Fantasía dinámica

En ocasiones una obra maestra, si llega demasiado pronto, en vez (además) de potenciar un género puede lastrarlo. Tal es el caso de la fantasía con «El señor de los anillos» (o, a menor escala, el cyberpunk con «Neuromante«, pero ya hablaré de eso cuando le toque el turno en la Hugolatría). Existen claros paralelismos entre la ciencia ficicón y la fantasía hasta 1954. Ambas surgieron (para la fantasía me refiero a su forma moderna) a partir de la novela de aventuras victoriana, enriquecida por otros movimientos literarios, como por ejemplo ecos del romanticismo (con su exaltación de la mitología y su querencia por lo sobrenatural). Su desarrollo coincidió con la era del pulp, siendo ambos géneros (junto con el terror) compañeros de publicaciones como Amazing Stories, Weird Tales o, bueno, The Magazine of Fantasy and Science Fiction.

La fantasía también vivió su edad de oro (si bien no tan esplendorosa como la ciencia ficción), con autores como Fritz Leiber o L. Sprague de Camp , hasta que en 1954, sin haber tenido tiempo de madurar a conciencia, llega Tolkien y deja caer una obra maestra de la literatura universal entre las desprevenidas filas de los fantasiosos, cosechando un éxito sin precedentes y dejando una huella indeleble en el género. La existencia de una obra tan masiva actúa como un gigantesco pozo gravitatorio que atrae hacia sí todo cuanto se aproxima a su esfera de influencia, hasta el punto que sólo alcazan cierta independencia los relatos de espada y brujería; de Michael Moorcock (que en ciencia ficción abanderaba gracias a su labor como editor de la revista New Worlds el movimiento de la New Wave) o de Robert Ervin Howard, «redescubierto» y devuelto a la palestra en los setenta por la labor de Sprague de Camp y Lin Carter.

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Los 80 fueron (con honrosas excepciones) terreno abonado para el plagio tolkienista, aderezado con elementos de los juegos de rol, que dio para interminables franquicias de calidad media más que discutible, que evolucionaron en los 90 (en algunos casos) hacia la exploración de otros ambientes y otros protagonistas-tipo, aunque sin abandonar del todo los rasgos adquiridos. Por supuesto, de tanto en tanto surge la n-alogía dispuesta a realizar su intentona al trono de «El señor de los anillos» (es increíble como un hecho circunstancial, la carestía de papel tras la Segunda Guerra Mundial que llevó a su editor, Stanley Unwin, a fragmentar el tomo único que le había presentado Tolkien en tres volúmenes, ha podido resultar tan influyente).

Todo esto es una burda simplificación, porque evidentemente se han ido dando obras más singulares a lo largo de los años, como las historias de Terramar de Ursula K. Le Guin, los dragones de Pern de Anne McCaffrey (hibridando con cifi), o la fantasía feminista de Marion Zimmer Bradley, por no hablar de las incursiones en la fantasía de autores más conocidos por sus obras de ciencia ficción, como es el caso de la serie de Majipur de Robert Silverberg o las serie de la Tierra Moribunda y Lyonesse de Jack Vance o el auge de géneros híbridos como la fantasía histórica (uno de cuyos máximos exponentes sería Tim Powers, que casi es un subgénero en sí mismo), o la fantasía urbana (de Dresden al New Weird). Sin embargo, más de medio siglo después de su publicación, toda obra de fantasía que se publica se compara según el mismo patrón y todo autor emergente recibe la etiqueta promocional de «el nuevo Tolkien». En otras palabras, existe una carencia de atractores capaz de espolear una creatividad libre. Existe una única dirección con dos sentidos: imitando a Tolkien o «rompiendo» con su canon (que no es sino otra vertiente de su influencia). Todo lo que cae demasiado lejos de esta franja se convierte en una isla, incapaz de generar tendencia.

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La fantasía (en general, por fortuna siempre habrá excepciones) está estancada o, cuanto menos, trabada.

