Los límites de la Fundación

Existen muchos motivos posibles para la concesión de un premio como el Hugo. A veces se trata de que la obra, simplemente, es excepcional. Otras se reconoce la consolidación de una tendencia, o se premia la labor de toda una vida. E incluso puede pasar como en 1983, que el principal motivo sea premiar una obra a la que tres décadas antes se perdió la ocasión de reconocer con un Hugo «de verdad» (sin descartar porcentajes variables de los otros tres motivos enunciados).

1982 asistió al retorno del padre pródigo a la ciencia ficción, género que había abandonado casi por completo durante más de veinte años. Isaac Asimov había vuelto, y no de cualquier forma, sino trayendo consigo la continuación de la mejor serie fantástica jamás escrita (al menos así se premió en 1966, con un Hugo especial, derrotando al Barsoom de Burroughs, la saga de los Hombres de la Lente de E. E. Doc Smith, la Historia del Futuro de Heinlein y el Señor de los Anillos de Tolkien): Fundación.

Los motivos de este retorno son el reflejo invertido de aquellos que le hicieron abandonar el género en 1959 para concentrarse en la divulgación científica: dinero y tendencias. A principios de los 60 empezaba a vislumbrarse la segunda gran revolución de la ciencia ficción (así la bautizó el propio Asimov en su prólogo a «Visiones Peligrosas»), la que lanzaría el reinado de la New Wave, dejando obsoletos a los autores de la Edad de Oro (tal y como éstos habían sustituido a los de la era del pulp). Además, las mismas circunstancias que habían machacado el sentido de maravilla (la ciencia parecía haber alcanzado a la ciencia ficción), abrían un lucrativo campo profesional para los grandes nombres del género (uno, por cierto, que confería mayor prestigio). Como resultado, quitando de la novelización de «Viaje alucinante» en 1966 (una obra de encargo) y la publicación en 1972 de «Los propios dioses» (su novela más personal), Asimov vivía apartado de la ficción, con algún que otro ocasional cuento de cifi aquí o allá y ocasionales incursiones en el género de detectives (con los cuentos de los viudos negros y «Asesinato en la convención»). ¿Qué ocurrió en 1982 para hacerle cambiar de idea?

Bueno, por un lado estaba la propia evolución de la ciencia ficción. La New Wave había disfrutado de su predominio, había alcanzado su cenit y había terminado agotando su combustible. Desde mediados de los 70 venía cobrando fuerza una contrarreforma que desembocó en la restauración de la literatura hard neocampbelliana, a la que Asimov, el vástago predilecto de Campbell, no podía ser ajeno. Además, Doubleday se tomó mucho más en serio que el propio autor (según éste afirmó en sus memorias) las insistentes peticiones de los fans para ampliar el universo de la Fundación y le hizo una oferta económica que no pudo rechazar.

A continuación analizaré el resultado artístico, pero antes quisiera hacer mención del económico y de sus consecuencias. El libro se convirtió con rapidez en el más exitoso de los cuarenta y pico años de carrera de Asimov (262 libros hasta la fecha, el Buen Doctor era prolífico), alcanzando el top ten de las listas de más vendidos en diversos medios. Gracias a ello, el retorno a la cifi se consolidó, ocupando una parte importante de su última década de vida, con otras tres novelas del ciclo de la Fundación, dos del de los robots (incluyendo mi novela favorita, «Los robots del amanecer«) y dos más independientes. Entre todas, se propuso la unificación de sus tres grandes ciclos (robots, imperio y Fundación) en un único universo (siendo los títulos cruciales «Robots e Imperio» y «Fundación y Tierra»). El colofón a una carrera extraordinaria, que sólo fue posible gracias a la fama continuada de una serie de cuentos y novelas cortas publicadas entre 1942 y 1950 en las páginas de Astounding (bajo la edición de John W. Campbell).

La serie había quedado abandonada a un tercio del plan maestro para la restauración del Imperio Galáctico (breve inciso para los despistados: Tras siglos de esplendor, el Imperio Galáctico va a entrar en decadencia, dando inicio a una edad oscura de mucha mayor duración, acontecimiento que sólo el matemático Hari Seldon es capaz de prever gracias al desarrollo de una nueva disciplina científica, la psicohistoria. Aun más, utilizando esa herramienta es capaz de diseñar un camino que minimizará la decadencia, permitiendo un resurgir en apenas 1.000 años a partir de una pequeña colonia en el extremo más apartado del universo, la Fundación, presuntamente encargada de la elaboración de la Enciclopedia Galáctica). La amenaza para los planes del matemático encarnada en el Mulo, un mutante tele-empático (capaz de manipular las emociones), ha sido conjurada, y las alteraciones que ha provocado en el plan Seldon han sido corregidas por la misteriosa Segunda Fundación, una organización secreta de psicohistoriadores telépatas.

