Los robots del amanecer

Toca entrada, y como cada muchas veces en que no tengo una lectura reciente alzo la vista hacia mi biblioteca para ver sobre qué novela puede versar. Veo una y me digo, «ésa, tengo que hablar sobre ésa» («Campo de concentración«, de Disch). Pero luego empiezo a pensar y descubro que no me atrevo sin una relectura a fondo. Entonces busco alternativas: «Aquélla» («Más que humano«, de Sturgeon).  Tres cuartos de lo mismo. No podría hacerle justicia. La memoria no me basta para alcanzar el grado de detalle imprescindible en la reseña de obras tan excepcionales. Así pues, cambio de estrategia y enfoco el problema desde la perspectiva opuesta: ¿Sobre cuál podría explayarme sin problemas? Una obra que haya leído muchas veces, que haya supuesto un hito especial en mi experiencia como aficionado a la literatura fantástica (y, en este caso, a la ciencia ficción en particular).

Echar la vista atrás en ciencia ficción casi siempre conduce al mismo lugar. La casilla de salida suele estar en la A, de Asimov.

Resulta increíble constatar la popularidad todavía inmensa de Isaac Asimov. Basta con visitar cualquier librería de viejo para comprobar que uno de cada diez libros de la pila friqui son del Buen Doctor (en ediciones de lo más variopintas). Fue, sin duda, el autor más importante de la Edad de Oro y la plasmación casi perfecta del ideal campbelliano (su único «defecto», que salvo en un par de ocasiones aisladas, jamás se atrevió con alienígenas), y hoy en día sigue siendo el autor prototípico, aquél a quien cualquier profano reconoce y con quien se inician en la cifi la inmensa mayoría de jóvenes. Algunos avanzan más allá y otros se dirigen a otros pastos (o se dan definitivamente al botellón y a los programas de cotilleo), pero sus novelas de robots o de la Fundación son estaciones de paso casi obligado.

Varias son las razones que podrían justificar esto. El estilo de Asimov es simple y directo. Él mismo hacía gala de estas virtudes. Incluso las ideas subyacentes son bastante primarias: el viejo mito del Gólem, reencarnado en los robots, una visión humanista de la historia y un optimismo inquebrantable en el futuro y en el triunfo último de la inteligencia sobre la fuerza. A todo esto se le añade tramas igualmente clásicas, con conflictos bien definidos, planteados y resueltos con meticulosidad de relojero, a menudo anidadas en dos o tres niveles de conclusión, como toda historia de suspense que se precie.

¿El resultado? Historias inmunes al paso del tiempo y generaciones de autores deudores, en algún momento de su formación, de uno de los Grandes Maestros del género. Al contrario que con otros autores del gueto, su obra jamás podrá ser considerada Gran Literatura, pero su persistente vigencia es innegable y significativa. La obra de Asimov tiene algo especial.

A principios de los 80, tras un largo paréntesis (durante el cual medró la New Wave) dedicado a la divulgación científica, Isaac Asimov retornó a la ciencia ficción y fue como si nunca se hubiera distanciado. No sólo mantenía intacta su capacidad de convocatoria, sino que retomó sus principales sagas allí donde las había dejado, sin preocuparse siquiera por ajustarse a los nuevos tiempos. Más de dos décadas de profesión, con apenas un par de incursiones puntuales en el terreno de la ficción, habían afianzado su estilo y afilado sus instrumentos literarios, pero el Asimov de los 80 no resulta muy diferente del de los 50. La madurez creativa es innegable, así como su capacidad para urdir tramas de mayor complejidad, pero en esencia nos encontramos con los mismos recursos y los mismos enfoques, que seguían siendo tan pertinentes como durante el pináculo de su reinado.

Tras la exitosa resurección de la saga de la Fundación en 1982, Asimov se propuso en 1983 concluir el por largo tiempo demorado tercer tomo de la serie de los robots. No sólo eso, sino que lo convertiría en un elemento crucial del plan maestro que le ocuparía el resto de la década, la unificación en un gran ciclo de la mayor parte de su ficción, estrechando los lazos (ya existían algunos) entre sus series de los robots, de Fundación y del Imperio.

Fruto de este esfuerzo nació «Los robots del amanecer» («The robots of Dawn»), la que quizás sea la mejor novela policíaca de Isaac Asimov y una de las cumbres de su carrera.

El contexto ya era conocido por los seguidores de la serie. La Tierra es un mundo superpoblado, encerrado en sí mismo tras una primera oleada de colonización que fundó cincuenta colonias en otros tantos planetas. Con el paso del tiempo, la cultura terrestre y la de los habitantes de los Cincuenta Mundos comenzó a divergir considerablemente, a tenor de la mayor capacidad tecnológica de los «espaciales» (que, entre otros avances, les proporciona una longevidad varias veces superior a la terrestre) y a cierto conservadurismo extremo desarrollado en el planeta madre a consecuencia de la presión demográfica.

En éstas, y por primera vez en siglos, los espaciales requieren la ayuda de un terrestre para solucionar un grave incidente acontecido en Aurora, la más antigua, populosa (comparativamente hablando) y avanzada de las colonias. Este terrícola es Elijah Baley, el policía protagonista de «Bóvedas de acero» y «El sol desnudo», quien se reencontrará con su compañero en ambos casos, el androide humaniforme R. Daneel Olivaw, a quien acompañará su más robótico compañero R. Giskard Reventlov.

