El vuelo del dragón

En 1967 Anne McCaffrey publicó dos novelas cortas en los números de octubre y diciembre (concluida en el siguiente volumen) de Analog. Eran una rareza relativa, con una acusada inclinación hacia la fantasía, heredera del planet opera a través de la obra de autoras como Marion Zimmer Bradley y su serie de Darkover (iniciada en 1958 con «The planet savers») o Andre Norton con la serie del Estcarp («Mundo de brujas», 1963). Esa science fantasy (termino que estuvo en boga en los años cincuenta y la primera mitad de los sesenta) presentaba historias y personajes propios de la fantasía, en un escenario con cierta justificación científica, a menudo relacionada con colonias humanas abandonadas que han revertido a estadios tecnológicos pretéritos.

Esa ambientación, que utilizó por ejemplo Ursula K. Le Guin para dar forma al ciclo del Ekumen («El mundo de Rocanon», 1966) y que siguió empleándose en años subsiguientes (por ejemplo para justificar el Barrayar de Lois McMaster Bujold), asume en la obra de McCaffrey, por mucho que ella misma se negara a admitirlo, una inclinación casi por completo fantástica, dejando el elemento tecnológico como una mera excusa, aunque sí que distinguía su producción de lo que en aquella época se estaba escribiendo en un panorama fantástico tremendamente influenciado por el éxito en 1965 de la primera edición oficial de «El Señor de los Anillos» en los EE.UU., que condujo a su vez tanto a una recuperación de la fantasía más clásica como a una oleada de malas imitaciones (que no triunfaron comercialmente hasta finales de la década de los setenta).

Todo ello quizás contribuyó a que McCaffrey se convirtiera en la primera mujer ganadora de un premio Hugo (de novela corta, en 1968, por «La búsqueda del Weyr», ex-aequo con la extraordinaria «Jinetes del salario púrpura», de Philip José Farmer) y de un premio Nebula (de novela corta, en 1969, por «Dragonrider»; aunque aquel año también lo ganó Kate Wilhelm en la categoría de relato por «Los programadores»). Los respectivos dobletes los impidieron en 1968 «He aquí el hombre», de Michael Moorcok (ganador del Nebula), y «Alas nocturnas» de Robert Silverberg en 1969 (ganador del Hugo).

En 1968, estas dos novelas cortas, junto con dos más escritas a tal efecto, conformaron el volumen «El vuelo del dragón» («Dragonflight»), publicado por Ballantine, inaugurando así una de las series más exitosas de la época, la de los dragones de Pern, que se extendería por veinticuatro libros (veintitrés novelas y una antología). El escenario es el siguiente: Pern es un mundo colonizado siglos atrás por los terrestres, que ha retrocedido a un estadio tecnológico preindustrial, por culpa de la amenaza de las hebras, una especie de hongo que cada tres siglos poco más o menos, coincidiendo con el paso cercano de un planeta de órbita excéntrica (la Estrella Roja), salva en oleadas el vacío entre los mundos y amenaza la vida oriunda de Pern y la existencia de los colonos.

La forma de combatir esta amenaza cíclica consistió en la adaptación de una especie pernense, transformándola en gigantescos reptiles inteligentes voladores y escupefuego, con un vínculo telepático con sus jinetes. Estos jinetes de los dragones habitan en los Weyr, recibiendo tributos durante los años de tranquilidad de los fuertes (asentamientos) y defendiéndolos cuando desciende la lluvia asesina.

«La búsqueda del Weyr» tiene lugar unos 2.500 años después de la colonización, tras un período inusualmente largo de calma (600 años, pues el último tránsito de la Estrella Roja no fue lo suficientemente cercano). Este lapso ha hecho que la antigua tradición se haya descuidado, y solo queda un weyr habitado, ocupado por unos doscientos dragones con sus jinetes, ante el desprecio casi generalizado por parte de los fuertes. En la última puesta, sin embargo, la reina dragón ha producido un huevo dorado, de modo que los dragoneros (jinetes de dragones) han debido partir en busca de la próxima reina humana que se conectará con la nueva bestia e inaugurará un nuevo ciclo (tras el descuidado y timorato reinado de su predecesora).