Lo cierto es que no comprendo la manía de buscar un éxito a lo Tolkien. Es como si un escritor de ciencia ficción pensara que es una buena idea imitar el estilo y la temática de «1984»… una y otra vez. Peor, como si la inmensa mayoría de escritores de ciencia ficción hicieran de esa estrategía su estilo de vida. Mira que hay opciones y basta con darse un garbeo por la sección de fantasía de cualquier gran librería para visionar la guerra de los clones sin sentir que George Lucas se ha meado en tus ilusiones infantiles.

La estandarización no es buena. Un recurso adecuado en determinado contexto no lo será en otro completamente diferente. ¿Por qué, por ejemplo, toda historia de fantasía parece necesitar hoy en día un mínimo de tres tochos de quinientas páginas? ¿Por qué utilizar siempre un tono grandilocuente? ¿Por qué proliferan tanto los grupos heterogéneos de aventureros? ¿Por qué todo conflicto debe ser reflejo de la eterna lucha entre el bien y el mal? ¿Dónde nos dejamos la experimentación formal y temática? ¿Qué tiene de especial la edad media para que el 80% de la fantasía sea de corte medievaloide idealizado?

O a lo mejor es que ese nuevo tipo de fantasía no llega a las estanterías o lo hace en proporción tan ridícula que pasa desapercibida… he de reconocer que hace años que dejé un poco de lado la fantasía en favor de la ciencia ficción, que me ofrecía mayor variedad y más satisfacciones.

¿A qué ha venido todo esto? Bueno, resulta que hay un pequeño elemento que siempre me resulta muy esclarecedor cuando leo una obra de fantasía para determinar con qué tipo de obra me las estoy viendo: la forma de describir los combates (uno contra uno, nada de grandes batallas). En no pocas de las obras modernas, los combates se convierten en una sucesión de fintas descritas con detalle enfermizo, deteniéndose la narración en cada pequeño reflejo acerado en los filos ensangrentados y en cada gotita de sudor que resbala por los bien torneados cuerpos. Eso por no hablar de la cantidad de pensamientos peregrinos que puede tener alguien mientras su vida depende de su velocidad de reacción.

Hay ahí una importantísima regla vulnerada por completo: la lectura debe ser tan ágil y dinámica como la acción que se describe.

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Sí, la prosa de Tolkien es muy prolija en detalles, y si queremos imitarlo parece imprescindible utilizar palabros rebuscados y descripciones hiperreales. Sin embargo, lo que muchos imitadores no comprenden es que el tono de «El señor de los anillos» tiene sus raíces en la literatura épica anglosajona y nórdica (poemas como Beowulf, el Kalevala y las Eddas islandesas), que son muy parcos en la descripción de acciones, sobre todo de acciones bélicas. Si alguien traspasa a otro alguien con una espada, deternerse en la forma en que la punta se dirige hacia el abdomen, rasga la sobrevesta, el jubón de cuero y la piel, saja a través de músculos e intestinos y emerge entre un surtidor de sangre por la zona lumbar, equivale a rodarlo a cámara lenta, lo cual puede tener su gracia una vez, pero no durante toda una puñetera novela. Si cuesta mucho más de leer de lo que cuesta ejecutarlo, está mal narrado. La fantasía ha de ser dinámica. ¡Pam! ¡Pam! Y se acabó, a enlazar con la siguiente proeza o a describir el siguiente paisaje imposible. El lector es muy capaz de rellenar con su imaginación los detalles escabrosos, lo que no puede es imponer el ritmo adecuado, eso debe hacerlo el escritor con los recursos de que dispone (acortando las frases, abusando del punto y seguido, favoreciendo en un momento dado las palabras cortas, creando una cadencia a base de aliteraciones o repetición de estructuras tonales… o todo lo contrario, creando tensión mediante la dilación controlada del clímax, alargando las frases y prescindiendo de las comas o insertando con cuidado pequeñas digresiones).

Personalmente, encuentro buena parte de la fantasía actual demasiado estática. Como si la buena literatura «exigiera» sacrificar el ritmo a la descripción. Y esto es especialmente notorio en la fantasía épica.

