Corrientes alternas

Frederik Pohl irrumpió en la ciencia ficción ya iniciada la Edad de Oro (aunque llegó a publicar antes un poema en 1937). La mayor parte de los cuentos de su primera década, sin embargo, los publicó en colaboración (sobre todo con Cyril M. Kornbluth, pero también con otros autores, como Dirk Wylie o Robert A. W. Lownes) y prácticamente todos bajo seudónimo (James MacCreigh para la mayor parte de sus relatos en solitario, S. D. Gottesman y Scott Mariner para sus historias con Kornbluth y Paul Dennis Lavond cuando se trata de otras colaboraciones (entre otros seudónimos menos empleados). Esto se debía en parte a la necesidad de ocultar el hecho de que algunas revistas podían sacar a la vez varios cuentos suyos, pero también porque en esta época fue editor de Astonishing Stories y Super Science Stories, cabeceras que a menudo publicaron estos textos hoy en día prácticamente olvidados (salvo por algunas de las historias coescritas con Kornbluth, recuperadas gracias a la notable labor de ambos también en el terreno de la novela).

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Hacia 1950, pasada la Segunda Guerra Mundial y ante una reestructuración del mercado de la ciencia ficción, se abrió una segunda oportunidad para los cuentos de los principales autores: las compilaciones. Frederik Pohl tardó en sumarse a esta tendencia. En parte por carecer de una gran serie compilable como podría ser la de la Fundación de Isaac Asimov o la Historia del Futuro de Heinlein, en parte, quizás por carecer de un nombre consolidado debido a su política de uso de seudónimos (por no hablar de que con la caída de las ventas de las revistas a consecuencia del esfuerzo bélico, se pasó durante unos años al mundo de la publicidad y la edición de libros de divulgación populares).

Pohl regresó a la publicación asidua de cuentos (ya con su nombre verdadero) en 1954, así que su primera antología propia se publicó en 1956, recopilando sobre todo cuentos de 1955 (seis), dos de 1956, uno de 1954 y uno de 1949 (publicado originalmente como de James MacCreigh), bajo el título conjunto de «Corrientes alternas» («Alternating currents»).

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Antes de abordar el análisis de la antología cabe realizar un par de comentarios acerca de su peculiar historia editorial en España. Su primera publicación fue, de hecho, muy temprana, en 1958, en Nebulae (primera época), bajo el curioso título de «Siluetas del futuro». Eso sí, prescindiendo del primer cuento: «Happy birthday, dear Jesus». ¿Fue acaso por miedo a (o incluso acción directa de) la censura (aunque se trata simplemente de un sátira sobre la mercantilización de la Navidad)? El caso es que cuando en 1968 la Editorial Magisterio Español decidió incluir en su colección de ficción (dirigida a colegios) una nueva traducción de «Alternating currents», tomó como base la por entonces reciente (1966) edición británica de Penguin Books… que también eliminaba «Happy birthday, dear Jesus» (de 1956), sustituyéndolo por «The children of night» (1964). ¿Por qué? A saber. Curiosamente, era el único cuento escrito originalmente ex profeso para la antología. Por último, en 1971 Aguilar publicó una edición ómnibus oscuramente titulada «Ciencia ficción nortamericana III», que en realidad compila todos los relatos de las seis primeras antologías en solitario de Pohl, incluida «Corrientes alternas» (incluyendo por fin «Happy birthday, dear Jesus»).

Es precisamente con este cuento intruso, traducido como «Hijos de la noche», que se abre «Corrientes alternas» (la edición de 1968 en que se basa esta reseña). Publicado originalmente en Galaxy (en ese momento bajo la dirección del propio Pohl), aborda el mundo de la publicidad, un tema ya tratado en 1952 con «Mercaderes del espacio«, aunque aquí, sin la colaboración de Kornbluth, evita el tono de sátira mientras cuenta los esfuerzos de un directivo, Odin Gunnarson (Gunner), para cumplir un encargo aparentemente imposible: conseguir que una ciudad americana albergue un puesto comercial de una raza extraterrestre, los arcturianos, que todavía se encuentran técnicamente en guerra contra la Tierra. Para terminar de complicar el asunto, durante los primeros compases de la contienda los alienígenas (que además fueron el bando agresor) masacraron una colonia marciana y sometieron a todos los niños a experimentos brutales. Pohl abre una puerta a los entresijos del oficio de manipular la opinión pública, aunque la absoluta carencia de humor termina por perjudicar gravemente el resultado final (con un clímax confuso que tampoco ayuda mucho).