El misterio a resolver es el «roboticidio» de Jander Panell, un robot muy especial, construido según el modelo de Daneel y puesto al servicio de Gladia Delmarre (ahora Gladia Solaria), protagonista de «El sol desnudo» y ahora refugiada en Aurora. El creador de Jander (así como de Daneel y Giskard) es Han Fastolfe, el mejor roboticista vivo, para envidia de Kelden Amadiro, director del Instituto de Robótica (al que no pertenece Fastolfe) y rival suyo en el gobierno del planeta.

Pronto, las graves derivaciones políticas del caso se hacen evidentes para Bayle. La facción encabezada por Amadiro, la mayoritaria, pretende sancionar la reclusión de los terrestres en su planeta y promulgar una segunda oleada colonizadora desde los mundos espaciales. Por desgracia, necesita para que sus planes fructifiquen el concurso de robots humaniformes (para domar los planetas vírgenes), y Fastolfe, su opositor, es el único capaz de construirlos. El incidente supone la oportunidad perfecta para forzar la divulgación de la tecnología, pues según propia confesión el único con suficientes conocimientos para provocar el bloqueo fatal en Jander Panell es su creador. Así pues, de no defenderlo con éxito, Bayle estaría condenando a su mundo al ostracismo y a un largo declive en un universo dominado por los espaciales.

Se inicia aquí una apasionante investigación, durante la cual Bayle se enfrentará no sólo a los prejuicios espaciales, sino a la actitud de Fastolfe, que valora más su orgullo que su buen nombre y que parece empeñado en someter a todos cuantos están cerca suyo a retorcidos juegos mentales para obtener datos de cara al desarrollo de una ciencia predictiva de la historia (la famosa psicohistoria en su primera manifestación). La propia idiosincrasia espacial (el aislamiento extremo y la longevidad comportan importantes diferencias sociológicas) y el estatus precario de Bayle en Aurora (al carecer de cualquier tipo de autoridad) juegan igualmente en su contra. Así pues, con la única ayuda de sus robots (y la colaboración de Solaria), el detective terrestre se enfrenta a una carrera contra reloj para encajar a satisfacción de los intereses de la Tierra el complejo rompecabezas. Y, una vez conseguido, ya sólo le quedará descubrir cuál es la verdadera historia oculta detrás de los acontecimientos, quién el verdadero culpable y cuáles sus motivos.

Leer «Los robots del amanecer» es como disfrutar de una buena novela de Agatha Christie. Las piezas van cayendo y encajando unas con otras con satisfactorios tañidos, hasta crear orden a partir del caos inicial, y luego, cuando todo parece bien atado, se le pega un golpecito y se rearman de nuevo en una nueva y deslumbrante posición. ¿Que se saca de la manga un par de truquitos sucios para conseguirlo? Bueno, todos lo hacen, lo importante es la plausibilidad de las cadenas lógicas, y Asimov se demuestra un maestro del género.

Además, están los personajes, quizás de los más interesantes de todo el corpus literario de Asimov. Un poco extremos, exagerados en determinadas actitudes, pero potentes. En especial, destacaría a R. Daneel Olivaw. Elijah Baley es interesante y mucho más trabajado que su versión de los años 50, pero Daneel… Resulta muy apropiado que los mejores personajes de Asimov, aquellos que llevan a su cenit el aprecio por el comportamiento cerebral del autor sean sendos robots, de los cuales es Daneel el que dispone de más oportunidades para su lucimiento, pues acabaría convirtiéndose en el alma secreta de todo el universo asimoviano (el otro es, por supuesto, Andrew Martin, el protagonista de «El hombre bicentenario»).

La triunfadora de aquella añada en los premios fue «Marea estelar» de David Brin, una muestra de la nueva y reluciente ciencia ficción neocampbelliana, pero «Los robots del amanacer» quedó segunda en los Locus y cosechó su nominación en los Hugo. La novela de Brin es magnífica, pero quién sabe lo que hubiera podido pasar de no haber recibido Asimov el reconocimiento del mundillo de la ciencia ficción el año anterior por «Los límites de la Fundación«, una obra inferior en todos los aspectos.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en May 7, 2010.

3 respuestas to “Los robots del amanecer”

  1. Pues yo me cuento entre esa masa de aficionados a la CF que se inició con Asimov y se aferró a él por mucho tiempo, antes de explorar otros terrenos. Los Robots del Amanecer, por ejemplo, fue de esas novelas que leí varias veces y que me encantaron en su momento y siguen dejando un sentimiento agradable en mí cada vez que la rememoro. :)

  2. Coincido con Laura. Asimov fue el Inicio para mí, tanto que no profundicé en otros autores hasta hace poco, embelesado quizás por la gran Historia de la Humanidad que Asimov nos hizo en varias entregas. Siempre que alguien me mira raro cuando digo que me gusta la ciencia ficción le pregunto: has leido algo de Asimov? Y niegan con la cabeza. Entonces te estás perdiendo no solo ciencia ficción; también aventuras, misterio, historia, filosofía, imaginación, narrativa…
    Un saludo me encantó esta entrada

  3. Mi Asimov preferido siempre ha sido el de los cuentos. Aunque eso sí, «Los robots del amanecer» (y «Los propios dioses») son dos de mis novelas favoritas de ciencia ficción.

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