Tormenta de alas

La New Wave, aunque en principio no había razón filosófica para ello, nunca terminó de extenderse de la ciencia ficción a la fantasía. Ello posiblemente se deba a la divergencia en cuanto a salud de ambos géneros durante aquellos años. Mientras en la ciencia ficción se ponía de manifiesto tanto el agotamiento de los esquemas antiguos como un importante relevo generacional, la fantasía estaba viviendo una época de esplendor, marcada por la popularización de «El Señor de los Anillos» y la recuperación de muchos de los grandes clásicos del género, que habían caído casi en el olvido.

Ello no quiere decir que no hubiera grupúsculos de resistencia, opuestos tanto a las imitaciones desvaídas de Tolkien como a la simplicidad y rigidez de la espada y brujería. Esa resistencia se condensó en torno a la figura de Michael Moorcock y su revista New Worlds (uno de los principales viveros de la New Wave), y aunque Moorcock se propuso liderar la revolución también en el campo de la fantasía, su calidad literaria distaba mucho de la de autores como J. G. Ballard, Brian Aldiss, Norman Spinrad, John Brunner o Robert Silverberg, que sí ofrecían alternativas sugerentes a los modelos tradicionales.

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Pero allí donde Moorcock fracasó parcialmente (por carecer su obra de un sentido subyacente propio, más allá de definirse por la mera oposición), otros autores del entorno de New Worlds sí supieron, cuando menos, ofrecer alternativas a la fantasía épica/espada y brujería tradicionales, que si bien no crearon escuela en aquel momento (la evolución de la fantasía la llevaba por derroteros totalmente diferentes), sí constituyeron hitos que sirvieron de inspiración a autores posteriores. El caso más destacado es el de M. John Harrison y su secuencia de Viriconium.

Editor de New Worlds entre 1968 y 1975, inició el ciclo de Viriconium en 1971 con «La ciudad pastel» (incluída en la edición española en el volumen «Caballeros de Viriconium»), un escenario de Tierra Moribunda, inspirado evidentemente en la serie de Jack Vance, con resonancias del Zothique de Clark Ashton Smith (así como retazos del Gormenghast de Mervyn Peake, el ciclo apocalíptico de Ballard, con escenarios propios de «El mundo sumergido«, e imágenes de la poesía de T. S. Elliot). Así, con un enfoque fantástico que incluye elementos propios de la ciencia ficción, imaginó una ciudad habitada por una cultura del anochecer, con una estructura y tecnología isabelina (que suele ser mucho más común que la propiamente medieval), que vive sobre los restos de las más tecnológicamente avanzadas culturas del atardecer, mientras el mundo se va arrastrando poco a poco hacia su final.

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«La ciudad pastel» narra la amenaza a Viriconium por parte de tribus bárbaras del norte, y cómo los defensores de la ciudad se ven obligados a resucitar a hombres y mujeres del atardecer, para derrotar a los atancantes con tecnología largo tiempo perdida. «Tormenta de alas» («A storm of wings», 1980) se ambienta ochenta años después, con el héroe atípico de la primera novela, el soldado-poeta tegeus-Cromis muerto y enterrado dese hace dos décadas.

Un nuevo peligro ameneza a la ciudad pastel. Un peligro nebuloso y esquivo, representado inicialmente únicamente por la cabeza gigantesca de un insecto, llevada a Viriconium por una renacida, Fata Cristal, tan perdida en los tiempos del atardecer que apenas consigue comunicarse con la reina Jane y sus consejeros, entre los que se cuentan Alsath Fulthor, el primer renacido, Sepulcro el enano, el ya anciano luchador y recolector de tecnología perdida, y Cellur, el señor de las aves (que se revela como un hombre inmortal). Todos ellos reclutan a un antiguo noble caído en desgracia y devenido en asesino, Galen Hornwrak, sobre el que depositan las esperanzas de salvación (no se explicita la intención, pero sí se insinúa la intención de construir un nuevo tegeus-Cromis, símbolo que Galen se niega a interpretar).

