El fin de la Eternidad

La primera etapa de Isaac Asimov como autor de ciencia ficción, la que lo convirtió en icono, se extiende entre 1939 y 1958 (básicamente, la Edad de Oro y unos pocos años de la de Plata). De ella, la primera década estuvo dedicada en exclusiva al relato, pero durante los nueve últimos años publicó dieciocho novelas (y cuatro antologías). De todos estos libros, el considerado unánimemente como el más maduro y, por tanto, la obra cumbre de ese período (aunque comparta fama con la trilogía original de la Fundación y «Yo, robot«), es «El fin de la Eternidad» («The end of Eternity»), publicado en 1955 por Doubleday.

El gran acierto de la novela consistió en abordar un tema clásico, el del viaje en el tiempo (que el propio autor apenas había tocado por considerarlo demasiado complejo), desde una perspectiva novedosa. Asimov imaginó una organización, la Eternidad, operando al margen del tiempo y controlando el desarrollo humano por 70.000 siglos de paz y prosperidad. Sus agentes, los Eternos (programadores, ejecutores [o «técnicos», según traducción], sociólogos y personal de mantenimiento), vigilan las sociedades y, cuando detectan alguna característica indeseable o que pudiera conducir a un evento indeseable, inducen cambios de realidad para reconducir la situación. Todo ello a espaldas de los temporales (aquellos ajenos a la Eternidad), que consideran a la organización como un mero intermediario para el comercio intersecular y que jamás se aperciben de las alteraciones, pues en cuanto se producen sus recuerdos, toda su vida, se reajusta como si jamás hubiera habido otro pasado.

El progatonista de la historia es Andrew Harlan el Ejecutor personal del coordinador Twissell, el jefazo de la Eternidad. Su labor consiste en determinar el Cambio Mínimo Necesario a implementar en una realidad para obtener el Resultado Máximo Deseable… y llevarlo a efecto a continuación; alterando con ello las vidas de millones de personas, borrando su existencia cuando no existe otro remedio.

En el transcurso de una misión como tantas anteriores, sin embargo, conoce a una temporal, Noys Lambent, y se enamora de ella. Entonces, ante la certeza de que cambiar la realidad cuanto menos modificará irreversiblemente la personalidad de Noys, Andrew rompe todas las normas, extrae a la chica de su tiempo y se la lleva a los siglos ocultos (entre el 70.000 y el 150.000, un período durante el cual los Eternos no tienen acceso al tiempo normal y a cuyo fin aparece una Tierra despoblada). Pero no se detiene ahí. El Ejecutor está dispuesto a obligar a sus superiores a que autoricen su relación con Noys… y en caso de no conseguirlo se guarda un as en la manga: un secreto que no debería conocer y que en manos expertas, las suyas por ejemplo, podría conducir a la destrucción de la línea temporal que conduce a la propia Eternidad.

Asimov lanza el resto en la exploración de las paradojas, especulando con bucles causales, proponiendo cierta inercia ante el cambio y explorando el impacto filosófico del personaje que se ve a sí mismo en el futuro. Es, sin embargo, en el plano ético donde la novela alcanza su mayor profundidad. Aun amable, la Eternidad constituye una dictadura, tan absoluta que no cabe rebelión externa contra ella, pues los hombres sujetos a sus designios desconocen hallarse en tal situación.

En cuanto a los Eternos, reclutados en la adolescencia entre los inadaptados de todos los siglos (pues son los únicos cuya extracción de la realidad no provoca cambios), carecen de cualquier espíritu crítico, al recibir un cuidadoso adoctrinamiento que los moldea para sobrevivir en una organización tan antinatural como la Eternidad (donde, además, apenas existen mujeres, pues apartarlas de su tiempo casi siempre conlleva secuelas inasumibles).

¿Es preferible una vida cómoda y segura o quizás la incertidumbre y el riesgo son componentes imprescindibles para evolucionar? La Eternidad ha optado por maximizar el bienestar inmediato, sin consultarlo con los principales interesados, y ha creado una estructura tan sólida y estable que cualquier desviación es imposible. Aunque claro, eliminar por completo el azar de la ecuación es un objetivo inalcanzable, y un detalle tan nimio e improbable, como que un Ejecutor frío, cerebral y misónigo se enamore de una joven temporal, perteneciente a la nobleza decadente de una realidad a extinguir, podría arrasarlo todo.

De forma excepcional, los sentimientos juegan un papel importante en una historia de Isaac Asimov (aunque su aproximación es torpe, incluyendo la que quizás sea la escena sexual más disimulada de la historia de la ciencia ficción). A la postre, sin embargo, es la racionalidad la que fuerza los acontecimientos hacía su conclusión. Antes que el amor, lo que triunfa es la libertad; libertad para cometer errores si se tercia; imprescindible para maximizar las posibilidades futuras y alcanzar auténtica grandeza.

