Cuentos del planeta Tierra

Para 1989, Arthur C. Clarke, uno de los más destacados cuentistas de la Edad de Oro, había abandonado prácticamente la producción de relatos (y se encontraba a apenas unos años de dar inicio a su última etapa como escritor, caracterizada por las novelas escritas en «colaboración» con diversos autores). Para entonces, la mayor parte de sus cuentos ya habían sido recopilados en antologías, a menudo varias veces; seis de ellas, publicadas entre 1953 y 1972, las típicas compilaciones multianuales, y otras a modo de «lo mejor de», siendo la última «El centinela», de 1984.

«Cuentos del planeta Tierra» («Tales from planet Earth») fue una segunda tanda de relatos, aprovechado la renovada popularidad de Clarke tras el estreno de «2010: el año que hicimos contacto» (1985), que evitaba también repetir textos aparecidos en «The best of Arthur C. Clarke 1937-1971» (1973) e incluso los que habían dado nombre a anteriores compilaciones. El resultado es una selección… curiosa (se me hace difícil imaginar, aparte de lo mencionado, cuáles pudieron ser los criterios de selección).

El prefacio es de Isaac Asimov y, como solía hacer él, Clarke prologa también cada uno de sus cuentos, comentando alguna anécdota sobre sus escritura, contenido o vicisitudes de publicación. Lo malo es que en este aspecto sir Arthur es bastante más torpe que el Buen Doctor, así que se trata de entradillas que las más de las veces apenas aportan nada a la lectura. Por lo menos son breves.

Antes de proseguir, he de comentar que existen dos listados: el de la edición original británica por parte de Legend (1989) y el de la edición americana de Bantam Spectra (1990). Esta última sustituye «Death and the Senator», «Maelstrom II» y «Second Dawn» por la novela corta «The lion of Comarre». Como suele ser la norma, las ediciones españolas (la primera de 1991) siguen la guía de la estadounidense, incluyendo por tanto catorce textos, que son los siguientes:

«El camino hacia el mar» («The road to the sea», 1951). Novela corta publicada originalmente en el número de primavera de Two Complete Science Adventure Books (un proyecto efímero que intentaba expandir el mercado de la ciencia ficción de las revistas al libro de bolsillo), acompañando la reedición de «Los reyes de las estrellas«, de Edmond Hamilton. En un futuro lejano, quienes se quedaron en la Tierra han evolucionado hacia una sociedad pastoral y estancada, en la que un joven artista busca impresionar a una chica explorando la última de las grandes ciudades, abandonada quinientos años antes. El retorno de los que eligieron explorar las estrellas, con malas noticias para los terrestres, alterará sus planes para siempre. Variación sobre uno de los temas favoritos de Clarke, que encontró su máxima expresión en 1953 en «Contra la caída de la noche» (que expandiría en 1956 como «La ciudad y las estrellas»).

«Odio» («Hate», 1961) es un cuento aparecido en If, posiblemente de los mejores de Clarke o, cuando menos, de los más memorables. Trata de la venganza de un pescador de ostras originario de la Europa soviética contra el ignoto tripulante de un vehículo espacial ruso hundido en los mares del sur tras un reingreso accidentado. Se publicó originalmente tan solo ocho meses después del histórico vuelo de Yuri Gagarin y, salvando cierto machismo inherente a la época en que se escribió, supone un testimonio de la visión humanista del autor, sobre todo en relación a la exploración espacial.

Por su parte, «Campaña de publicidad» («Publicity campaign», The Evening News, 1953) es un breve texto humorístico que, debajo de su chanza (humor negro, eso sí), esconde el pesimismo que durante esos años, los del inicio de la Guerra Fría y la amenaza nuclear, se enseñoreó de la ciencia ficción.

«El otro tigre» («The other tiger», 1953), publicado originalmente en Fantastic Universe, es uno de los tres relatos de la antología que nunca antes se habían recopilado. Hasta cierto punto es comprensible, porque resulta un poco torpe en su desarrollo, algo que compensa con su capacidad especulativa, en torno al tema de los universos paralelos (exponiendo, sin proponérselo realmente, un evento que no desentonaría en una historia basada en la mecánica cuántica… aunque partiendo de un enfoque clásico en un universo infinito).

Tampoco se había recopilado nunca con anterioridad (en una antología exclusiva de Clarke) «En las profundidades» («The deep range», Star Science Fiction Stories, 1955). Esto se debe a la circunstancia de que dos años después, en 1957, el propio autor expandió la historia hasta la longitud de novela. Habiendo leído ambas (aunque reconozco que la novela hace muchos años), he de decir que la mejor parte está recogida en este cuento seminal, que narra cómo un «pastor» subacuático protege a un rebaño de ballenas del ataque de depredador.

Por cuestiones más emocionales que literarias, «Si te olvido, Tierra» («If I forget thee, oh Earth…», Future Combined with Science Fiction, 1951), es uno de los cuentos más famosos de Clarke. Forma parte de la oleada de ciencia ficción pesimista que surgió a principios de los cincuenta, presentando una Tierra arrasada por un conflicto nuclear, combinada con la vieja aspiración astronáutica del autor, que sitúa a los únicos supervivientes del holocausto en la Luna.

Sigue uno de los cuentos más modernos de la antología, «El cielo cruel» («The cruel sky», Boy’s life, la revista interna de los Boy Scouts, que ocasionalmente publicaba ciencia ficción, 1967). También es uno de los más flojos. Trata sobre la prueba de un dispositivo antigravitatorio por parte de un científico discapacitado en el Everest. Se relaciona vagamente con los viejos intereses de Clarke (aunque a estas alturas se le nota ya bastante desactualizado y cada vez más inclinado hacia la tecnología indistinguible de la magia), pero está dirigido sobre todo hacia un final chascarrillo bastante decepcionante.

