Ciudad permutación

Dentro de su trilogía (temática) de la cosmología subjetiva, «Ciudad permutación» («Permutation city», 1994) supuso la segunda novela de ciencia ficción de Greg Egan, una ampliación de las ideas desarrolladas para su cuento «Dust», publicado en la Asimov’s Science Fiction Magazine en 1992 (incluyendo, de paso, muchos conceptos de otros relatos suyos, como resulta evidente al leer «Axiomático»). Se trata, en esencia, de una exploración sobre la realidad virtual, aunque con un enfoque a años luz del cyberpunk (que por entonces ya estaba más que agotado). En «Ciudad Permutación», Egan explora a fondo uno de sus temas preferidos: la existencia transhumana como pura información computacional de una «copia» de una consciencia humana (tema que a su vez ampliaría en «Diáspora«).

El libro está subdividido en dos partes bastante diferenciadas. En la primera, asistimos al empeño obsesivo de Paul Durham por crear un paraíso artificial donde las copias puedan alcanzar una inmortalidad a salvo de los vaivenes del mundo físico (donde la situación legal de estos duplicados informáticos de personalidad se va haciendo cada vez más inestable, en especial para el caso de aquellas copias cuyo original físico ha fallecido). Armado con una teoría cosmológica revolucionaria, la Teoría del Polvo (que ya trataré más adelante), convence a un grupo de grandes fortunas para que financien su proyecto. El truco está en que el éxito o fracaso del mismo en inverificable. Si la teoría es cierta, desde el momento mismo de la puesta en marcha ambos universos, el «real» y el «virtual», cortan cualquier lazo de comunicación.

La segunda parte (la más interesante), acontece en Eliseo (el paraíso virtual creado por Durham), que tras milenios de felicidad solipsista (cada usuario ha construido su propia realidad y la ha poblado a su gusto, habiéndose llegado incluso a aislar del resto en algunos casos) se enfrenta a un grave problema. Entre las «diversiones» planificadas por Durham para atraer a sus clientes se cuenta el Mundo de Lambert, un autómata celular (descendiente hipersofisticado del Juego de la Vida de Conway), con unas reglas muy precisas que permiten la evolución (a cuyo desarrollo, por parte de una programadora llamada Maria, asistimos en la primera parte de la novela). Tras incontables generaciones, y a través de un despiadado proceso de evolución darwiniana (que el mismo Egan ha llegado a lamentar con posterioridad, tildándolo de crueldad monstruosa), los lambertianos han alcanzado un punto de desarrollo que les permite elaborar sus propias cosmologías, y dado que las leyes que rigen su mundo son mucho más simples y elegantes que las del conjunto de Eliseo, su punto de vista sobre la realidad se está imponiendo irremediablemente sobre el más artificioso del sistema que teóricamente está por encima de él.

«Ciudad Permutación» no es un libro sencillo. Yo no llegué a apreciarlo hasta mi segunda lectura (median entre ésta y la primera ciertas investigaciones someras sobre conceptos particulares de la teoría de la información, el transhumanismo y las Teorías del Todo, que me permitieron terminar de encajar conceptos). La base científica principal versa sobre la gravedad cuántica, el campo teórico que investiga la unificación entre la relatividad general y la mecánica cuántica. Más específicamente, la Teoría del Polvo se refiere a algo que, con posterioridad, ha sido bautizado como «Simetría de Acontecimientos» (la primera referencia bibliográfica de este término es de 1993). A grandes rasgos (y si no me equivoco demasiado, que estas nociones hacen que la cabeza me dé vueltas), esta idea defiende que las auténticas leyes físicas que gobiernan el universo deberían permitir la permutación de cualesquiera coordenadas espaciotemporales sin que por ello dejaran de tener validez (es decir, que nuestras leyes físicas actuales no son sino una aproximación para el caso particular de nuestra percepción subjetiva del tiempo y el espacio… o algo así).

La Teoría del Polvo imaginada por Egan va más allá. Según he podido entresacar, reduce la experiencia global humana a información autoorganizada, que por su propia coherencia intrínseca es capaz de perpetuarse a modo de permutaciones de un infinito universo caótico «real» (codificado como información). Vendría a ser lo de los monos y las obras de Shakespeare, aunque sin la necesidad de teclear las letras en orden, porque la percepción de la correlación espaciotemporal es subjetiva y «simplemente» podemos permutar los acontecimientos en un orden que tenga sentido para nosotros.

El objetivo de Durham es crear una simulación tan perfecta, que baste con generar el punto de partida (con una potencia de cálculo brutal, y por tanto carísima), para que a partir de ahí sea capaz de «encontrar» entre las infinitas permutaciones de la matriz básica universal su propia secuencia espaciotemporal subjetiva, sin necesidad de soporte informático (saltándose, por así decirlo, un intermediario).

A todo esto debemos añadir las habituales reflexiones metafísicas del autor, sobre temas como hasta qué punto original y copia pueden llegar a ser indistinguibles (con personajes, como Maria, tremendamente refractarios a la idea y otros, como Paul, convencidos hasta las últimas consecuencias de la total identificación). Una copia, por ejemplo, podría ser lo bastante coherente para generar su propio universo subjetivo a partir del polvo, y sin embargo diferir del molde original, deviniendo en una consciencia distinta (¿Y hasta qué punto sería esto relevante?). De igual modo, la imposición de la cosmología lambertiana sobre la elisea, apunta al problema de la percepción. ¿Hasta qué punto el universo es tal cual es porque nosotros, los observadores, decidimos que así sea?

En un nivel mucho más terrenal, puede interpretarse «Ciudad Permutación» como una exploración factible del concepto de realidad virtual, aplicando la ciencia allí donde el cyberpunk suele recurrir al manido «porque sí». Así pues muestra detalles curiosos como la administración eficiente de la potencia de cálculo para crear entornos virtuales realistas utilizando los recursos mínimos, o la creación de una seudofísica y una seudoquímica para el mundo de Lambert.

La gran pega del volumen es el estilo, tremendamente seco, incluso para los estándares de Egan, y su habitual falta de comprensión hacia los pobres lectores no especialistas, que tenemos que interpretar sus especulaciones a lo bestia. Greg Egan no conduce a nadie de la mano. Te tira al mar y nadas o te ahogas (tener nociones de hidrodinámica supongo que podría ayudar). A la postre, sin embargo, la experiencia vale la pena (si todos estos temas te apasionan, claro).

«Ciudad Permutación» ganó en 1995 el premio John W. Campbell (concedido por un jurado) y fue finalista del Philip K. Dick (que premia las ediciones originales en tapa blanda).

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en diciembre 17, 2010.

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