«El fin de la Eternidad» es considerada una novela perfecta para introducirse en la ciencia ficción, siendo tenida en gran estima por todos aquellos que la leen en su juventud. Mi caso, me temo, es diferente, pues es casi la última novela de Asimov que leí, cuando ya llevaba mucha cifi a mis espaldas, y no me resultó particularmente impactante (carece, por ejemplo, de la complejidad de bucles causales como el desarrollado, con menos trampas, en «Maestro del tiempo«). Históricamente, merece un puesto de honor por darle la vuelta al concepto de viaje en el tiempo (una inversión completa, pues es el tiempo el que se extiende ante los Eternos), y no cabe duda de que el final es típicamente asimoviano en el sentido de que recoge todos los hilos sueltos y los ata con pulcritud (añadiendo un par de vueltas de tuerca extra de propina), pero resulta demasiado fría (impresión reforzada con la segunda lectura, emprendida con objeto de escribir esta reseña).

Aparte de la sublectura obvia, se ha señalado con frecuencia que los Eternos en general y Andrew Harlan en particular guardan grandes similitudes con la imagen prototípica del friqui asocial (con el agravante de que el prota se echa, para sorpresa de propios y extraños, novia y traiciona a los suyos, abandonando el fándom… estooo, la Eternidad). Siendo un poco cínico, daría que pensar si parte de su atractivo no reside precisamente en el hecho de forzar una identificación entre el lector y el protagonista (porque, seamos sinceros, si Andrew logra mojar, con lo politraumatizado, misógino y rarito que es, no hay que perder la esperanza de que algún día aparezca una groupie con pocos remilgos).

Existiría, por supuesto, una reinterpretación menos negativa, aunque para abordarla me veré en la obligación de entrar en spoilers, así que estáis avisados. Es muy posible que en 1955 Asimov ya estuviera rumiando, o quizás la idea se estuviera formando a nivel subconsciente, dejar la ciencia ficción en favor de campos más verdes (principalmente, la divulgación). Tras «El fin de la eternidad» sólo publicó «El sol desnudo» y un par de entregas de las aventuras de Lucky Starr (bajo seudónimo). Él, al igual que Andrew Harlan, una personalidad en su campo, se planteaba terminar con el idilio, renunciando a una Eternidad que ya no era lo mismo.

Quizás se trate de una visión un tanto forzada, pero [ojo, que viene el spoiler] la Eternidad no terminaba de verdad en la primera versión de la historia, la que presentó a Horace Gold para su (frustrada) publicación en Galaxy. Sólo dio el paso definitivo al ampliarla y pasar el protagonismo a Andrew Harlan, el hombre de un futuro estancado que regresa a un pasado (1932) todavía cuajado de posibilidades. Esto guarda ciertos paralelismos con la posición por entonces del propio autor. En cierto sentido, la realidad había cambiado, y Asimov ya no se sentía cómodo en (o temía perder) su posición como abanderado del género.<Párrafo editado el 16-02-2012, a instancias de una corrección de Rodolfo Martínez en los comentarios>.

Como nota curiosa, las ediciones de Martínez Roca y Círculo de Lectores de 1981 la confunden en su texto de contraportada con «El gran tiempo» (publicada dos años después, con un concepto similar, expandido a dos facciones paratemporales en lucha por la supremacía), al indicar erróneamente que «El fin de la Eternidad» respeta las unidades de tiempo, lugar y acción.

Esta novela fue finalista del premio Hugo 1956, que ganó Robert A. Heinlein con «Estrella doble«.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 12, 2012.

21 respuestas to “El fin de la Eternidad”

  1. «si Andrew logra mojar, con lo politraumatizado, misógino y rarito que es, no hay que perder la esperanza de que algún día aparezca una groupie con pocos remilgos»

    Eso mismito sucede en la escena sexual que me produce más vergüenza ajena de toda la cf (y hay para elegir): la de _Eón_ de Greg Bear.

    • «Eón» no la he leído, pero lo cierto es que en general tanto la prosa como las tramas de Greg Bear suelen ser de vergüenza ajena (por ahora sólo le salvaría «Marte se mueve»).

      • Blood Music creo que merece bastante la pena.

        Y bueno, humildemente propongo recopilar todas esas joyas, todas esas escenas de sexo grimosas que ha dado la ciencia ficción. Sería un superventas seguro, y un homenaje con el que podríamos reírnos desde dentro, ‘con’ ese género que tantos placeres nos ha dado y nos sigue dando. Una orgía desopilante, vaya. ;-)

    • Luis G. Prado: HERMANO!!

