La ciudad y la ciudad

Toda la carrera de China Miéville ha girado en torno a una reinterpretación en clave fantástica de los espacios urbanos. Curiosamente, aunque su primera novela, «El rey rata», sí podría clasificarse sin problemas dentro de lo que habitualmente se entiende como fantasía urbana, la mayor parte de su obra se mueve en base a parámetros diferentes (en algunos casos, como el New Weird de su trilogía ambientada en el mundo de Bas-Lag, propios).

«La ciudad y la ciudad» («The City & the City», 2009) supuso una nueva vuelta de tuerca a su enfoque, optando por una (o dos… o tres) urbe ficticia, ubicada en nuestra propia realidad (algo que se preocupa mucho por enfatizar por medio de múltiples referencias). Se trata de una urbe «compartida» por dos naciones, Beszel y Ul Qoma. Lo singular del caso es que no se trata de un reparto clásico. Sí, existen zonas de la ciudad que son únicamente de Beszel y otras donde Ul Qoma reclama la soberanía exclusiva, pero la mayor parte de los barrios están entrelazados, son espacios propios de ambas ciudades… aunque sus habitantes tan sólo pueden encontrarse en una de ellas.

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Todos los ciudadanos de Beszel y Ul Qoma practican desde niños la habilidad de desver y desentir todo cuanto acontece en la ciudad que no es la suya. Así, aunque topológicamente se encuentran superpuestas, a efectos prácticos (y en teoría) nada de lo que ocurre en una nación afecta a la otra, salvo que viaje de una a otra a través de la Cámara Conjuntiva, una especie de frontera interna.

Esta extraña disposición depende del esfuerzo continuado de todos los habitantes de Beszel y Ul Qoma, que pueden esquivar los obstáculos que no se encuentran en su ciudad, pero sin reconocer su presencia. Ocasionalmente, sin embargo, bien sea por accidente, bien con intencionalidad trasgresora, se produce una brecha, una ruptura de la ficción topológica compartida (un coche de una ciudad que arrolla a un peatón de otra, por ejemplo). Entonces interviene la Brecha, una entidad misteriosa, con poderes misteriosos y jurisdicción supranacional, que se encarga de poner (expeditivamente) remedio a la situación.

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Una vez establecido el escenario, tocaba definir el enfoque, y de nuevo «La ciudad y la ciudad» se aparta (y no lo hace) de la norma habitual en Miéville, hibridando el género fantástico con la novela policíaca (que también es de por sí muy urbana).

El protagonista y narrador de la novela es Tyador Borlú, inspector de la policzai de Beszel, que investiga el misterioso asesinato de una joven que, al parecer, nadie de su ciudad puede identificar. Así, durante el primer acto de la novela, nos encontramos con una típica investigación, que sigue al dedillo las convenciones del género (emparejando a un oficial experimentado, Borlú, con una novata brillante, la agente Corwi). Eso sí, con las nada típicas peculiaridades nacionales de Beszel de fondo.

Previsiblemente, para su segundo acto la acción se traslada a Ul Qoma, y Miéville abraza otro de los clichés del género, con el detective Qussim Dhatt, de la militsya de la ciudad, sirviendo de reluctante compañero ocasional del agente de la ley extranjero. Aunque de nuevo la peculiar realidad consensuada de la ciudad y la ciudad introduce su nota de extrañeza en los procedimientos.

El tercer acto (un poco más corto), por supuesto, involucra a la Brecha, pero cuanto menos diga de él, mejor.

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Respecto al escenario, aunque pueda parecer extraño (de hecho, lo es), más que una ruptura con nuestra cotidianidad urbana constituye una exageración. En mayor o menor grado, todos acatamos en nuestras ciudades una serie de normas no escritas, un consenso social con suficiente flexibilidad como para soportar pequeñas infracciones, pero que por lo general exige una cuidadosa observancia. De hecho, también estamos especializados en desver y desentir, a veces situaciones y desarrollos que están aconteciendo justo a nuestro lado. Quién sabe hasta dónde podríamos desarrollar estas «habilidades» si en nuestro entorno existiera algo parecido a la Brecha para blindar los acuerdos.

