Mercaderes del espacio

«Mercaderes del espacio», de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth, es sin duda una de las más famosas (y exitosas) novelas que ha dado la ciencia ficción. Cuando se publicó por primera vez, serializada en Galaxy en 1952, se erigió en punta de lanza de los nuevos vientos que soplaban sobre el género tras el fin de la Edad de Oro.

Al frente de esta renovación se encontraba la revista Galaxy Science Fiction, que bajo la dirección de Horace L. Gold le había arrebatado la preeminencia dentro del mercado de revistas pulp de género a la Astounding de John W. Campbell. Al contrario que éste, Gold no entendía el la ciencia ficción sólo como un medio de exploración de los avances técnicos y científicos, sino que prestaba una especial atención a la especulación sociológica. Además, pagaba mejor, asegurándose por tanto los mejores talentos.

Entre estos se contaba Frederik Pohl, cuya principal labor a principios de los 50 era la de agente literario especializado en ciencia ficción. Tan ocupado estaba con ello que cuando le presentó una historia propia a H.L. Gold, la de un mundo futuro dominado por grandes empresas publicitarias, de la que tenía escrita la primera parte (basada a su vez en un boceto escrito más de quince años atrás), no encontró tiempo para completarla. Por fortuna, por ahí andaba un escritor y amigo con el que había colaborado en muchos relatos (utilizando diversos seudónimos). Kornbluth escribió la segunda parte (cambiando algunas cosillas de la primera por cuestión de coherencia) y luego ambos colaboraron estrechamente en la tercera y última (muchas de las novelas de ciencia ficción de la época poseen una estructura en tres actos, producto de sus orígenes serializados). La historia, titulada «Gravy planet», se publicó en los números de junio a agosto de Galaxy, sucediendo como plato fuerte de la misma a la serialización de «El hombre demolido«, de Alfred Bester (que conquistaría el primer Hugo de la historia).

Tras probar suerte infructuosamente en todos los sellos que publicaban libros de ciencia ficción, Frederick Pohl contactó a través de su mujer con Ian Ballantine, que acababa de fundar Ballantine Books y quería introducirse en el mercado fantástico. Así pues, retitulada «The space merchants», la obra vio la luz como novela en 1953. Ballantine Books se convertiría en una de las principales editoriales de género y también en una de las primeras en publicar material original (a partir del declive de las revistas a mediados de los 50).

Por concluir con el repaso histórico, tan sólo cabría añadir que Pohl y Kornbluth colaboraron en otras cuatro novelas hasta la repentina muerte del segundo en 1958 (de un ataque al corazón, cuando contaba apenas con 34 años, truncando lo que hubiera podido ser una gran carrera). Por esas fechas, Pohl asumió la dirección de Galaxy y durante casi dos décadas estuvo muy ocupado siendo uno de los principales editores del género (además de Galaxy, se ocupaba de su revista hermana If, labor que le reportó tres premios Hugo, así como una línea de libros para Bantam), antes de regresar por todo lo alto a la escritura a tiempo completo a mediados de los 70 (hasta ahora).

En cuanto a «Mercaderes del espacio», su protagonista absoluto es Mitchell Courtenay, un directivo de alto nivel de la Sociedad Fowler Schocken, una de las dos principales agencias publicitarias del mundo, al que se le ha encargado la dirección de una campaña para ya no sólo abrir, sino crear todo un nuevo mercado, potenciando la colonización de Venus (un infierno que requerirá décadas, quizás siglos de terraformación… lo cual es, de acuerdo con nuestros conocimientos actuales, incluso optimista, aunque para nada una mala aproximación trece años antes de que el proyecto Venera lograra posar una sonda en el planeta). Por supuesto, Tauton (la compañía que ha perdido el lucrativo contrato) no se contentará con hacerse a un lado. Además, están los molestos conservacionistas, una panda de lunáticos que rechazan la publicidad y los excesos de la sacrosanta sociedad de consumo.

Como protagonista, Courtenay es un personaje atípico al que se le coge antipatía desde las primeras páginas (y que no llega a redimirse en ningún momento). Representa lo peor de un mundo regido por las grandes empresas, empeñadas en vender a los consumidores cualquier basura inútil mientras se ven obligados a vivir hacinados y careciendo de los más elementales servicios. En este sentido, «Mercaderes del espacio» es una de las primeras novelas (si no la primera) que apunta hacia los peligros de la sobrepoblación y la sobrexplotación de recursos (mucho antes de que el ecologismo fuera un tema candente).

Sin afán de restarle méritos, sin embargo, habría que señalar que antes que una intencionalidad predictiva cabría atribuir a la novela un objetivo satírico, dirigido no hacia el futuro, sino hacia la sociedad estadounidense contemporánea. Los personajes, situaciones y desarrollos poseen un acusado lastre temporal, que hace que la novela haya envejecido mal. Incluso su mayor acierto, la crítica al consumismo exacerbado, no deja de resultar, vivido lo vivido, de una ingenuidad desarmante.