Del peor, pasamos al que podría ser el mejor cuento de la antología, «El parásito» («The parasite», Avon Science Fiction and Fantasy Reader, 1953). Un cuento que constituye tanto ciencia ficción como terror y que no desentonaría en cualquier antología de horror cósmico. No comentaré nada más sobre él, porque es uno de esos cuentos que es preferible abordar conociendo lo menos posible (tan solo que, junto con «Odio», es el que más recordaba de mi primera lectura hace muchos lustros).

A continuación llega el primero de los cuentos escritos originalmente para complementar en 1957 la antología de los «Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco». Se trataba de una colección de relatos de bar, un género relativamente popular en las islas Británicas, con un giro más cercano al technothriller (si el género hubiera existido en los cincuenta) que a la ciencia ficción propiamente dicha, balanceándose en el borde entre la especulación probable y la trola premeditadamente exagerada. «Los siguientes inquilinos» («The next tenants») constituye otra fábula admonitoria sobre los peligros del armamento nuclear (sin transitar por ningún terreno realmente novedoso), mientras que algo más adelante «El hombre que cribaba el mar» («The man who ploughed the sea») presenta una divertida historia que satiriza la sociedad americana al tiempo que especula con un sistema para extraer recursos del agua de mar. Ambos son, en mi opinión, de los mejores cuentos de la antología desde una perspectiva puramente literaria. A Clarke se le daban muy bien los cuentos de taberna.

«Saturno naciente» («Saturn rising», The Magazine of Fantasy and Science Fiction, 1961) es otra muestra del declive de la producción de Clarke en lo sesenta. Se trata de un cuento a mitad camino entre el recuerdo nostálgico de los inicios de la pasión por el espacio (seguramente con elementos autobiográficos) y la especulación optimista. Por desgracia, apenas deja marca y se olvida casi al instante de terminar de leerlo.

Curiosamente los dos cuentos más antiguos se sitúan casi al final de la antología. «El muro de oscuridad» («The wall of darkness», Super Science Stories, 1949) es uno de los más imaginativos, al presentar un universo de bolsillo con unas reglas muy curiosas. El héroe de la historia es el típico emprendedor soñador de Clarke, empeñado en descubrir que hay más allá de un muro gigantesco que se extiende a lo largo del ecuador de un mundo acoplado gravitatoriamente a su sol. Una buena historia con un gran concepto al que el autor no sabe sacar todo su jugo (su estilo de hard, con visión de ingeniero, no es el más adecuado para explorar sus implicaciones topológicas y metafísicas).

Con «El león de Comarre» («The lion of Comarre», Thrilling Wonder Stories, 1949), que, recuerdo, fue introducido en la edición americana en sustitución de otros tres cuentos, nos adentramos de nuevo en el terreno de relatos que anticipan «La ciudad y las estrellas», pero que todavía no están ahí. Su mayor mérito consiste quizás en anticipar la inteligencia artificial, pero aparte de eso es una novela corta que ha quedado bastante anticuada y que no ofrece nada que no pueda encontrarse con un mejor acabado en otros textos (aunque es de 1949, en realidad Clarke la escribió en 1945, justo cuando empezaba su carrera profesional).

El cierre de la antología es bastante original. Se trata de la primera compilación de un artículo falso que Clarke escribió en 1986 como sátira de la Iniciativa de Defensa Estratégica (más conocida como el Proyecto Guerra de las Galaxias) de Reagan, que se publicó originalmente en el boletín interno de la Junta de Ciencia de Defensa del Pentágono (antes de aparecer en Omni al año siguiente). «En mares de oro» («On golden seas») recupera la idea de «El hombre que cribaba el mar» y la presenta como la flamante Iniciativa de Defensa del Presupuesto, lanzada por la administración estadounidense y rápidamente copiada por los soviéticos… con resultados más bien dudosos.

En su conjunto, no puedo afirmar que «Cuentos del planeta Tierra» sea una buena muestra de lo mejor que podía producir Arthur C. Clarke. Es, más bien, una recopilación de «caras B». Eso sí, el oficio del autor hace disfrutables hasta los cuentos más… mediocres y, cuando menos, ofrece una panorámica aceptable de los intereses y la filosofía humanista de Clarke, con sus esperanzas (la ciencia y la astronáutica) y sus temores (la mala aplicación de ambas, en particular por lo que se refiere al armamento nuclear).

Personalmente, recomendaría antes «El centinela» o incluso antologías más restringidas temporalmente como «Alcanza el mañana» o «El viento del sol» (y, por supuesto, «Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco»). Leer a Clarke, sin embargo, nunca es una pérdida de tiempo, aunque solo sea por el modo en que supo destilar esas esperanzas y temores que caracterizaron a toda una generación. De los tres grandes de la Edad de Oro, Clarke fue el más cercano a la ciencia y los científicos de su época. Él vivió la contradicción entre los altos objetivos y la terrible concreción de los sueños tecnológicos del siglo XX y, pese a todo, nunca terminó de perder la esperanza.

Más que la especulación, terriblemente desfasada, como ocurre a menudo con los planteamientos más rigurosos, me quedaría con el trasfondo humanista de sus historias. Clarke creía fervientemente en la humanidad y, más allá de su fallos y carencias, tenía fe en que encontraría el camino para solventar sus diferencias internas y alcanzar las estrellas. Es un mensaje que sigue siendo no solo pertinente, sino me atrevería a decir que necesario.

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~ por Sergio en julio 7, 2023.

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