Marea estelar
Salto de veinte años en la Hugolatría, hasta 1984, año en que se consagraría David Brin, una de las voces más importantes de la ciencia ficción de los ochenta y noventa, con «Marea estelar», la segunda entrega de su primera trilogía sobre la Elevación de los Pupilos.
Por definir el contexto, nos encontramos en pleno renacimiento de los temas y estilos de la Edad de Oro, ejemplificado por el retorno al primer plano de los viejos maestros como Asimov y Clarke. En el horizonte inmediato se aprecia ya el despuntar del cyberpunk y toda una generación de nuevos escritores está dispuesta a devolver a la ciencia ficción un elemento que se había echado de menos durante demasiado tiempo: la diversión (¿La New Wave? Demasiado estirada y pomposa. ¿El hard neocampbelliano? Sí, está bien, pero podría soltarse un poquito).
Surge pues un nuevo tipo de concebir la space opera, el subgénero aventurero por excelencia , tomando prestados multitud de elementos de la ciencia ficción hard, sólo que con una intencionalidad recreativa antes que divulgativa. En este panorama, David Brin es quizás el maestro definitivo, pues nadie más ha sido capaz de crear universos tan delirantes, tan repletos de sentido de la maravilla y, al mismo tiempo, tan descaradamente antropocéntricos. Leer una de sus novelas de la serie de la Elevación supone embarcarse en una montaña rusa, en la que la humanidad, la más insignificante entre todas las civilizaciones de las cinco galaxias, se las ve y se las desea para escapar de la extinción y al final, por caminos tan misteriosos para ella como para sus adversarios, acaba triunfando. ¡Es la plasmación definitiva de las fantasía de cualquiera que haya sido humillado en alguna ocasión! ¿Por qué triunfamos? Porque nosotros lo valemos, qué caramba. Y el que desee sentirse mal leyendo, que recurra a los realistas rusos (o desempolve sus novelas de Disch).
El universo de las Cinco Galaxias en que transcurre la acción de la novela empezó a tomar forma con su primera novela, «Navegante Solar» («Sundiver», 1980), en la que describe la antiquísima sociedad galáctica a la que los seres humanos son unos recién llegados. Este universo que bulle de vida de todo tipo (nadie como Brin para imaginar extraterrestres), la inteligencia es un don que no se conquista, sino que se recibe. Desde lo tiempos míticos de los Progenitores, especies patronas se dedican a intervenir en especies presentientes para elevarlas a la categoría de miembros de la comunidad. A cambio de este don, la nueva especie se convierte en pupila (básicamente esclava) de sus patrones por un período de 100.000 años, e incluso cuando alcanza su libertad se mantienen fuertes lazos de dependencia, formando clanes, algunos de ellos poderosísimos. En este contexto, el estatus de una especie es muy importante, y depende del de sus progenitores y del número de pupilos que tenga. Mientras que el conjunto de todos los conocimientos que jamás se hayan obtenido se encuentra en la Biblioteca Galáctica.
En estas aparecen los seres humanos, una civilización que no sólo pretende haber alcanzado la sapiencia sin ayuda (el primer contacto se realiza cuando el hombre ya ha dominado de forma chapucera el vuelo interestelar), sino que hasta cuenta con dos pupilos, los neo-chimpancés y los neo-delfines, hecho que les salva provisionalmente de ser tutelada (reducida a la esclavitud) por alguna otra de las razas más importantes. Los hombres irrumpen en la sociedad galáctica como unos patanes apenas evolucionados que se niegan a seguir el protocolo establecido (tanto neo-chimps como como neo-delfines son liberados de cualquier contrato de tutelaje), se empeñan en seguir utilizando su deficiente ciencia (basada en principios casi irracionales según el conocimiento estándard) y desconfían de la Biblioteca. A todo lo cual se le une un enorme talento para meterse en problemas.
En «Navegante solar» se narra la primera gran crisis (primera bala esquivada) entre los terrestres y la sociedad galáctica, y sirve de base para el verdadero despegue, que se produce con «Marea estelar» («Startide rising», 1983).