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Como comentaba, «Hijos de la noche» se desmarca del resto de la antología por año de publicación, pero en otros aspectos es bastante representativa, porque en general los adjetivos que pueden aplicarse a todos los cuentos son dos: funcionales y anodinos. La contraportada de mi edición se afirma que Frederik Pohl nos volará la cabeza son sus novedosas ideas… y no sé si hubiera sido así en 1956, pero dudo que eso valiera ya para 1968, ni mucho menos ahora. Pohl, a mi parecer, es un autor que brilla más en la novela que en el relato (ya sea durante su primera etapa satírica con Kornbluth o desde su reinvención a finales de los setenta con «Pórtico«). A sus cuentos (o al menos a estos cuentos relativamente tempranos) les falta algo. Ese algo diferenciador que nos permite distinguir al primer vistazo un cuento de Asimov, Clarke o Dick, o ese estilo refinado y particular que caracterizó a los mejores autores de la Edad de Plata, como Sturgeon, Walter M. Miller Jr. o Cordwainer Smith. Lo que queda, una vez descartado el estilo y la filosofía subyacente es la idea pura y dura, y por su carácter anecdótico es lo que más corre el peligro quedar anticuada.

Es lo que ocurre, por ejemplo, con «El creador de fantasma» («The ghost maker», Beyond 1-1954), una historia de fantasía cuyo interés se fundamenta exclusivamente en el giro final. A continuación llega el cuento más antiguo de la antología, «Demos una oportunidad a las hormigas» («Let the ants try», Planet Stories 2-1949), que es otra de esas historias pesimistas sobre el reemplazo del ser humano que surgieron a raíz del bombardeo atómico de Iroshima y Nagasaki, convenientemente satírica, pero lejos de la poesía melancólica de esfuerzos contemporáneos como «Ciudad» de Simak o «El fin de la infancia» de Clarke. Ese mismo humor negro en que se resuelve de forma irónica, si bien no excesivamente original, lo encontramos en la siguiente aportación: «Pythias» (Galaxy, 2-1955), otro texto que juguetea con la fantasía (o, cuando menos, con una ciencia ficción carente por completo de base especulativa).

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Uno de los textos más largos de la antología es el siguiente, «El atlas perdido» («The mapmakers», Galaxy 7-1955), que nos embarca en la nave de exploración Terra II, perdida en la inmensidad del espacio por culpa de una fatalidad imprevisible que ha matado a su atlas, el navegador entrenado para trazar una ruta por las extrañezas del hiperespacio. El cuento largo presenta ideas interesantes, como la necesidad de suplir todo el aparataje electrónico con personas especialmente entrenadas (algo que ampliaría una década después Frank Herbert con «Dune«) o el concepto de que el mayor desafío para la supervivencia de los extraviados es la acumulación de calor, pero resulta en su ejecución tan terriblemente aburrido que parece alargarse por páginas sin cuento (para concluir con lo que básicamente cabría considerar como una suerte de Deus ex machina).

Los tres siguientes relatos son los más breves de la antología, aunque realmente consideraría eso una virtud, porque es lo que les permite centrarse más en la idea nuclear, sin correr el riesgo de perderse en desarrollos secundarios de menor interés. Esta concisión le permite además a Pohl experimentar un poco más con el estilo. Así, «Las razones de Rafferty» («Rafferty’s reasons», Fantastic Universe, 10-1955) recurre casi al monólogo interior para mostrarnos la desesperación de un trabajador en un mundo distópico deshumanizado por el empleo de las máquinas (una visión un tanto neoludita que podríamos asociar al inicio de la Era de la Información). «La ecuación de Einstein» («Target One», Galaxy 4-1955) es otro relato nacido a la sombra de la amenaza nuclear, aunque en este caso, complementado con viajes en el tiempo y universos paralelos, conforma una historia más original que en «Demos una oportunidad a las hormigas». «El abuelo Orville» («Grandy Devil», Galaxy 6-1955) vuelve a bordear la fantasía, con una historia-anécdota sobre una familia de inmortales con muy poco desarrollo, que se revela como la más floja del trío.

