Claro de Tierra

Arthur C. Clarke es reconocido como uno de los tres grandes autores de la ciencia ficción clásica (completan la terna Asimov y Heinlein). Reputado cuentista desde mediados de los cuarenta (aunque sus primeras obras amateur se extienden hasta 1937), no fue hasta iniciados los cincuenta que comenzó a publicar novelas (al principio, con importante componente propagandístico, como medio de predisponer a la opinión pública en favor de la astronáutica). Su primer gran éxito llegaría pronto, en 1953, con la magnífica «El fin de la infancia» (nominada al retrohugo de 1954, otorgado el año 2004 pues en aquel año no hubo premios, en un grupo realmente impresionante que también incluía «Las cuevas de acero» de Asimov, «Más que humano» de Sturgeon, «Misión de gravedad» de Clement y «Farenheit 451» de Bradbury, que al final se hizo con la distinción).

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Su siguiente novela, la sexta, publicada en 1955, abandonaba la vertiente metafísica para regresar al hard más puro de sus primeros (y algo posteriores) títulos (curiosamente, se vio emparedada entre dos extraordinarias obras, atípicas en la producción de Clarke, al salir en 1956 «La ciudad y las estrellas», la reescritura de la novela corta «Contra la caída de la noche», ambientada mil millones de años en el futuro, en una Tierra devastada, donde el único reducto de vida es la ciudad de Diaspar). Adelanto ya que no es un buen libro. No tanto por haber quedado totalmente desfasado (cometió la osadía de ambientarlo 200 años en su futuro), pues siempre es posible realizar una lectura contextualizada, como por su fallida incursión en otros géneros, en particular la novela de espías.

En «Claro de Tierra» (término técnico para referirse a la luz reflejada por nuestro planeta), se nos presenta la investigación de un contable, Bertram Sadler, reclutado como agente de contraespionaje para desenmascarar al miembro de un observatorio astronómico situado en la Luna que está presumiblemente pasando información a la Federación, la unión de las colonias desperdigadas por el Sistema Solar (en Marte, Venus, algunos satétiles de los gigantes gaseosos y el cinturón de asteroides). Tierra y colonias se encuentran embarcadas en una espiral de tensiones crecientes a raíz de las pretensiones independentistas de estas últimas, donde se localiza la porción de la población más dinámica (y las mejores mentes científicas), que se enfrenta a los intentos de una Tierra más inmovilista, que se esfuerza por seguir manteniendo su preponderancia en base a su control de los recursos (en particular metales pesados, que son escasos en el resto del sistema).

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Aunque los paralelismos explícitos los establece Clarke con la Guerra de Independencia de las colonias americanas con Inglaterra, lo cierto es que la inspiración primordial viene de la Segunda Guerra Mundial, conflicto en el que el propio autor intervino como técnico (y posteriormente adiestrador) de radar. Los horrores bélicos aún estaban muy frescos, de modo que el autor vaticina con un optimismo desmedido 200 años de paz, justificando así por adelantado la ingenuidad de su protagonista como agente de inteligencia. Ahí radica el principal fallo de la novela. Como trama de espionaje, y más habiendo sido escrita en plena Guerra Fría, no hay por donde cogerla.

Las 200 primeras páginas son casi insoportables, algo en lo que no ayuda una traducción nefasta (he leído la última edición de Edhasa, que al parecer recupera la maqueta de la colección Nebulae Segunda Época, de 1986). Su valor literario es casi nulo, no consigue crear tensión dramática, la atmósfera de secretismo forzada (el protagonista se ve obligado a «recordarnos» en todo momento a través de sus pensamientos las dificultades de su empresa) es pueril (y eso que el propio Clarke trabajó en una de las unidades más sensibles de la RAF y debió soportar sus buenos controles de seguridad) y la especulación, claro, anda bastante desencaminada (faltaban sus buenos catorce años para la misión Apolo 11). Así pues, por mucho que resulte simpático leer sobre ordenadores que aún funcionan con tarjetas perforadas (aunque ya han dejado atrás los logaritmos), o frases del estilo de «por mucho que avance la ciencia y se expanda la humanidad, nunca nada reemplazará al papel», no hay chicha a la que aferrarse.

Claro de tierra

Eso sí, el toque de Sir Arthur debía notarse en el algún sitio, y cuando llega la batalla final (más bien una escaramuza), entre naves federales y un asentamiento en la Luna, donde se ponen en uso nuevas y fantásticas tecnologías, la cosa cambia. Con evidentes reflejos de Iroshima y Nagasaki, y no en menor medida de los bombardeos de Londres por parte de la Lufwaffe, Clarke da rienda suelta a su imaginación para mostrarnos una batalla apocalíptica en un medio exótico (un sexto de gravedad terrestre y un vacío casi perfecto) y con medios de destrucción terribles, basados en parte en «el rayo de la muerte», la investigación militar frustrada que dio como resultado secundario en 1935 el radar (pretendían enfocar engergía electromagnética en un punto concreto para elevar su temperatura por encima de los límites tolerables para el ser humano).

Siguen algunos detalles interesantes, como la descripción de un supercañón que propulsa lanzas de metal fundido mediante electroimanes, un rescate espacial que se encarga de desmontar el mito (todavía muy vivo) de que un ser humano no puede aguantar unos minutos de exposición al vacío sin explotar, o congelarse, o algo igualmente chungo y visualmente espectacular, y la resolución, postergada por treinta años, de la labor detectivesca de Sadler. Lástima que para llegar a esta conclusión, notable por sus propios méritos, haya que sobrevivir al páramo precedente.

En definitiva, se trata de una pequeña novela que ha envejecido mal (peor que «Las arenas de Marte» de 1951, o «Los Stone«, de su mismo año). Uno de los títulos más flojos de Arthur C. Clarke aunque, pese a todo, aún contiene algunos capítulos redentores, que han sido capaces de retener su potencial de maravilla durante más de medio siglo. Recomendable sólo para completistas.

Otras opiniones:

Otros libros del mismo autor reseñados en Rescepto:

~ por Sergio en agosto 31, 2009.

3 respuestas to “Claro de Tierra”

  1. Apenas leí este libro. Si bien tiene sus pequeños detalles, me resulto bastante entretenido y divertido en algunos puntos. Comparado con otras obras de ciencia ficción, la verdad es que si pasa desapercibido. Sin embargo, vale la pena darle un vistazo a las excelentes descripciones que da Arthur C. Clarke.

  2. Algunas críticas mencionan que es un libro flojo que se compone al final con el episodio de una pequeña batalla.
    En total desacuerdo, el autor desarrolla la hipótesis de como sería la vida en la luna, como vivirían en ciudades y como desarrollarían transportes allí, así como son sus relaciones sociales.
    Nos abre la ventana a un futuro, que per se, es muy interesante. También lo son sus planteamientos.
    Lo anterior aunado a una trama de espionaje.
    Muy interesante en todo sentido, que deja con ganas al lector de comprobar hasta que punto lo que dice tiene una base real o donde empiezan la ficción.
    Se nota la maestría de Clarke.

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