Pese a tratarse de una evolución lógica de los acontecimientos (una vez metido el Mulo en la ecuación quedan pocas opciones), no se trata de un desenlace satisfactorio (al propio Asimov le perturbaba un tanto las connotaciones fascistas de una organización secreta que supervisaba el devenir de los acontecimientos teniendo en su poder una herramienta tan poderosa como la psicohistoria (por no hablar de los poderes mentales).

En los tiempos de «Los límites de la Fundación», casi 500 años después de la muerte de Seldon (a mitad camino, por tanto, del plan), casi todos los miembros de la primera Fundación, en Terminus, consideran que la Segunda ha sido exterminados. Hay un consejero, Golan Trevize, sin embargo, a quien mosquea lo acertadas que siguen siendo las predicciónes del fundador. Tanto toca las narices que, por librarse de él, los dirigentes le endosan la misión de buscar a sus fantasmas, para lo cual cuenta con una nave avanzadísima y la ayuda de Janov Perolat, un maduro historiador obsesionado con la idea de encontrar la Tierra, la mítica cuna de la humanidad, cuyo conocimiento se perdió hace tantos siglos que se duda incluso de su existencia.

Estos acontecimientos se enmarcan en el inicio de las aspiraciones imperialistas de la Primera Fundación, así como luchas de poder intestinas en el seno de la Segunda Fundación, que toman posiciones para un enfrentamiento quizás decisivo mientras una tercera parte misteriosa parece inmiscuirse en los planes de ambos. Ajenos en parte a estos desarrollos, Golan Trevize y Janov Perolat, que originalmente tenían como destino Trantor (la sede secreta de la Segunda Fundación) para recabar datos de lo que quede de sus bibliotecas, se han embarcado en la búsqueda de la Tierra, sólo que terminan descubriendo otro planeta, Gaia, sede del tercer poder en discordia, donde descubren que quizás hayan contado con mucha menos libertad de la que habían supuesto, y que el destino de la galaxia depende de una crucial decisión que debe tomar Trevize.

Como no podía ser de otra forma, «Los límites de la Fundación» presenta importanes diferencias con respecto a la trilogía original («Fundación«, «Fundación e imperio», «Segunda Fundación»). Treinta y dos años no pasan en balde. Asimov es un escritor muchísimo más maduro, con décadas de oficio a sus espaldas. La novela ya no es eminentemente diálogo con pequeños interludios expositivos, sino que las descripciones han exigido su cuota de palabras (sin que ello sea óbice para que el estilo Asimov siga siendo perfectamente identificable). Eso por no hablar del cambio que supone pasar de una narración a base de cuentos largos o novelas cortas a una novela que, por contrato, debía superar las 140.000 palabras (el tiempo dorado de las antologías había pasado y Doubleday quería ir sobre seguro).

Pero el cambio más importante quizás resida en la intencionalidad. Las primeras obras de Asimov son en buena parte misterios cuya principal razón de ser es responder los qués, los cómos y los porqués. Esto no cambia con «Los límites de la Fundación», pero además se añaden otros subtemas. En la última parte de su carrera literaria, a Asimov le preocupaba la evolución humana, su transformación en algo superior, con la ayuda de los robots (lo que definió como una civilización C/Fe, Carbono/Hierro; según uno de esos juegos de palabras tontos a los que era tan aficionado, C/Fe = Sci/Fi). El universo original de la Fundación es pura ciencia. Los hombres no son sino meros accidentes estadísticos, sin verdadera capacidad para cambiar una historia determinista. Con «Los límites de la Fundación» lo que hace es devolver el control a los seres humanos (más o menos), transformando radicalmente su visión de lo apetecible (esforzándose, de hecho, por desmontar la dictadura psicohistórica).

Lo que no cambia es su pasión por la lógica, que le impulsa a buscar una causa plausible para esta transformación. Quizás por ello esta negación radical no es capaz de destrozar su legado, sino que se presenta como una evolución más (después de todo, Asimov mismo se paso décadas buscándole los fallos a sus ideas, como las famosas tres leyes de la robótica) de los acontecimientos. Por el camino, eso sí, se ha perdido la inocencia de los años 40 y 50. Muchas cosas habían pasado en aquel tercio de siglo (muchas ilusiones y desengaños para los amantes de la exploración espacial). «Los límites de la Fundación» es formalmente mejor que sus predecesoras, pero no está a la altura de su legado (algo imposible, todo sea dicho, pues el tiempo mismo se ha encargado de magnificarlo hasta proporciones míticas que no están por completo en consonancia con sus méritos). Incluso como obra independiente no presenta ninguna idea realmente innovadora (por aquel entonces empezaban a circular ideas más avanzadas como el transhumanismo, la singularidad tecnológica y los precursores del cyberpunk).