China Miéville aprovecha la historia para imaginar dos sociedades gemelas, pero que como gemelos separados al nacer (la mítica Escisión… que en realidad pudo ser tanto una separación como una unión en torno a un núcleo común) se han desarrollado de forma muy diferente. Así, Beszel, por ejemplo, posee un régimen económico claramente capitalista, pese a lo cual la prosperidad material la ostenta la (probablemente) comunista Ul Qoma (sometida a bloqueo por parte de EE.UU. desde la Segunda Guerra Mundial). Ambas ciudades, además, poseen su cuota de extremistas (de importancia para la trama), tanto nacionalistas que propugnan la preponderancia de su urbe/nación sobre la hermana, como unionistas que abogan por el fin de la separación (y que, precisamente por ello, son quienes más escrupulosamente evitan cualquier posibilidad de brecha).

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También son de gran importancia en la historia los espacios entrelazados, ya no sólo las zonas de la ciudad que son tanto de Beszel como de Ul Qoma, sino otros muchos ejemplos como por ejemplo los restaurantes mixtos de musulmanes y judíos (con cocinas independientes kosher y halal)… que como extranjeros reciben exacamente el mismo trato y consideración por parte de los oriundos de la ciuda y la ciudad.

El escenario, huelga decirlo, resulta fascinante, y Miéville sabe moverse a la perfección por entre sus peculiaridades, manteniendo en todo momento la lógica interna (lo cual es de especial importancia dado lo ilógico del arreglo, que exige una completa coherencia para la suspensión de la incredulidad… y también que nos olvidemos del mundo exterior). ¿La trama policíaca? Bueno, no tanto.

La investigación de Tyador suele avanzar a base de revelaciones o desarrollos externos, que desatascan la situación cada vez que la insistencia del inspector ha tropezado con un muro. A la postre, además, todo el asunto acaba resultando ser menos impactante de lo que promete… lo cual puede decirse también de las revelaciones sobre Beszel, Ul Qoma y la Brecha que nunca llegan a materializarse. Sí, en parte es culpa nuestra, de nuestras expectativas como lectores, que el escritor (tal y como expone Miéville en la entrevista que acompaña a la edición de la Factoría) no está obligado a satisfacer. Aún así, personalmente, me supone cuando menos una desilusión (y hace recaer todo el peso de la trama sobre el misterio policíaco, que como ya he comentado no es tan robusto). Sin un nudo final que lo deje todo bien atado, me temo que me deja la impresión de que la estructura, el concepto central, carente de anclaje no puede sino deshilacharse, y frustra así mi esfuerzo por mantener hasta el fin la suspensión de la incredulidad.

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El autor (y muchos de los lectores, por lo que se desprende de las críticas que pueden encontarse por internet) sitúa el énfasis en el viaje más que en la meta; en la descripción de la ciudad y la ciudad. Yo, me temo, soy más de estructuras lógicas cerradas (lo que no implica necesariamente que deban ser tramas cerradas), y siento que en este caso en concreto que me falta algo para terminar de disfrutar de la historia. Tampoco ayuda el que la traducción sea un tanto inexperta (algo que es especialmente perceptible en los capítulos iniciales).

«La ciudad y la ciudad» conquistó en su momento un amplísimo reconocimiento crítico, alzándose con algunos de los premios más importantes del género fantástico. Así, se hizo con el premio Hugo de 2010, compartido con «La chica mecánica» (que obtuvo el Nebula en solitario), además del Locus de fantasía, el World Fantasy Award, el BSFA y el Arthur C. Clarke (a los que sumar otros  muchos locales, a medida que ha ido traduciéndose y publicándose en otros países).

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en abril 4, 2015.

2 respuestas to “La ciudad y la ciudad”

  1. Recupero esta reseña que se me escapó en su momento desde el Rescepto año nueve. Coincido contigo. A mi me dejó muy indiferente precisamente por lo flojo que era la trama policiaca, la que realmente llevaba el peso de la acción. Muy previsible. Y sí el tema de las dos ciudades se puede ver como una metáfora del telón de acero, pero tampoco me pareció especialmente sorprendente como para que me terminara de convencer.

    • Quizás sea la novela más floja, en lo que a la trama se refiere, que le he leído a Miéville, pero aun así logra algo muy interesante, que es seguir expandiendo el concepto de fantasía urbana más allá de los estrechos márgenes en los que suele encajonarse. Sólo por eso ya vale la pena.

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