Un guijarro en el cielo

Durante buena parte de la Edad de Oro el principal y único vehículo para la publicación de ciencia ficción fueron las revistas pulp. No fue sino tras la Segunda Guerra Mundial, con los cambios provocados por restricciones en la disponibilidad de papel, que empezó a explotarse el mercado del libro, con sellos como Fantasy Press (fundado en 1946, aunque iniciando su andadura en 1947), Gnome Press (1948), Shasta Publishers (1948) o Ballantine (fundada en 1952 y la más longeva de todas).

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Pronto, sellos importantes, con décadas de historia, comenzaron a abrir líneas dedicadas a ese género en auge de la ciencia ficción. Tal fue el caso, por ejemplo, de Scribner’s Sons, que comenzó en 1947 a publicar los juveniles de Heinlein, o de Doubleday, que pronto se convirtió en el principal sello dedicado a la publicación de originales en tapa dura (al contrario que los sellos impulsados por aficionados, que se dedicaban sobre todo a la reedición en rústica de historias aparecidas originalmente años antes en las revistas). Fue un proceso azaroso el que pronto asoció los destinos de Doubleday y de su autor más característico: Isaac Asimov.

La primera versión de «Un guijarro en el cielo» data de 1947, cuando Sam Merwin Jr., el editor de Startling Stories, le solicitó específicamente a Asimov una novela corta para publicar en su revista. El resultado, titulado por entonces «Grow old along with me» (de un poema de Robert Browning), no colmó las aspiraciones del editor, que buscaba algo más aventurero, y hasta John W. Campbell, el editor de Astounding y mentor del joven Asimov, lo rechazó (tal vez por no ser suya la idea de partida). Así quedó, compuesta y sin novio, hasta que Doubleday, por mediación de Frederik Pohl, se interesó en el inédito, bajo la condición de que se ampliara hasta la longitud de novela y se le buscara un título que sonara más a ciencia ficción (algo importante en el mercado del libro).

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En enero de 1950 apareció pues «Un guijarro en el cielo» («Pebble in the sky») como uno de los primeros títulos (si no el primero) de la división de ciencia ficción de Doubleday, el sello al que Isaac Asimov sería fiel durante más de cuarenta años (aunque tanto «Yo, robot» como la trilogía original de la Fundación serían publicadas por Gnome Press… haciendo especialmente irónico que Doubleday rebautizara su sello de ciencia ficción como Doubleday Foundation en 1988).

La historia presenta varias líneas argumentales entrelazadas. Tenemos a Joseph Schwartz, un jubilado de la Tierra que cierto día, por culpa de una emisión nuclear accidental, es enviado miles de años hacia al futuro (37.000 según la cronología original, 11.000 una vez revisada en los años ochenta), hacia un mundo escasamente poblado, salpicado de zonas que son todavía demasiado radioactivas para permitir la vida humana y que constituye uno de los rincones más pobres y despreciados del gran Imperio galáctico, que abarca cientos de millones de mundos por toda la galaxia. A la Tierra llega también (por procedimientos más convencionales) el arqueólogo Bel Arvardan, de Sirio, empeñado en demostrar la loca teoría de que ese mundo atrasado es en realidad el punto único de origen de la humanidad. Busca por tanto la ayuda del procurador (gobernador) imperial Ennius para entrevistarse con Affret Shekt, un científico terrestre que parece haber desarrollado el sinapsificador, un arriesgado procedimiento para aumentar la inteligencia disminuyendo el potencial de acción neuronal.

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A través de una confluencia totalmente azarosa (que no arbitraria) de eventos, las diversas actividades de todos estos agentes despiertan las sospechas del Consejo de Ancianos, el radical órgano gestor de la Tierra, cuyo fanático líder, el secretario Balkis, sueña no solo con la independencia de su mundo, sino con la casi inimaginable destrucción del propio Imperio. Los acontecimientos se desarrollan según un esquema cercano a la literatura de espías demostrando la habilidad (y versatilidad) narrativa de Asimov, con una tensión que acaba creándose y explotando en el plano psicológico, alimentándose de las deficiencias y contradicciones humanas, con unos «héroes» falibles e imperfectos, justificando todo ello la alta consideración en que se le tenía al autor (y su pervivencia).