Este empeño lleva a F’lar al antiguo enclave de Ruatha, de gran importancia en la antigüedad aunque ahora bajo el dominio de un señor de la guerra local, que se ha hecho, en contra de la tradición, con el dominio de varios fuertes. En Ruatha, sin embargo, sobrevive Lessa, la única descendiente viva de los antiguos gobernantes, quien haciéndose pasar por sirvienta confabula desde hace años para vengarse y recuperar el poder… aunque quizás el destino le esté reservando objetivos más ambiciosos y responsabilidades más acuciantes para con el bienestar de todos los humanos de Pern.

La verdad es que no vale la pena ni intentar evitar revelar demasiado sobre la trama. Uno de los defectillos del libro es que todo resulta tremendamente previsible; y no me refiero solo a «La búsqueda del Weyr», sino también a la segunda novela corta (retitulada como «El vuelo del dragón») y las dos que cierran el volumen («Cae polvo» y «El frío inter»), que en realidad conforman una única narración. Incluso avanzar lo más mínimo sobre su contenido podría bastar para que cualquiera con unas pocas lecturas a las espaldas pueda adivinar por dónde van los tiros. Me limitaré por tanto a apuntar que a lo largo de todo el libro tenemos un enfrentamiento entre la restauración de la tradición, que es el principal empeño de F’lar, sobre todo cuando se empieza a hacer evidente que se aproxima una nueva crisis con las hebras, la resistencia al cambio de dragoneros y hombres de los fuertes y la impulsividad un tanto caótica de Lessa, que le lleva, por ejemplo, a descubrir que los dragones no solo son capaces de teletransportarse en el espacio, sino también en el tiempo (ambas sugerencias de John W. Campbell, editor de Analog).

Jugar con los viajes en el tiempo no es algo que se pueda hacer a la ligera, y se nota que McCaffrey no termina de establecer correctamente las relaciones de causalidad. Es bastante evidente que tras la creación de Pern no hay un esfuerzo por buscar la coherencia, sino que todo va surgiendo un poco a salto de mata y se reajusta a posteriori (circunstancia que daña la serie en entregas posteriores). Otro fallo estilístico radica en la incapacidad de la autora para explotar al máximo el potencial que ella misma genera (algo que afecta especialmente a los respectivos clímax de cada sección, en los que casi pueden paladearse las escenas y descripciones épicas que nos escamotea de forma desconcertante). El caso es que, pese a estos defectos, los aciertos los superan en mucho.

Como aval de la obra, por ejemplo, tenemos un escenario que si bien no es cien por cien coherente resulta tremendamente sugerente, con unos personajes con los que no puedes evitar sentirte identificado. Debe mencionarse de forma especial el empeño de McCaffrey por conceder el protagonismo a personajes femeninos fuertes, una rareza en aquella época (lo que explica también algún que otro detalle que desde la perspectiva que dan las décadas chirría un poco, como su singularidad absoluta, que relega al resto de personajes femeninos a un plano muy, muy secundario). Tampoco debe minusvalorarse su impresionante legado, que se extendió no sobre la ciencia ficción, sino sobre la fantasía, constituyéndose en uno de los primeros y más importantes contrapesos a la épica tolkiniana

Desde una perspectiva filogenética, «El vuelo del dragón» bebe mucho de una premiada novela corta anterior: «Hombres y dragones», de Jack Vance (ganadora del Hugo de ficción breve en 1963). Aquel planteamiento de science fantasy (que justifica la existencia de los dragones en un contexto tecnológico) se convierte bajo la pluma de McCaffrey en casi, casi fantasía pura, introduciendo multitud de elementos que luego se constituirían en todo un linaje que puede rastrearse hasta nuestros días. Por ejemplo, con las explicaciones fisiológicas para los dragones de Gordon R. Dickson en su serie Dragon Knight (empezando con «La torre abominable«, en 1976), el planteamiento de todo el universo de la Dragonlance («El retorno de los dragones«, 1984) o incluso el arranque mismo de la Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin (1996- ) y así llegando hasta refritos como «Eragon» (Christopher Paolini, 2002) o reinvenciones como la saga Temerario de Naomi Novik («El dragón de su majestad», 2006).

