Abaskhia: El muchacho que quería enseñar a hablar a las vacas

Tercer cuento ilustrado de Roberto Malo y Fco. Javier Mateos, y segundo con David Laguens como dibujante tras «Tanga y el gran leopardo«. En esta ocasión, con «Abaskhia: El muchacho que quería enseñar a hablar a las vacas», nos llevan a las estepas rusas, a conocer a un chaval sin demasiadas luces pero con buen corazón cuya máxima ambición consiste en… pues en eso, en conseguir arrancar unas palabritas al ganado.

Como resulta lógico suponer, tal empeño no hace demasiada gracia a su padre, que además es un bruto de cuidado, por lo que Abaskhia termina vendido a un vecino sinvergüenza, del que escapa a la primera ocasión, iniciando con ello el camino para cumplir su sueño (que no tiene por qué ser necesariamente el más obvio, aunque ahí ya estoy entrando en interpretaciones más profundas de lo recomendable para una introducción argumental).

El caso es que, magia de por medio, Abaskhia vive una serie de peripecias (¡En la corte del Zar, nada menos!), que le cambian, que le hacen evolucionar. Sí, la historia clásica del rito de pasaje. ¿Qué mejores ropajes para ella que los de un cuento? ¿O tendría que decir más bien leyenda? Pues no cabe duda que desde las páginas de este volumen nos mira el Héroe de las Mil Caras, una estructura mítica arquetípica, identificada por primera vez por Joseph Campbell en su libro de 1949, que ha servido de molde para diseñar el viaje del héroe, desde los tiempos de Gilgamesh hasta nuestros días.

Añadamos a ello el no menos arquetípico desarrollo de los tres deseos (en versión posmoderna, en parte crítica, en parte autorreferente, aunque siempre fiel a su faceta moral y su utilidad como vía de introspección) y tenemos los elementos básicos para una narración que trasciende su (innegable) valor estético y de entretenimiento para adentrarse en territorio mitopoyético.

Lo mejor de todo, por supuesto, es que todo ello no es fruto de un cálculo premeditado. «Abaskhia: El muchacho que quería enseñar a hablar a las vacas» es un cuento vivo, que los autores, integrantes del grupo de animación sociocultural Galeón, han representado en multitud de ocasiones ante niños de todas las edades, puliendo cada frase, cada pausa, hasta hacerla perfecta. E incluso antes de su redacción la experiencia del trato directo con los receptores finales del mensaje estaba ahí, insinuando una historia, unas sensaciones, que necesitaban ser expresadas con símbolos y palabras.

Esa «oralidad», entendiendo por tal la idoneidad del texto para ser declamado, ya presente en los cuentos anteriores, cobra en «Abaskhia» especial importancia, pues nos encontramos sin duda con un texto más complejo, tanto desde un punto de vista lingüístico como referencial. Sin renunciar a su cualidad infantil, toca temas de mayor calado y precisa, por tanto, de un vehículo más recio, aunque no por ello menos eufónico o menos accesible. A todo lo cual no es ajena la introducción del componente mágico (nada mejor que un poco de magia para examinar la realidad).

En el fondo, el cuento es una historia de búsqueda de cariño. ¿Para qué enseñar a hablar a las vacas sino para tener con quien hacerlo? Siguiendo el camino de los deseos (iniciado mucho antes de que se le plantee la posibilidad de cumplirlos), Abaskhia crece, descubre, yerra, madura y encuentra lo que de verdad anhela (porque en el fondo tiene buen corazón, y eso es lo que importa). Todo ello, por supuesto, nace de una humilde simiente y de la determinación por perseguir un sueño. Tal vez no sea el mejor o el más lógico, pero sólo ponerse en marcha, con ilusión y una meta clara, ya es positivo, y un primer paso imprescindible para todo lo que vendrá después.

En cuanto al apartado gráfico, David Laguens ofrece otro trabajo soberbio. La luz sigue siendo un elemento crucial, pero mientras en «Tanga y el gran leopardo» resaltaba la claridad diáfana de los días y las noches africanas, aquí emplea una paleta diferente, con colores más apagados, otoñales, y paisajes que se difuminan, resaltando el primer plano y confiriendo cierto misterio a los fondos.

El cuidado por el detalle se aprecia en cada una de las ilustraciones (hay una imagen del zar en la que puede seguirse cada pelo de la barba y el bigote), que escenifican a la perfección el texto que acompañan. Incluyen además la repetición de ciertos elementos (dependiendo del fragmento del cuento): tenemos cuervos (cerniéndose sobre la vida que llevaba Abaskhia), cubos con letras (con algún guiño al ruso, como en la escena en que la vaca habla, aunque en general evitando los carácteres cirílicos por no marear) o un conejo en el tramo final, que unifican el conjunto y se erigen casi en pequeños juegos aparte del texto.

Otra delicia más a sumar al magnífico catálogo de estos cuentacuentos (y parece haber más en camino).

Agradezco a Editorial Delsan el envío de un ejemplar de «Abaskhia: El muchacho que quería enseñar a hablar a las vacas» para su reseña en Rescepto.

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~ por Sergio en noviembre 16, 2012.

3 respuestas to “Abaskhia: El muchacho que quería enseñar a hablar a las vacas”

  1. Mil gracias, Sergio. Solamente por leer reseñas así ya merece la pena escribir. Un abrazo.

  2. Gracias Sergio, me ha gustado mucho tu reseña. Espero que tras «Tanga y el Gran Leopardo», «La madre del héroe» y «Abaskhia,…» te guste «El Príncipe que cruzó allende los mares»

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