A lo mejor es una visión sesgada por intereses personales, pues una de mis inquietudes creativas va por la línea de explorar las posibilidades de la vieja espada y brujería, aplicando sus recursos estilísticos y temáticos a desarrollos y objetivos más modernos (algo parecido a lo que hizo David Gemmell). Básicamente, tratar de responder a la pregunta de qué hubiera pasado si la fantasía de la era del pulp hubiera podido madurar sin la influencia avasalladora de «El señor de los anillos».

O a lo mejor sólo soy un cobardica que busca huir como sea de la alargada sombra de Tolkien.

Parece un buen momento para incluir otra encuesta (permite selección múltiple):


~ por Sergio en junio 12, 2009.

17 respuestas to “Fantasía dinámica”

  1. Me falta una opción: «Hay casos puntuales geniales y el resto es más de lo mismo». Citaré un solo ejemplo, el de Pratchett, que me parece magnífico. En realidad incluso cuando parodia a la fantasía épica hace una sátira de la misma que resulta muchísimo mejor que cualquiera de las obras parodiadas.

  2. No, la opción está ahí, aunque no habré sabido expresarla bien. Sería «Ofrece obras muy interesantes» (sobreentendiendo que el resto no valen gran cosa).

    Por otro lado, no soy un gran fan de Pratchett, pero su parodia por antonomasia de la fantasía épica, «¡Guardias! ¿Guardias?» es, sin duda, una de las mejores novelas de fantasía que he leído (y expone sin piedad las miserias del subgénero).

  3. Pues nada, ya he votado (de momento soy el único que ha puesto esa opción).

  4. Bueno, si a eso te referías con esa opción la votaré yo también… Un comentario sin embargo. La sola aparición de combates 1 vs 1 enormes ya me produce incomodidad. La fantasía repite una y otra vez las fórmulas y el cliché al que no escapa nadie es que todo se resuelve a golpe de espadazo y a otra cosa. No sé, todo parece reducirse al viejo sistema «monstruo de nivel 12» y cuando lo liquidas aparece el «monstruo de nivel 13». ¿Es mucho pedir algo de fantasía no sé si pacifista pero «cortesana»? Con intrigas y, ya que a todos nos gusta la violencia, veneno y puñal.

  5. Bueno, si nos referimos a la fantasía épica exige combates sí o sí. Ahora bien, no tiene por qué solucionarse todo del mismo modo, ni el protagonista tiene que ser un pedazo animal que sólo sabe repartir leña. A mí me resulta más molesto el cliché del arma invencible que convierte a un patán en un superguerrero sin que deba dedicarle el menor esfuerzo.

    En espada y brujería es aún más imprescindible, pues desde sus orígenes el subgénero es una exaltación del salvajismo y de los instintos primarios. El problema surge con el revisionismo postmodernista que lo idealiza. Howard nunca cometió el error de quedarse sólo con lo bonito. Debe tomarse el pack completo, sin códigos de honor bárbaros ni chorradas por el estilo.

    Sin embargo, otro tipo de fantasía es posible. Ahí está, por ejemplo, «jonathan Strange y el señor Norrell» de Susanna Clarke o, yéndonos para lo patrio, «Olvidado rey Gudú» de Ana María Matute.

  6. Ya sabes que yo opino que todo se puede arreglar con una bonita venganza :D

  7. Las venganzas molan, pero ¿correrá por fin la sangre?

    ¡Que quiero la precuela!

  8. Si la venganza sabe mejor fría, la mía va a ser la releche…

  9. Nada que añadir, ¡tienes más razón que un santo!

    He dudado entre votar «Le debe demasiado a Tolkien» o «Sigue tendencias prometedoras». Me decidí por la segunda, que si no, los que escribimos fantasía, apaga y vámonos.

  10. Si he acertado con la configuración, deberías poder votar las dos porque se trata de una encuesta que permite selección múltiple (y una opción no quita la otra).