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El plato fuerte de la antología es el cuento largo «El túnel por debajo del mundo» («The tunnel under the world», Galaxy 1-1955), el único de estos relatos que llegó a inspirar una ilustración de portada de Galaxy. Ciertamente, se trata de una obra notable, que empieza de forma bastante cotidiana y poco a poco va entrando en una espiral de paranoia que hubiera podido firmar el propio Dick (quien por entonces estaba en sus años más prolíficos como cuentista). Revelar mucho más sobre el desarrollo de la historia sería contraproducente, así que tan solo comentaré que de nuevo tenemos como tema subyacente el mundo de la publicidad (se nota que Pohl guardaba cierto resquemor respecto a sus años como copywriter), lo cual, en oposición a «Hijos de la noche», hubiera podido servir perfectamente como marco temático de la antología… de no ser por el auténtico cierre de la misma, el relato breve «¿Qué haré hasta que vuelva el psicólogo?» («What to do until the analyst comes» o «Everybody is happy but me», que es el título con que se publicó simultáneamente ese mismo 1956 en Imagination), ambientado también en el mundo de la publicidad y constituyendo una curiosa mezcla de perspicacia y desconocimiento con respecto a las bases del comportamiento compulsivo.

Muy a menudo las antologías suponen auténticas montañas rusas de calidad, sobre todo si se trata de compilaciones de relatos publicados originalmente en un lapso relativamente breve. En el caso de «Corrientes alternas» no hay grandes extremos, aunque sí se puede afirmar que la valoración global es ligeramente subóptima. Pohl, al menos en estas fechas, aunque ya llevaba tres lustros de carrera, no presentaba un estilo ni muy ágil ni terriblemente característico y sus especulaciones, vistas desde el presente, se antojan un tanto timoratas. Es posible que, como afirma de nuevo la contraportada, Pohl lo hubiera pensado todo antes, pero de ser así, no lo hizo a fondo.

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La pieza que se escapa a esta mera funcionalidad es sin duda «El túnel por debajo del mundo», un relato que bien merece una consideración especial (y que fácilmente podría haber servido de inspiración a películas como «Dark city», de Alex Proyas [1998]). Desde otra perspectiva, destacaría la influencia que Horace L. Gold, como editor de Galaxy, ejerció durante esta fase de la carrera de Pohl. Seis de los diez relatos (cinco de nueve, si descartamos el de 1964) fueron publicados originalmente en esa revista (y en el plazo de tan solo siete meses), lo que muestra a las claras no solo el aprecio de Gold, sino la importancia estabilizadora que esta relación laboral debió de tener sobre Pohl (el que fuera a ser él quien sustituiría a su valedor al mando de la revista… y el más que posible efecto positivo que esto tuvo en su carrera, no hace sino magnificar la importancia de Galaxy en su vida).

¿Recomendaría realmente la antología completa hoy en día? La verdad es que no, al menos en solitario (el tocho recopilatorio de más de mil páginas es otra cosa). Pohl destacó en otros terrenos y otras décadas y para apreciar lo mejor que dio de sí la década de los cincuenta en lo que respecta a ficción corta, recomendaría antes otras antologías (como «Condicionalmente humano» de Walter M. Miller, «Las doradas manzanas del sol» de Ray Bradbury, «La séptima víctima» de Robert Sheckley o «Nacido de hombre y mujer» de Richard Matheson). «El túnel por debajo del mundo», sin embargo, sí que merecería ser un relato más conocido y celebrado.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en marzo 14, 2023.

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