Islands in the net (Islas en la red)

Aunque William Gibson, gracias a su novela «Neuromante«, se convirtió (un poco a su pesar) en la cabeza visible del movimiento cyberpunk, su principal impulsor e ideólogo fue sin duda Bruce Sterling. Eso sí, el concepto que del cyberpunk tenía Sterling no responde exactamente a la idea que todos tenemos en la mente, muy influenciada por la obra temprana de Gibson. Para él, el cyberpunk buscaba sobre todo dar respuesta a una serie de inquietudes generacionales, desatendidas por la ciencia ficción de su época, como el sentimiento de deshumanización corporativo, la difícil adaptación al cambiante panorama impuesto por la revolución informativa (en muchos sentidos tan profunda y quizás más brusca que la industrial) o la concepción del futuro como un mundo peor que el pasado.

Sus dos grandes contribuciones literarias al movimiento son la serie de los formadores y mecanicistas, que alcanzó su clímax con la novela «Cismatrix» (1985), y la novela que nos ocupa, de 1988, «Islas en la red» («Islands in the net», 1988).

Curiosamente, «Islas en la red» comienza en una aparente utopía, en el Galveston de las primeras décadas del siglo XXI. El mundo está en paz, y lleva así mucho tiempo. La guerra fría concluyó, las naciones se desmilitarizaron y la amenaza nuclear se esfumó como una mala pesadilla. La mayor parte de los países son firmantes del Convenio de Viena, que instaura una especie de cuerpo policial supranacional, encargado de controlar los remanentes de terrorismo internacional.

La única amenaza para las grandes corporaciones como Rizome (una democracia económica, en la que todos los empleados son socios y las promociones obedecen a elecciones abiertas internas) son los paraísos de datos, pequeñas naciones como la isla caribeña de Granada o la emergente Singapur que actúan al margen de las regulaciones, recopilando datos confidenciales de la red y vendiéndolos al mejor postor. Precisamente una negociación a cuatro bandas entre tres de estos paraísos de datos, con Rizome como anfitriona, termina con el asesinato del líder de la delegación granadina por un dron, lo que lanza a Laura Webster, la anfitriona en una cruzada personal a favor de la Red, viajando primero a Granada y luego a Singapur, en medio de acontecimientos terriblemente convulsos, que amenazan con destruir la imagen idílica de un mundo bastante menos pacificado de lo que aparenta.

Es curioso. El cyberpunk suele relacionarse con el género distópico, aunque en realidad sus protagonistas suelen ser agentes que luchan, a menudo desde la marginalidad, contra el statu quo. Es decir, buscan un ideal, normalmente de libertad, en un entorno opresivo. «Islas en la red» va más allá, situándonos al límite mismo de la utopía. Ese paso restante, la absorción de esas «islas» de resistencia, es lo que escenifica, poniendo de manifiesto la fragilidad de un sistema recién nacido. Hay violencia subyacente, terrorismo, sombras de totalitarismo populista y la más oscura sombra de la bomba atómica, cerniéndose inesperada sobre una población que creía haberla dejato atrás; un panorama que va poniéndose de manifiesto al paso de Laura, embarcada en una suerte de viaje iniciático del que no es realmente protagonista, todo lo más elemento catalizador.

Ésa es la única pega que se le puede poner realmente a la novela. Como personaje, Laura (y en menor medida, por su peso más reducido en la trama, su esposo David) resulta muy poco agradecido. No dejan de llevarla de aquí para allá, al capricho de los acontecimientos y de los agentes opuestos a la Red, con su albedrío limitado a la tozuda defensa de un mundo interconectado y libre, sin paraísos de datos, ejércitos o, ya puestos, naciones (algo implícito en la evolución social hacia organizaciones supranacionales).

También es cierto que Sterling parece carecer de humor, y un libro tan largo (y tan convencido de su propia importancia) sin unas gotas de humor se hace a veces un poco cuesta arriba. Las escenas se van hilvanando, desgranando un discurso político postindustrial, ecológico y esencialmente libertario… que tampoco queda excesivamente claro, pues presenta no pocas contradicciones internas y elementos oscuros. Quizás sea algo deliberado.

En el fondo, «Islas en la red» no parece ir tanto de cimentar el futuro como de exorcizar el pasado, de soltar lastre (ese lastre final que se aferra como una garrapata) para avanzar hacia un mañana mejor: los secretos, la información como moneda de cambio, los nacionalismos, el racismo, la crisis del petróleo y, sobre todo, la bomba.

La generación de Sterling se crio durante los peores años de la paranoia nuclear, cuando la Tercera Guerra Mundial parecía no sólo inevitable, sino inminente. Ocho años tenía él cuando la Crisis de los Misiles Cubanos, una época en la que los escolares tenían que realizar obligatoriamente en clase simulacros de ataque nuclear (agachándose debajo de los pupitres, como si eso fuera a servir de algo). Eso es un trauma que permea la novela de inicio a fin. Resulta quizás poco patente al principio, pero para cuando concluye es inevitable no percibir que en esencia «Islas en la red» pretende ser una adiós a la bomba y a la mentalidad que la hizo posible.

Otro de los puntos fuertes (y débiles) de la novela es su capacidad predictiva. Sí, la ciencia ficción no está obligada a predecir el futuro… pero tampoco está obligada a no intentarlo. El 2023 que nos presenta es estremecedoramente similar a nuestro presente… lo cual es contraproducente, en realidad, porque en lo que acertó (la desactivación del conflicto este-oeste un año antes de la caída del muro de Berlín, el fin efectivo del apartheid en Sudáfrica, o incluso el ascenso a la presidencia de los EE.UU. de un político negro, el auge de la piratería informática y el uso ubicuo de la red) la visión a posteriori priva a la predicción de impacto, y en lo que erró (el desarme global, la erradicación del hambre mediante cultivos celulares, la auténtica magnitud de la capacidad de cálculo…) la discrepancia resulta doblemente patente (aunque, repito, no creo que pretendiera ser predictiva, sino prospectiva)

Es curioso cómo el mayor éxito de la novela puede haberse convertido también en su mayor desventaja. El mundo del 2023 de Sterling se parece tanto al nuestro de 2017, y es tan diferente en determinados aspectos, que la comparación entra casi, casi en el terreno del valle inquietante. Es posible que dentro de otros treinta años, con una nueva perspectiva, la novela adquiera nuevos significados (y ojalá su predicción del desarme global sea para entonces una realidad… aunque el futuro vuelve a verse casi tan negro como el que inspiró el nacimiento del cyberpunk).

«Islas en la red» ganó el premio John W. Campbell Memorial y resultó finalista del Hugo y el Locus, perdiendo ambos frente a «Cyteen«. Entre los nominados a ambos premios se contaba también «Mona Lisa acelerada», la conclusión de la trilogía del Sprawl de William Gibson (lo que tal vez explique, por competencia interna, el que triunfara una obra tan mediocre como la de Cherryh).

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en septiembre 21, 2017.

2 respuestas to “Islands in the net (Islas en la red)”

  1. La lei hace 10 años y tengo un muy buen recuerdo. Pero estaba recien en la universidad, por lo que con la experiencia temo volver y desilucionarme.

  2. […] para la biotecnología y la IA. Sin embargo yo la veo bastante, mucho más próxima a la irregular Islas en la red, del otro pionero del cyberpunk Bruce Sterling. Más allá de una experiencia estética de […]

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