Embassytown (Ciudad Embajada)

Tras revolucionar la fantasía con su New Weird, China Miéville irrumpió el año 2011 en la ciencia ficción con «Embassytown», novela que le deparó el premio Locus (que ya había ganado en tres ocasiones, dos a novela de fantasía y una en la categoría de Yound Adult) y sendas nominaciones en los premios Hugo y Nebula. Tampoco es que hubiera sido por completo ajeno al género. De hecho, una de las claves del New Weird reside en la hibridación, y ya en «La estación de la calle Perdido«, por ejemplo, incluía autómatas e inteligencia artificial desbocada.

Eso sí, en vez del mundo ficticio de Bas-Lag, tenemos el planeta ficticio de Arieke (la diferencia estriba en que la Tierra está por ahí, en algún lugar), habitado por os ariekei, unos seres verdaderamente alienígenas con un Lenguaje complejo, que para empezar debe pronuniciarse a dos voces, en donde se ubica una pequeña colonia, una ciudad embajada, aislada del resto del planeta por una burbuja de aire respirable. Ciudad Embajada es un enclave colorista, a donde llegan naves estelares que atraviesan el immer (una especie de subespacio) gracias a la pericia de los pilotos, donde habitan humanos, robots y embajadores (parejas de humanos criados para poder comunicarse con los ariekei), bajo el gobierno laxo de Bremen, el lejano imperio que exporta bioteconología alienígena.

Embassytown_Fantascy

En realidad, la diferencia entre la ciencia ficción de Miéville (en base a este ejemplo aislado) y su fantasía es meramente de grado, pues son más importantes las similitudes con su obra previa que las divergencias. Así, en «Embassytown» vuelve a primar el escenario urbano, con el steampunk de Bas-Lag (por ejemplo) transformado en una suerte de biopunk alienígena y la magia sustituida por ciencia… suficientemente avanzada.

El punto que quizás distinga claramente la novela dentro de la obra del autor (al menos por cuento le he leído hasta ahora) es que es posible buscarle una sublectura, algo más común en la ciencia ficción que en la fantasía. Pese a lo cual, no deja de seguir caminos propios para ello, alejados de los mecanismos habituales. Quizás por ello también haya resultado tan fresca y novedosa a unos lectores huérfanos hasta cierto punto, en lo que llevamos de siglo, de referentes sólidos en un género que muchos consideran en crisis.

La historia está narrada desde el punto de vista de Avice Benner Cho, una nativa de Ciudad Embajada que logra «escapar» de Arieke al demostrar capacidades para immersar. Tras unos años de vagabundeo por el espacio, regresa a casa a tiempo de asistir (y participar) en una crisis, suscitada por los movimientos encaminados a controlar el recurso clave de la colonia: la capacidad de hablar con los nativos.

Embassytown_2011_UK

El caso es que los ariekei no sólo hablan a dos voces, sino que para comprender siquiera que alguien les está hablando, deben escuchar dos voces con una conciencia única (o lo bastante similar a una conciencia única) detrás. Otra peculiaridad de su lenguaje es que al participar tanto de una faceta meramente audible como de una autoconsciencia, no por inmaterial menos precisa, niega la posibilidad de la mentira. De hecho, su rigidez obliga a los ariekei a crear símiles literales para poder expresar nuevos conceptos, y la propia Avice, en su niñez, tomó parte de uno de ellos, pasando a ser «la niña a la que hicieron daño y comió lo que le dieron».

El complejo equilibrio de intereses de la colonia se ve perturbado cuando desde Bremen llega un embajador nuevo, no ya una pareja clónica, criada desde la niñez para su función, sino dos individuos disímiles que presentan un grado de empatía mutua inusual, casi inconcebiblemente alto. El experimento, sin embargo, produce efectos inesperados, y pronto la Ciudad Embajada se encontrará peleando por su supervivencia… con Avice metida en todos los follones (por motivos que no quedan demasiado claros, salvo que se trate de un imperativo narrativo).

«Embassytown» se inspira claramente en el sistema colonial británico decimonónico y, en particular, en la relación entre China y Gran Bretaña… muy, muy alterada (nada que ver con la recreación casi al pie de la letra de la Rebelión de Boxers por parte de Paolo Bacigalupi en «La chica mecánica«). Así, nos encontramos ecos de Hong Kong, así como de las Guerras del Opio, con la diferencia importante de que los ariekei son auténticos alienígenas y de que la esencia de la «discrepancia» con los humanos posee una base lingüística… más o menos.