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Mientras el grupo parte hacia el norte, en pos de las noticias de una extraña ciudad que ha aparecido en los desiertos, la ciudad va poco a poco cayendo bajo el influjo del Signo de la Langosta, un extraño culto nihilista que niega la realidad tal y como el resto de hombres la perciben, forzando mediante el asesinato su visión, con una persistencia que poco a poco va socavando el consenso perceptual, convirtiendo a la propia Viriconium en un símbolo cuyo significado puede mutar, forzando la disolución definitiva de la cultura del anochecer.

Lo que podría parecer una trama tópica, se convierte bajo la pluma de M. John Harrison en un lienzo donde pintar un cuadro cambiante, que subvierte casi todas las características definitorias de la fantasía épica. Ni los personajes, ni el escenario, ni los conflictos se avienen a plegarse a lo que estamos acostumbrados, con la incursión de diversas realidades alternativas, ya sean de un pasado tecnológico o una realidad alienígena. De hecho, el núcleo de la historia gira en torno al choque entre realidades, ya sea el pasado que perciben los renacidos superpuesto a su presente, ya las distintas percepciones sobre la naturaleza misma de la realidad (Harrison utiliza el término semiótico «umwelt«) que tiene los hombres y los insectiles invasores.

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No voy a revelar nada más de la trama, porque sinceramente, tampoco hay mucho, y no quisiera privar a un hipotético lector de ir descubriéndola por su cuenta. Mencionaré tan sólo cómo el autor difumina también las fronteras entre fantasía y ciencia ficción, hasta el punto de que, aunque la mayor parte de la crítica sitúa el ciclo en el campo de la fantasía, yo me siento más inclinado a definir esta novela como de ciencia ficción. Lo qué sí expondré son mis impresiones, y tengo que confesar que el estilo de Harrison no me resulta atractivo. Se compara a menudo con la poesía, en su esfuerzo por crear un lenguaje que transmita sensaciones, y quizás por ello no me satisfaga. Personalmente, valoro más el fondo que la forma, la transmisión de conceptos que de sensaciones. La poesía suele dejarme bastante frío, y ello, infiero, constituye un importante handicap para disfrutar de Viriconium.

También juega en su contra su dependencia de «La ciudad pastel». Los primeros capítulos de «Tormenta de alas» constituyen casi una puesta al día, una reformulación (o quizás una permutación) de personajes y elementos aparecidos en la novela original (que no he leído). Para ser una historia casi por completo independiente, el nivel de referencialidad es tan elevado que le cuesta definir su propia identidad, y no es hasta bien mediada la novela que empieza a mostrar un carácter realmente independiente. Una vez llegados a ese punto, ya definida la personalidad de la novela y el conflicto entre el umwelt humano y el umwelt alienígena (con un curioso interfaz vivo, que es sin duda lo mejor de la novela), los últimos capítulos son brillantes, aunque no sé si me bastan para compensar la morosidad (en ritmo) del planteamiento.

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Son sensaciones que se confirman con «La danzarina y la danza», el cuento que complementa el volumen de Bibliópolis. El estilo de Harrison (al menos en su traducción al español, un día de estos voy a tener que catarlo en inglés) no conecta conmigo.

Pese a ello, reconozco en las páginas de «Tormenta de alas» la simiente de parte de la fantasía moderna. Es especialmente evidente la deuda del New Weird, con China Miéville a la cabeza. La Nueva Crobuzón de «La estación de la calle Perdido» es en cierto modo una iteración de Viriconium (como ésta lo es de la Lankhmar de Fritz Leiber).

El ciclo de Viriconium se completó con una tercera novela breve, «En Viriconium» (1983), así como varios cuentos que fueron reunidos en 1985 en la antología «Viriconium nights». Todo ello se compiló en los dos tomos mencionados de Bibliópolis y un tercero, «Nocturnos de Viriconium».

Otras opiniones:

~ por Sergio en febrero 1, 2017.

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