Los cien mil reinos

2010 marcó el debut como novelista de la escritora N. (Nora) K. Jemisin, levantando expectación desde el primer momento con «Los cien mil reinos» («The hundred thousand kingdoms»), que acabaría cosechando nominaciones para los premios Hugo, Nebula y World Fantasy, además de obtener el premio Locus a la mejor primera novela.

«Los cien mil reinos» es una novela difícil de categorizar. Aunque el título evoque una trama propia de la fantasía épica, lo cierto es que casi toda la trama tiene lugar en una única ciudad, Cielo, y más concretamente en un enorme palacio, también denominado Cielo, que se alza literalmente en su centro (sostenido por la magia y por una única columna imposiblemente alta y resistente). A este lugar es convocada la joven Yeine de Darr para convertirse en heredera forzosa del gobernante de los Cien Mil Reinos, Dekarta Arameri, en competencia con un primo y una prima a los que jamás antes ha visto.

Arrojada de improviso en medio de las intrigas palaciegas, Yeine tendrá que esforzarse por comprender cuál es su lugar y qué se espera de ella… si alberga la más mínima esperanza de contrariar estas expectivas impuestas. Para complicarlo todo, además, Cielo es el hogar de los enefadeh, dioses devenidos en esclavos de los arameri como castigo por su rebelión, siglos atrás, contra Itempas, el dios de la Luz y el orden y ahora único ser supremo (tras el asesinato de su hermana/amante Enefa y la derrota de su hermano/amante Nahadoth, dios de la Oscuridad y el cambio), y también los enefadeh tienen sus propios planes para con Yeine (quien por su parte se contenta con averiguar la verdad sobre la reciente muerte de su madre, hija repudiada de Dekarta).

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En poco más de trescientas páginas, Jemisin dibuja no sólo un mundo vasto y con una historia rica, sino toda una cosmogonia centrada en los tres dioses originales, así como una mitología que se extiende también a sus hijos divinos y los hijos que tuvieron con mortales (demonios, que no tienen papel en esta novela). Así tenemos a Sieh, dios-niño que encarna el arquetipo del embaucador; Zhakkarn, la diosa guerrera; y Kurue la Sabia (siendo los dos primeros hijos de Nahadoth y Enefa, y la tercera de Itempas y Enefa), y aunque por momentos parece que la historia va a discurrir por los caminos más o menos trillados del bildungsroman, o peor, encajonado en el molde de la novela romántica (fantástica) juvenil, lo cierto es que acaba trascendiendo estos modelos (que posiblemente tuvieron algo que ver con su génesis) para dar lugar a una obra mucho más madura e interesante.

Tomemos por ejemplo la relación de Yeine con Nahadoth, el dios de la oscuridad, hacia el que se siente sexualmente atraída. Es un escenario típico: chica inexperta atraída por el chico (dios en este caso, pero convalida) malote. Mas aquí no nos encontramos con el tercero en discordia (que suele ser un buenazo aburrido), sino con una relación no sólo verdaderamente peligrosa, sino responsable, en el sentido de que la propia Yeine reconoce los riesgos, e incluso posee (su idioma individualiza el concepto) una palabra para caracterizarlos: «essai», la atracción por el peligro, por lo que no nos conviene y hacia lo que, sin embargo, nos vemos impelidos.

Y es que Yeine no tiene tiempo para andarse con tonterías. En pocos días se decidirá quién será el heredero único al trono de los Cien Mil Reinos, y ello no augura muy buenas perspectivas para los descartes… aunque no mediaran otras consideraciones.

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«Los cien mil reinos» es también notable por la yuxtaposición de conceptos aparentemente antitéticos. Así nos encontramos por ejemplo con los dioses/esclavos, una contradicción que alimenta buena parte de la trama y dota a los personajes de Nahadoth y Sieh (Zhakkarn y Kurue se contentan con permanecer en un segundo plano) de un atractivo particular. En ellos se difuminan además las fronteras entre categorizaciones como macho/hembra o mortal/inmortal, como quedan desafiados los roles habituales de hombre y mujer a través de la sociedad matriarcal de Darr, cuya cultura ha formado el espíritu de Yeine.

Con todos estos mimbres, N. K. Jemisin entrelaza una historia en la que la fantasía queda circunscrita sobre todo al plano mitológico, y éste a su vez abarca desde lo más trascendental (el origen y destino de la vida y del propio universo) a lo más rastrero (la explotación de los dioses, que deben obedecer cualquier orden directa, por parte de los arameri).

Como no podía ser de otro modo, tampoco Yeine encuentra las respuestas que quería acerca de la muerte de su madre, sus motivaciones y el papel que otros han decidido que juegue, todo lo cual acentúa la sensación de madurez de la obra, que aun tratándose de una opera prima llega tras muchos años de trabajo.

A quien pueda preocuparle la cuestión de que se trate de la primera entrega de una trilogía (la trilogía del Legado), le diría que es una obra perfectamente autoconclusiva, que pese a ello plantea un cambio de paradigma que se explora en su continuación, «Lo reinos rotos» (publicada originalmente ese mismo año 2010). La serie se completó en 2011 con «The kingdom of gods» y con una novela corta, «The awakened kingdoms» en 2014, ambas inéditas en castellano, y no estoy seguro de que las dos primeras novelas hayan obtenido el éxito necesario para justificar su publicación (una pena que no encontrara sus lectores, porque al menos esta primera entrega constituye una obra más que notable).

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Tanto el Hugo como el Nebula de su año fueron a parar a Connie Willis por el díptico «El apagón/Cese de alerta» (lo cual se me antoja un premio excesivo para lo que no es sino una nueva historia, tremendamente reiterativa, además, sobre los historiadores viajeros en el tiempo de Oxford, que ya le habían reportado dos Hugo y un Nebula). Ninguna otra novela repitió nominación, aunque Nnedi Okorafor, también nominada al Nebula, fue la que conquistó el World Fantasy Award con «Who Fears Death«.

Cabría destacar que N. K. Jemisin no fue la única autora en conquistar una nominación importante con su primera novela, estableciendo un patrón que parece haberse consolidado estos años. También en 2011 fueron candidatas al Nebula M. K. Hobson con «Native Star» y Mary Robinette Kowal con «Shades of milk and honey»; al World Fantasy Award Karen Lord con «Redemption in Indigo»; mientras que Mira Grant (Seanan McGuire) obtuvo su primera nominación (de las cuatro que lleva ya) al Hugo por «Feed», su tercera novela… aunque separada sólo siete meses de su debut novelístico.

En 2012 fue el turno en los Nebula de Genevieve Valentine con «Mechanique: a tale of the Circus Tresaulti» (y N. K. Jemisin obtuvo su segunda nominación por «Los reinos rotos»), en 2013 fue Tina Connolly con «Ironskin», y en 2014, por supuesto, Ann Leckie conquistó tanto el Hugo como el Nebula con su opera prima: «Justicia auxiliar».

Todo ello posiblemente haya influido en el rebote patético de los sad puppies y su intento de manipulación de los premios Hugo 2015, pero eso ya sería tema para otra entrada que, la verdad, no tengo mucho interés en escribir.

Otras opiniones:

Otras obras de la misma autora reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en noviembre 23, 2015.

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