Patria

La ucronía o historia alternativa es un género ambiguo. Por comodidad y tradición, se ha asociado con la ciencia ficción, más que nada, supongo, por no crear una clasificación específica dentro del fantástico para ella sola. Esta asociación, a posteriori, se prueba (o se percibe) más o menos acertada, con títulos asimilados por completo entre los aficionados del género (e ignorados por el mainstream), otros que navegan en un difuso territorio intermedio y otros, en fin, que se encuentran en las antípodas de los primeros, y alcanzan reconocimiento general y nula repercusión fandomita.

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Por poner tres ejemplos concretos, en títulos que además abordan escenarios relacionados, podría proponerse para el primer caso «El hombre en el castillo«, de Phillip K. Dick, «El sindicato de policía yiddish» de Michael Chabon para el segundo y «Patria» («Fatherland», 1992), la novela de presentación de Robert Harris en el último.

Corre el año 1964. Adolf Hitler, el führer indiscutido del Gran Reich, está a punto de celebrar su septuagésimo quinto aniversario con la visita de estado del presidente de los Estados Unidos, Joe Kennedy, como una muestra de la creciente distensión entre las dos grandes potencias hegemónicas del mundo, enzarzadas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en una suerte de guerra fría. En éstas, al investigador de homicidos de la Kriminalpolizei de Berlín, Xavier March, le asignan el caso de un cadáver pescado en un lago, cerca de una isla privada donde tienen sus viviendas algunos de los peces gordos del Partido Nazi.

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El fiambre resulta ser Josef Buhler, un antiguo ministro y alto cargo político durante la ocupación de Polonia, lo cual fuerza la injerencia inmediata de la Gestapo, con el obergruppenführer Odilo Globocnik al frente de la investigación. Desde el principio, sin embargo, March comprende que Globus (el sobrenombre de Globocnik), está más interesado en enterrar el caso que en resolverlo, y con una obstinación propia de un descreído detective de género negro, se lanza a tirar del hilo de una trama que involucra a varios políticos prominentes durante la guerra.

Como en las mejores novelas de detectives, las apuestas van creciendo, los cadáveres van apilándose y la presión sobre March, de quien ya se tienen sospechas de insuficiente ardor patriótico, sería insoportable de no ser porque en su vida no queda mucho más que su trabajo. Así, a espaldas de la Gestapo y con la ayuda de una periodista americana a punto de ser expulsada, va desenredando la madeja de un secreto que se remonta a más de veinte años atrás; un secreto que lo es principalmente por la obstinación de todos los alemanes (así como del resto de naciones) por mirar hacia otro lado y negarse a aceptar la terrible posibilidad que dicta la lógica, aunque supone una fuente de subconsciente vergüenza colectiva.

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Robert Harris presenta un Berlín que es la mayor ciudad del mundo, fiel a los diseños de Albert Speer, con avenidas monumentales y gigantescas muestras arquitectónicas del poderío germano. Es también una ciudad paranoica, donde el culto a los símbolos patrióticos disimula el miedo y el adoctrinamiento cada vez menos capaz de mantener el monolítico pensamiento único sobre el que se sustenta el estado. Por añadidura, la ininterrumpida guerra con los rebeldes rusos, en la frontera natural que suponen los Urales, va minando la moral de los jóvenes, demasiado acostumbrados a los lujos de su posición predominante en el concierto europeo y mundial como para ver con buenos ojos las privaciones militares.

En este mundo ucrónico, el punto de divergencia cabe encontrarlo (aunque no se explica en detalle) en el éxito de la Operación Azul en 1942 y la consolidación de las ganancias territoriales en el frente oriental por parte del ejército Alemán, así como en el descubrimiento por parte de los espías nazis de que Inglaterra había conseguido romper el código Enigma, lo que lleva a la postre a su rendición. El Gran Reich se extiende desde la frontera francoalemana hasta los Urales, con el resto de Europa consistente en aliados o gobiernos títeres y el el mantenimiento de la posesiones coloniales (aunque esto no influye para nada en la trama).

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El temor ante la destrucción nuclear ha llevado a replicar la Guerra Fría, aunque cambiando a los soviéticos por los nazis. Por lo demás, el cambio del panorama geopolítico le ha permitido a Joe Kennedy (padre del Kennedy que llegó a presidente en nuestra línea temporal) alzarse con la presidencia pese (o quizás gracias) a sus polémicas opiniones respecto a los judíos y al autoritarismo.

Pese a su aparente fortaleza, el imperio germano (como el ruso) es un gigante con pies de barro. Corroído, según la tesis de la novela, por la secreto que tiñó de sangre sus cimientos (y que para el lector no es en modo alguno tal misterio, lo cual posiblemente le prive de algo de fuerza).

Como novela negra, «Patria» no pasa de ser una obra aceptable, que ni ofende a la inteligencia ni despierta admiración. Xavier March es más testarudo que brillante, y de no ser por el exotismo de su entorno sería poco destacable.  En cuanto a esto último, curiosamente, pese a ser una ucronía, no es el mundo presente (de su 1964) el que resulta más atractivo (hay, de hecho, algunos detalles del mismo difíciles de conciliar con el sentido común, como la existencia de una Francia independiente), sino lo que deja traslucir de la planificación y ejecución de la Solución Final al problema judío, en buena parte previo a 1942 y no muy divergente desde entonces, salvo por la ocultación activa y concienzuda de las pruebas.

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La investigacion previa del autor al respecto es concienzuda, y se refleja en la obra con la reproducción de distintos documentos verídicos, que ofrecen un buen atisbo a la barbarie. Lo que no termina de cuadrar es la evolución inmediatamente posterior de la misma. Deja un poco la sensación de que Robert Harris no quiso mojarse demasiado y optó por dejar la especulación reducida al mínimo (lo cual sin duda explica, junto con el desarrollo posterior de su carrera, que se decantó decididamente por la ficción histórica, la escasa consideración de la obra en círculos fantacientíficos).

Existe otra posibilidad, sin embargo. Quizás lo que el autor quería no era exactamente extrapolar adónde hubiera podido llegar un Hitler victorioso, sino que prefería detenerse en el mencionado intercambio de papeles entre Rusia y Alemania, para alumbrar por comparación el asunto de los crímenes contemporáneos del estalinismo (bastante menos tratados que los nazis).

A este respecto la tesis de la novela es clara: un gobierno victorioso tiene tiempo y medios para ocultar cualquier atrocidad en su pasado; la memoria oculta de ese hecho, sin embargo, emponzoña su espíritu y es causa, a la larga, de su ruina (indirectamente, también ataca a la ceguera internacional avalada por la conveniencia política). Quizás el propio título de la obra participe en este juego de espejos: la «Patría» o fatherland frente a la Rodina (motherland) rusa.

Otras opiniones:

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~ por Sergio en noviembre 20, 2014.

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