Calabazas en el trastero 6: Bosques

Pasito a pasito, «Calabazas en el trastero» va consolidándose como una publicación de referencia. Al reciente premio Ignotus a mejor revista (obtenido en su primer año de eligibilidad), cabe sumarle ahora el haber alcanzado la media docena de números (pasar del cuarto ya es una prueba de fuego que no todas las revistas consiguen), manteniendo una periodicidad bastante ajustada y siendo fiel a su filosofía inicial.

Hace un par de entradas me hacía eco de la salida al mercado del Calabazas centrado en los bosques (aunque no creo que en estos momentos su distribución haya hecho más que empezar). Ahora quisiera ofreceros una crítica del volumen.

Ya comenté que da comienzo con un prólogo mío, del que obviamente no comentaré mucho (que sean otros los que expresen su opinión al respecto). Tan sólo quisiera compartir un pequeño detalle. Los prólogos de los respectivos Calabazas, de los cuales nos encargamos por turno distintos miembros de NOCTE, la asociación española de escritores de terror, se escriben antes de contar con la selección. Son más una presentación del tema propuesto que de los cuentos integrantes (que ya se defienden solos sin problemas), y cada autor los enfoca a su modo. Supongo que ningún lector de este blog se sorprenderá excesivamente de mi aproximación a la tarea.

Dicho lo cual, paso a comentar los relatos que conforman este número, empezando por «El ciclo», de Carlos Péraz Jara, un cuento cuyo título resulta quizás demasiado revelador, que tiene como protagonista a un hombre que, mientras realiza una parada para descansar en un bosquecillo, tiene un encuentro con lo sobrenatural y, metafóricamente, se pierde para el mundo. Resulta un cuento curioso, que conjuga un planteamiento propio de las historias góticas de fantásmas con una ambientación que juega con el impulso atávico de la espesura.

Con «La máscara de la muerte verde», Andrés Abel presenta otro texto con raíces muy clásicas y ambientación moderna. Hace uso del arquetipo del extranjero que no termina de encajar en una sociedad que guarda sus propios secretos, al tiempo que plantea la difícil convivencia entre los hombres y un poder primordial. La ambientación está bien conseguida, aunque al final queda un poco la sensación de que abusa del misterio para no sólo no ofrecer explicaciones, sino incluso escamotear el clímax (otro problema reside en la falta de concreción de las expectativas generadas por el título; hay que andarse con mucho ojo con las referencias, porque no se quedan en mero homenaje, sino que imponen una serie de cargas que conviene satisfacer).

«La hiedra» de Inés Mataix, hace uso igualmente de un tema bastante recurrido, el de un elemento natural resistiéndose a todos los esfuerzos por ser domado y que acaba imponiéndose (ampliamente usado en novelas como «Más verde de lo que creéis» o «El árbol familiar«). Está bien narrado, pero pienso que le falta algo de desarrollo (King, por ejemplo, es un maestro en sacarle el jugo a situaciones como la descrita, que tienen un punto de surrealismo) y una conclusión satisfactoria.

Ignacio Cid Hermoso presenta «Aokigahara», el primer cuento que toma como fuente de inspiración la realidad. El título hace referencia al Mar de Árboles, un bosque a los pies del monte Fuji escogido cada año por alrededor de un centenar de personas para quitarse la vida. El texto renuncia por completo a cualquier aproximación sobrenatural para centrarse en la psicología de sus protagonistas, con gran acierto en lo que respecta a un agente de policía, encargado de coordinar una vez al año una batida a la búsqueda de restos de suicidas, pero con excesiva superficialidad en lo que respecta a dos jóvenes que pretenden morir juntos. El aroma a realidad, sin embargo, confiere potencia al relato.

«Dríade» de Laura Luna Sánchez plantea un interesante juego de espejos, recuperando una visión clásica de las dríadas, alejada de la trivialización de las raíces fantásticas propiciada por la transformación de los cuentos de hadas, de injerencias de un mundo mágico, a veces cruel, en la cotidianidad a fábulas morales. Es un texto breve y contundente, que deja abiertas las puertas a diversas interpretaciones de los hechos básicos.

En el siguiente relato, «La naturaleza es cruel», de Javier Vivancos García, cobra pleno protagonismo uno de los subtemas recurrentes de la antología (presente en mayor o menor grado, por ejemplo, en tres de los cinco precedentes): la venganza de la naturaleza frente a la acción destructora del hombre. La trama en sí resulta quizás demasiado previsible. Sin embargo, el autor consigue mantener el interés gracias a la inmersión parcial en los pensamientos del protagonista, lo cual sirve de filtro para jugar con el énfasis puesto en cada elemento.

