Cánticos de la lejana Tierra

El pináculo de la carrera de Arthur C. Clarke fue quizás «Cita con Rama» (1972). Sin embargo, su última gran obra en solitario, y aquélla que más le satisfizo según propia confesión, podría muy bien ser «Cánticos de la lejana Tierra» («The songs of distant Earth», 1986), la concreción final de una historia cuya primera versión data de 1957, pero que de hecho incluye conceptos ya presentes en su primera venta profesional: el cuento «Expedición de Rescate», aparecido en Astounding en 1946.

Canticos de la lejana tierra

La novela, breve como todas las suyas, nos sitúa en un mundo, Thalassa, a decenas de años luz del Sistema Solar, dos siglos después de la destrucción de la Tierra al transformarse el Sol en nova el año 3620. Este acontecimiento, pronosticado ya en torno al año 2000 según la cronología interna (como explicación al problema de la escasez de los neutrinos solares, detectado a finales de los 60 y no resuelto satisfactoriamente hasta el año 2002), lanza a la humanidad a un superproyecto de colonización interrestelar, que se inicia sobre el año 2500, lanzando sondas robotizadas, cargadas primero de embriones y luego directamente de información genética y sistemas automáticos de cría (porque los sistemas de propulsión no permiten acelerar masas demasiado grandes a velocidades suficientes para la tarea, entre 0.1 y 0.2 c).

La sonda dirigida a Thalassa partió de la Tierra en el 2751 y llegó a su nuevo hogar en el 3109. Setecientos dieciocho años después, con una pequeña aunque estable comunidad bien asentada en las tres islas que constituyen toda la superficie emergida el planeta, irrumpe en los cielos del mundo acuático una segunda astronave terrestre. Sólo que en esta ocasión no se trata de una sonda robotizada, sino de un inmenso transporte que conduce al último millón de supervivientes del condenado planeta madre a su destino final, el planeta Sagan Dos, a setenta años luz en las profundidades del espacio.

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«Cánticos de la lejana Tierra» examina la relación entre estos últimos terrestres, salvados a última hora por un avance milagroso en la utilización de la energía de vacío que proporciona potencia de impulso prácticamente ilimitada, y los lassanos, que han desarrollado una cultura con fuertes paralelismos con la de las poblaciones isleñas del Pacífico (tanto en sus aspectos positivos, como su buena disposición y la ausencia casi total de conflictos derivados de los celos o la ambición, como negativos, manifestados principalmente a través de cierta tendencia a tomarse las cosas con excesiva calma y carecer de un espíritu emprendedor).

El encuentro durará en principio menos de dos años. El tiempo justo para que la Magallanes (así se llama la astronave), reconstruya su escudo ablativo de hielo (para protegerla contra el polvo interestelar). Suficiente, sin embargo, para cambiar para siempre la vida de los lassanos y sanar, en cierta forma, a los últimos terrestres, para los que la destrucción de la Tierra (y los terribles años que condujeron a tal fin) es todavía un acontecimiento reciente.

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El relato original, publicado en 1957, se limitaba a examinar el amor entre el capitán de una astronave y una mujer indígena (con la presencia de un tercero, también local, en discordia, poniendo a prueba la liberalidad sexual lassana). Todo hubiera podido quedar allí de no ser por la popularidad que en 1977 «La guerra de las galaxias» concedió a la «ciencia ficción». Clarke, aún reconociendo haberla disfrutado, se lamentaba de que aquello fuera tratado como tal siendo en realidad pura fantasía, así que se propuso mostrar lo que podía ser una aventura interestelar respetando la ciencia (sobre todo el límite de la velocidad de la luz). En torno a su cuento escribió un tratamiento de guión que ya presentaba casi todas las características de la novela final (con la motivación para el éxodo inspirada tanto en el cuento del que hablaba al principio como posiblemente en «The ultimate migration«, un artículo escrito por Robert Goddard, el padre de la astronáutica americana en 1918, aunque hecho público sólo en 1972), que presentó (sin mucho éxito) a Stanley Kubrick. Este documento fue publicado en 1979 en Omni.

Aquello renovó su interés por la escritura. En 1979 publicó «Fuentes del paraíso«, en 1982 la continuación de su mayor éxito, «2010: Odisea Dos» (la serie, que culminaría en 1997 con «3001: Odisea final», sería la única escrita directamente por él, aunque en sus últimos años cedería el nombre para varias series en las que tuvo un grado de implicación diverso aunque nunca significativo) y por fin, entre 1983 y 1985, puso por fin por escrito la historia definitiva de Thalassa en «Cánticos de la lejana Tierra».

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Si bien es cierto que por aquel entonces la ciencia ficción había evolucionado, dejando la ficción de Clarke un poco atrás (tanto por lo que respecta a la nueva space opera hard de autores como David Brin y su saga de los pupilos, como incluso a la renovación del hard extremo, ejemplarizado en Robert L. Forward), «Cánticos de la lejana Tierra» sigue siendo relevante, pues muestra la plenitud de su autor, uno de los más importantes de la historia de la ciencia ficción. La novela es paradigmática tanto por su estilo, en el que prima la sencillez, incluso cuando trata sobre ingeniería espacial avanzada, a base de capítulos muy cortos, acabados casi todos en frases contundentes (incluso poéticas), que se recuerdan mucho después de que la mayor parte de los detalles de la trama se hayan difuminado; como por sus temas, los más cercanos al corazón del autor.

Está, por ejemplo, su amor por la astronáutica y su incansable apoyo a la exploración espacial (véase «Las arenas de Marte«, 1951), su interés por el submarinismo («En las profundidades», 1957), su ateísmo racionalista (expresado casi siempre mediante seudofilosofía facilona, todo hay que decirlo), su preocupación por el ser humano («El fin de la infancia«, 1953), su renuncia al conflicto artificial e incluso a los antagonismos que suelen ser el motor de muchas historias (tanto de género como mainstream)… Para Clarke el propio universo se bastaba para despertar el interés del lector. La orfandad del ser humano y el encuentro armonioso entre dos vástagos del mismo árbol desraizado constituían alicientes de sobra para dotar de alma a su novela.

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Jamás podrá decirse que Clarke fue un gran estilista. Sin embargo, allí donde tantos otros escritores de ciencia ficción fracasaron en traspasar las fronteras del género, él fue un autor universal, cuya obra siguió inspirando a lectores y artistas tan diversos como Stanley Kubrick o Mike Oldfield (quien en 1994 compuso, con el beneplácito de Clarke, un álbum basado en la novela que nos ocupa). Quizás se deba a que el auténtico protagonismo de toda su obra es un anhelo profundamente enterrado en nuestro espíritu: el anhelo de llegar más lejos, de perdurar, de alcanzar la estrellas… aunque atrás queden los restos calcinados de la Tierra.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en May 27, 2014.

Una respuesta to “Cánticos de la lejana Tierra”

  1. […] profundizar más en la obra tenéis una estupenda reseña de la novela en el blog de Sergio Mars, Rescepto Indablog, y un muy recomendable episodio de podcast en ‘La Biblioteca de Trantor’ en el que se aborda […]

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