  2. Yo la leí en la colección súper ficción. Recuerdo que una de las cosas que más me gustaron fue la idea de que la línea temporal prosiguiera hacia el futuro mucho más allá del alcance de los propios agentes, adentrándose en terrenos que eran sólo teóricos… y la hipótesis de que estaba «enchufada» en ese distante futuro a una estrella, que servía de fuente de energía para el conjunto.

    • El caso es que unos años más tarde Asimov mismo aplicaría un concepto similar, sólo que elevado a la enésima potencia, en «Los propios dioses».

  3. Pregunta ¿qué edición leíste? Digo porque he decidido que la siguiente aproximación a tierras de Asimov será sólo con traducciones recientes.

    • Me temo que la he leído en una de las traducciones antiguas (en Martínez Roca, aunque también la utilizan Orbis, Círculo de Lectores y DeBolsillo, incluyendo la edición más reciente). Para la nueva traducción hay que acudir a La Factoría.

  4. Hablo de memoria y no quisiera equivocarme. Pero lo de retroceder a 1938 tiene un motivo claro y preciso: de ese año es el número de la revista Time donde aparece un anuncio en cuyo fondo se ve lo que a primera vista parece una explosión nuclear (aunque es el géiser Old Faithful de Yellowstone) y que después de que Asimov leyera (y sufriera la confusión por unos minutos) fue el detonante de toda la historia.

    No niego que inconscientemente la fecha de 1938 sea mantenida por el motivo que apuntas, pero sí que hay una razón, digamos, objetiva para usarla.

    • De hecho… Me temo que he padecido algún tipo de lapsus, pues la fecha real es 1932 (28 de marzo de 1932, para ser exactos, así que es posible que haya entremezclado día y año). Y sí, proviene de un ilustración en la revista Time de dicha fecha.

      Así que tendré que reformular la hipótesis (que pierde algo de fuerza)… aunque también es verdad que Asimov, según comenta en «The alternate asimovs», decidió acabar de verdad con la Eternidad sólo cuando amplió la novela corta original y desplazó el protagonismo hacia Andrew Harlan (o Anders Horemm). (Hala, ya está hecho).

  5. Hola, podrian recomendar otra obra de Isacc Asimov tan buena como esta.
    Gracias.

    • La mejor novela de Asimov, de acuerdo con el consenso general, es «Los propios dioses». En cuanto a mis preferencias particulares, guardó también en gran estima «Los robots del amanecer», aunque para apreciarla por completo tal vez sea necesario conocer previamente algo más de la obra del autor, en especial por lo que se refiere a sus robots. Por ejemplo leyendo la antología «Yo, robot». En el blog (a través de los enlaces al final de la entrada) puedes encontrar sendas reseñas a los tres libros.

      • Gracias Sergio, comenzaré con la lectura de Los Propios Dioses, y luego con las otras obras que comentas.
        Es aquí en este Blog donde discuten estos temas?

      • No acabo de entender la pregunta. ¿Podrías reformularla?

      • Ah te preguntaba si es por este medio que ustedes escriben sobre estos temas o hay otro?

      • Bueno, aquí todos los comentarios son bienvenidos, pero en esencia esto es un blog personal como tantos otros. Si le echas un vistazo a la columna de la derecha, encontrarás una serie de enlaces a otras páginas relacionadas con la literatura fantástica. En particular bajo la etiqueta de «Otros enlaces» podrás encontrar algunos foros como Sedice u Ociozero con una filosofía más participativa (el nivel de actividad de cada sitio varía, e incluso puede haber alguno en hibernación, por no hablar de los que sin duda me dejo, pero sirven para una toma de contacto con lo que se cuece por internet).

  6. Excelente post, me encanta esta novela… trabaja el tema de los viajes en el tiempo de una forma super original, y tiene una historia fascinante y con varios giros de tuerca que no esperaba!

    saludos,

    Luciano

    http://www.facebook.com/sivoriluciano
    http://www.viajarleyendo451.blogspot.com

  7. […] pieza extensa es “Palimpsesto”, de Charles Stross, una especie de reescritura posmoderna de El fin de la Eternidad con toques de los relatos de El Gran Tiempo de Fritz Leiber. Su protagonista es un joven a punto […]

  8. Me la leí hace poco, y me gustó mucho, como casi todo lo de Asimov, todo hay que decirlo xD

    • Conozco a muchos que la tienen como una de sus novelas preferidas de Asimov (personalmente, yo me decanto por «Los robots del amanecer» y «Los propios dioses», aunque quizás sí que sea la más redonda de su primera etapa).

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