El clamor del silencio

La de Wilson Tucker es una carrera curiosa dentro de la ciencia ficción. A lo largo de más de sesenta años hizo todo cuanto podía hacerse en el campo sin llegar realmente a profesionalizarse. Muy activo desde 1932 en el terreno de los fanzines (y en la sección de cartas de los aficionados en las revistas), su primera venta profesional se produjo en 1941 con el relato «Interestellar way-station», al que seguirían durante los treinta y cinco años siguientes veintitantos más, junto con una veintena de novelas de misterio y ciencia ficción (diez y diez), todo ello sin dejar nunca su trabajo principal como proyeccionista.

Fue hacia el final de su período más activo, en 1976, cuando recibió su mayor distinción, el premio John W. Campbell Memorial, concedido de forma excepcional a «El año del sol tranquilo«, novela publicada en realidad seis años antes (el jurado quiso así protestar por la poca calidad de las obras recibidas como candidatas). La novela había sido ya en su año finalista de los premios Hugo y Nebula, y en la edición anterior Tucker se había alzado con el premio Hugo al mejor escritor aficionado.

¿Hubiera cambiado en algo esta trayectoria si Tucker se hubiera alzado con el primer premio Hugo de novela de la historia? No es algo tan descabellado. Un informe de progresos de la Worldcon de 1953 desvela que por entonces, a un mes más o menos del cierre de la votación, su segunda novela de ciencia ficción, «El clamor del silencio» («The long loud silence»), se encontraba en segunda posición, por detrás de la finalmente ganadora, «El hombre demolido«, de Alfred Bester.

«El clamor del silencio» (1952) es una de las primeras novelas postapocalípticas que lidiaron con la posibilidad de una guerra nuclear (por detrás de «Shadow of the hearth», de Judith Merrill, en 1950; y «Ape and essence», de Aldous Huxley, en 1948). En ella, Gary Russell, un cabo del ejército estadounidense, se despierta cierto día de una borrachera y se ve en medio de una ciudad devastada y abandonada. Tras ciertas peripecias, descubre que el todo noreste del país ha sido atacado por un enemigo ignoto, que ha arrasado las grandes ciudades con bombas atómicas y ha esparcido por el resto del territorio terribles enfermedades. Se inicia, pues, una lucha por la supervivencia en la que Gary es… ¿el héroe?

Es muy fácil malinterpretar «El clamor del silencio». Superficialmente, sería lógico confundirla con una de las típicas narraciones aventureras que proliferaron en las revistas pulp. Al fin y al cabo, ¿qué había más heroico que un soldado americano, veterano de la Segunda Guerra Mundial, enfrentado a una situación extrema en la que la supervivencia depende del coraje y la astucia? Si a esto le añadimos la injusticia del ataque sin aviso ni provocación, tenemos los mimbres necesarios para confeccionar una típica historia confortadora de superación.


Nada de eso. «The long loud silence» es de 1952, y eso nos permite contextualizarla de un modo diferente. En esa época, antes de que la amenaza de la guerra nuclear fuera patente (la Unión Soviética había realizado hasta la fecha un total de tres pruebas nucleares exitosas, por alrededor de una treintena de los americanos), el gobierno de los EE.UU. se estaba esforzando denodadamente en un lavado de cara, tratando de vender la idea de que la energía atómica era el futuro y estaba por abrir un período de prosperidad sin parangón y de que los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki habían sido justos, necesarios y proporcionados.

Con «El clamor del silencio», Wilson Tucker desafía todo esto, y lo hace volviendo las tornas y situando el territorio norteamericano como receptor de un ataque combinado atómico/biológico (aunque he de hacer constar que Tucker no tenía una idea muy certera sobre los efectos de ninguno de esos agentes). En la novela no importa tanto quién es el responsable (algo que nunca llega a saberse) como la reacción de los ciudadanos y del gobierno en funciones, que delinea una frontera interna impenetrable a lo largo del río Mississipi. Todo lo que queda al este de ella es territorio salvaje, abandonado a su suerte, mientras que al oeste del masivo curso fluvial la vida sigue adelante de forma más o menos inalterada.

En estas condiciones, Gary hace lo que considera necesario para sobrevivir… y Gary no es un ser humano particularmente ético.

«El clamor del silencio» no es una novela de aventuras. Es una denuncia. Es una exploración amarga de lo peor del ser humano y de la auténtica naturaleza brutal de las nuevas armas de destrucción masiva que con tanta levedad habían introducido los generales estadounidense en el antiguo campo de juegos de la guerra (aunque no llegó a emplearlas, el programa de desarrollo de armas biológicas había sido aprobado por Roosevelt en noviembre de 1942 y siguió a pleno rendimiento tras la guerra hasta su cancelación por parte de Nixon en 1969). Del mismo modo, replicaba de un modo todavía más cruel la despreocupación de la sociedad estadounidense para con los efectos reales de estas armas, transformando esa ceguera selectiva en un impulso fraticida, que lleva incluso a la deshumanización de los compatriotas que han sido víctimas del brutal ataque, para así poder desentenderse de ellos sin cargo de conciencia.

Lo curioso es que esta actitud parece encontrar eco entre cierto sector de los lectores, que por sus comentarios prefieren ver en Gary a un héroe y se sienten defraudados cuando una vez tras otra resulta poco convincente en ese papel. A ello ayuda el que Gary esté siempre lleno de excusas para actuar como lo hace (lo que convierte el punto de vista narrativo en no fiable, al encontrarse centrado en su persona). La misoginia (que hoy en día resulta tal vez más patente) es casi la menor de sus flaquezas. Gary es mentiroso, violento, artero y, sobre todo, brutalmente egocéntrico. Es un ganador, como el personaje principal de «Más verde lo que creéis» (Ward Moore, 1947), un superviviente… y de igual modo, un grandísimo hijo de puta.

Todo esto quedaba dibujado a la perfección en un final mucho más duro y despiadado del que finalmente llegó a imprenta (el editor se empeñó en darle la vuelta y suavizarlo, demostrando con ello que no había entendido nada). De él indicaré solamente que implicaba canibalismo… y que hubiera terminado de redondear una novela de esas que golpean por sorpresa donde más duele.

«El hombre demolido» es un novelón, y personalmente lo sigo situando por encima de «El clamor del silencio» (tanto a nivel espaculativo como literario), pero esta historia de Wilson Tucker no la desmerece en absoluto… y al fin y al cabo el triunfo es más dulce cuando se ha logrado frente a adversarios dignos.

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~ por Sergio en junio 27, 2021.

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