En esta novela, el Streaker, la primera nave concebida para ser comandada por neo-delfines, está realizando su vuelo de prueba, con unos pocos tutores humanos a bordo, cuando irrumpe en una especie de cementerio espacial, repleto de naves antiquísimas de las que ni siquiera la Biblioteca tiene noticia. De una de ellas obtienen un puñado de datos y el cuerpo momificado de un alienígena que bien podría ser el de un Progenitor (hace millones de años que los Progenitores, así como sus pupilos, y los pupilos de éstos, han desaparecido del universo, presuntamente trascendidos). Al quedarse sin comandante humano por un accidente, y dada su bisoñez, mandan un mensaje cifrado a la Tierra detallando su descubrimiento.. y entonces se desata el infierno.
De todos los rincones del universo las especies más fanáticas mandan flotas de guerra para apoderarse del descubrimiento del Streaker, cuya tripulación se compone principalmente de individuos cuya especie es sintiente desde hace apenas un par de siglos (150 neo-delfines y un neo-chimpancé, además de una decena de humanos, casi todos ellos científicos). La nave acaba accidenta en Kithrup, un planeta ocupado casi por completo por un océano misterioso, mientras sobre el sistema se desarrolla una batalla apocalíptica por determinar qué clan conquista el derecho de apoderarse de la nave de lobeznos (término despectivo que hace referencia a su bisoñez y su carencia de estatus) y de sus secretos (y si de paso hace falta destruir la Tierra para que nadie reclame, pues se hace y punto).
Todo esto no es sino el planteamiento.
«Marea estelar» es entretenimiento puro, un canto de alabanza hacia el misterio (a menudo atemorizador) del universo y una historia de superación más allá de toda esperanza. Las complejas relaciones tutor-pupilo, así como otras características muy bien trabajadas de la cultura galáctica, le confieren una profundidad mucho mayor de lo que solía ser habitual en el space opera. De igual modo, la trama evita recurrir al camino fácil, desdoblándose en multitud de puntos de vista (ni todos humanos, ni todos terrestres) y varias líneas argumentales entrelazadas. En cierto sentido, es para los neo-delfines un rito de madurez, un salto al vacío desde un nido que ya de por sí no es muy estable. En cuanto al puñado de humanos, su papel es incluso más complejo, ya que deben cumplir con su deber de tutores siendo ellos mismos unos mindundis, hormiguitas insignificantes en medio de un cosmos brutalmente hostil.
La trilogía de la elevación de los pupilos se completó en 1987 con «La rebelión de los pupilos» («The uplift war», ganadora a su vez del Hugo, así que ya la comentaré en su momento). Sin embargo, quedaba colgando el destino final del Streaker, así que Brin retomó la historia en 1995, dando inicio a la segunda trilogía de la Elevación de los Pupilos, con algunos cambios. Mientras que los tres primeros libros son independientes por completo, compartiendo sólo escenario, los tres siguientes, «Arrecife brillante» («Brightness reef», 1995), «La costa del infinito» («Infinity’s shore», 1996) y «Los límites del cielo» (Heaven’s reach», 1998), conforman una única historia que sube las apuestas de «Marea estelar» a un triple o nada para la humanidad y sus pupilos.
En conclusión, «Marea estelar» resulta uno de los libros de ciencia ficción más gratificantes que te puedes meter entre pecho y espalda. Dicho lo cual, me parece increíble que esté descatalogado desde la edición de Acervo en 1987. Si hay una saga que arrasaría en bolsillo ésa es la de la elevación de los pupilos (editada entre Acervo y Nova entre 1987 y 2003). Y puestos a pedir, tampoco estaría de más que se reeditara «Tierra«, que ya ha llovido desde 1992.
Con esta novela se inicio un período de cuatro años en los que se vivió unanimidad en la concesión del Hugo y del Nebula (hecho que se ha producido en veinte ocasiones) y además se alzó con el Locus (entrando en la lista de los trigalardonados). De su competencia destacaría una de las mejores novelas de Isaac Asimov, candidata al Hugo, y segunda en los Locus, «Los robots del amanecer» («Robots of the dawn»), integrada en la serie de los robots (protagonizada por el detective Elijah Baley y R. Daneel Olivaw), cuyos dos primeros títulos, «Las cavernas de acero» y «El sol desnudo», se publicaron en los años 50.
Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:
[…] space opera muy en la línea de lo que Sergio Mars denomina hard necampbelliano. Solventes detalles técnicos, compleja caracterización de los personajes y del macrocosmos. La […]
Literatura Prospectiva said this on septiembre 20, 2011 a 4:31 am |