Aunque tampoco quiero dar a entender que fuera un receptor indigno del premio Hugo (y del Locus, en ambos casos batiendo a otros dos veteranos, Clarke con «2010: Odisea dos» y Heinlein con «Viernes»; por no hablar de su nominación al premio Nebula, que fue para «Sólo un enemigo: el tiempo«, de Michael Bishop). Se trata, simplemente, de una obra cuya importancia no puede medirse únicamente ateniendo a sus méritos en solitario. Donde realmente destaca es como pieza indispensable del gran universo asimoviano (uno de los más importantes, si no el que más, de cuantos nos ha dado la ciencia ficción), e indirectamente como hito significativo en la evolución del género (viendo como los siguientes premios Hugo los conquistaron David Brin con «Marea estelar«, William Gison con «Neuromante» y Orson Scott Card con «El juego de Ender«, parece casi como si Asimov hubiera pasado el testigo a una nueva generación, heredera espiritual de la Edad de Oro).

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 22, 2010.

6 respuestas to “Los límites de la Fundación”

  1. Debo decir dos cosas: una, que me fascina Fundación. Me introdujo a la ciencia ficción, me hizo amarla y desear desarrollarla (objetivo este último mucho más difícil de alcanzar) y me llevó a buscar más obras de Asimov y de otros autores de un género que se abría ante mí de pronto (esto ocurrió hace más de 20 años…). Dos, que Los límites de la Fundación me decepcionó. En realidad, pues, no dejé de compararla con la trilogía original (bueno, con los cuentos y novelas cortas que conformaron los otros volúmenes de la Fundación) y salió disminuida por comparación. Golan Trevize me pareció desde el primer momento, repulsivo. Tanto, que me costó seguirlo. Su ayudante, timorato. Y Gaia… pues no me conmovió lo que quizá debió conmoverme. Me escocía la idea de que un sólo ser humano (y uno tan antipático como Trevize) fuera capaz de decidir con su sola palabra el destino de la Humanidad entera. Y me parecía contradictorio con la Fundación original, como sin duda lo era. Aún así, por no dejar la serie inconclusa, aún fui y leí Fundación y Tierra, que no ayudó en nada a cambiar mi opinión sobre los personajes, ni tampoco sobre la horrorosa idea de transfondo: casi que se cambia una dictadura por otra. Y no digo más porque caigo en spoilers.
    No dudo, por supuesto, que el valor del libro puede ser histórico, pero qué decir más. Cuando pienso en Fundación, siempre suelo regresar a las obras de los 50. Ni modo…

  2. Yo siempre he sido más de la serie de los robots. A decir verdad, la de la Fundación nunca me ha impresionado demasiado, ni siquiera la trilogía original que, para cuando me la leí (supongo que sería hacia mediados de los años 90) se me antojó anticuada. En cualquier caso, mi preferida ha sido siempre «Preludio a la Fundación» (aunque hace ya muchos años que la leí).

  3. ¡Cuántos recuerdos! Prácticamente uno de mis primeros ecritores scifi y la saga Fundación una delicia de lectura. Echo de menos al Buen Doctor, tenía sus cosas pero creo que es el escritor junto con King, del que más cosas he leído (normal siendo ambos tan prolíficos).

  4. Cielos. Acabo de notar que los tres nos referimos a esta obra y a este autor con el sabor de los «muchos» años transcurridos. ¿Nos estamos poniendo viejos…? ;)

  5. Sí, a cada segundo un segundo más viejos.

    Aunque lo de Asimov viene agravado, supongo, porque es uno de los principales, si no el principal, autor de iniciación en la ciencia ficción (entre otras cosas, porque pegas una patada a una pila de libros de cifi y caen siete u ocho de Asimov). Puede estar más o menos lejos en el tiempo, pero desde luego se encuentra justo al otro extremo de nuestra trayectoria lectora, en los comienzos del ya mítico viaje iniciático hacia los parajes de la ciencia ficción.

  6. […] https://rescepto.wordpress.com/2010/02/22/los-limites-de-la-fundacion/ […]

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