Embassytown

Que nadie espere algo del estilo de «Los lenguajes de Pao» (Jack Vance) o «Babel-17» (Samuel R. Delany). Detrás de «Embassytown» no hay un teoría lingüística como la hipótesis de Sapir-Whorf. Se trata más bien de un concepto, como el que sirve de excusa para «Empotrados» de Ian Watson, aunque en este caso es más sencillo, casi elemental: el concepto de la metáfora como una mentira que encierra una verdad más profunda.

El Lenguaje ariekei no emplea metáforas. Toda mentira es literalmente impensable para ellos, y así hubiera seguido siendo de no haberse encontrado con los humanos, una especie muy bien capacitada para la mentira.

No profundizaré más en el desarrollo de la historia. Me limitaré a analizar superficialmente el concepto de la mentira verdadera, que es a la postre el que quiere transmitir Miéville, y lo haré sugiriendo que quizás lo que pretendía con la novela es algo absolutamente metarreferencial. Tal vez trataba de defender algo tan fundamental como la propia validez del género fantástico, que en el fondo no es sino una mentira (o una serie de mentiras), que pese a ello pueden transmitir una verdad (y hacerlo de un modo nuevo, que abre posibilidades previamente inaccesibles, sin que tenga necesariamente que articularse esa verdad en forma de tesis bien definida… algo que suele ser más propio de la ciencia ficción).

Embassytown_Subterranean

Tal vez haya sido precisamente la intención de transmitir una tesis específica la que le ha hecho decantarse (ya sea consciente o inconscientemente) por cargar un poco más las tintas en los elementos de ciencia ficción. Eso sí, me da la impresión de que ello ha ido en detrimento de algunas de las virtudes de la ficción de Miéville. Arieke no presenta la misma vitalidad desbordante de Bas-Lag y Avice no resulta un personaje particularmente atractivo. En ambos casos (sobre todo por lo que respecta al planeta), echo de menos un poco más de atrevimiento (quizás por culpa de la comparación inevitable con la nueva space opera).

Lo que sí ofrece «Embasytown» es, como ya he avanzado, una forma relativamente novedosa de abordar el género de ciencia ficción, que sin duda sorprenderá a quienes no hayan seguido la evolución reciente de su hermana la fantasía. Es posible que sea precisamente eso lo que más necesita, una buena inyección de vitalidad hibridante.

Tanto el premio Hugo como el Nebula de aquella añada los conquistó la novela de fantasía «Entre extraños» de Jo Walton, que fue además la única junto a «Embassytown» en cosechar la doble nominación.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en septiembre 11, 2014.

4 respuestas to “Embassytown (Ciudad Embajada)”

  1. Sergio, hombre, vuelves a despertarme la curiosidad respecto de este autor. Cuando leí las primeras cosas que se comentaban de él, me interesó, porque lo imaginé una suerte de Samuel Delaney para la nuevas generaciones. Luego conseguí una «nouvelle» suya, «The Tain», y, la verdad, no me enloqueció. Ahora, leyendo esta reseña que haces, pues me dan ganas de salir por allí a ver si consigo este o algún otro título.

    Gracias, como siempre, por seguir con este blog tan estimulante.

    • Pues la verdad es que no sería precisamente con Delany con quien lo relacionaría. Quizás se acercaría más a un Tim Powers a un tiempo más pulp y más filosófico. Sobre todo por la forma en que ha conseguido crear un estilo propio. Por recomendar, entre lo que le he leído, sugeriría probar primero con «La cicatriz» (más que nada, porque hay que sobrellevar más de trescientas páginas de «La estación de la calle Perdido» antes de que las piezas empiecen a encajar).

      De nada.

  2. A mi «La estación de la calle Perdido» me flipó por la imaginación barroca del hombre, pero reconozco que es un poco pesado de leer. «La cicatriz» es en efecto más ligero, aún manteniendo una tremenda carga de imaginación desbocada. Y tiene escenas brillantes: el desembarco en la isla de las mujeres mosquito me dejó absolutamente deslumbrado/acojonado, y a estas alturas de vida lectora creo es un mérito indiscutible. Agradezco lo indecible encontrar autores que me dejen los ojos como platos. Con «El consejo de hierro» volvió la pesadez, pero «Embassytown» me devolvió la fe en Mieville.

    • Miéville es uno de esos autores capaces de crear un estilo propio e identificable (de ahí mi comparación con Tim Powers). Todo un mérito. Por aquí tengo aguardando turno «El rey rata». Será interesante ver de dónde viene y catar su fantasía urbana (calculo que allá por el 2023 le encontraré hueco en la pila de lectura).

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