Una entrada supercurrada

Hoy toca diatriba contra los males de nuestro tiempo (es decir, perorata para liberar frustraciones). En este caso en contra de esa frase que de un tiempo a esta parte se oye con más asiduidad de la que resulta aceptable para la salud mental: «Tiene un guión supercurrado». Aún no sé con exactitud qué quiere decir eso de «Supercurrado», pero empiezo a sospechar que tiene algo que ver con topicazo, ilógico y exagerado, el efecto Matrix, vamos.

Sé que estoy en la minoría, pero la primera Matrix ya me pareció, a nivel narrativo, una soberana chorrada con pretensiones (no tengo queja alguna del componente visual y la coreografía de la acción, que eran en verdad sobresaliente). Frases del estilo de “¿Crees que lo que estás respirando es aire?” (con pausa dramática a continuación para que la profundidad de esa reflexión cale en el protagonista y en la audiencia) se encargan de ir construyendo, ladrillo a ladrillo, un castillo en el aire. No tenía mucho sentido, pero quedaban dos entregas para explicarlo todo y demostrar que detrás de las chorrocientas referencias arcanas había un propósito bien definido, que no era sólo cuestión de ser molones y hacerse los interesantes.

Matrix revolutions

Ya sabemos cómo terminó el asunto, con ese punto antiálgido que supuso el monólogo moribundo (por segunda vez) de la Trini (superando incluso la soporífera verborrea con que concluía “Matrix reload”, que ya tiene mérito). En pocas palabras, la trilogía no tiene sentido, pero hacía ver que era la leche de profunda. Supongo que muchos consideraron que su guión estaba “supercurrado” (no como los de «Zodiac» y «The prestige», faltaría más, que a esos les faltaban merovingios, siones y guardianes del calabozo… o de la matriz, o lo que sea).

Pues lo siento mucho, pero si quiero seguir la historia de algún “elegido” me quedo con Paul Atreides, que al menos es consciente de la colosal trampa que supone verse atrapado en un sendero de predestinación que le roba toda posibilidad de libre albedrío. Si es que eso de tener que ganar por cojones es muy aburrido. ¿Por qué no la palma cuando le disparan? Porque es el elegido. ¿Por qué vuela? Porque es el elegido. ¿Por qué es capaz de resistirse a la infección del virus Smith? Porque… en fin, para qué seguir. Todo queda explicado con un simple truco narrativo que permite cualquier barrabasada, siempre y cuando el final sea sorprendente e inesperado.

Porque ésa es otra. El final siempre tiene que sorprender. No necesita ser coherente, sino sólo inesperado; cuanto más inesperado mejor. En ese sentido, no puedo sino recordar otra película del 2003, “Identity” (con John Cusack de protagonista). Es la típica historia de un grupo de personas dispares atrapadas en algún lugar que van siendo eliminadas una a una por un misterioso asesino. Antaño, la gracia de este tipo de escenario consistía en adelantarse a la resolución, tratando de adivinar quién era el homicida. Ya no. Ahora hace falta una solución tan chocante que sea inimaginable, que deje a la audiencia boquiabierta por la sorpresa y dispuesta a proclamar eso de que el guión estaba supercurrado.

Identity

Me temo que no. “Identity” es un bodrio infumable porque no existe conexión entre las premisas y la conclusión. Los ¿guionistas? hubieran podido sacarse de la manga cualquier otra explicación igual de (in)válida. Si no te apoyas en los datos previos, el cielo es el límite para lo que puedes hacer tragar al público. El problema es que éste se encuentre tan bien dispuesto a ello que hasta le haya concedido una puntuación de 7,3 en IMDB (la principal página de crítica popular de películas, con casi 40.000 votos en este caso en concreto). ¿Dónde queda la necesidad de ofrecer una historia sin fisuras? ¿Por qué se acepta como válida una práctica que, en esencia, supone una estafa al espectador?

En realidad, que esto ocurra en el mundo del cine me la trae al fresco. Sí, me cabreo cuando me la meten doblada, pero bueno, hay tantos motivos por los que la inmensa mayoría de películas son patéticas que no es sino un factor más que puede introducirse mal en la ecuación. El problema, para mí, es cuando ese mismo borreguismo se traslada a la literatura. Ya se aprecia en muchos superventas la tendencia a crear tramas “supercurradas” que no tienen el menor sentido, y siempre habrá gente dispuesta a defender a capa y espada sus excelencias (lógico, lo contrario supondría reconocer lo cenutrios que son). Así pues, con la corrección formal también en horas bajas por lo que respecta a las exigencias de los lectores y el pasotismo respecto a una trama bien urdida, me temo que vamos directos hacia un pozo del que será difícil salir (no hay nada peor que acostumbrarnos a la bazofia; al final hasta nos gustará su sabor).

Algo pasa con nuestro espíritu crítico. Tal vez sea culpa de la sobresaturación que ha propiciado la actual sociedad de la información. Si hay abundancia de algún bien (o, más bien, facilidad de acceso), la capacidad discriminatoria se diluye, e importa más la cantidad que la calidad, lo sencillo que lo complicado. Ahí están, por ejemplo, los guiones de videojuegos, que tras sus frases grandilocuentes son cáscaras vacías (no necesitan más, son una excusa, pero entonces, ¿por qué pretender que tienen otras aspiraciones?, ¿por qué esa manía de hacerlos “supercurrados”?, ¿o es que en el fondo se engañan, o quieren engañarnos, con ese simulacro de complejidad?). Ahí está también el hecho de que muchos lectores dedican más del 80-90% de sus esfuerzos a consumir literatura que va desde amateur voluntariosa hasta directamente mala.

Lost planet

Jamás en toda la historia se había escrito y leído tanto, y jamás se había hecho tan mal. La abundancia hace que le perdamos el respeto a cualquier bien, y eso sólo puede conducir a malograrlo. Quizás sea un extremista, que a partir de unos pocos casos aislados se monta un escenario apocalíptico, pero me temo que ésa es la tendencia que percibo. También es posible que se trate sólo de la gula del que acaba de acceder a un banquete, y que con el tiempo todo volverá a encauzarse, pero no me resisto a soportar a los “supercurrados” mientras tanto. Será que le tengo demasiado cariño al arte de contar historias para aguantar lo que le está cayendo encima sin emitir aunque sólo sea un simbólico grito de protesta.

~ por Sergio en marzo 14, 2008.

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