«Sueño de nieve y barro», de Marc R. Soto, retorna a la senda del realismo, utilizando el bosque más que como protagonista, como escenerio (aunque no es un escenario aleatorio; el aislamiento y secretismo que ofrece son fundamentales en el desarrollo de la historia). Nos encontramos aquí con otro tema clásico: la rivalidad entre hermanos, con un giro final que transforma el drama en tragicomedia.

La aportación de Pedro Escudero Zumel, «El secreto»,  versa sobre la renovación de pactos mágicos con la naturaleza. Las descripciones son meticulosas y muestran un aparente clasicismo, quebrado apenas por la personalidad de Pablo, el joven protagonista, que aporta cierta irreverencia a la gravedad tanto del cuento como de la tradición popular de este tema, que oscila entre el abierto antagonismo y la sumisión mística, aunque siempre, en general, con una excesiva seriedad que el autor se encarga de desmitificar.

Iván Boto ofrece con «Curuxas» un relato costumbrista, emparentado a su vez, como era el caso de «El ciclo», con el cuento gótico de fantasmas. Otro elemento secundario (aunque cobre preponderancia en el título) es el de las aves actuando como psicopompos. El ambiente está muy conseguido y logra transmitir inquietud, si bien el giro final se percibe un tanto forzado.

Uno de los cuentos más interesantes del volumen es «Deconstruyendo a John Doe» de Juan Ángel Laguna Edroso. A través de un ensayo sobre la biografía ficticia de un escritor de culto desaparecido en misteriosas circunstancias, el autor deconstruye eficazmente el propio tema principal de la convocatoria: la relación entre los bosques y el género de terror. Esta acción desmitificadora se ve contrarrestada con un final inquietante, que devuelve todo su misterio al objeto de análisis, sugiriendo quizás que el todo es más poderoso que la suma de las partes.

También resulta destacable el siguiente cuento, «La fronda», de Manuel Mije. No tanto por el tema y desarrollo (a estas alturas del volumen el conflicto entre naturaleza/bosque y hombres/progreso, con sus alternativas de respeto mutuo y conflicto, ya resulta bastante conocido), como por la forma. La narración se articula en torno al concepto del equilibrio y la ruptura catastrófica del mismo, haciendo uso de un personaje, Juanito el de La Fronda, que representa el arquetipo del hombre-salvaje y nexo de unión entre las realidades enfrentadas.

La inclusión del siguiente cuento, «La sospecha», de Pilar Alberdi, tan hacia el final de la antología quizás haya sido un error, pues su discurso, que reincide en la idea de la naturaleza reconquistando el terreno perdido, supone un paso atrás en cuanto a complejidad respecto a lo ya expuesto en «La naturaleza es cruel» y «La fronda». A su aproximación, intimista, le falta quizás algo de fuerza.

El libro se cierra con «Desventuras en el continuo bosque-tiempo» de Carlos L. Hernando, quizás el texto que abraza con mayor entusiasmo el componente fantástico, componiendo un relato propio del pulp. Jugar con el tiempo es siempre una cuestión compleja, y aquí el autor no sale del todo bien librado pues en su descripción se insinúan varias paradojas irresolubles. Sin embargo, la evolución personal del protagonista, si bien abordada con gran superficialidad, logra transformar esta debilidad en mero contexto argumental para una historia de género negro muy particular.

En general, me ha llamado la atención la relativa homogeneidad temática del volumen, siendo los bosques un elemento que propiciaba mucha mayor libertad que otros de los escogidos para anteriores entregas de la revista. Así mismo, los atencedentes directos también se me antojan (descontando de unos pocos cuentos) bastante recientes, como si existiera una ruptura en la tradición literaria forestal (si es que tal cosa existe).

Cuestiones temáticas aparte, «Calabazas en el trastero: bosques» es un volumen muy sólido, que vuelve a poner de manifiesto las virtudes del cuento en una época en que, desde un punto de vista comercial, parece encontrarse un tanto abandonado. La calidad literaria global es alta. Mayor que la de los primeros volúmenes (lo cual, aun siendo una aspiración evidente, no siempre es fácil de alcanzar).Quedampos emplazados de aquí a unos meses para corroborar, con el número dedicado a la Peste, que la progresión se mantiene.

Otros números de Calabazas en el Trastero reseñados en Rescepto:

~ por Sergio en noviembre 30, 2010.

Una respuesta to “Calabazas en el trastero 6: Bosques”

  1. Me gustaron especialmente de esta antología «Desventuras en el continuo bosque-tiempo», supongo que por romper de una forma bastante inesperada esa homogeneidad, y “Aokigahara”, por esa potencia a que te refieres.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.