Y mañana serán clones

A finales de los años 70 el empuje de la New Wave se estaba agotando. Los lectores veteranos añoraban el optimismo de la Edad de Oro y los nuevos aficionados, que estaban viviendo la revolución tecnológica impulsada por la generalización de los circuitos integrados (por no hablar de los años más ambiciosos de la Era Espacial), se inclinaban más por la especulación desatada que por los experimentos literarios. Junto con el retorno al primer plano de algunos de los viejos maestros, una nueva generación de autores (nacidos principalmente entre finales de los cuarenta y principios de los cincuenta) llegaba para protagonizar el resurgir del hard neocampbelliano.

Entre estos autores se contaba John Varley, dispuesto a recuperar algunos de los temas surgidos en las páginas de las revistas pulp para ponerlos al día, mezclarlos con todos esos fascinantes adelantos de la ciencia (no sóló en el campo de la informática, sino en muchos otros como la biología, con el desarrollo de la genética molecular)  y ver qué salía.

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Tras una serie de cuentos (recopilados en su mayor parte en la extraordinaría antología de 1978 «La persistencia de la visión»), en 1977 publicó su primera novela, «Y mañana serán clones» («The Ophiuchi Hotline»), que ya desde el primer párrafo iba declarando sus intenciones. En él se acusa a determinada persona (la protagonista, Lilo) de crímenes genéticos contra la humanidad, siendo condenada a «pena de muerte permanente». Ahí, en unas pocas líneas, abría todo un abanico de posibilidades (muy de actualidad gracias a la Conferencia sobre DNA recombinante de Asilomar, que en 1975 había enfrentado a la opinión pública con los supuestos peligros de la ingeniería genética), por no hablar de la que plantea la intrigante paradoja de por qué hace falta recalcar lo de «permanente» en caso de una condena a muerte.

A partir de ahí, los primeros capítulos de la novela consituyen una montaña rusa de revelaciones y planteamientos a cual más atrevido. Unos trescientos años antes, una raza alienígena conocida únicamente como los Invasores (de los que sólo se sabe que proceden de un gigante gaseoso), destruyó sistemáticamente todo elemento artificial en la Tierra (supuestamente en beneficio de la inteligencia de orden superior de los cetáceos), devolviendo al hombre terrestre a la edad de piedra y dejando su civilización reducida a la precaria colonia lunar.

Tras ímprobos esfuerzos, y gracias a la ayuda técnica obtenida de una misteriosa transmisión de radio proveniente al parecer de la estrella Ofiuco 70, a diecisiete años luz de la Tierra (en una señal conocida como la Línea Caliente de Ofiuco), los expatriados logran asentarse y colonizar todo el Sistema Solar (con la excepción de la Tierra y Júpiter, en manos de los Invasores), creando la cultura de los Ocho Mundos, caracterizada, entre otros muchos detalles, por cambios de sexo rutinarios, medicina ultraavanzada que concede prácticamente la inmortalidad estancada en una juventud eterna y clones como sistema de copia de seguridad (combinados con grabaciones y descargas neurales).

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En realidad el panorama es mucho más complejo (y existen grandes diferencias culturales entre los ciudadanos de, por ejemplo, la Luna y Plutón), pero es un escenario que conviene explorar con el mínimo posible de conocimientos previos. Varley lo ha desarrollado, hasta el momento, a través de dieciocho relatos y tres novelas (con una cuarta en camino), sin buscar tanto la coherencia estricta (son más de veinte años de evolución personal… que superarán los treinta cuando llegue la entrega prometida) como exprimir al máximo sus posibilidades especulativas.

En ese sentido, el empleo de los clones (prominentes en el título en castellano) constituye el tema principal de esta primera novela. Cabe señalar que, aun siendo una tecnología factible, el que dos clones de una misma persona original vivan simultáneamente se considera un delito castigado con la muerte (permanente) de todas las «copias» salvo una.

Así, por ejemplo, Lilo, salvada in extremis de su fatal destino (muere un clon suyo en su lugar), cae en manos de un político obsesinado con recuperar la Tierra de manos (si es que tienen manos) de los Invasores. Para ello está dispuesto a incurrir en cualquier ilegalidad, como crear un ejército clónico de seguridad personal, forzar a reos a cumplir sus deseos (si su genoma se detecta en cualquier punto de los Ocho Mundos debe procederse a ejecutar la condena) o secuestrar y esclavizar clones sin la autorización (o el conocimiento) del ser humano original (para ello basta con una muestra de tejido y una grabación neural). A instancias de sus disposiciones, Lilo (en varias iteraciones clónicas) recorre todo el Sistema Solar, participando con reluctancia tanto en planes para llevar la guerra al propio Júpiter como en la investigación en torno a la procedencia de la Línea Caliente de Ofiuco (y, sobre todo, las intenciones de los emisores).

Ophiuchi Hotline

Cabe destacar el correcto empleo del artificio de la clonación (con crecimiento acelerado que permite alcanzar el nivel de operatividad en seis meses y grabaciones neurales para proporcionar la mente), sin ninguno de los rasgos acientíficos que suelen plagar a los pobres clones (se trata, simplemente, de individuos independientes que comparten recuerdos hasta cierto momento y que dadas unas condiciones específicas tienen tendencia a actuar de forma similar, tanto por condicionantes biológicos como por sustrato mental), que en ningún momento renuncian a su individualidad. Es un enfoque riguroso que contrasta, por ejemplo, con la novela ganadora del Hugo de aquel mismo año: «Donde solían cantar los dulces pájaros«, de Kate Wilhelm.