Pohl y Kornbluth disparan a discreción, poniendo en su punto de mira la organización empresarial (de los años 50), la política (con un congreso en que los miembros electos han sido sustituidos por los presidentes de las grandes compañías, que se ahorran así los intermediarios a la hora de legislar), la guerra fría (reflejada en la pugna entre Fowler Schocken y Tauton), el macartismo (con los conservacionistas o «consistas» reuniéndose en células terroristas subversivas) y, por supuesto, la publicidad (a la que Pohl no era ajeno, pues había trabajado en una pequeña firma como redactor de eslóganes). El problema es que con tanta dispersión no llegan a profundizar en las heridas, dejando escapar vivas a casi todas sus presas (llegan a sostener posicionamientos filosóficos contradictorios sobre un mismo particular, bien sea por insuficiente reflexión o por cautela, ya que atacar abiertamente al capitalismo en aquella época podía resultar… incómodo).

Tampoco la historia, por sí sola, resulta plenamente satisfactoria. Los bruscos bandazos que da a cada cambio de segmento le restan coherencia y la casi completa ausencia de evolución de Courtenay (pese a llegar a verse en la posición del más bajo consumidor), junto a una resolución apresurada y poco inspirada, terminan por restarle gran parte del impacto que tuvo en su momento. Por proponer una metáfora pugilística: fue un golpe a la mandíbula bien dirigido, aunque carente del impulso necesario para hacer auténtico daño.

Pese a todo, el segmento central (atribuible en principio a Kornbluth, aunque es muy probable que Pohl contribuyera a él de alguna forma), llega por momentos a alcanzar altas cotas de mala leche, haciendo gala de las más certeras cuchilladas contra la línea de flotación de nuestro modelo económico (y contra la explotación que propicia). Además, en él podemos encontrar a la Gallina… y ésa es una imagen que nadie que haya leído la novela es capaz de olvidar (aunque el resto de detalles queden nebulosos).

Treinta y dos años después, en 1984, Frederik Pohl (lógicamente en solitario), escribió una continuación, «La guerra de los mercaderes«.

Para concluir, es muy posible que mi particular forma de abordar la lectura (mediatizada por mi formación científica, es decir, centrada en la tesis de la obra en cuestión y en cómo la desarrolla desde su planteamiento a sus conclusiones) no me permita disfrutar a fondo de «Mercaderes del espacio», pues tengo la impresión de que muchos de sus aciertos son más producto de la casualidad que de la intención (y, por tanto, la estructura lógica subyacente no acaba de funcionar). Así pues, dada su condición de clásico indiscutible, os invito, más que nunca, a consultar las…

Otras opiniones:

Otras obras de Frederik Pohl reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en junio 6, 2012.

5 respuestas to “Mercaderes del espacio”

  1. Leí «Mercaderes…» en algún momento de mediados de los 70 del siglo pasado, por lo cual tengo su recuerdo totalmente desdibujado. Sólo quedan en mí la sorpresa y la felicidad de haber encontrado ese otro modo de hacer s-f. Hoy encuentro que Pohl dio su mejor nota a la critica del cosumismo en solitario, en un cuento magistral: «La plaga de Midas» (The MIdas Plague, 1954), texto que si no leyó, Sergio, le recomiendo fervorosamente.

    En cuanto a las colaboraciones con Kornbluth, sólo leí una más, «Búsqueda estelar» (Search the Sky), en una edición que sacó Ferma para su colección Infinitum. El libro comienza muy entretenido y con una idea de estructura pometedoramente rica, para pegar un volantazo en algún momento e irse a cualquier parte. Una pena.

    Gracias por continuar este blog, siempre es un placer pasar por aquí.

    • Pues no, no he leído «La plaga de Midas». Lo cierto es que creo que, aparte de las recogidos en «Los exploradores de Pórtico», sólo he leído una narración breve de Pohl (su aportación a «Visiones peligrosas», un cuento bastante malillo, por cierto).

  2. Mercaderes me encantó…luego la olvide y la volvi a leer y me volvio a encantar. Encuentro tus comentarios, una vez mas, muy acertados

    • Pues mi relectura (para escribir la reseña) también confirmó las impresiones que me dejó la primera (hará unos diez años)… y también lo tenía bastante desdibujado (salvo por la gallina); parece ser una característica de la novela.

  3. […] el partido comunista pero no algunas ideas al respecto), en la época en que cofirmó con Kornbluth Mercaderes del espacio, y por su cuenta tremendas cargas de profundidad como «La plaga de Midas» o «El túnel bajo el […]

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