    Gracias por compartir tu opinión (¡y por la santificación!).

  11. Será cierto eso de la necesidad de sangre, pero es que ya me repele cualquier fantasía mínimamente épica (y mira que estoy leyendo la dichosa Malaz, que es divertida, entretenida y sin demasiada sustancia). Lo siento pero es más bien tépica.
    Y se encumbran obras que son más malas que un dolor. De lo que he leído (no incluyo a Martin que no he leído porque me da la impresión que la va a dejar inconclusa) Sapkowski me parece más que salvable por el trasfondo ecologista-alegórico de Polonia y porque escribe que es una maravilla. Príncipe de Nada puede tener algo, quizá me atreva a probar. Los demás… erial.

  12. Sapkowski no me acaba. «El último deseo» tenía su coña revisionista, pero en cuanto se ha dedicado a expandir su mundo se me ha antojado más de lo mismo (eso sí, con diálogos anacrónicos y soberbios).

    En los últimos años, el autor con el que más he disfrutado ha sido David Gemmell. Su ciclo de Drenai es pura aventura con muy poca sustancia, pero muy bien contada y con muy buen ritmo. En cuanto a su reinterpretación de la guerra de Troya, que está publicando Marlow, estoy recibiendo inmejorables referencias.

    Y, por supuesto, en lo nacional soy seguidor de José Miguel Vilar, con «Los navegantes», y tengo ganas de pillar su última novela.

  13. […] para terminar, una reflexión sobre el género para los aficionados a la literatura […]

  14. Muy acertado el artículo.

    Yo no disfruto las escenas de combate justo por esa lentitud. Misma razón por la que ni visualmente me gusta la cinta 300 (sobra decir que el mensaje fascista de la película es lo peor de ella).

    Leyendo un libro de Vandermeer (Wonderbook) me cayó el veinte de que hay cosas que pueden quedar fuera. Estoy escribiendo un cuento de espada y hechicería en el que me trabé en una escena de combate… la lectura de aquel tomo me hizo ver que esa escena sobraba, que no añadía drama o interés porque el resultado ya se sabía de antemano (la batalla de narra a medio relato cuando la protagonista hace el recuento -flashback- de cómo la única sobreviviente de su tribu fue ella, y la única de la tribu enemiga, la niña a la que educó como una hija).

    No cada pelea debe narrarse sobre todo cuando, pues eso, no añade drama.

    • Quien lo hacía excepcionalmente bien era Howard. Sus escenas de combate se reducen a menudo a una línea: «Lanzó un tajo; la cabeza cayó por un lado y el cuerpo por otro.» Sin más. Puro impacto y a otra cosa. No cabe duda de que los combates son la sal del género, pero como con la comida, hay que sazonar en su justa medida. Y sí, toda escena debería tener una razón de ser, aparte de consideraciones meramente estéticas (que también tienen su importancia).

      • Sólo he leído el primer tomo de las historias de Conan, pero es suficiente para ´darme cuenta de que así deben ser los combates, crudos y directos. A menos que seas Joyce o Salvador Elizondo, no deberías narrar un combate en más de unas cuantas líneas (o toda la batalla en un par de páginas). Es irrelevante si la espada tenía longitud excepcional, o si al sacar la espada sintió su mano acoplarse perfectamente a la maciza empuñadura (descripciones más adecuadas para la narrativa erótica pornográfica).

  15. La Ilíada es una sucesión de combates narrados con lujo de detalles, lenguaje grandilocuente y símiles rebuscados. Y mírela, ahí tan contenta siendo una obra maestra de la literatura.

    Con esto quiero decir que no hay una forma única de narrar un combate. Un par de palabras o un párrafo son igual de válidos según el tono e intenciones del autor.

    Por lo demás de acuerdo. Las series compuestas de un mamotreto tras otro son lo que me aleja del género. Y los imitadores de Tolkien deberían tomarse la molestia de leer las fuentes en las que él se inspiró. (Y a título personal he disfrutado leyendo más las fuentes que al propio Tolkien).

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