Órbita inestable (Fuera de órbita)

John Brunner fue un autor singular. Tras unos primeros y ultraprolíficos pasos dedicados a la space opera intrascendente, en cierto momento a finales de los años 60 su ficción se orientó hacia el comentario sociológico y durante un tiempo se dedicó a producir una obra maestra cada dos o tres años. Lo curioso del caso es que estaba escribiendo sobre nosotros, sobre nuestra época, proyectando las tendencias que veía consolidarse a su alrededor, y lo hizo con un (justificado) pesimismo tal que, aun alcanzado en ocasiones el respeto de la crítica, el éxito comercial (en especial en el lucrativo mercado americano) le fue esquivo. A su muerte en 1995, pese a la popularidad de su persona en los círculos fandomitas británicos, la mayor parte de su producción se encontraba descatalogada. Ya lo había experimentado Casandra: es difícil sentir aprecio por los pronosticadores de desgracias; en especial si tenían razón.

Sus principales títulos son «Todos sobre Zanzíbar» (1968; premio Hugo y BSFA), «Órbita inestable» (1969; premio BSFA), «El rebaño ciego» (1972) y «El jinete en la onda del shock» (1975). Las tres primeras conforman lo que el propio autor definió como la trilogía del desastre, al mostrar predicciones catastróficas provocadas por factores como la superpoblación (la primera) o la sobreexplotación de recursos (la tercera). «Órbita inestable» («Jagged orbit») no resulta tan focalizada, lo cual, unido a la (falsa) percepción de tratarse del vaticinio menos atinado, la convierten en la peor valorada.

Bueno, alguna tenía que ser la más floja, pero no es demérito fracasar en la comparación con tres obras maestras. «Órbita inestable» tiene mucho que ofrecer si se analiza con los ojos apropiados.

Desde luego, Brunner no pone las cosas fáciles al lector. Al iniciar la novela nos encontramos inmersos en unos Estados Unidos de un 2014 proyectado desde 1968. A través de capítulos breves, se nos presentan los que serán los protagonistas principales en el punto previo a la interacción… aunque bastante trabajo cuesta ya intentar hacerse una idea de la situación como para encima ir encajando las piezas en una historia coherente. Si se sobrevive a la avalancha de ideas (algunas acabarán siendo desarrolladas en este libro, otras deberán esperar al menos hasta «El rebaño ciego»), se alcanza el punto en que todo empieza a cobrar sentido.

Así pues descubrimos que el hurgón (una especie de periodista de investigación) Matthew Flamen está empeñado en destapar la supuesta mala práctica del psiquiatra Elias Mogshack, en cuya clínica de Nueva York está ingresada su mujer, Celia; que a esa misma clínica es invitada la pitonisa Lyla Clay para hacer una demostración, lo cual impulsa al doctor Reedeth a acelerar el alta de Celia así como la de Harry Madison, un nig con un don especial para con los ordenadores. No antes, sin embargo, de que Flamen se haga con la ayuda del afamado sociólogo Xavier Conroy para derribar a su ha largo tiempo rival Mogshack… aunque en realidad de poder elegir sus miras se dirigirían mucho más arriba, hacia el trust Gottschalk, una poderosísima empresa familiar que monopoliza la venta de armas; no para conflictos internacionales, sino como defensa personal en una sociedad dividida por la desconfianza entre blancos (blank) y negros (nigblank o, simplemente, nig). La mezcla parece estar a punto de alcanzar el punto de ebullición cuando el famoso agitador nig Morton Lenigo logra ser admitido en el país (al tiempo que, incidentalmente, Pedro Diablo, el equivalente a Flamen en Blackbury, el gueto negro de Nueva York, es exiliado por los manejos de un consejero sudafricano).

¿Confuso? Ni la mitad de lo que realmente resulta, aunque al final casi todo cobra sentido. Este tipo de aproximación multifacetada (entre los cien capítulos hay de todo) es muy propia de la ficción de Brunner de esta época. Compensa lo poco intuitivo de la trama con una visión panorámica del conjunto.

Así pues, nos es dado contemplar una sociedad enferma más allá de las (supuestas) habilidades curativas de Mogshack,  dominada por el miedo y el impulso a buscar el aislamiento en contra de las tendencias naturales. Una sociedad que está colapsando en el individualismo exacerbado y el rechazo al pensamiento lógico, propiciados por oscuros intereses comerciales. Tal vez la plasmación de ideas dependa en exceso de las diatribas expositivas de algún personaje (sobre todo de Conroy), pero la alternativa hubiera sido perder el rumbo y naufragar en un mar de especulación social.

El ejemplo paradigmático de esta dinámica, el que a la postre acapara casi todas las luces, lo encontramos en la segregación racial que sufre el país, conducido de facto a una guerra civil no declarada entre nigs y blanks. Se trata precisamente del resultado que buscó prevenir el Acta de Derechos Civiles de 1968 que, si bien no ha conseguido en más de cuarenta años promover una auténtica integración, ha hecho mucho por lograr que la situación evolucionara en la dirección correcta en vez de desembocar en la distopía de Brunner. Es un pequeño logro (parcial) que no debería llevarnos a engaño. Si llevamos a cabo el ejercicio mental de sustituir a nigs por árabes y en vez de disturbios raciales nos fijamos en el terrorismo islámico (y en la escalada de violencia que supone una reacción desproporcionada en su contra, aspecto que analizó con maestría Steven Spielberg en la extraordinaría «Munich»), las conclusiones resultan estremecedoramente cercanas.

La novela propugna combatir el aislacionismo a través de la información. En vez de levantar barreras contra lo desconocido y entrar en una espiral de temor y alienación, construir lazos que aúnen objetivos y derriben los muros. Información contra la sinrazón (representada en la novela por la proliferación de ídolos de plástico, ideologías místicas y el uso de drogas psicodélicas con afán escapista), contra la xenofobia y contra la codicia empresarial (cuyo máximo exponente es la industria armamentística, en una subtrama influida por la Guerra de Vietnam, la Segunda Enmienda de la constitución de Estados Unidos y que le pega, literalmente, un tirón de orejas a A. E. van Vogt y sus armerías de Isher). Cierto, de vez en cuando pierde un poco el rumbo y  divaga, pero es de agradecer que la responsabilidad no recae en la vacuidad filosófica, sino todo lo contrario, en un exceso de ambición.

No quisiera terminar sin hacer mención de la extraordinaria precisión con que el autor anticipa el uso de equipamiento informático para el cómputo de probabilidades y para la generación de lo que hoy en día llamaríamos CGIs fotorrealistas, no ya sólo por lo que respecta a capacidades, sino incluso procedimientos. Entre esta novela (que además especula con una red y con el envío de mensajes a través de ella) y «El jinete en la onda del shock», Brunner se mostró como una auténtico profeta de la era de la información, por lo que a menudo se le considera como un precursor del movimiento cyberpunk.

Ademas de ganar el segundo British Science Fiction Award, «Órbita inestable» se alzó también con una nominación al premio Nebula, que ganó Ursula K. Le Guin con «La mano izquierda de la oscuridad«.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en agosto 28, 2012.

4 respuestas to “Órbita inestable (Fuera de órbita)”

  1. Me apunto la novela. Leí «El rebaño ciego» hace unos años y me pareció fascinante, y la temática de este «Fuera de órbita» me atrae mucho. Muy interesante la reseña.

  2. En el índice de reseñas por autor, al dar clic en _Todos sobre Zanzíbar_ lleva a esta reseña. Ojalá y lo puedas arreglar.

    Saludos.

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