Me ha sorprendido muy gratamente «Un guijarro en el cielo», porque no tenía en mucha estima la trilogía del Imperio, que suele considerarse una parte menor de la producción asimoviana. He encontrado en ella, sin embargo, no solo una trama interesante y unos personajes cuando menos atípicos (sobre todo para la Edad de Oro), sino también una inclinación madura hacia sublecturas de calado. En particular, la novela examina la cuestión de los prejuicios, no tanto raciales como culturales, con un evidente paralelismo hacia el antisemitismo que se refuerza por la ambientación que, ahondando en la inspiración romana de la serie de la Fundación, busca su inspiración en la ocupación romana de Judea durante el siglo I. Asimov teje con estos miembres una reflexión en torno no solo a los prejuicios, sino a la justificada pero errónea reacción que provocan, al tiempo que aboga por romper el círculo vicioso de odio y desconfianza.

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No todo es perfecto. Curiosamente, al ser una de sus novelas que más bebe de sus conocimientos académicos como doctor en bioquímica, es también una de las que más obsoleta ha quedado ante el avance de la biología en los últimos setenta años. Por añadidura, la resolución del conflicto peca de una enorme ingenuidad. Hay algo que no cuadra entre la escala de la amenaza propuesta y la facilidad con que se conjura. Asimov siempre estuvo más cómodo con los desenlaces que se solventan en un plano puramente intelectual.

Para concluir, comentar que aunque suele decirse que la gran unificación de las tres series de Asimov (Robots, Imperio y Fundación) se llevó a cabo en los años ochenta, «Un guijarro en el cielo» está claramente ambientada en el mismo universo de la Fundación (solo que miles de años antes). Para cuando se escribió la primera versión de la historia en 1947, ya estaban publicadas las historias que conformarían «Fundación» y «Fundación e Imperio» (compiladas en 1951 y 1952) y parece evidente que «Segunda Fundación» (1948, 1950) ahonda en desarrollos concebidos inicialmente para «Grow old along with me». «Un guijarro en el cielo», por tanto, fue desde el principio parte integral de esa gran historia del futuro.

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Lo cual no quiere decir, por supuesto, que todo se encontrara ya atado. Por ejemplo, la radiactividad de la Tierra del futuro, motivo de su decadencia, se apunta como resultado de una guerra nuclear, lo que entronca con el sentimiento pesimista imperante esos años en la ciencia ficción tras el uso del armamento nuclear en la Segunda Guerra Mundial y el arranque de la escalada armamentística entre los EE.UU. y la U.R.S.S.

La trilogía (de novelas totalmente independientes) del Imperio se completó con «En la arena estelar» (1951) y «Las corrientes del espacio» (1952), que no solo son inferiores a «Un guijarro en el cielo» (y a casi todo el resto de la producción asimoviana), sino que además constituyen precuelas a esta. Tras el abandono casi completo de la ficción por parte de Asimov a partir de 1955, la historia quedó inconclusa hasta que tres décadas después, en 1985, «Robots e imperio» fusionó las series del Imperio y de los Robots y ofreció una explicación alternativa a la radiactividad terrestre, desembocando todo ello en «Fundación y Tierra» (1986), que entrelazó definitivamente las tres series en un ciclo único.

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«Un guijarro en el cielo» fue designada en 2001 finalista del premio retroHugo de 1951, que acabó conquistando Robert A. Heinlein por «El granjero de las estrellas«. En la papeleta final aparecieron también C. S. Lewis por «El león, la bruja y el armario«, E. E. Doc Smith por «First lensmen» y Jack Vance por «La Tierra Moribunda«.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en julio 1, 2022.

4 respuestas to “Un guijarro en el cielo”

  1. Excelente análisis como siempre. Como dato de color, el relato «Grow Old With Me» (Envejece conmigo) está publicado en el libro «Cuentos Paralelos» (Martínez Roca, 1987), el cual también contiene una versión preliminar de «El fin de la eternidad».

  2. Aunque asimoviano, leí esta novela hace demasiado tiempo, por lo que necesitaría releerla.
    Lo que quería comentarte es algo que no tiene nada que ver con esto. Si entro en tu blog me salen letras blancas sobre fondo negro, pero si leo el comentario directamente en el correo las letras son gris claro sobre fondo blanco, con lo cual se leen fatal. No sé si será un problema de configuración tuyo o mío, ni como solucionarlo.
    Disculpa por la pijotá…

    • Me temo que es un problema del reader de WordPress, que no arrastra el fondo oscuro (teóricamente, debería cambiar también el color de las letras a negro para mejorar el contraste). La única solución que veo sería seguir el enlace a la página del blog pinchando en el título, porque WordPress no me permite modificar los parámetros de visualización en el reader.

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