No se trata simplemente del concepto de los caballeros de los dragones, sino detalles mucho más profundos como la antigua amenaza casi olvidada que en su regreso propicia el resurgir de la magia (los dragones) o la conexión empática entre dragón y jinete. En definitiva, es muy posible que «El vuelo del dragón», sin haberlo pretendido, se erigiera en uno de los hitos más significativos de la evolución de la fantasía en la segunda mitad del siglo XX (y eso que McCaffrey intentó denonadamente el no verse arrastrada a ese género que por entonces se consideraba de menor valía).

Tras «El vuelo del dragón», la trilogía original se prolongó con «La búsqueda del dragón» (1971), y tras un lapso de siete años, en que vivió un divorcio complicado y un cambio de país, «El dragón blanco» (1978). A partir de ahí, la serie empezó a oscilar de acuerdo con las exigencias editoriales, haciéndose por ejemplo más juvenil con la trilogía del Harper Hall (1976-1979) y siguiendo con una larga retahíla de títulos, de progresiva irrelevancia (de los cuales se han publicado cuatro en castellano), escritos o coescritos a partir de 2002 por sus hijos Todd y Gigi.

Otras opiniones:

Otras obras de la misma autora reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en enero 14, 2019.

6 respuestas to “El vuelo del dragón”

  1. No he leído nada de McCaffrey, pero tengo ese libro comprado y en espera por una antigua recomendación de Ángeles Pavía. Tu artículo es lo que me faltaba para colarlo desde ya :-)

    • No sé cómo continuará la saga, pero este, al menos hay que leerlo, porque sin duda es un hito dentro de la evolución del fantástico.

  2. Sin leerlo
    , tu reseña Me ha recordado también al mundo de la quinta estación por el tema de crisis recurrentes que impiden el desarrollo tecnológico, este último más centrado en una crisis y con el componente de ciencia ficción mucho más presente, pero no deja de haber paralelismos.
    Entiendo que en este volumen mc cafffrey no se centra en ninguna crisis y vuelta de las hebras si no que ellas son la excusa del planteamiento de retroceso tecnológico y evolución de los «dragones». ¿Sabes si en otros aborda una crisis o cambio de paradigma?

    • Hay algún elemento similar, pero filosóficamente son muy diferentes. Lo del cambio de paradigma es una tendencia relativamente reciente dentro de la fantasía. Diría que empezó a cobrar auge hacia el 2006 o 2007, en respuesta a la crisis. Tradicionalmente, la fantasía ha sido un género bastante conservador, que ha abogado más por la recuperación de un pasado dorado frente a la decadencia del presente. En lo que sí hay más paralelismos es en el tratamiento de lo fantástico como algo ordenado, con un conjunto de reglas pseudociéntificas, aunque de nuevo es en el caso de la trilogía de la Tierra Fragmentada fruto de la evolución del género en la última década y pico. Respecto al resto de la serie, la verdad es que no puedo contestarte de primera mano, sino solo por referencias. Sí sé que, tras esta trilogía, los siguientes libros examinan sobre todo escenarios anteriores (el de «El vuelo del dragón» es el noveno paso de la Estrella Roja, y el resto de libros de la serie se centran en ese mismo período, el inmediatamente anterior, el quinto paso o incluso el tercero). Al parecer, solo ahora (con McCaffrey ya fallecida) hay un proyecto de hacer avanzar la historia, pero no parece que la idea haya madurado mucho en los últimos años.

  3. Yo leí unas veinte páginas y no me llamó la atención, pero después de leer Vencer al dragón de Hambly y recordar mis lecturas de Terramar me dan ganas de retomarla.

    • Diría que «Vencer al dragón» y Terramar son mejores (sobre todo, tienen mejores personajes), pero aun así, defectos incluidos y considerando que creó escuela, «El vuelo del dragón» se percibe fresco. De algún modo, se nota que en su época estaba abriendo caminos nuevos.

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