Titán

Todo el asunto de la Hugolatría surgió en parte porque al priorizar en las críticas mis lecturas más recientes (lógico, así los detalle los tengo frescos y puedo sacarles más jugo), dejaba de lado muchos obras que me apetecía comentar. Dentro de poco, por ejemplo, abordaré en Rescepto mi tercer Aldiss, cuando se trata de un autor que no se encuentra entre mis favoritos. Lógico, a esos ya los tengo leídos de hace años y ahora voy completando con lo que se me pone a tiro (cobrando de tanto en tanto piezas muy jugosas, todo hay que decirlo).

Con el repaso a los Hugo aproximándose al punto de saturación (aún me restan unos cuantos, pero cada vez es mayor el porcentaje de títulos que, simplemente, aún no me he leído), creo que debo empezar a buscarme otras excusas. Mientras decido qué proyecto abordar, bien puedo dedicarme a reseñar libros y autores que me satisficieron en su momento y son la razón de que me haya decantado por la literatura fantástica. Por ejemplo, «Titán» de John Varley.

Varley fue uno de los jovenes valores que irrumpieron hacia finales de los 70 en el panorama de la ciencia ficción americana (una generación que incluye también a David Brin y Greg Bear entre otros) y contribuyeron a la «contrarreforma», la reacción frente a la New Wave con un retorno a temas y planteamientos propios de la Edad de Oro. Claro que para ellos lo del hard neocampbelliano no era suficiente, así que sus obras toman elementos de todos sus predecesores, sin despreciar ni a clásicos ni a las grandes figuras de la New Wave, para crear unas historias que pretenden, ante todo, recuperar el viejo sentido de maravilla, renegando del artificial divorcio entre tecnología (hard) y personajes (soft).

Como decía, Varley se destacó durante los postreros años de la década, produciendo una serie de novelas cortas y relatos extraordinarios, tales como «La persistencia de la visión», «En el salón de los reyes marcianos», «Incursión aérea» o «Perdido en el banco de memoria» (precursor del cyberpunk), cristalizando esta promesa con las novelas «Y mañana serán clones» en 1977 y «Titán» en 1979, primera entrega de la trilogía de Gea, nominada a los premios Hugo y Nebula y ganadora del Locus.

En su superficie, «Titán» pertenece a un subgénero que floreció durante los 70, el de la exploración de objetos alienígenas… bueno, titánicos es la palabra más adecuada. La primera gran obra fue quizás «Mundo anillo» de Niven en 1970, a la que siguió la obra hard definitiva, «Cita con Rama» de Clarke (1973). De repente, las grandes obras de astroingeniería estaban de moda, y el universo se llenó de esferas de Dyson, planetas artificiales de distintas hechuras y satélites abandonados por misteriosas razas extraterrestres («Pórtico«, 1977). El artefacto es en esta ocasión lo que se conoce como Toro de Stanford, un diseño propuesto en 1975 durante un curso estival de la NASA en dicha universidad (algo así como la estación espacial de «2.001», generando seudogravedad mediante fuerza centrífuga, pero a lo bestia).

Sin embargo, pronto comienzan a percibirse las singularides. Para empezar este satélite artificial (gira en torno a Saturno) está vivo. Actúa como un inmensa organismo biotecnológico, con múltiples partes y una mente rectora, Gea, cuya estabilidad psicológica, tras milenios en el espacio, deja mucho que desear. Además Cirocco Jones, la protagonista, capitana de la Ringmaster, es mucho más que unos ojos ambulantes para descubrirnos las maravillas que es capaz de concebir la calenturienta imaginación del autor. Es un personaje, con sus deseos, miedos, manías y ambigüedades. Un héroe (heroína) que tal vez no sea un prodigio de complejidad, pero que no se contenta con tener un papel secundario en su propia aventura, sino que coge al toro (de Stanford) por los cuernos y nos regala una auténtica gesta, una búsqueda de resonancias míticas en pos de Gea, la diosa de aquel mundo desquiciado, que «habita» en el núcleo central, para pedirle cuentas por la destrucción de su nave y las transformaciones sufridas por la tripulación.

Vale, mejor retrocedo un poco y explico esto.

Al principio la novela sigue bastante fielmente la guía-para-el-contacto-con-megaestructuras. La Ringmaster se tropieza con la sopresa de encontrarse con un satélite artificial en torno a Saturno y se dispone a explorarlo. Sólo que entonces el supuesto objeto inerte atrapa a la nave y la fagocita, sin que Cirocco sepa nada más hasta que renace (sola, desnuda y sin pelo) en el interior de un mundo de apariencia similar a la terrestre, poblado por multitud de especies inteligentes, muchas de ellas de resonancias mitológicas, que forman parte de un complejo sistema de respuestas instintivas (incluyendo compulsiones guerreras).

A medida que va encontrándose con los miembros de su tripulación, es consciente de que todos han sido alterados de alguna forma para hacerlos afines con distintas especies. Así pues, su físico, Calvin, se encuentra cómodo viviendo una especie de simbiosis con un gigantesco zepelín viviente (no puedo dejar de notar el parecido entre esta situación y la planteada en la serie «Farscape») y ella misma es capaz de cantar en el lenguaje de las titánidas, unos centauros de complicado ciclo reproductivo.

Lo curioso es que, pese a tratarse de aventuras puramente fantásticas, la historia nunca pierde su sabor a ciencia ficción (algo que sí ocurre, por ejemplo, con obras como «Los árboles integrales»). No sólo la megaestructura juega un papel fundamental, sino que se tiene la sensación de que hay una explicación racional (científica) para todo. Y la hay. Más o menos.