En conjunto, sin embargo, «Y mañana serán clones» no termina de alcanzar todo su potencial. Tras un primer tercio brillante, empieza a perder gas, limitándose a hilvanar aventuras manteniendo abiertos varios frentes que no terminan de complementarse, quedando en particular la conclusión de la subtrama de la Línea Caliente de Ofiuco como un pegote que parece a medio hornear. Quince años más tarde (recogidas también influencias del cyberpunk, al que el propio Varley allanó el camino con obras como «Pulse Enter» o «Perdido en el banco de la meroria») todas las promesas fructificarían en la magnífica novela «Playa de acero» (1992), aún hoy la mejor ficción ambientada en los Ocho Mundos («El globo de oro», de 1998, queda un poco por detrás).

Pese a esta debilidad (que no hace mala a la novela; sólo algo decepcionante por las grandes expectativas creadas tras su planteamiento), se trata una obra muy interesante, en especial si la analizamos desde una perspectiva histórica. Pese a retomar el camino de la space opera y la energía de la Edad de Oro (hay un momento en que incluso se permite el detalle de homenajearla directamente, al mencionar cómo determinada astronave de diseñó copiando el diseño aparecido en la portada de una revista pulp, sacrificando un poco la funcionalidad por el mero placer estético), pertenece claramente a una nueva concepción de la ciencia ficción.

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Es decir, no se trata en modo alguno de una involución. La experiencia de la New Wave no cayó en saco roto. Así, por ejemplo, se aprecia una preocupación por dotar a la obra de una estructura y un estilo mucho más literarios de lo que solía ser habitual en la ciencia ficción aventurera. De igual modo, temas que habían sido tabú, como el sexo, se exploran con entusiasmo (mucho entusiasmo). Se preconfiguraba la ciencia ficción que triunfaría durante los años ochenta (con permiso del Cyberpunk).

De entre los autores importantes de la época, John Varley siempre ha quedado un poco en segundo plano (con varias novelas suyas todavía inéditas en español). Como muestra, «Y mañana serán clones» cuenta con una única edición, de 1978 (las otras dos novelas de los Ocho Mundos sí que cuentan con reediciones recientes), y eso pese a que ya en su época cosechó cierta notoriedad, al quedar tercera en la votación de los Locus (lo cual tiene más mérito si tenemos en cuenta que el primer puesto lo ocupó una de las mejores novelas de ciencia ficción de todos los tiempos: «Pórtico«).

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en enero 5, 2013.

7 respuestas to “Y mañana serán clones”

  1. Hola Sergio. Encuentro acertado tu análisis del final de la Nueva Ola, pero en lo que respecta a Varley, por mucho que recurra a una base científica (o seudocientífica, porque se toma unas alegrías espeluznantes), lo cierto es que yo personalmente le encuentro metido de hoz y coz en la Nueva Cosa, de la que está mucho más cercano formalmente que al realismo neocampbeliano en tu definición. Eso está meridianamente claro en La persistencia de la visión, e incluso en Y mañana serán clones.

    • Hola, José Carlos.

      Es que hablando de Varley habría que diferenciar entre su primera etapa (mucho más cercana a la New Wave) y el grueso de su producción (con su famosa heinlenización). Incluso en «La persistencia de la visión» se encuentran relatos que no cuadran con la Nueva Cosa, como «Secuestro aéreo», «Perdido en el banco de la memoria» o «En el salón de los reyes marcianos». Sería algo análogo a los primeros cuentos y novelas de Brian Aldiss («La nave estelar», «Los oscuros años luz»…), que aun mostrando destellos de lo que luego sería su producción siguen profundamente anclados en los parámetros de la Edad de Oro (bueno, más bien la de Plata).

      En el caso concreto de «Y mañana serán clones», la veo una obra a mitad camino entre distintas concepciones (más o menos como lo estuvo antes «Los oscuros años luz»), con una recuperación clara de elementos y desarrollos medio proscritos durante los años de experimentación y un propósito consciente de recuperar viejos caminos en desuso (un cambio de enfoque, de vuelta al universo exterior). La evolución proseguiría a través de la trilogía Geana y desembocaría en «La playa de acero».

      De todas formas, es bien cierto que el enfoque sigue siendo muy distinto del que asumieron los nuevos autores de la época con sólida formación científica, como David Brin o Gregory Benford (por no hablar de las ficciones un tanto a la antigua de Pohl, Haldeman o incluso Asimov). Pero bueno, quizás precisamente por ese rupturismo «new wavero» podemos señalar a Varley como precursor directo del cyberpunk (o sea, la contrarrevolución que se cernía en el horizonte).

  2. Esta novela me pareció fantástica, tenía tantas ganas de leerla que la conseguí en inglés y, a pesar de la dificultad que me dio el idioma, la disfruté como pocas. De Varley he leído también los cuentos de la Persistencia de la Visión y Playa de Acero, que no me parece mejor a «Y mañana…», pero es cuestión de gustos, supongo.
    Felicitaciones por las reseñas, hoy descubrí este blog y creo que volveré de vez en cuando. Saludos.

    • Muchas gracias, serás siempre bienvenido.

      Si te gusta el escenario de los Ocho Mundos, no puedes perderte «El Globo de Oro» (una novela un poco dispersa a veces, pero igual de fascinante que sus hermanas).

      • Lo sé! ya la tengo en mi estantería esperando el momento adecuado, no pasa de este verano! (aunque la que de verdad deseo leer y no he podido hallar es la antología «Champaña Azul»).

      • Una gran antología sin duda. Por si te sirve de ayuda, fue publicada en 1988 por Ultramar manteniendo el título original («Blue Champagne»).

        • Gracias Sergio, en un par de meses me daré una vuelta por Buenos Aires, donde espero encontrar esa y otras publicaciones interesantes de cf y fantasía. Saludos desde Valdivia, al sur de Chile.

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