descubrimiento interior.

No es una obra perfecta (difícilmente podría serlo dada la inexperiencia del autor). Hay momentos en que el ritmo decae hasta extremos alarmantes, y los acontecimientos y reacciones de los protagonistas no siempre siguen desarrollos lógicos (eso por no hablar de las justificaciones científicas, bastante más que discutibles, aunque no sea éste un tema que fuera a preocupar nunca a Aldiss). La horrible traducción (lo he leído en la edición de Nebulae de 1980, aunque me consta que presenta la traducción tipo de casi todas ediciones en español, quitando de la de Nebulae Primera Época, que además utilizaba el título «Viaje infinito») no ayuda precisamente. Sin embargo, ya en una etapa tan temprana de su carrera se aprecian los detalles que llevarían a su autor a ser uno de los escritores de ciencia ficción más respetados (si bien no necesariamente de los más leídos). Y por si faltaran alicientes, “La nave estelar” es, además, una novela fundamental dentro de una temática tan característica como es la de las naves generacionales.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en agosto 21, 2010.

Una respuesta to “La nave estelar”

  1. Sí, una gran novela y recuerdo otras del mismo contexto, lamentablemente no recuerdo los títulos :-(
    Lo último ha sido Pandorum, en el cine.

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