Otro de los elementos diferenciadores es el sexo.

Recuerdo que se publicó en 1979. El sexo ya no era exactamente un tema tabú, pero los autores de la New Wave se lo tomaban demasiado en serio y la space opera (ni qué decir tiene el hard) seguía siendo un subgénero puro y casto, en el que el héroe se quedaba con la chica (siempre con estos roles), pero lo que hacían después ocurría off screen (y a menudo off book). Desde el principio «Titán» se muestra diferente. No sólo en la Ringmaster se han producido ayuntamientos de todo tipo (incluyendo el de dos gemelas clónicas… entre ellas), sino que una vez en el interior de Gea el sexo se erige como una fuerza motriz de primer orden (a veces motivado por compulsiones implantadas). Se produce, por ejemplo, un intento de violación, Gaby, la astrónoma, se siente atraída por Cirocco (en una relación que no se queda en platónica), y, por si todo esto fuera demasiado sutil, quedan las costumbres sexuales de las titánidas.

Como ya he comentado antes, a grandes rasgos las titánidas son centauros, sólo que su parte humana presenta siempre pechos de mujer y su parte equina dos juegos completos de genitales: una vagina femenina (por donde dan a luz) y un miembro masculino de proporciones caballunas. Se diferencian en machos y hembras según el tipo de genitales (de tamaño estándar) de su parte humana. Todos estos órganos sexuales intervienen en la reproducción (que se explica en detalle en el siguiente libro de la trilogía), en la que participan entre dos y cuatro individuos.

Ha llovido mucho desde 1979, y la evolución tanto de la sociedad como del género le resta mucho impacto a este tipo de desarrollo, pero la combinación con el estilo y los elementos neocampbellianos sigue siendo curiosa y… bueno, sí, refrescante. Revela que detrás de todo eso hay un autor que no está dispuesto a seguir los caminos ya trazados, que tiene cosas que aportar (sorprende mucho más, por tanto, el viraje desde estos inicios seudohippies de Varley hacia el clon de Heinlein que es en la actualidad; las historias siguen siendo amenas, pero han perdido originalidad y frescura).

Lo bueno de «Titán» es que, aun eliminando todos estos detalles conyunturales (el posible rol de eslabón entre el resurgir del hard de los 70 y la space opera de los 80, la preocupación pionera en contemplar la faceta sexual de los personajes, la pertenencia al sub-subgénero de exploración de megaestructuras alienígenas…), nos queda una aventura en mayúsculas, capaz de rivalizar en capacidad de asombro con cualquier texto que ose enfrentársele. No es una novela perfecta. Hay segmentos en que se nota la relativa bisoñez de Varley. Sin embargo, el evidente entusiasmo volcado en su concepción lo compensa con creces, haciendo de su lectura una gran experiencia.

Como decía al principio, «Titán» es el primer libro de la trilogía geana. Le siguió «Hechicera» («Wizard») en 1980 (no es una novela tan satisfactoria; acumula muchas más ideas, pero paradójicamente la intensidad decrece; aun así supone una lectura entretenida) y «Demon» en 1985 (novela que aún no ha sido traducida al español; cuando Edhasa reeditó «Titán» en el 2004 albergué esperanzas de que en un tiempo razonable se alcanzara el broche de la trilogía, pero la cosa está parada desde entonces y ni siquiera se ha llegado a reeditar «Hechicera»).

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 16, 2010.

6 respuestas to “Titán”

  1. Vaya, tiene una pinta interesante (aunque al principio me recordaba al mundo del río). Siempre me han gustado las aventuras en megaestructuras :)

  2. Pues ahora que lo comentas… Sí, el planteamiento quizás presente un par de puntos de contacto con la saga del Mundo del Río, pero el enfoque no puede ser más diferente (los libros de Farmer tratan sobre la interacción entre personajes, mientras que «Titán» dirige su atención hacia la integración de los personajes en un entorno alienígena).

  3. Hola, simplemente quería comentarte que el enlace que mencionas en tu reseña (http://www.ammon-ra.com/gaea/index.html) ya no es válido.

    Saludos y gracias por tus reseñas (me son muy útiles en el momento de decidir mi siguiente novela a leer :) )

  4. Pues es una pena, porque era muy interesante. En fin, eliminaré la referencia.

    Gracias, por el aviso y por el comentario (espero no inducirte a demasiados errores).

  5. En su día llegó a mis manos «La hechicera» antes que «Titán», y así los leí. Ese segundo volumen me resultó fascinante, y el no conocer el origen de la aventura -que encontré épica, imaginativa, exótica, maravillosamente racional- hizo que lo mejor de la experiencia fuera fantasear sobre cómo se había iniciado todo. Por supuesto «Titán» me decepcionó un poquillo, imposible superar esas expectativas inconcretas. Aún así me parecen el mejor ejemplo de aventura-exploración ciencia ficcionera. Me encanta el Varley de esa época. Ojalá tuviera nivel de inglés suficiente como para leer Demon…

    • A mí «La hechicera» no me impactó tanto, posiblemente porque ya conocía Titán (la megaestructura). En cuanto a Varley, sí que resulta curiosísimo el giro copernicano de su obra, desde la trilogía Geana y la maravillosa antología «La persistencia de la visión» hasta sus remakes heinlenitas actuales (la única constante es que sigue siendo muy, muy entretenido, aunque bastante menos fascinante).

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